Una aproximación desde la Isla
El desafío interno más importante que enfrentará el liderazgo encabezado inicialmente por Raúl Castro será el de resolver la primera y más importante demanda: que el salario y los ingresos legales de todos los cubanos tengan el valor necesario para resolver sus necesidades más importantes. Es necesario articular una política económica que vaya resolviendo la contradicción entre la insuficiencia del salario, u otros ingresos legales, y la creciente demanda de prosperidad personal.
Como resultado de la crisis de los 90 y de las políticas económicas adoptadas, se quebraron dos equilibrios significativos prevalecientes hasta 1989. Uno era el equilibrio entre los ingresos de la población y los precios de las mercancías de primera necesidad; en unos casos, racionadas por la Libreta de Abastecimiento y, en otros, subsidiados por el presupuesto del Estado. La desaparición de las relaciones mutuamente ventajosas con la Unión Soviética y el Campo Socialista dio al traste con este esquema.
El otro equilibrio desarticulado en el Período Especial fue el existente entre los distintos sectores de la población. Aunque Cuba abandonó sus políticas igualitaristas a fines de la década de 1970 y principios de la década de 1980, persistió una saludable tendencia a no permitir excesivas desigualdades. Debido a las reformas introducidas a partir de 1993-1994, este equilibrio dejó de existir y se produjeron iniquidades que se hacen más intolerables debido al desequilibrio anterior entre el salario y su poder adquisitivo. Tanto Raúl Castro como Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, percibidos justamente como los más estrechos colaboradores de Fidel Castro, han hablado en más de una ocasión, en los últimos seis meses, acerca de la solución de este problema.
La mayor parte de los cubanos aspira a mantener los actuales niveles de seguridad social, pero quisiera que se aplicara la fórmula de Marx: “de cada cual según su capacidad y a cada cual según su trabajo”. Este precepto no se cumple hoy. Aunque resulta muy difícil diagnosticar cuál es el consenso nacional en el tema, podría afirmarse que, manteniendo una economía esencialmente socialista, los habitantes de la Isla quisieran ver mayores posibilidades de prosperidad, incluso a costa de pasar sectores menores a la iniciativa privada.
La situación descrita ha llevado a muchos cubanos a complementar sus ingresos salariales con actividades de distintos grados de ilegalidad en el llamado “sector informal” de la economía. Ésta, y no otra, es la causa profunda de la creciente corrupción a niveles inferiores e intermedios de empresas y servicios. El fenómeno más perjudicial para la sustentabilidad del proyecto cubano, como reconoció el propio Fidel Castro el 17 de noviembre de 2005. Sin embargo, a pesar de algunos aumentos salariales y otras medidas, hay la impresión de que las respuestas gubernamentales son insuficientes.
(…) Esto se agudiza con varios factores recientes. En primer lugar, por segundo año consecutivo se ha anunciado una tasa de crecimiento del PIB que supera el diez por ciento, lo que crea expectativas mayores, aún sin satisfacer, acerca de la prosperidad personal de cada ciudadano. En segundo lugar, la política exterior enarbolada por el propio Fidel Castro se caracteriza por una incesante y creciente actividad cubana en materia de cooperación Sur-Sur, sobre todo, en el sector sanitario, con repercusiones en varios planos. Por ejemplo, en materia médica, existe la percepción de que se sacrifica la atención nacional en aras de la solidaridad internacional. En tercer lugar, los principales aliados estratégicos de Cuba en esta etapa —China, Venezuela y Vietnam— siguen, por vías y en condiciones distintas, políticas económicas que dejan más margen a la iniciativa individual para lograr el bienestar personal.
Lo acaecido durante los seis primeros meses de enfermedad y convalecencia de Fidel Castro demuestra que se están produciendo cambios modestos, pero firmes, en la forma de hacer política y en la búsqueda de soluciones a los desafíos apuntados. No se trata solamente de que Raúl Castro prefiera enfatizar el liderazgo colectivo y evite el alto nivel de protagonismo público y discursivo de Fidel Castro. Ya en el Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria, él enfatizó dos temas importantes ilustrándolos con anécdotas personales. Por un lado, se hizo eco del conocido refrán de que “el que imita fracasa” (…). Por el otro, recordó algo que ya ha dicho en ocasiones anteriores: no siempre ha estado de acuerdo con su hermano. Lo ilustró con la anécdota de la actitud de los dos cuando se quemó la casa familiar de sus padres estando ambos en prisión en 1954; Fidel ni le dio importancia, mientras que él se preocupó. Esta anécdota hizo recordar a muchos que, en pleno Período Especial, el vicepresidente convenció al presidente de que había una fórmula para resolver el problema de la deprimida alimentación de los cubanos: mediante el restablecimiento de los mercados agropecuarios[2], esta vez regulados y no liberados, donde los campesinos pudieran vender sus productos excedentes. Raúl Castro es percibido así como más pragmático que su hermano mayor.
