Cuba, República, Machado, Militares
El día que cambió la faz de la República
Se cumplen nueve décadas de la caída de la dictadura de Gerardo Machado, que dejó una insalvable fractura en nuestra historia y unas consecuencias que llegan hasta hoy
“Por grande, por cuerdo, por vasto que sea el genio de un hombre, jamás
deben confiársele completamente los destinos de un país”.
Benjamín Constant.
Cuando asumió la Presidencia, el 20 de mayo de 1925, tenía la aureola de haber sido general del Ejército Libertador. Tras la guerra, había ocupado varios puestos públicos por breve tiempo y después se convirtió en gerente y luego vicepresidente de la Compañía Cubana de Electricidad, la más grande empresa pública del país. Ganó las elecciones con la aprobación de casi todos los partidos políticos y de la mayoría de los cubanos. El lema de su campaña era “agua, caminos y escuelas”. Asimismo, pidió que se pusiera fin a la Enmienda Platt y se mejorase la sanidad pública.
Al asumir el cargo, Gerardo Machado (Camajuaní, 1871-Miami Beach, 1939) declaró que “su mayor gloria sería no aspirar de ninguna manera a la reelección”. Eso lo reafirmó al año siguiente, al expresar: “Creo que en nuestro país una reelección presidencial es peligrosa y la experiencia obliga a reconocerlo así”. En septiembre de 1925, Jorge Mañach, quien después tanto lo combatió, escribió en el diario El País:
“Hoy, a los seis meses de gobierno, de buen gobierno, ya podemos agradecer sin que se nos tache de alabarderismo. El General Machado ha regenerado el aplauso político, que antes era gesto de adulador de pasillos y de comités, de círculos y de antesalas. Algún recelo empedernido sigue aconsejándose en voz baja que no aventuremos demasiadas ilusiones, que la escoba nueva barre bien, que los padecimientos de la nación se arraigaron hasta hacerse necesaria, para aliviarlos, no un talco superficial, sino una ruda cura de sal y vinagre. Pero al pueblo sano que no sabe de teorías, el pueblo cuya mínima credulidad es la máxima de Santo Tomás, ‘ver y tocar’, le basta para el aplauso con percatarse de lo que ya se ha hecho: la carretera empezada, el bajío volado, el prevaricador en tela de juicio, los códigos en estudio, la inmoralidad reprimida —toda esta renovación que a diario nos salta al ánimo desde las columnas de los periódicos para aguijar, con la esperanza, el agradecimiento silencioso”.
En los primeros años, la gestión de Machado fue exitosa. Dio un poderoso impulso a la economía y aplicó una política arancelaria para estimular la producción nacional. Regeneró la vida pública y luchó por instaurar el orden y los atisbos de progresos. Impulsó un amplio plan de construcciones, cuya realización más destacada fue la Carretera Central, que con sus 1.435 kilómetros unió La Habana y Santiago de Cuba. Eso creó miles de empleos, así como un moderno sistema de comunicación que abrió nuevos mercados agrícolas e industriales.
Se construyeron, asimismo, numerosos acueductos para abastecer de agua a las principales ciudades. Se pavimentaron las calles y se mejoró el alcantarillado. De esos años son también la escalinata de la Universidad de La Habana, el Capitolio, la Avenida de las Misiones, el Parque de la Fraternidad, la ampliación del Malecón. Conviene decir, no obstante, que el precio de todas esas obras fue el endeudamiento del país.
Pero para 1927, Machado había decidido permanecer en el poder, pues estaba convencido de que era imprescindible para la prosperidad de Cuba. De modo jactancioso declaró: “No abandonaré el poder antes de las doce del día del 20 de mayo de 1935. Ni un minuto más, ni un minuto menos”. Sobornó al Congreso, que le extendió el cargo por dos años y después acordó revisar la Constitución de 1901 para que pudiese gobernar seis años más sin necesidad de reelección. Intimidó al Poder Judicial y se aseguró el apoyo del Ejército, al hacer del mismo un centro de privilegios.
