La conducta patógena como manifestación de la sensibilidad republicana

Jorge Ibarra

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La conducta patógena como manifestación de la sensibilidad republicana*

Jorge Ibarra

El suicidio, como conducta que manifiesta con precisión los procesos de disgregación y desintegración a que pueda estar sometida una sociedad, debería arrojarnos luz sobre las maneras de sentir que impulsan a la autodestrucción. Émile Durkheim, como es sabido, se planteó teóricamente la necesidad de estudiar el suicidio como un hecho social, no psicológico. Pueden existir predisposiciones psicológicas en los individuos que aumenten o disminuyan las probabilidades del suicidio, pero lo fundamental es la determinación social de ese fenómeno. La sociedad burguesa moderna se caracteriza por un estado generalizado de irritación y disgusto, determinado por las múltiples ocasiones de decepción que la vida cotidiana propicia, y por la frustración de las aspiraciones e ideales de toda la existencia. Ahora bien, una vez que estos fenómenos traspasan cierto umbral, adquieren un carácter patológico. Durkheim ha descrito la alteración profunda que implica el crecimiento desmesurado de la tasa de suicidios: “La rapidez con que han aumentado los suicidios no permite formular otra hipótesis. En menos de cincuenta años se han triplicado, cuadriplicado, y aun quintuplicado en algunos países. Por otra parte, sabemos que se relacionan con lo que es más inveterado en la constitución de las sociedades, pues expresan el humor de éstas, y el humor de los pueblos, como el de los individuos, refleja los aspectos más fundamentales del estado del organismo. Por consiguiente, es necesario que nuestra organización social haya sufrido alteraciones profundas en el curso de este siglo, para haber podido determinar un aumento tal de la tasa de suicidios (…) puede afirmarse de antemano que son el resultado, no de una evolución regular, sino de un trastorno enfermizo que ha destruido las instituciones de antaño, sin reemplazarlas de ningún modo; pues no es posible rehacer en pocos años la obra de siglos (…) Por consiguiente, lo que la marea ascendente de muertes voluntarias demuestra, no es el brillo cada vez más intenso de nuestra civilización, sino un estado de crisis y de perturbación que no puede prolongarse sin peligro”[1].

A partir de estos conceptos centrales de la sociología de Durkheim que definen al suicidio como una manifestación patológica de la psicología social de los pueblos, de su humeur, emprenderemos nuestra investigación. Hemos rechazado deliberadamente el concepto de “anomia”, supuesto metodológico fundamental del que parte Durkheim y que le sirve para buscar en la sociedad las causas que motivan el suicidio, pues se encuentra inserto en la problemática funcionalista estructural típica de la sociología burguesa contemporánea. Utilizaremos el concepto del suicidio como manifestación social patológica, como indicador de la intensificación de la crisis espiritual de la sociedad burguesa, de modo instrumental, heurístico. Rechazamos, asimismo, el concepto de “corriente suicidógena”, utilizado por Durkheim, en tanto parece ser una emanación trascendente del todo social, que impulsa a los hombres a la autodestrucción, cual si fuera un moloch. La explicación que intentaremos, no deja por eso de estar revestida de cierto grado de abstracción del entorno social, imprescindible para captar las estructuras significativas de la conducta anómala que implica el suicidio. A los efectos de reducir metodológicamente el hecho social del suicidio a sus esencias, debemos proceder de lo abstracto a lo concreto.

La existencia de una amplia zona de individuos que se encuentran íntimamente frustrados en todas las esperanzas que habían depositado en la sociedad, constituye una medida de la capacidad de esa sociedad para satisfacer las aspiraciones individuales de amplios sectores de la población. La frustración de todas las expectativas sociales engendra necesariamente estados de ánimos morbosos y una agudización de los sentimientos de malestar, inconformidad y de pesimismo sobre el destino propio. Ahora bien, es la predisposición psicológica individual de los distintos sujetos la que determina una intensificación de esos sentimientos hasta un grado tal, que la existencia se hace insoportable. En tales circunstancias el suicidio viene a ser un corolario lógico. El número de suicidios nos da, entonces, una medida de la capacidad de la sociedad para anular las expectativas que ha engendrado en los individuos, al tiempo que nos permite determinar qué tipo de sentimientos eran los que prevalecían en una amplia zona de la población. En la medida en que la tasa de suicidios aumente, se puede considerar que existe una zona más amplia de personas frustradas socialmente, víctimas de una serie de sentimientos de contrariedad y depresión. A los efectos de tener una idea aproximada de la intensidad de los sentimientos derivados de la frustración de una sociedad para resolver las necesidades espirituales y materiales más elementales de sus ciudadanos, es necesario comparar las tasas de suicidios de diversas sociedades en distintas épocas. Como bien señala Durkheim, el aumento de la tasa de suicidios se relaciona con “lo que es más inveterado en la constitución de las sociedades, pues expresa el humor de éstas”.

Ya desde las décadas de 1850 y 1860, Cuba tenía la más alta tasa de suicidios del mundo, como ha destacado el demógrafo e historiador Juan Pérez de la Riva. El dudoso honor que implicaba tan alto porcentaje no se derivaba de un desarrollo normal del sistema de plantaciones y de la población autónoma, sino de la introducción de cientos de miles de esclavos de dos etnias arrancadas a su hábitat cultural y trasplantadas al sistema carcelario de trabajo, que tenía como centro los barracones de los ingenios de Cuba. Aun cuando los africanos apelaron al suicidio como vía de escape, fueron los culíes chinos, reclutados en un sistema de trabajo semiesclavista, los que hicieron posible que Cuba obtuviera el primer lugar del mundo en la tasa de suicidas[2].

