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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Literatura judía, Behar, Literatura

Una vida entera en los aviones

Publicada la traducción al español de Un cierto aire sefardí, de Ruth Behar, una escritora que se define como una etnógrafa especializada en la nostalgia

Desde sus primeros libros, Ruth Behar ocupa un sitio singular entre los escritores cubano-americanos. Resulta difícil desconocer sus raíces cubanas, pues ella no se cansa de reivindicarlas. Pero de igual modo, reconoce con orgullo su ascendencia judía, que, a su vez, participa de una doble genealogía. Su madre era hija de polacos y su padre hijo de turcos. Su familia materna era askenazí, mientras que la paterna proviene de antepasados sefardíes.

Behar fue a la universidad con intención de convertirse en poeta y autora de relatos de ficción. Pero en el último año cambió de parecer y decidió que lo suyo era la antropología. En la universidad le enseñaron que el trabajo de un antropólogo exige objetividad total, dedicarse a recopilar información y nada más. Pero una vez que se graduó, ella se propuso remodelar esa rama de la ciencia para que no le matara su alma. Esa decisión la ha materializado en libros tan poco convencionales como Cuéntame algo, aunque sea una mentira: Las historias de la comadre Esperanza, Translated Woman: Crossing the Border with Esperanza’s Story y Travelling Heavy: A Memoir in Between Journeys.

Este último, al igual que otros títulos suyos (Una isla llamada hogar, Mi buena mala suerte, Cartas de Cuba, El nuevo hogar de Tía Fortuna), cuenta ya con una versión al castellano: Un cierto aire sefardí. Recuerdos de mis andares por el mundo (Editorial Verbum, Madrid, 2020, 260 páginas, traducción de César Mora). Se trata de un libro que reúne vivencias autobiográficas, testimonios de la vida cotidiana en comunidades rurales de España y México, impresiones de viajes, fotos. Esos materiales han sido armados en un mosaico por una escritora que se define como una etnógrafa especializada en la nostalgia.

Como todo libro de viajes, el de Behar se inicia con la preparación del equipaje. Al hacerlo, se cerciora de no olvidar ponerse en la muñeca el brazalete turco contra el mal de ojo. En su monedero guarda también un collar hecho a mano para protegerse de las enfermedades y de una muerte súbita. Se lo dieron en Cuba, durante una sesión de santería. Como ella anota, “con estos dos talismanes, uno que evoca mi herencia judía, el otro la cubana, me siento protegida para iniciar el viaje”.

Un cierto aire sefardí está dividido en tres bloques: Familia, La amabilidad de los extraños y Las despedidas cubanas. El primero recoge los textos más memorialísticos propiamente dichos, aunque en los otros dos bloques hay páginas que también lo son. Un aspecto que admira es la honestidad con que Behar cuenta lo que significó para ella crecer y hacerse adulta en un entorno familiar como el suyo. Durante sus años de adolescencia, su padre se comportó como un hombre severo y autoritario, que no la veía como una aliada sino como “una feminista excesivamente independiente que amenazaba su poder”. Rara vez la elogiaba y, por el contrario, de él solo recibía “críticas y ataques de furia que resonaban como truenos”.

Hacer que sus familiares comprendieran y aceptasen su determinación de estudiar y escribir tampoco le fue fácil. A excepción de Baba, su abuela materna, no encontró ningún apoyo, lo cual, confiesa, la hizo sentirse muy insegura. Hay un texto titulado “El día que lloré en el Starbucks de Lincoln Road”, donde narra la reacción que provocó en uno de sus tíos la publicación de un artículo escrito por ella. Le recriminó que utilizara palabras ofensivas, que herían los sentimientos y manchaban el nombre de algunos de sus parientes. Eso dio lugar a que durante un tiempo Behar se vio excluida de su familia de Miami, para la cual pasó a ser una extraña.