Dictadura tan arrogante como sangrienta
La prórroga de poderes fue muy impopular y la mayor parte de los cubanos la desaprobó. Era algo que había ocurrido en casos anteriores. El honrado Tomás Estrada Palma determinó reelegirse y con ello provocó la Guerrita de agosto de 1906. El descontento generalizado que halló su reelección lo hizo dimitir. También Mario García Menocal anunció su propósito de ser reelegido, y para conseguirlo recurrió al fraude. Eso dio lugar a la rebelión conocida con el nombre de “La Chambelona”, debido a una tonada que identificaba al Partido Liberal, que impugnaba el resultado de las elecciones.
Como escribió entonces Mañach, “a la primera señal de inconformidad, Machado enseñó la garra” (debe aludir a la frase “asno con garras”, con la cual el poeta Rubén Martínez Villena calificó a Machado). Este se reeligió en medio de una fuerte recesión económica a nivel mundial, que naturalmente afectó a Cuba. Eso contribuyó a que aumentara el gran descontento del pueblo y también a gestarse una creciente oposición política. La respuesta del ya déspota gobernante fue reprimir, golpear, torturar y asesinar a todos los que se resistiesen o desobedecieran sus mandatos. Su nuevo período en el poder se transformó así en una dictadura tan arrogante como sangrienta, que hizo que la vida de los cubanos fuese una mezcla de dolor, abusos, humillaciones e infamias.
La tiranía machadista pronto se caracterizó por sus métodos represivos contra los movimientos estudiantiles y obreros, así como contra la vigorosa y combativa intelectualidad y el feminismo. Las manifestaciones de protestas eran disueltas con plan de machete y con el ametrallamiento. Los líderes sindicales y los comunistas pasaron a ser los principales enemigos de Machado. El Partido Comunista, fundado en 1925 por Carlos Baliño y Julio Antonio Mella, fue ilegalizado y se clausuraron la Universidad Popular José Martí y los gremios sindicales.
Las torturas y los asesinatos se convirtieron en algo cotidiano. Apenas llevaba Machado unas semanas como presidente, cuando unos policías vestidos de civiles asesinaron a Thomas Graham Sola, obrero ferroviario, negro y comunista de origen norteamericano. Otro crimen notorio fue el del periodista Armando André, quien sacó a la luz un escandaloso negocio del dictador y se atrevió a burlarse de él en su periódico El Día. Eso también ocurrió en 1925.
Machado envió sicarios a la capital mexicana para que asesinaran a Mella en 1929. También dio la orden de reprimir la manifestación de estudiantes del 30 de septiembre de 1930, en la cual fue ultimado Rafael Trejo. El líder obrero Alfredo López desapareció el 20 de julio de 1926. Fue arrojado al mar con una barra de plomo estrangulándole el cuello. Y para no extenderme más, me limitaré a mencionar los asesinatos de los hermanos Valdés Daussá y de los trabajadores canarios falsamente acusados.
Para 1933, el repudio popular era virulento. Eso coincidió con que la economía se había desplomado. Las relaciones comerciales con Estados Unidos habían decaído, a medida que ese país se fue hundiendo en la crisis provocada por el crack bancario de 1929. El sector que más se vio afectado fue la industria azucarera, cuya participación en el mercado norteamericano se redujo del 51,9 por ciento al 25,4 en 1933. Como consecuencia de ello, más de 240 mil obreros que eran cabezas de familia perdieron su empleo.
Los estudiantes, uno de los pilares de la protesta
A partir de 1930, las protestas, huelgas y manifestaciones populares aumentaron considerablemente. Esos primeros movimientos de descontento surgieron en zonas que normalmente no se hallan vinculadas a la política. Uno de los principales pilares de la protesta y la lucha contra la dictadura fueron los estudiantes. Lo hicieron a través de la Federación Estudiantil Universitaria, creada por Mella en 1922 como una forma de expresión política autónoma.
