Viernes, 30 noviembre 2001 Año II. Edición 247 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Los que van a morir

¿Son muchos de los cubanos enfermos de SIDA las nuevas víctimas del 'internacionalismo proletario'?
por LáZARO ECHEMENDíA  
Enfermos

Suman más de cuatro mil los infectados. Sin embargo, no todos tienen acceso a las nuevas generaciones de fármacos que, de espaldas a las patentes, fabrica el régimen cubano.

Arnoldo es uno de ellos. Se contagió con el sida hace cuatro años y su esperanza, como la de todos, reposaba precisamente en los nuevos medicamentos. Sólo cuatrocientos pacientes fueron seleccionados para comenzar el tratamiento. Arnoldo no se contagió como internacionalista en el extranjero y, por ende, no cuenta entre los elegidos. Tampoco es hijo de dirigente ni goza de influencias en las altas instancias del Gobierno.

"Los costos son altos y, por el momento, sólo podemos garantizarles tratamiento a estos cuatrocientos", fue la excusa que le dieron, "poco a poco se extenderá a otros pacientes".

Desde entonces han pasado seis meses. Arnoldo está enfermo y el mal se extiende a cada rincón de su cuerpo. Por otra parte, los fármacos pululan ya en el mercado negro, pero él no puede pagar los veinte dólares que le costaría cada mes de tratamiento.

Hace poco supo que en una reciente reunión internacional, el régimen acaba de asumir el costo del tratamiento de treinta mil pacientes en África.

¿Altruismo o propaganda? El propio Arnoldo tiene la respuesta: "No me lo explico", asegura, "si mi vecino tiene hambre, yo, para darle un plato de comida tengo primero que asegurarme de que los míos hayan comido".

Y aún va más allá: "Lo que pasa es que antes estaba de moda mandar tropas a sembrar la muerte en África para congraciarse con los rusos. Ahora se las dan de pacifistas y la onda es mandar médicos y medicinas... por más que yo me esté muriendo aquí dentro".

Entonces, ¿qué pasa con Josefina, la joven angoleña que de sus veinticuatro años lleva los últimos once vividos en Cuba?

Era todavía una niña cuando a sus padres se los llevó la guerra. Pero la revolución le extendió la mano. Corrían los 80 cuando fue montada en un avión y, en nombre del internacionalismo proletario, fue llevada a estudiar a La Habana.

En Cuba se formó y en Cuba se consumó su destino. Cuba fue su abismo y su estrella, la patria de su más grande alegría y el marco de su desgracia. En Cuba se graduó de economista y en Cuba se contagió con el sida.

Está condenada y lo peor es que hoy no sabe qué fue de aquella mano solidaria. Le han dicho que no es cubana y que por tanto no clasifica para los nuevos tratamientos. De manera que sólo puede hacer una cosa: pagar. Cinco mil dólares es la cifra que le exigen sus otrora benefactores. Pero Josefina no tiene dinero y lo cierto es que, en breve, tendrá que regresar a su patria.

"¿Qué va a ser de nosotros?", es la pregunta sorda de los miles de marginados por esta patente política de nuevo tipo. "¿Hasta cuándo?", indagan, parafraseando, quizá sin proponérselo, las palabras del propio Fidel Castro: "los que van a morir no pueden esperar".


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