El anglosajonismo de José Martí

Rafael E. Tamargo

Enviar Imprimir


Desde la muerte de José Martí, el 19 de mayo de 1895, se le ha considerado un promotor de la solidaridad hispanoamericana, y desde el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, se le ha tenido por un precursor del antimperialismo que encarnan, a inicios del siglo XXI, el Dr. Fidel Castro Ruz, en Cuba, y el coronel Hugo Chávez, en Venezuela. En parte, la reputación de José Martí como campeón de una América Latina antagonista de Estados Unidos, la otra América, se debe a su artículo “Nuestra América”, publicado el 30 de enero de 1891 en el periódico mexicano El Partido Liberal[1].

Un pueblo viril

Una lectura cuidadosa de “Nuestra América” no justifica la imagen de José Martí como antagonista de Estados Unidos, y revela más antihispanismo que antiamericanismo, a pesar del interés martiano por la América de habla española. El llamado de José Martí a los latinoamericanos en “Nuestra América” no es un rechazo a Estados Unidos y su civilización populista y liberal, sino un llamado a modernizarse y democratizarse; hasta cierto punto, un llamado a americanizarse. En “Nuestra América”, Martí llama a España “colonizador despótico y avieso”[2], y a los latinoamericanos que imitan a los europeos los califica como “¡Estos nacidos en América que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan... de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades!”[3].Mientras, califica al pueblo norteamericano como “un pueblo viril”, “hecho de si propio con la escopeta y con la ley”[4].

En un discurso pronunciado el 19 de diciembre de 1889 en la Sociedad Hispanoamericana de Nueva York, al que asistieron los delegados a la Conferencia Internacional Americana convocada ese año por el gobierno norteamericano, Martí expresó su admiración por los orígenes anglosajones de Estados Unidos, y los comparó favorablemente con los orígenes ibéricos de Latinoamérica. En ese discurso alabó tanto a los conquistadores ingleses de Nueva Inglaterra, que abandonaron Europa para poder profesar libremente su religión puritana, como a los conquistadores ingleses de Virginia, quienes replicaron en tierras americanas su mundo inglés de señores y siervos[5]. En ese discurso, habla de los ingleses —etnia a la que llama “raza”— como de un pueblo con un amor congénito por la libertad personal. Aquí Martí se expresa como los “anglosajonistas”, norteamericanos descendientes de ingleses, holandeses y otras nacionalidades germánicas que, en el último cuarto del siglo XIX, justificaban el control de la vida pública norteamericana por miembros de su etnia, basándose en la supuesta superioridad política de la “raza anglosajona”, en relación con otras “razas”: la celta, de los irlandeses; la latina, de italianos y españoles, y otros grupos inmigrantes[6].

Crónicas norteamericanas

Desde su llegada a Estados Unidos, en 1880, y hasta 1889, José Martí publicó numerosas cartas en periódicos latinoamericanos como La Nación, de Buenos Aires, y en revistas como La América. En ellas, relataba eventos y describía personalidades de Estados Unidos. Su descripción de los inmigrantes que llegaban al país recuerda poderosamente al discurso de los anglosajonistas. Por ejemplo, en un artículo sobre inmigración publicado en La América en septiembre de 1883 alaba la llegada a Estados Unidos de alemanes “laboriosos, sesudos, con hábitos sobrios y educación moderada”[7]; mientras que en el artículo “Inmigración italiana”, publicado en octubre de ese año en la misma revista, lamenta la llegada de italianos “que tienen de árabe y de bohemio y parecen salir del seno de la naturaleza, porque se encienden súbitamente al amor o a la cólera como un montón de paja”[8]. En ese artículo, Martí comenta que los italianos “dados de naturaleza a lo irreal y maravilloso prefieren los ejercicios ambulantes y de ruin producto que les aseguran el ejercicio de si a otros mayores que les rendirían beneficios mejores que acaso no ansían”, y estima que es peligroso para un pueblo que nace, como el norteamericano, el espectáculo y el contacto con una agrupación de hombres inactivos sin aspiración[9]. Meses más tarde, en febrero de 1884, fue publicado en La América el artículo “De la inmigración inculta y sus peligros”, donde dice de los irlandeses que vivían en las hendijas y las grietas de las ciudades y no tenían la pujanza ni el valor de la creación. Sin embargo, en el mismo texto, alaba a los suecos por ser “forzudos y útiles agricultores”, y a los noruegos, porque eran “sobrios, inteligentes y trabajadores”[10].