Las primeras manifestaciones de la rebeldía estudiantil en el ámbito universitario tuvieron un carácter puramente docente. Pero luego se fueron radicalizando hasta culminar con la vinculación de miles de estudiantes a las luchas por derrocar a Machado. Por su parte, la mayoría de los grupos de la oposición se implicaron en el terrorismo urbano, y se valieron del empleo de explosivos y del asesinato político.
La caída del machadato tuvo su inicio en un pequeño litigio laboral. El 23 de julio de 1933, los choferes de los autobuses de La Habana comenzaron una huelga como protesta por el aumento de los impuestos municipales. La misma estaba auspiciada por la Central Nacional Obrera de Cuba. A la huelga pronto se sumaron los taxistas y los operadores de tranvías, con lo cual el transporte de la capital quedó paralizado. Para el 1 de agosto, al reclamo se habían sumado otros sectores: barberos, estibadores, periodistas, trabajadores ferroviarios, linotipistas. Los medios de comunicación dejaron de funcionar. El país vivió la huelga más decisiva del sindicalismo nacional.
Esa fue la mecha que terminó por desencadenar lo que terminó por llamarse la Revolución del 33. Ante esa situación, el tirano se reunió con los líderes comunistas, a quienes consideraba los organizadores del paro. Les ofreció reconocimiento legal y una suma de dinero. La propuesta fue aceptada por quienes hasta entonces habían sido enemigos del dictador. Sin embargo, ese pacto no logró detener la ola popular, que a esas alturas era imparable.
El 1 de agosto, el ejército reprimió con feroz brutalidad una manifestación de protesta en Santa Clara y ocupó militarmente la ciudad. El 6 de ese mes se difundió en la capital la noticia de que Machado había renunciado. El pueblo salió a las calles a festejarlo y fue refrenado a tiros por la policía. El balance fue de 22 muertos y más de 70 heridos. De modo paralelo, entre los militares empezó a incubarse una conspiración. La encabezaba el sargento Pablo Rodríguez, quien de manera gradual fue desplazado por otro sargento. Su nombre: Fulgencio Batista.
Al gobierno de Estados Unidos no le interesaba tener una Cuba envuelta en revueltas, huelgas y manifestaciones. A diferencia de su predecesor, James Sommerville, el embajador enviado por Franklin Delano Roosevelt como parte de su política del New Deal, no se sometió a Machado. Este cambio dio lugar a que este empezara a criticar a los yanquis. Eso agradó al Partido Comunista, que pasó a ver con buenos ojos la inesperada postura antimperialista del dictador. Y a sus dirigentes no les importó establecer con él una unión contra natura.
El régimen machadista se desplomó verticalmente
Estados Unidos dejó de apoyar a Machado. Roosevelt además envió a Cuba a Summer Welles, un diplomático influyente y amigo suyo, para que buscase un arreglo pacífico. Pero las soluciones pragmáticas eran imposibles en un país inmerso en una encarnizada contienda política. De todos modos, Welles trató de interceder y Machado se vio obligado a participar en la Mediación. Aceptó liberar a los presos políticos y restablecer las garantías, pero se negó de plano a abandonar el poder. El 7 de agosto declaró por radio a toda la nación: “Quiero decir que desde este momento la labor mediacionista del Embajador de los Estados Unidos ha terminado, porque yo no puedo tolerar, ni la dignidad cubana lo consiente, que el representante extranjero intervenga en nuestras cuestiones internas”.
Fuera de la órbita de Welles quedaron los trabajadores, dirigidos por Martínez Villena y la Confederación Nacional Obrera de Cuba, y los militares, que hasta ese momento habían actuado con cierta autonomía. Tampoco aceptaron la Mediación los estudiantes y los comunistas, pues la consideraban una injerencia en los asuntos internos del país.
El 12 de agosto, Welles, con el apoyo del Estado Mayor del Ejército, presentó al dictador un plan para su renuncia. Este aún se mantenía desafiante y fue a Columbia para apelar a una rebelión militar a su favor. Mas se encontró con que la oficialidad rehusó secundarlo. La Marina de Guerra y la Aviación siguieron ese ejemplo. Al verse sin el apoyo que antes había tenido, Machado se dirigió a su finca “La Nenita”, de la cual salió en su Lincoln blindado hacia un aeropuerto cercano. Solo seis personas pudieron abordar el avión, que voló rumbo a Nassau y de ahí a Miami.
