Humberto López Morales: perfil hispánico

Francisco Moreno Fernández

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Académico, lingüista y profesor, Humberto López Morales nació en Cuba en 1936. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana y por la Complutense de Madrid, donde se doctoró en 1962. Profesor en las universidades de New Hampshire, en Dirham; Texas, en Austin, y Rice, en Houston. Catedrático de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras desde 1973 y fundador de su Instituto de Lingüística. Académico de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y, desde 1994, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, con sede en Madrid. Le han concedido doctorados honoris causa las universidades de Alcalá, Alicante, Las Palmas, Salamanca, Valladolid, Costa Rica o la San Marcos, de Lima. Ha recibido la Encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio, y es autor de más de 250 publicaciones, entre ellas, La aventura del español en América (2005) y La globalización del léxico hispánico (2006).

Humberto López Morales es uno de los intelectuales más brillantes del mundo hispánico en el campo de las Humanidades. Una relación de distinciones no es suficiente para hacernos una idea de su perfil intelectual y humano. Para entender realmente lo que es Humberto López Morales, hay que añadir algo que no tiene que ver con el brillo de los títulos, sino con el trabajo bien hecho, con la fibra del sentimiento y con la voluntad de la vocación. Escribía Manuel Alvar que “estamos demasiado hechos a las grandes palabras [...], las solemnes palabras. Y nos ocultan la faz humilde de las cosas”. A esa faz más humilde e íntima, alejada de los oropeles académicos, intentamos aproximarnos mediante una conversación tranquila y confiada. Hablamos en su residencia de Madrid, rodeados de miles de libros y de los manuscritos que han de formar su último proyecto, la obra colectiva titulada Enciclopedia del español en los Estados Unidos.

¿En qué consiste este proyecto que ahora está culminando?

Es un proyecto del Instituto Cervantes, en forma de enciclopedia, donde colaboran casi 50 colegas, todos ellos primeras figuras, y que presenta un panorama muy amplio de la presencia del español en Estados Unidos. Yo también he colaborado, por supuesto, aportando información en parte reunida en mi librito Los cubanos de Miami. Lengua y sociedad. Ese libro lo hice porque me pareció que esa comunidad estaba un poco vilipendiada, si no ignorada, y yo creo que es un buen ejemplo de gente trabajadora, que hoy constituye el conglomerado humano más importante cultural y económicamente de la comunidad hispana de Estados Unidos. Cuando trabajé con ellos para elaborar mi libro, me produjo una admiración muy honda el que esos cubanos no quisieran convertirse en norteamericanos. Ellos se sentían tan orgullosos de su herencia cultural hispana, tenían un orgullo tan grande y tan hondo de ser hispanos, que aquello francamente me conmovió. Yo también lo tenía y lo sigo teniendo, evidentemente, pero mi caso es diferente: yo me dedico a eso, he viajado a muchos países, ya no vivo en Estados Unidos, … La Enciclopedia del español en los Estados Unidos fue una idea del director del Instituto Cervantes de Nueva York, Eduardo Lago, y pretende ser una obra abarcadora de todo lo relacionado con la lengua, no solamente de aspectos lingüísticos, sino de publicidad, de servicios públicos, de las producciones literarias, del teatro, del cine. Es algo muy grande. Cuando me lo propusieron, yo sabía que iba a decir que sí porque era un bombón tan maravilloso que no se podía dejar de aceptar ni de degustar.

Su currículum demuestra que es un prestigioso analista de la cultura hispana y, particularmente, de la lengua española; pero, ¿cuáles han sido los hechos que más han marcado su vida profesional?