El otro hecho político de importancia que ha marcado este corto lapso es la forma en que Raúl Castro se comportó durante el período de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en diciembre de 2006. Consecuentemente con su actuación anterior, fomentó el debate sobre temas concretos y, en particular, sobre la necesidad de pagarle a los campesinos los productos entregados al Estado, asunto en el que existe un grave atraso. Insistiendo en que no aceptaría “justificaciones”, exigió que los responsables explicaran qué había pasado. También reveló que él, personalmente, había promovido que el problema fuera investigado por periodistas del diario de la UJC.
No puede dejar de advertirse que en esta Asamblea se adoptó un acuerdo en el sentido de que la costumbre de designar cada año con un nombre, que prevalece desde el triunfo de la Revolución, fuera modificada, decidiéndose que ya no llevarían nombres de consignas y que se denominarían, normalmente, por el número que correspondiera. Así, el 2007 se llamará Año 49 de la Revolución, y así sucesivamente. En el pasado, la designación del año ha sido, prácticamente, una decisión personal de Fidel Castro en la que ha prevalecido su criterio sobre las prioridades del momento. En 2006, por ejemplo, se privilegió el de Año de la Revolución Energética en Cuba, por encima de otras propuestas, entre ellas la de Año del 50 Aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
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Hay otro factor que conviene apuntar. La forma en que se produjo esta transferencia de poderes, en la que Raúl Castro ha marcado su propio estilo y sus propias prioridades, aun estando vivo Fidel Castro, indican que entre ambos existe una total identidad dentro de la diversidad. Se puede conjeturar que hay un reconocimiento y aceptación mutuos de los respectivos papeles a desempeñar. Mientras que el primero ha sido el visionario que fundó y trazó las líneas generales de desarrollo de una Cuba independiente y soberana, el segundo ha sido el guardián que ha cumplido fielmente su papel de “protector de la retaguardia”, como él mismo dijera en alguna ocasión. Al mismo tiempo, al saber retirarse y dejar que su sucesor tome las medidas que ha debido tomar según su propio talante, estilo y orientaciones, Fidel Castro ha garantizado dos cosas: la continuidad del proyecto en la nuevas condiciones y el éxito de su sucesor en ser lo que tiene que ser, la figura transitoria que facilitará la transformación de la forma de hacer política y gobernar en Cuba.
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El modelo democrático participativo patriarcal que ha caracterizado al sistema cubano en los años de Fidel Castro ha garantizado un consenso que probablemente sea irrepetible sin su principal conductor. Pasar de ese modelo de gobernabilidad hacia uno o más colectivos, como ha indicado Raúl Castro, significará inevitablemente ampliar los márgenes de la democracia, tanto en el interior del Partido como en toda la sociedad. Algunos sectores, como el intelectual y el académico, son particularmente sensibles a esta demanda. Lógicamente, habrá sectores de liderazgo que vean en estas demandas una amenaza. Sin embargo, es muy probable que éstas sean materializadas de una forma u otra. En todo caso, es mayor el riesgo que implica seguir posponiéndolas con el argumento de que no es el tiempo ni el lugar.
En este contexto, la clave de la actual evolución del sistema es la capacidad de Raúl Castro y del liderazgo cubano de rearticular el consenso nacional en esta nueva situación, facilitando la transición a un liderazgo aún más colectivo. Los modelos de sucesión chino y vietnamita pueden resultar efectivos, pero presuponen una política económica más pragmática y efectiva en promover la prosperidad y el bienestar de todos los sectores, eliminando hasta los niveles aceptables el negativo fenómeno de la corrupción. La existencia de un pueblo instruido, con amplio acceso a la cultura, un logro del proyecto revolucionario, facilitará una solución satisfactoria a este dilema.
La coyuntura internacional favorece una estrategia como la señalada. Ante todo, la inserción de Cuba en la economía mundial es mucho más alentadora que en décadas precedentes. La relaciones con China y Venezuela, la posibilidad de exportar productos no tradicionales y servicios, han sido factores que han propiciado el sustancial crecimiento del PIB en los últimos años. Ésta es una premisa significativa para lograr el progreso material de todos los sectores del país. Pero también es un acicate.
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La evolución política inmediata de Cuba en los próximos tres o cuatro años estará caracterizada por la continuidad con adaptaciones inevitables propiciadas por un liderazgo político, probablemente, más pragmático, que tendrá como objetivo primordial garantizar el traspaso del poder, del “liderazgo histórico” que fundó la nueva nación a una nueva generación, distinta. Este objetivo se cumpliría, no sólo en interés del pueblo cubano y su liderazgo, sino también del grueso de los actores internacionales, incluido el gobierno de Estados Unidos, a pesar de su política. Cuestión central en este proceso es garantizar la estabilidad y la prosperidad del país, y ampliar los espacios de participación en un sistema que será esencialmente igual. A tono con sus tradiciones e historia, el liderazgo cubano avanzará por el camino menos recorrido, rompiendo esquemas. De ahí que juzgarlo con otro prisma sería un grave error.
[1] Fragmentos de la conferencia pronunciada en FRIDE, Madrid, el 29 de noviembre de 2007.
[2] Estos mercados se establecieron por primera vez en la década de 1980 siendo suprimidos en 1986 cuando Fidel Castro lanzó su campaña de Rectificación de errores y tendencias negativas.
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