En menos de veinticuatro horas, el régimen machadista se desplomó verticalmente y la faz de la República había cambiado. Como escribió Jorge Quintana al referirse al 12 de agosto de 1933, “una nueva fecha habíase incorporado a nuestra historia. Desde entonces los cubanos la reverenciamos. Fue la fecha que marcó el desplome de un gobierno que se empeñó a destruir las instituciones democráticas de la República, en hacer trizas el legado que nos dejaron los gloriosos mambises del 68 y del 95”.
Tras la huida del dictador, siguieron varios días de saqueos y persecuciones. El pueblo comenzó linchar a conocidos machadista, y sus casas no escaparon a la cólera de las masas. Desde balcones y ventanas se lanzaban sus pertenencias a las calles para allí quemarlas. Se perdieron bibliotecas muy importantes y fastuosas residencias quedaron arruinadas. Tampoco consiguieron escapar de aquella innecesaria destrucción empresas propiedad de machadistas, como la Compañía Avícola Cubana, el cine Prado, el diario Heraldo de Cuba y los almacenes Mestre, Machado y Cía. Las turbas estaban más interesadas en destruir que en robar. Como los saqueos no satisfacían el ansia de venganza del pueblo, a ellos siguió la cacería de policías y porristas.
De sargento a coronel de la noche a la mañana
En medio de ese caos, Batista pasó de la noche a la mañana de sargento a coronel y se convirtió en jefe del nuevo Estado Mayor. No resulta posible explicarse ese vertiginoso ascenso de un hombre que no había pasado por una academia militar y que ni siquiera había tomado parte en una batalla. El 4 de septiembre de 1933 encabezó un hecho que marcó la culminación negativa de aquel movimiento de rectificación nacional. Una sublevación militar sustituyó a Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, que fue nombrado Presidente, e impuso en su lugar a cinco miembros, la llamada Pentarquía. Años después y a partir de la Constitución de 1940 que él contribuyó a que se aprobara, Batista ganó unas elecciones libres y democráticas y asumió la presidencia del país. Después, él mismo se encargó de interrumpir el orden constitucionalista, al ponerse al frente del golpe militar del 10 de marzo de 1952.
Tendría que referirme a cómo la reacción y la oligarquía abortaron el proyecto revolucionario de 1933 e impidieron que pudiese cumplir sus objetivos finales. Pero eso ocuparía mucho espacio, así que prefiero dedicar las últimas líneas a hablar de la insalvable fractura en nuestra historia que dejó la caída de Machado y de unas consecuencias que llegan hasta hoy. Voy a citar nuevamente a Mañach, quien en diciembre de 1933 publicó en el periódico El País una serie de tres trabajos sobre el tema del militarismo en Cuba. La inicia con estas palabras:
“Durante los últimos años, el Ejército ha representado un papel demasiado visible en la vida pública cubana. Fue, en el Machadato, el gran coro de la voz despótica, y cuando al fin se retiró el tenor siniestro, se adelantó el coro militar hacia el proscenio, destacó sus partiquinos y se hizo todo él un número estelar. Hoy no puede negarse que el Ejército tiene la máxima visibilidad. La nación es una sinfonía en caqui”.
¿Aprendieron los cubanos la lección? Al parecer no, de acuerdo a lo que afirma John Márquez: “En general, de los 16 cubanos que ocuparon la presidencia entre 1902 y 1952, nueve de ellos eran militares. Y de los 50 años comprendidos entre 1902 y 1952, solo 12 años la presidencia fue ocupada por civiles electos: Alfredo Zayas, Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, por cuatro años cada uno. Luego, como colofón del militarismo, de los 83 años que separan 1933 de 2016, en 64 de ellos la presidencia fue ocupada por tres militares: el general Batista, el Comandante en Jefe Fidel Castro y el general Raúl Castro”.
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