Uno de ellos fue mi incorporación a la Universidad de Puerto Rico. Yo estaba en la Universidad de Rice y alguien me ofreció trabajar en Puerto Rico como Profesor Visitante durante un año y luego me hicieron una invitación para que me quedara como Catedrático de la Universidad de Puerto Rico y para que organizara el currículum de la Maestría en Lingüística General e Hispánica de esa Universidad. Lo que se esperaba de mí en Rice no era muy estimulante y en la Universidad de Texas, en Austin, una universidad antigua e importante donde también trabajé, todo estaba hecho, no había ninguna posibilidad de innovar. Puerto Rico me ofreció lo posibilidad de crear un programa nuevo y aquello me ilusionaba mucho. Pero también hubo factores personales: el hecho de que mi madre viviese conmigo, una señora que no hablaba inglés, que no conducía, fue decisivo porque en Puerto Rico, hablando español, veía sus telenovelas, tenía sus amigas, salía y era feliz. Además, hubo un tercer factor, más romántico, porque en Puerto Rico tenía la oportunidad de trabajar con gente hispana, con el mundo hispánico, y me parecía un deber hacer algo por los nuestros en el plano académico, si se me daba la oportunidad. El otro punto importante en mi carrera académica fue la posibilidad de venir definitivamente a España. Yo he añorado toda la vida vivir en Madrid, desde que estudié la carrera, pero, por distintos motivos, eso no había sido posible. Y no fue a través de la Universidad, sino a través de la Academia. En el año 76 me hicieron académico de la puertorriqueña y eso me hacía automáticamente correspondiente de la Española. Un buen día, en un congreso en Costa Rica, sin yo saber nada, me propusieron para sustituto del secretario general, un académico colombiano de edad avanzada, un caballero perfecto, y, cuando él enfermó de gravedad, me incorporé al trabajo. A los dos o tres meses, en 1994, dio la casualidad de que se celebró un congreso de la Asociación de Academias y ya fui elegido secretario general, lo que me permitió vivir en España. La realidad es que yo no estoy totalmente divorciado de las universidades, porque tengo amigos, compañeros, que, cuando tienen oportunidad, me invitan a lo que yo puedo aceptar, que son cursos muy breves. La verdad es que estoy en España felicísimo, viviendo aquí, disfrutando del ambiente y la cultura española, y también satisfecho en el ámbito profesional.

Comentaba que estudió en Madrid su carrera universitaria, ¿quiénes fueron sus maestros y qué recuerdo guarda de ellos?

Yo tuve la gran suerte de encontrarme con una Universidad Complutense que estaba en uno de sus varios momentos dorados. Porque estaba Rafael Lapesa, que para mí fue la persona que definitivamente orientó mi vocación como profesor y, sobre todo, la de investigador. Y estaba también Dámaso Alonso. Había otras muchas personas importantes, pero estas son las dos que me gustaría subrayar. Con Lapesa, no solamente hice la tesina y después la tesis doctoral, sino que tomé los tres cursos que entonces él daba en la Facultad. Y con Dámaso tomé uno de los cursos que él daba, que era el de Filología Románica. Eran dos personas completamente diferentes y yo, por supuesto, agradezco mucho más y recuerdo mucho más las enseñanzas de Lapesa, que era una persona mucho más dedicada y con la que tuve mucho más contacto. Después, andando el tiempo, cuando yo era académico, hice una amistad bastante bonita y simpática con Dámaso Alonso, que me obligó —cosa que no pudo hacer Lapesa— a que lo tuteara. Lapesa marcó una época en mí. Yo era uno antes de Lapesa y otro después de Lapesa. Aprendí de él muchas cosas, pero no sólo las cosas que se aprenden en la cátedra, también las cosas que se aprenden de la persona, del ser humano. Lapesa era un maestro absolutamente excepcional, conocía sus materias como nadie, era un profesor muy organizado y eso favorecía que la gente aprendiese. Pero más importante que eso era el factor humano. Lapesa era un hombre que sentía un interés genuino por los estudiantes, por el trabajo de los estudiantes, porque aprendiesen y mejorasen. Y, además, era de una generosidad extraordinaria. Yo trabajé tardes y tardes en su biblioteca personal, disfrutando siempre con total libertad de sus libros, de sus notas, de sus apuntes. Ahí yo entendí muy bien lo que era rigor y, al mismo tiempo, lo que era una cierta camaradería entre un profesor y el alumno. Y me dije: en adelante, yo quisiera ser como Lapesa. Por otro lado, mi relación con Manuel Alvar fue magnífica. Alvar para mí fue un hermano; él está en otra categoría, más cerca de mi corazón. Era un hombre muy sabio, generoso con los amigos en cuanto a su sabiduría y a su afecto. En el salvapantallas del ordenador yo tengo a Menéndez Pidal, a Rafael Lapesa y a Manuel Alvar. Son las tres grandes figuras que aparecen cuando dejo el teclado.