Leyendo estos artículos de José Martí sobre los que emigraban a Estados Unidos, cabe preguntarse si los escribía después de observar a estos grupos humanos, si su opinión se derivaba de la observación personal, o si, simplemente, traducía artículos de la prensa norteamericana, controlada en esa época por los autodenominados anglosajones protestantes blancos (WASP) y que, por lo tanto, no reflejan sus prejuicios personales. En cualquier caso, es un hecho que en sus “Escenas norteamericanas”, José Martí, a pesar de sus muchas críticas a Estados Unidos, alaba siempre a los anglosajones. Su carta a La Nación, del 28 de abril de 1884, concluye que el sustrato yanqui (americanos descendientes de ingleses llegados a América antes de 1776) se imponía por su sabiduría, aunque estaba siendo ahogado por una avalancha de nuevos americanos, producto reciente de la emigración que “se estaba vaciando a arcadas de Europa, repleta y turbada de odios”. En esta carta alaba a los inmigrantes que se van a los campos, pero condena a los que se quedan amontonados en las ciudades y “engendran esos neoyorquinos viciosos, amarillos y enfermizos”, entre los cuales señala a los irlandeses y a los italianos[11].

También en su carta a La Nación, del 6 de noviembre de 1884, sus alabanzas a los yanquis y otros grupos de ascendencia germánica contrastan con sus comentarios sobre los irlandeses y los italianos. De los irlandeses dice:

Los de Irlanda no gustan de ir al campo, donde la riqueza es más fácil y pura y el carácter se fortifica y ennoblece; sino de quedarse en la ciudad, en cuartos infectos o en chozas de madera vieja encaramadas en la cumbre de las rocas, empleados en servicios ruines o aspirando, cuando tienen más meollo, a que el pariente avecindado les saque un puesto de policía si son mozos esbeltos, o de conserje o cosa tal[12].

Su condena a los italianos no es menos elocuente:

Y los de Italia tampoco van al campo, ya por ser gente apegada a lo suyo, que gusta de vivir entre las comadres vestidas de colores y los que hablan, riñen y matan a su guisa, ya por no ser personas de grandes deseos ni aspirar a más que a llegar a unas centenas de pesos, que estiman como monumentos de oro[13].

En la misma carta, alaba a los alemanes, de quienes dice:

Toda esta gente de Alemania es de buen ver; su ropa, buena; su aspecto, honrado; su alegría, reflexiva y bonachona; su lealtad, tenaz; su juicio, lento y propio... Los alemanes han despoblado selvas y fundado estados y abierto vías férreas del Atlántico al Pacífico[14].

Tan grande era su admiración por otros pueblos del norte de Europa como la que profesaba a los fundadores ingleses de Estados Unidos. Dispuesto a dar por cierto todo lo grande y bello de ellos, en su carta del 22 de agosto de 1888 a La Nación dice:

Y no cabe narración más fidedigna que la de aquellos viajes que a costa de la vida hizo por donde está ahora Cabo Cod el caballero de la virtud que se llamó Leif Ericson y que salió huyendo de príncipes tiranos, allí como en todas partes ayudados por la clerecía, para fundar en costas más felices el imperio donde el gozo del pensamiento libre fuera la recompensa del valor cristiano[15].

Sin embargo, consideraba un peligro para Estados Unidos que en la mayor parte de los estados del Noroeste se hablara el alemán, e incluso se enseñara en las escuelas, y concluía la carta anotando que no entraban en el alma del país los estados nuevos “sin pagar el influjo con lo que se ha de dar en pago, que es el interés del hijo por el pueblo de quien se recibe la vida”, y concluía que nadie tiene derecho a vivir en un país para perturbarlo[16].

