Después de las Pascuas

Reina María Rodríguez

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Oigo su voz mentir
¡cómo me gustaba la voz de él entonces
bajando como un cabello de ángel partido
que quiere desprenderse de la realidad
y finge una alegría plateada!
Me llama ahora, pero no estoy aquí para responder.
Demasiadas preguntas.
Sigo sentada en el silencio de la escalera
(su antiguo rellano de mazapán me esconde)
no siento prisa por llegar, prisa por subir,
no siento nada.
¡Déjenme aquí!
Él grita como una antigua tradición de venganza y yo
engurruño las alas.
Nadie tiene razón para matar
con una voz colgante.
Ha vuelto el dolor del timbre arriba.
La voz desfigurada que adoré.
No hay tono.
Mi madre, al fin, cierra la puerta con su tos.
No subo, no hago nada.
El mazapán me sirve de escondrijo.
Trata de apaciguarme al calorcito
sin que justifique ese frío mármol bajo los pies,
la decepción, la desavenencia.
¡Que se reviente! —grito.
Hombre sin rostro: máscara
de lo que tanto amé.
Los suplicios no bastan.
Después de Pascuas,
él se irá tras las conmemoraciones
de la neblina baja.
Se irá hacia un confín mejor
(de transparencias y sinuosidades).
Verá mis pies
y pondrá doble llave
pestillos
contra mi decisión de olvidar.
Un hombre se desnuda sobre la alfombra cobalto
y tizna todo lo que toca, su rabia.
Su barba tiene cuatro días de posesión.
No quiero verlo más, subir, subir… subir.
Soy parte de esa ceniza dejada en un rastro.
La melena antigua de leona cortada,
la vanidad perdida del obsequio que di.
No valgo ni siquiera para rugir.
Ha dejado de llover su voz por el tragante del agua.
Ha dejado de sonar (y soñar)
un tiempo extendido como un cuerpo
donde un hombre se acuesta y se levanta
y la rutina de olvidarlo todo
acaba.

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