¿Y cómo era su vida en Madrid?

Madrid, para un joven de 19 años, ofrecía unos alicientes culturales extraordinarios. Aquel Madrid tenía una gran riqueza teatral. Yo vi una serie de obras muy importantes: El diario de Ana Frank, La loca de Chaillot, Réquiem por una monja. Eran las obras que estaban poniendo en el resto de Europa, junto al teatro ligero de siempre, también delicioso, como Eloísa está debajo de un almendro. De manera que Madrid, la atmósfera de Madrid, su ambiente, siempre me ha gustado mucho.

Usted es un profesor muy conocido y reconocido, que ha enseñado en numerosas universidades de Europa, de Asia y, naturalmente, de América. Sus publicaciones se cuentan por centenares, pero, de todos sus libros, ¿cuáles son los que han tenido mayor proyección social y cuáles son los que recuerda con mayor cariño?

Esa es una pregunta muy interesante. Porque hay libros y libros. Entre los que se han vendido mucho mucho son los de divulgación: los últimos libros de Espasa-Calpe, como La aventura del español en América, que ya va por la segunda edición, y el libro La globalización del léxico hispánico. Son libros que se venden mucho, tanto aquí como en América. El español del Caribe también ha circulado por muchas partes. Eso te da la satisfacción de que haya gente que se interese por esos temas. Entre los libros que llevas en el corazoncito, está el primero, Estudios sobre el español de Cuba, que se publicó en Nueva York y que me ha dado muchas satisfacciones y, también, por supuesto, algunos enfurecimientos conmigo mismo. Después ha habido otros libros que me han llegado muy dentro. Un libro que ahora ya me parece de una obra pretérita, porque ya no creo absolutamente en nada de aquello, fue la Lingüística generativa. Fue un libro muy interesante por diversos motivos. Primero, porque en aquella época yo sí creía en eso y estaba totalmente enamorado de aquel modelo, del primero, que me pareció de una importancia extraordinaria para la lingüística. Pero, además de eso, porque creo que mucha gente —por lo que me dicen— logró enterarse en él de los principios de la gramática generativa, especialmente algunos jóvenes universitarios. El libro se vendió muchísimo y se fotocopió muchísimo más, y todavía hay gente que me lo agradece. Después, otro aspecto importante fue lo relativo a la sociolingüística, en su concepción norteamericana, de Labov, que me pareció mucho más atractiva. Yo siempre he sido un lingüista bastante empírico. Verdaderamente, la dedicación a la teoría por la teoría no me ha atraído demasiado, aunque, evidentemente, hay que tenerla subyacentemente porque, si no, lo único que se hace es presentar unos datos por aquí y por allá y eso no es nada. Hay que tener una teoría subyacente para cualquier cosa que se haga, por muy empírica que sea la colecta y la presentación de los datos. La sociolingüística estaba más cerca de mi forma de ver la lingüística y las lenguas en ese momento. Ya estaba muy decepcionado de la teoría generativista de Chomsky: aquellas estructuras subyacentes tan abstractas, tan lejos de la realidad, me decepcionaron. La sociolingüística me pareció en su momento una forma coherente, científica, con un andamiaje muy poderosamente elaborado y una base pragmática controlada con estadística que decía cosas y que permitía llegar a conclusiones sin temor a equivocarte. Trabajé mucho en esas cosas y un día recordé mi experiencia con el libro de la gramática generativa y me dije que, si aquel libro —por lo que me dicen— fue tan útil para tanta gente, a lo mejor un manual de Sociolingüística podía resultar igual. Y ha tenido bastante éxito porque es un manual universitario que ha tenido hasta ahora tres ediciones. Esos tres libros, en particular, me han ilusionado mucho.

Volviendo a la vida académica. ¿Cómo es un día del secretario general de la Asociación de Academias? ¿A qué actividades les dedica más tiempo?