Dedica varias páginas a su hijo Gabriel, quien durante un partido de baloncesto sufrió una caída que frustró para siempre su vocación deportiva. De sus primeros años al llegar a Estados Unidos, Behar recuerda que tuvo que sobrevivir sin poder pronunciar una palabra en inglés. Eso hizo que la enviaran a la clase de los tontos, a donde iban a parar los alumnos que habían suspendido el curso anterior. Hoy lleva cincuenta años hablando inglés perfectamente y sin acento. Y sobre esto comenta: “Agradezco hablar inglés. Si no lo hablase no sería profesora, académica, viajera, escritora. Pero no puedo decir que me haya enamorado de la lengua inglesa”. No olvida que su lengua materna es el español, aquella que hablaba en Cuba cuando era una niña pequeña.

Una mujer a quien horroriza viajar

En los otros dos bloques queda reflejada la pasión por los viajes de una mujer que confiesa que, a la vez, le horroriza viajar. Acerca de este tema, Behar escribe: “Viajo cincuenta mil millas al año. En materia de viajes soy medallista de oro. Me he esforzado por disponer de un asiento junto siempre a otros viajeros privilegiados. Viajo a Europa. Viajo a América Latina. Viajo a California. Viajo a Miami siempre que puedo (…) Perdí a Cuba cuando era niña. A cambio gané una vida entera en el aire, una vida de viajar a otros lugares, una”.

En Despedidas cubanas, las experiencias que ha vivido en los numerosos viajes que desde 1979 ha realizado a su tierra natal. Regresar a ella, expresa, la hizo sentir como si Cuba volviese a pertenecerle. Allí además se preocupó de buscar y ponerse en contacto con la comunidad judía que aún existe, y que ha quedado muy reducida. Cuenta su sorpresa cuando en 1993 halló a una niña llamada Danayda: en la Cuba de los 50 nunca se hubiera visto una niña negra en una sinagoga. Su infancia coincidió con el Período Especial, unos años marcados por el hambre, la escasez y la crisis moral. Como tantas jóvenes, Danayda emigró y tras residir en Israel y España, encontró el amor y hoy vive en la República Dominicana.

A diferencia de buena parte de sus compatriotas del exilio, Behar evita caer en la polarización política que tan usual es entre estos. Eso, sin embargo, no la impide reconocer que cada vez que regresa a su hogar en Michigan, tras pasar algunos días en la Isla, experimenta una alegría inseparable del sentido de alivio por poder salir de allí: “Aunque me sintiera agradecida de poder reivindicar a Cuba como mi patria, sabía bien que por nada del mundo renunciaría a la libertad de movimiento propia de los Estados Unidos”.

En La sensibilidad de los extraños, Behar recoge dos trabajos que se relacionan directamente con su faena antropológica. En “Un fuerte abrazo de estos que no os olvidan”, plasma sus experiencias en Santa María del Monte del Condado, un pueblo al pie de la cordillera cantábrica. Fue su primer destino como antropóloga, y confiesa que convivir con aquellas gentes tan pobres le hizo comprender que había elegido la profesión correcta.

En aquella estancia en España estuvo acompañada por David, con quien poco después contrajo matrimonio. A su vez, ella hizo lo mismo cuando él se trasladó a Mexquitic, un pequeño poblado de México, para recopilar material para su tesis doctoral. En el trato con aquellas mujeres, Behar se descubrió como madre, aunque solo tuvo un hijo y no varios como allí era la norma.

Recuerdos autobiográficos y relatos sobre otras personas, antropología y narración, impresiones de viajes y testimonios fotográficos, son los hilos con los cuales ha sido tejido este tapiz que es Un cierto aire sefardí. Su autora es una mujer que se ha pasado la vida viajando para encontrarse a sí misma y hallar también su sentido de hogar y de pertenencia. Libro escrito con gracia, sabiduría y una sinceridad devastadora, habla también de las tensiones entre las familias multiculturales, el impacto de la religión en la identidad social, las incomodidades culturales y lingüísticas que conlleva emigrar, las relaciones entre padres e hijos, la indagación de la identidad.

© cubaencuentro

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