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Literatura, Stalin

Loar a dictadores y genocidas (I)

Cuesta comprender las razones por las cuales autores como Nicolás Guillén, Alberto Hidalgo y Pablo Neruda dedicaron textos enaltecedores a Stalin, un hombre que dejó un legado de aniquilación y terror

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“Ya no tocan trompetas por él,/ y en Siberia ya hiberna hasta el oso,/ pues después se detuvo el sollozo/ y más tarde cayó el muro cruel./ Todavía le queda algún fiel/ que no pudo aceptar su caída,/ solo queda su estatua derruida/ y el lamento en una triste oda…/ ¡Yo levanto mi voz de rapsoda/ contra todo opresor homicida!”.

Estos versos los he tomado de la “Oda en repudio a Stalin”, que el escritor argentino Rubén Rada dio a conocer en 2018. Como bien expresa en ellos, hoy casi nadie entona loas a quien en vida fue enaltecido como ejemplo de “esa unión de la fuerza, y determinación incorruptibilidad, organización, humildad, indignación y sensibilidad que caracterizan a un comunista”. Pero que tras su muerte, pasó a ser reconocido como lo que realmente fue: uno de los dictadores más sanguinarios y brutales de la historia. Un hombre que, tras la muerte de Lenin, convirtió el Partido Comunista en sus dominios personales.

La verdad sobre la ola de crímenes, hecha de purgas y deportaciones, empezó a ser revelada en el “informe secreto” leído por Nikita Jrushov, su sucesor, en febrero de 1956 en el XX Congreso del PCUS. Por primera vez se atacaba públicamente la figura del dictador, lo cual significó en su momento un giro de 180 grados para la historia de la Unión Soviética y del siglo XX.

La Unión Soviética inició entonces un largo y tortuoso camino para sacudirse el engorroso y vergonzoso legado de su líder. Al referirse al mismo, en un editorial del diario francés Le Monde del 7 de marzo de 1953, se expresaba: “El estalinismo se reduce a esto: es una revolución sin romanticismo, conducida con una voluntad implacable, sin concesiones al sentimentalismo ni a la piedad, con el objetivo de imponer la felicidad a la humanidad”.

Hoy, como expresa Rada, ya nadie se atreve a hacer sonar las trompetas por Stalin. Es cierto que quedan intelectuales de la izquierda postmarxista que no se han despojado aún de su idiotez, pero se cuidan muy bien de no hacerla pública. Pero cuando el déspota del Kremlin estaba vivo, ¡cuántos autores de renombre le dedicaron loas y cantaron sus grandes méritos políticos y sus inmensas cualidades humanas! Valdría la pena recoger sus textos en una antología para que las nuevas generaciones tuviesen una idea de la ceguera o de la infamia, según se mire, de esas figuras.

Por cierto y antes de referirme a ese tema, vale la pena recordar un aspecto de la personalidad de Stalin hoy olvidado. Como ha comentado el escritor vallisoletano Eduardo Voga, “antes de hacerse un virtuoso de la matanza, Stalin escribió seis poemas en alabanza del paisaje, la historia y la literatura georgianas”. Fue una breve faceta de su niñez y adolescencia, para la cual adoptó el seudónimo de Soselo, apelativo de cariño con el que su familia lo llamaba. Aunque se conservan pocos de aquellos escarceos como autor, algunos de ellos vieron la luz en prestigiosas revistas literarias de su país natal.

A quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún

Empiezo esta ojeada a quienes dedicaron poemas a Stalin, aunque aclaro que me limitaré a los de habla hispana. Lo haré con un texto que no sé si los cubanos de las nuevas generaciones conocen. Al mismo pertenecen estos versos: “Stalin, Capitán,/ a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún/ A tu lado, cantando, los hombres libres van:/ el chino, que respira con pulmón de volcán,/ el negro, de ojos blancos y barbas de betún,/ el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán./ Stalin, Capitán./ Tiembla Europa en su mapa de piedra y de cartón./ Mil siglos se desploman rodando sin contén./ (…) Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún…/ A tu lado, cantando, los hombres libres van:/ el chino, que respira con pulmón de volcán,/ el negro, de ojos blancos y barbas de betún,/ el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán…/ ¡Stalin, Capitán,/ los pueblos que despierten junto a ti marcharán!”.