No se podría entender como un día normal. Si el trabajo es de despacho, y no de reuniones ni de viajes ni cosas así, ese trabajo es muy complicado porque somos pocos, aparte del grupo de investigación en lexicografía, los que hacemos el diccionario de americanismos. La parte más pesada de ese trabajo es la administrativa. A la Secretaría llegan muchas consultas, quejas, peticiones de todas las Academias, pero en esa actividad administrativa hay un aspecto bastante interesante, que es el de las circulares informativas. Cuando entré a ese cargo, todas las Academias se quejaban de que estaban muy aisladas y de que no se enteraban de lo que ocurría ni en el país vecino. Es evidente que si la gente no se conoce, no se puede llegar a trabajar conjuntamente. Las circulares informativas ahora se envían por correo y por correo electrónico. Lo importante es que poco a poco se va creando la idea de que hay no sólo una asociación en el papel, sino una red de intercomunicación en la que se han hecho afectos, y, lo que es más importante: poco a poco las Academias se van convenciendo de que ya no son, ni pueden ser lo que eran antes, unos clubes más o menos elegantes; ahora tenemos obras panhispánicas en las que todos tenemos que colaborar. Ahora no sólo debemos tener políticos distinguidos, embajadores o escritores; también son necesarios lingüistas, porque los trabajos de la Academia son necesariamente obras de lingüística, las gramáticas, los diccionarios y las ortografías las conocen los lingüistas. Poco a poco hemos conseguido que cambie la mentalidad de los que dirigen las Academias, para que se entienda que son centros de trabajo, trabajos colectivos, panhispánicos. Eso se ha conseguido en casi todos los sitios. En las Academias que tienen aún un resto del pasado, hemos conseguido que entren lingüistas. El secretario de las Academias es un lingüista hoy. Eso era impensable hace diez o doce años. Al margen del trabajo de despacho diario, está el trabajo de diplomacia, de reuniones con los ministros respectivos o con los presidentes. Pero, para mí, la parte más interesante es la de investigación. Estamos embarcados en un gran diccionario de americanismos que pone una ilusión y un toque de alegría en las actividades del secretario general, porque el diccionario es un proyecto nuestro, enteramente americano, que nos está dando muchas alegrías. El trabajo es enorme: en un principio queríamos hacer un diccionario con 100.000 entradas, aunque, como ese diccionario tiene fecha de presentación, porque se quiere presentar en el próximo Congreso Internacional de la Lengua Española, que va a ser en enero de 2010, en Valparaíso, Chile, estamos viendo la posibilidad de hacer una primera edición de unas 60.000 entradas. Esa es la parte más bonita de mi trabajo, para mí, porque eso depende de las personas.

¿Y cómo se proyectan en la sociedad las actividades de las Academias?

Creo que ahora llegan un poco más que antes. Antes, y hablo de hace quince años, no llegaba absolutamente nada. Las Academias hacían cosas absolutamente desconocidas para el resto de la sociedad. Y me refiero a la sociedad culta. Las cosas han ido cambiando y ahora las Academias han empezado a entender lo que es una Academia y lo que la comunidad espera que las Academias hagan. Ahora, salvo unas pocas, todas las Academias tienen un servicio de consultas de dudas. Algunas tienen, incluso, un programa radial donde recogen las dudas que parezcan más interesantes y las comentan. Otras tienen columnas en los periódicos. Las Academias han empezado a tener un diálogo con sus comunidades, un diálogo útil, no para hablar de la figura egregia de aquel escritor del siglo XIX, sino para decirle a la gente lo que debe decir, si hay un error o cómo decir. Esa labor docente, didáctica, que están haciendo las Academias es estupenda. Y la gente empieza a conocer que hay unas Academias de la Lengua. Y eso es algo muy reciente y las Academias están volcadas con la sociedad. Ese diálogo todavía no es, evidentemente, todo lo rico que quisiéramos, pero ya está lanzado.

Estoy seguro de que su cartera está llena de proyectos para el futuro. ¿Puede hacernos partícipes de alguno de ellos?