Que las causas de la desmesurada tendencia al suicidio existente en Cuba en esas décadas tenía su origen en una situación anómala excepcional, nos lo vino a demostrar el censo de 1899. Para entonces se había llevado a cabo la abolición de la esclavitud y los culíes chinos que encabezaban en un gran por ciento el número de suicidios en Cuba, según censos anteriores, no aparecían entre los que protagonizaban el mayor número de intentos de autodestrucción. De acuerdo con el nuevo censo de 1899, Cuba, como país agrario, subdesarrollado —del mismo modo que los demás países latinoamericanos— se mantenía por debajo de los países con alto desarrollo económico y una alta concentración demográfica en su tasa de suicidios, con 84 suicidios por millón de habitantes. Marchaba ligeramente adelantada, en su tasa, de los países europeos, que por su atraso industrial habían mantenido desde la primera mitad del siglo XIX el por ciento de suicidios más bajo: España e Italia. Una vez suprimido el sistema esclavista de plantaciones y la trata de culíes chinos, Cuba había pasado a ser un país en el que las tensiones del desarrollo y la competencia capitalista se encontraban notablemente atenuadas y disminuidas. Hacia 1905, no obstante, la nueva república hispanoamericana dio un paso de avance al colocarse, con 133 suicidios por millón de habitantes, cerca de los países que entre 1901 y 1905 habían alcanzado una tasa comparativamente alta, como Japón, Austria y Bélgica[3].

Hacia 1920, los efectos devastadores de la Primera Guerra Mundial influyeron de modo particularmente dramático sobre los países que llevaron el peso de la contienda: Austria-Hungría, Alemania y Francia. Los efectos desmoralizantes de la derrota, el desmembramiento territorial de las naciones vencidas, el alto número de bajas de las que sufrieron con mayor intensidad la guerra, las enfermedades que se desataron, y, por último, la crisis económica que paralizó la vida de estas sociedades, determinó que la tasa de suicidios aumentara desproporcionadamente en Austria-Hungría y Alemania. El país “vencedor”, Francia, que sufrió con más rigor las calamidades de la contienda, les seguía de cerca en la tasa de suicidios. Este aumento en el por ciento de suicidios era solamente concebible teniendo en cuenta la relevante participación que habían tenido esos estados en el conflicto. Cuba, país que no padeció ninguna de las consecuencias de la terrible conflagración, con parecidas características estructurales y superestructurales a los países latinoamericanos restantes, y a Grecia, España e Italia (en Europa a principios del siglo XX), razón que había determinado su baja de suicidios conjuntamente con estos países hacia 1899, sobrepasó por un amplio margen el por ciento de suicidios de las naciones altamente desarrolladas, desde el punto de vista industrial, que habían llevado el peso de la Primera Guerra Mundial. Así, en 1922 Cuba tenía una tasa de suicidios de 400 por cada millón de habitantes, mientras Hungría tenía 274, Austria 261, Alemania 221 y Francia 188. El desmesurado aumento de las tendencias autodestructivas en la pequeña isla neocolonizada sólo puede ser explicado en virtud del creciente sentimiento de fracaso individual y colectivo del cubano. La frustración social y nacional de los más caros anhelos del pueblo había dado lugar a un proceso de desintegración social y psíquica, caracterizada por el malestar, la inconformidad, el descreimiento y la creciente desilusión con respecto a las instituciones, los hombres, y los fundamentos éticos sobre los que originalmente había descansado la República. Las razones últimas de ese estado de ánimo se encontraban, por supuesto, en las estructuras sociales que conformaron la dominación neocolonial norteamericana. (Ver Tabla 1, Anexo).

TABLA 1. Suicidios por un millón de habitantes. Estadística mundial

Países 1850-1860a 1881-1885b 1899 1901-1095b 1920-1925
EE. UU. - - - 102 102
Inglaterra 70 75 - 101 99
Francia 100 - - 217 188
Bélgica 57 105 - 124 133
Países Bajos - 53 - 64 64
Dinamarca 250 259 - 227 140
Noruega - 68 - 55 56
Austria - 164 - 173 261
Hungría - - - 178 274
España 15 - - 22 56
Italia - 48 - 63 85
Japón - - - 132 196
Alemania - - - 222 221
Cuba 340a - 84c 133d 340e

a Bona, Francisco Javier; “El suicidio en Cuba”; en La América; 27 de noviembre de 1866.

b Woytinski; World population and production; Nueva York, 1953, p. 226.

c Censo de la República de Cuba; Washington, 1899.

d Censo de la República de Cuba; Washington, 1908.

e Pichardo, Hortensia; Documentos para la historia de Cuba; Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1969, t. II, p. 472.

* Fragmentos del capítulo VI: “La conducta patógena como manifestación de la sensibilidad republicana”, de Un análisis psicosocial del cubano: 1898-1925; Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1985, pp. 235-240 y 259-60.

[1] Durkheim, Émile; Le suicide. Étude de sociologie; París, 1960, pp. 422-423.

[2] Pérez de la Riva, Juan; El barracón; La Habana, 1975, p. 481.

[3] Woytinski; World population and production; Nueva York, 1953, p. 226.

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Número de páginas: 4 páginas

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