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Exilio, Miami, Lengua

La ciudad de las mil lenguas

Cuenta la historia que los hombres quisieron construir un edificio enorme para tocar el Cielo, La Torre de Babel

Hace muchos años un amigo me dijo que Nueva York era la ciudad de las mil lenguas. Comentaba que bastaba caminar —es un decir, te empujan hacia adelante— por sus grandes avenidas para oír idiomas de los cinco continentes. Si bien la anécdota es un poco exagerada, quien visite la Gran Manzana —popularizada así por el escritor deportivo John J. Fitz Gerald para indicar lo máximo- puede confundirse en esa Babel moderna.

Cuenta la historia que los hombres quisieron construir un edificio enorme para tocar el Cielo, La Torre de Babel. En aquella empresa, como en tantos retos a la Divinidad, los seres humanos emularon ser como dioses. Por castigo, Dios trastocó las lenguas, y al no entenderse entre ellos, abandonaron la construcción.

Quien no está en camino a confundirse, por lo menos de lenguas, es Miami. Cada día se habla más español y menos inglés; al punto de que cierto cartel en Hialeah, medio en broma, medio en serio, indica:

AQUÍ TAMBIÉN HABLAMOS INGLÉS.

El español de la Ciudad Mágica tiene un componente babelónico o babilónico —Babel, palabra derivada del hebreo antiguo. Pero el español de Miami sirve para unir, no para separar a los parlantes. Así los cubanos, mayoría, han introducido cubanismos o “cubaneos” que hasta los mismos gringos utilizan, al cambiar el What’s up? por el Que bolá? Los norteños menos enterados se comen la tilde y no se sabe si hablan de una bola cualquiera. Los venezolanos están pegando su “chamo” y los centroamericanos el “¡ay que alegre, oye!”. De esa manera se va construyendo un “idioma miamense” que no se parece a nada en Latinoamérica.

Mención aparte los cientos de giros gramaticales, fonéticos y sintácticos del castellano que mal se “habla” en la Isla; resuenan en la memoria como esos nortes fríos y salitrosos, habituales en épocas de frío —¡Cuba, un eterno… invierno económico! Al ir al pasado, se recuerda que la Involución fue la primera —y no será la última— en cambiar significados y significantes en función de confundir ideas, sentimientos y programar las conductas de los súbditos.

Mucho se ha escrito sobre el tema. Pero vale la pena recordar que en Cuba no hay desempleados sino disponibles, jineteras por prostitutas, cuentapropistas por trabajadores privados, deambulantes crónicos por vagabundos, enfermedad diarreica aguda por cólera y otras nuevas acepciones a viejos conceptos y duras realidades. Sabemos que traman: cambiar el significado tradicional de la palabra para cambiar la imagen mental que de ella tiene el receptor, el peatón cubano, el disponible de esquina.

En el socialismo tropical no pueden existir el desempleo, la prostitución, la empresa privada, el vagabundo, el desempleado, y menos una enfermedad casi extinguida en la Isla antes de 1959. El dilema surge cuando ese hablante de la neolengua castrista —cualquier parecido con la novela de Orwell no es pura coincidencia— emigra a la ciudad de Miami, la cual lo acoge con su multiplicidad de culturas hispánicas… y no se le entiende. Todavía se molesta pues cree hablar español. ¡Castellano, pero qué malo habla usted!

Un breve cuento a modo de ejemplo. La prima de un familiar vino a Miami la primera vez con la intención de conocer la parte “gusana” de su familia —“gusanos” por opositores, una más—. Eran orugas de seda y oro que mantenían a flote a los de la Isla. La primera pregunta de la chica fue si esa parte de su sangre la recibiría con agrado; ellos habían quedado en la Isla, defendiendo la Involución, y de este lado uno de sus tíos había sido “mercenario”. Al oír la palabra mercenario tuve un “flashback”: al llegar a Estados Unidos no tenía otro vocablo para nombrar los invasores de Bahía de Cochinos. Como mismo, tal vez tampoco tendría otra palabra para los “bandidos” del Escambray, o las “escorias” del Mariel.

Ese día tuve una lección idiomática-ideológica inolvidable. Además de toda la destrucción material y espiritual de un pueblo, el daño al lenguaje cotidiano, a la comunicación humana simple, realista, ha sido monstruosa. Ese día rectifiqué a la muchacha según la RAE, y por qué los cientos de jóvenes cubanos que fueron en la invasión no pelearon por dinero ni a nombre de una potencia extranjera, o sea, no eran mercenarios. Que se hayan armado y entrenado en otro país no basta para un calificativo tan humillante.

Ella regresó a Cuba. No sé si allí ella podría cambiar de mercenario a invasor. Lo que sí puedo intuir es que hablamos como somos –el marxismo clásico diría que el lenguaje es el envoltorio material del pensamiento. Hasta la palabra compañero, bella acepción del castellano, hoy para muchos “fugados” de la Hacienda es sinónimo de mentira… y mercenarismo en los cuatro puntos cardinales.

Podríamos pensar que junto a los historiadores y periodistas orgánicos del totalitarismo insular, los dedicados al idioma y su enseñanza han hecho un esmerado trabajo por su crueldad y eficacia al confundir a varias generaciones. Ellos sí que han construido una Babel lingüística donde todo es confuso, y se les cae encima, como las ciudades cubanas ruinosas por el peso de las falsedades y las malas intenciones.

Quizás no han visto el detalle. El bumerang regresa. Si el pasado fue tan deleznable y el presente, tan emético en la “madriguera mafiosa de Miami” ¿Por qué la gente va hacia allá, la corrupta ciudad del norte, a donde han escapado en un año la tercera parte de un millón de ciudadanos, la mayoría jóvenes y niños? ¿Por qué quienes emigran al poco tiempo hablan diferente, bajito, con muchas frases “bonitas’? ¿Por qué dicen señor y señora, dan gracias a Dios y bendiciones todo el tiempo?

Uno de los primeros “training” a los compatriotas que recién emigran puede ser enseñarles quienes fuimos, quienes somos a través del lenguaje. Rescatar el verdadero significado, y por lo tanto, la función real de cada palabra. En la ciudad de las mil lenguas castellanas, hoy parecen un chiste de mal gusto aquellas estrofas del llamado Poeta Nacional, aprendidas de memoria para los matutinos escolares donde jurábamos lealtad al comunismo y ser como un extranjero nada heroico:

“Tengo el gusto de ir… /a un banco y hablar con el administrador/no en inglés/no en señor/sino decirle compañero como se dice en español”.

© cubaencuentro

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