Incluso, en su carta del 12 de junio de 1885 a La Nación, exclama: “¿Qué espíritu perdurará en la civilización norteamericana: el puritano, la afirmación más sesuda y trascendental del derecho humano, o el cartaginés de conquista?”. En esa misma carta alaba “aquella raza de hombres que huyó con la libertad sobre los mares y vino a ponerla en una tierra inmaculada que mereciese recibirla”. Para concluir con este asombroso párrafo: “No hay pecado latino que acá no haya y con creces; pero hay en cambio virtudes y sistemas que no tenemos nosotros, ¡nacidos, ¡ay!, de padres que no fueron puritanos!”[17].

Entre 1889 y 1890, Martí escribió para periódicos latinoamericanos varios artículos sobre la Conferencia Internacional Americana convocada por James G. Blaine, secretario de Estado de Estados Unidos. Como delegado de Uruguay, en 1891 Martí también escribió un reporte sobre la Conferencia Monetaria Internacional que tuvo lugar ese año, convocada igualmente por Blaine[18]. La Conferencia Internacional Americana era presentada por sus organizadores estadounidenses como un proyecto que buscaba la concordia y la cooperación entre las repúblicas americanas, y tenía en agenda la unión de aduanas entre las repúblicas hispanoamericanas y Estados Unidos, similar a la Unión Aduanera ( zollverein) concertada entre los estados alemanes autónomos de la Confederación Germánica desde 1815 hasta 1871, cuando se establece el Segundo Imperio Alemán encabezado por Prusia. Por su parte, la Conferencia Monetaria Internacional proponía estudiar, entre otras cosas, la adopción de una moneda común de plata que fuera de uso forzoso en las transacciones comerciales recíprocas entre todas las repúblicas americanas. Martí asistió a ambas conferencias y quedó desencantado con la política norteamericana hacia Hispanoamérica[19]. A pesar de ello, en una velada en la Sociedad Hispanoamericana de Nueva York, a la que asistieron los delegados, Martí pronunció un discurso sobre las Américas alabando los orígenes anglosajones de las colonias inglesas que fueron el germen de Estados Unidos de América. Y lamentó los orígenes ibéricos de los reinos de Indias que dieron origen a las repúblicas hispanoamericanas. Alegaba que del arado nació la América del Norte, y del perro de presa, la América española. Y que, mientras en la América del Norte los cuáqueros —fundadores ingleses de Pennsylvania— construían escuelas con los árboles que talaban; en Hispanoamérica, los hijos de los españoles aprendían a leer en carteles de toros y en décimas de salteadores. Mientras los españoles habían clavado el estandarte de la Inquisición en el pecho del último indio valeroso, “de lo más vehemente de la libertad nació en días apostólicos la América del Norte”[20].

Merecer, solicitar y obtener su simpatía

Es muy conocida la carta que José Martí le escribió el 18 de mayo de 1895 a su amigo Manuel Mercado, ministro del presidente de México Porfirio Díaz. En ella leemos:

Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.

En la misma carta, dice:

…el corresponsal del Herald me habla de la actividad anexionista de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta solo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga[21].

Esta carta contrasta con otra anterior, poco conocida, escrita el 2 de mayo de 1895, dos semanas antes, al director del periódico neoyorquino The Herald, y en la cual solicita la ayuda de Estados Unidos para la causa independentista cubana:

Cuba quiere ser libre, para que el hombre realice en ella su fin completo, para que trabaje en ella el mundo y para vender su riqueza escondida en los mercados naturales de América, donde el interés de su amo español le prohíbe comprar... Los Estados Unidos... preferirán contribuir a la solidez de la libertad de Cuba con la amistad sincera a un pueblo independiente que los ama y les abrirá sus licencias todas, a ser cómplices de una oligarquía pretenciosa y nula[22].