Como la vida sigue, ahora estoy muy metido en otro proyecto que es de sumo interés y que estoy seguro de que me dará mucho trabajo, algunos quebraderos de cabeza, pero también mucha felicidad, que es el estudio de la enseñanza del español en el mundo hispánico. Este proyecto lo ha visto con buenos ojos la Fundación Campus Comillas, que ha decidido apoyarlo y echar hacia delante. ¿Por qué esta otra ilusión? Por una razón muy sencilla. Yo sé que lo relativo a la enseñanza del español en el mundo hispánico en general —y eso incluye a España— está a años luz de lo que están diciendo las investigaciones más actuales y más solventes sobre la enseñanza del español. Estamos anclados en una época, no te diré que inmemorial, pero sí, por lo menos, treinta años atrás. Lo estamos haciendo mal, francamente mal, y no hay por qué hacerlo así; porque ya sabemos cómo se hace bien. Criticamos que la enseñanza está por el suelo, que los alumnos no saben leer ni saben escribir. Muy bien. Pero, ¿usted los ha enseñado realmente a leer y a escribir de acuerdo a lo que hoy sabemos de la psicolingüística de la adquisición, de acuerdo a lo que hoy sabemos de la metodología lingüística? Es una cosa sorprendente. ¿Y esto por qué? Porque las autoridades no saben de esto. En ninguna parte del mundo hispánico hay un instituto o un centro de investigación, no ya asociado a los ministerios —eso sería una cosa impensable—, que se dedique exclusivamente a ese tipo de estudios. En Puerto Rico intentamos darle prioridad a ese tipo de investigación y han salido cosas importantes. Si no se hace así, lo que se consigue son unos resultados muy pobres en todo, en la calidad de la escritura, en los esquemas de cohesión, en la coherencia textual. La gente escribe como si fueran niñitos de cinco años. No es culpa de ellos. Nadie les ha enseñado nunca cómo se hace y nunca se les ha hecho desarrollar esas destrezas. Si nosotros hacemos un libro blanco de la enseñanza y le damos mucha difusión, la gente empezará a ver que las cosas se pueden hacer mucho mejor. Ese proyecto, además de la parte de investigación, servirá para convencer, si no a las autoridades educativas de todos los países del mundo hispánico, por lo menos a algunos, de que se puede, de que se debe, hacer algunos cambio interesantes, sin costo alguno para esos países. No es que yo sea ingenuo, pero tengo la ilusión de que en algunos lugares, en Puerto Rico, quizá en la República Dominicana, sí se podrán hacer unos cambios importantes. Y no sólo en eso, sino, por supuesto, en todo lo que significa formación de maestros. ¿Cómo se pueden enriquecer, por ejemplo, los índices de riqueza léxica de los estudiantes? Y la complejidad sintáctica, ¿cómo se explica que sea tan pobre a tales edades? No todo es leer; es hacer ejercicios y ejercicios. La gente pensará que soy un iluso, pero no me importa. Es un esfuerzo que hay que hacer. Yo voy a las investigaciones por entusiasmo.

Por último, ¿cuál es tu interpretación del futuro de Cuba? ¿Qué puedes decirle a los lectores de Encuentro?

A pesar de que yo no soy, ni seré jamás, político, afortunadamente, sí que tengo interés, preocupación y sigo las cosas de Cuba. Pero un día decidí que con eso no bastaba, que la responsabilidad de la creación de una Cuba nueva tiene que ser obra de todos nosotros. Estoy preparando una serie de cuadernos que se van a llamar “Nueva Cuba” y que van a salir en 2008. Esos cuadernos, que se dedican a cosas muy diferentes —a la educación, a la cultura, al urbanismo, a la economía—, intentan aportar borradores de trabajo hechos por expertos. Porque es muy curioso que, si las cosas en ese país cambiaran ahora y llegara un grupo de gentes bien intencionadas y que sepan cosas, tendrían que empezar desde el principio y habría que hacer borradores de trabajo. Lo que yo espero es que la gente que esté ahí, quienes sean y cuando sea, aunque después lo vire todo al revés, tenga unos borradores de trabajo. Porque mi experiencia, sobre todo con Hispanoamérica, me dice que, cuando uno va a una reunión, a la que sea, y no hay un borrador de trabajo, se obtienen muy poquitos resultados. Eso va a ser una colaboración mía, no solamente académica y de edición, sino también económica. Van a ser cuadernos no venales, que van a llegar a todo el mundo que esté interesado en esas cuestiones. Esa va a ser mi colaboración al deseo de que algún día —ojalá que pueda verlo yo— cambie aquella situación. Es un granito de arena muy modesto, pero la ventaja es que cada cuaderno está escrito por uno o varios especialistas reconocidísimos en ese tema —salvo los dos cuadernos de educación, que son los que hago yo.

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