Todo lo contrario de lo que le escribiría a Manuel Mercado. Si rastreamos su correspondencia, encontramos que las palabras de José Martí al director del Herald son consecuentes con las que escribió en agosto de 1892 a su amigo Gerardo Castellanos:

No procuramos, por pelear innecesariamente contra el anexionismo imposible, captarnos la antipatía del Norte; sino que tenemos la firme decisión de merecer y solicitar, y obtener su simpatía, sin la cual la independencia sería muy difícil de lograr y muy difícil de mantener[23].

En su carta al director del Herald, Martí invita implícitamente a Estados Unidos a intervenir en Cuba a favor de la causa independentista, y a alinearse contra los cubanos que no rechazaban el Gobierno de la Corona española y buscaban para la Isla el estatus de autonomía bajo ésta. La invitación de José Martí a Estados Unidos a intervenir en Cuba llama la atención, porque en su carta a Mercado califica de anexionistas a los cubanos autonomistas que no rechazaban a la Corona española, y sí la guerra independentista iniciada por Martí en Cuba. En un manifiesto publicado en Cuba poco después del inicio de la guerra, el 24 de febrero de 1895, los autonomistas decían rechazar “una aventura descabellada proferida desde el extranjero por conspiradores que habían vivido muchos años fuera de Cuba”[24].

Martí se había entrevistado con el presidente Porfirio Díaz en julio de 1894 para solicitar su ayuda a la causa de la independencia de Cuba, y sabía que éste temía que una guerra independentista en Cuba provocara la intervención de Estados Unidos y la anexión de la Isla al poderoso vecino del Norte[25]. Esa es la clave para comprender la carta de Martí a Mercado. Con su vituperio de Estados Unidos y sus acusaciones de anexionistas contra los autonomistas cubanos —subrayando que aceptarían a cualquier amo, español o yanqui—, esa carta se dirigía de soslayo al oído de Porfirio Díaz, de quien Manuel Mercado era un fiel ministro, recabando así, tangencialmente, su ayuda para la independencia de Cuba.

A pesar de las prevenciones de Martí hacia el Gobierno de Estados Unidos y sus reservas sobre personajes como Blaine, que despreciaban a nuestra América, es difícil sostener que el ideario de Martí era antiamericano; es decir, que rechazaba la cultura y la organización estadounidenses. Sus palabras sobre Estados Unidos están, con más frecuencia, en el tono de sus cartas a Gerardo Castellanos y al director del Herald, que en el tono de su carta del 18 de mayo de 1895 a Manuel Mercado. La imagen de un Martí antiamericano no resiste una lectura cuidadosa de “Nuestra América”, porque en este ensayo aconseja aprender de los angloamericanos; ni resiste la lectura de sus “Escenas Norteamericanas”, donde, más aun, se expresa como un anglosajonista. Incluso en “La verdad sobre los Estados Unidos”, un artículo publicado el 23 de marzo de 1894 en su periódico Patria, y donde critica duramente a Estados Unidos, Martí habla con admiración de los orígenes ingleses del país, en un párrafo donde se refiere a los norteamericanos como “hijos de la práctica republicana de tres siglos”, en contraste con las repúblicas hispanoamericanas, “donde dejó el mando de España toda la rabia e hipocresía de la teocracia, y la desidia y el recelo de una prolongada servidumbre”[26]. A pesar de la complejidad del pensamiento martiano, que resiste múltiples lecturas, es difícil hallar antiamericanismo en quien llamaba, a la norteamericana, la “antigua y hermosa raza puritana”[27].

[1]Martí, José; “Nuestra América”; en Obras completas; Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, vol. 6, pp. 15-23.

[2]Íd., p. 19.

[3]Íd., p. 16.

[4]Íd., p. 21.

[5]Martí, José; “Discurso pronunciado en la velada artístico-literaria de la Sociedad Literaria Hispanoamericana el 19 de diciembre de 1889, a la que asistieron los delegados a la Conferencia Internacional Americana”; en Obras completas; ed. cit., vol. 6, pp. 135-135.

[6]Anderson, Stuart; Raceand Rapprochement. Anglosaxonism and Anglo-American Relations, 1895-1904; Farleigh Dickinson University Press, Rutherford, 1981, pp. 41-43. Tarragó, Rafael E.; “The Road to Santiago: Cuban Separatism and United States Americanism, and how they Converged in 1898”; en Iberoamericana, 1-3, septiembre, 2001, pp. 74-75. Freeman, Edward A.; An Introduction to American Institutional History; Johns Hopkins University, Baltimore, 1982, p. 5. Adams, Herbert B.; The Germanic Origin of New England Towns; Johns Hopkins University, Baltimore, 1982, pp. 9-11. Hosmer, James K.; A Short History of Anglo-Saxon Freedom; Charles Scribner's Sons, Nueva York, 1890.

[7]Martí, José; “Inmigración”; publicado en La América, septiembre, 1883; en Obras completas; ed. cit., vol. 8, p. 377.

[8]_________; “Inmigración italiana”; publicado en La América, octubre, 1883; en Obras completas; ed. cit., vol. 8, p. 379.

[9]Íd.

[10]_________; “De la inmigración inculta y sus peligros”; publicado en La América, febrero, 1884; en Obras completas; ed. cit., vol. 8, p. 383.

[11]_________; “Carta a La Nación de 28 de abril de 1884”; en Obras completas; ed. cit., vol. 10, p. 55.

[12]_________; “Carta a La Nación de 6 de nov. de 1884”; en Obras completas; ed. cit., vol. 10, p. 111.

[13]Íd.

[14]Íd., p. 114.

[15]Martí, José; “Carta a La Nación de 22 de agosto de 1888”; en Obras completas; ed. cit., vol. 12, p. 35.

[16]_________; “Carta a La Nación de 31 de sept. de 1889”; en Obras completas; ed. cit., vol. 12, p. 340.

[17]_________; “Carta a La Nación de 12 de junio de 1885”; en Obras completas; ed. cit., vol. 10, p. 260.

[18]_________; Obras completas; ed. cit., vol. 6, pp. 33-116; 157-167.

[19]Martí, José; Dos congresos. Las razones ocultas (estudios de Ángel Augier y Paul Estrade); Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985. Ballón Aguirre, José; Martí y Blaine; Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2003. Peñate, Florencia; José Martí y la Primera Conferencia Panamericana; Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1977.

[20]Martí, José; “Discurso pronunciado en la velada artístico-literaria”; en Obras completas; ed. cit., vol. 6, p. 134.

[21]_________; “Carta a Manuel Mercado de 18 de mayo de 1895”; en Obras completas; ed. cit., vol. 4, pp. 167-168.

[22]_________; “Carta al New York Herald de 2 de mayo de 1895”; en Obras completas; ed. cit., vol. 4, p.156.

[23]_________; “Carta a Gerardo Castellanos de 4 de agosto de 1892”; en Obras completas; ed. cit., vol. 2, p. 86.

[24]Junta Central del Partido Autonomista; “Al pueblo de Cuba”; en Labra, Rafael María de, y otros (Bizcarrondo, Marta, editora); El problema colonial contemporáneo; Universidad de Oviedo, Oviedo, 1998, pp. 293-294.

[25]Martí, José; “Carta a Porfirio Díaz de 23 de julio de 1894”; en Colección Porfirio Díaz, 19, Biblioteca Francisco X. Clavigero, Universidad Iberoamericana, México. Gardner, Paul; Porfirio Díaz; Pearson Education Limited, Harlow, 2001, pp. 10 y 150-151.

[26]Martí, José; “La verdad sobre los Estados Unidos”; en Obras completas; Editorial Lex, La Habana, 1946, vol. 1 p. 2038.

[27]_________; “Carta a La Nación de 28 de abril de 1884”; en Obras completas; Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1991, vol. 10, pp. 55-56.

Página de inicio: 233

Número de páginas: 5 páginas

Descargar PDF [98,69 kB]

En esta sección

Revista Encuentro de la Cultura Cubana, 48/49, primavera/ verano de 2008