El poema se titula “Stalin, Capitán” y lo escribió Nicolás Guillén (1902-1989), quien lo inicia pidiendo para el homenajeado la protección de dos de las divinidades afrocubanas. Apareció por primera vez en la compilación Ofrenda lírica de Cuba a la Unión Soviética (Frente Nacional Antifascista, La Habana, 1942). Posteriormente su autor lo incluyó en El son entero. Suma poética 1929-1946 (1947), donde figura como “Una canción a Stalin”. En su libro Mea Cuba, Guillermo Cabrera Infante comentó que, a pesar de sus versos a Stalin, a Lenin y a la Unión Soviética, Guillén no había sido un intelectual estalinista: “Nunca fue un bon mourant sino un bon vivant y un artista inseguro al que el comunismo le ofrecía un nicho en la noche”.

Hay dos libros cuyos títulos no dejan duda de su contenido: Canciones a Stalin (1944) y Oda a Stalin (1945). El primero es de la cubana Emma Pérez Téllez (1900-1988), y es la única obra suya que nunca he podido consultar. En la Biblioteca Nacional José Martí no la tienen, tampoco en la Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami. De modo que me limitaré a apuntar que fue escrita durante la etapa en que ella se vinculó al Partido Socialista Popular. En esos años tuvo una columna fija en el periódico Noticias de Hoy.

Sobre el peruano Alberto Hidalgo ya he escrito en este mismo diario. Fue un personaje que se distinguió por su afán provocador. Escribió libelos como Hombres y bestias, Jardín Zoológico y Muertos, heridos y contusos, pues se consideraba “un libelista nato”. Uno de sus poemarios se titula Odas en contra, y en él justifica el panfleto como género literario. Al igual que el libro de Pérez Téllez, su Oda a Stalin no he podido leerla, pues en las librerías de segunda mano los ejemplares que hay en venta tienen precios inaccesibles.

En opinión de su compatriota Julio Teodori de la Puente, Hidalgo tuvo un “ego” desmesurado, era homofóbico, antisemita y racista. Y expresa que “no extraña, entonces, que se ubicara en posiciones ideológicas inconciliables (como el socialismo y el fascismo) solamente para llamar la atención, escandalizar, o zanjar cuentas contra alguien”.

Y en cuanto al asunto por el cual aparece citado aquí, Teodori de la Puente sostiene que “si Alberto Hidalgo escribió un libro encomiástico hacia un tirano, como la Oda de Stalin, se debe, según nuestra interpretación, a que «proyectaba» su narcisismo (para decirlo según la jerga del psicoanálisis) a individuos que fomentaban el «culto a la personalidad», lo cual era muy característico de sí mismo”.

Elogio fúnebre del dictador

Pero seguramente el poema sobre esta temática que vendrá a la mente de muchos lectores es la controvertida “Oda a Stalin” del chileno Pablo Neruda (1904-1973). Es también de todos el poema que más tinta ha hecho correr, pues lo firmó uno de los grandes poetas de nuestro idioma. El poeta que había defendido la república española y dedicado versos para denunciar las masacres cometidas por el franquismo, prestaba su pluma para cantar y hacer el elogio fúnebre del dictador que solo en 1938 hizo ejecutar a 48 mil dirigentes del Partido Comunista.

A fines del mismo año en que este murió, Neruda recibió el Premio Stalin de la Paz, que otorgaba la Sociedad de Escritores Soviéticos. El poeta revela en sus memorias que antes de su fallecimiento, el propio Stalin lo ayudó a recibir aquel galardón. En 1952, al enterarse del nombre de los galardonados, preguntó por qué Neruda, quien formaba parte del jurado, no estaba entre los premiados. Advertido sobre esta inquietud, Neruda no asistió a las sesiones del jurado para discutir los seleccionados de 1953 “debido a haberse encontrado con su salud resentida”. Se sintió muy honrado al recibir el premio y declaró: “No puedo olvidar que esta recompensa por la paz lleva el nombre de Stalin, lo que es una responsabilidad nacional e internacional”.

Ya de sus primeros versos, Neruda plasma la honda impresión que le causó el fallecimiento del dirigente a quien antes llamó “el más humano de los hombres”: “Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra,/ descansando de luchas y de viajes,/ cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano./ Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego llegó del mar una ola grande./ De algas, metales y hombres, espuma y lágrima estaba hecha esta ola…”.

Es oportuno anotar que aquel texto casi llega a dejar a su autor sin el Premio Nobel. De acuerdo a las actas que la Academia Sueca desclasificó en 2022, algunos miembros del comité criticaron su filiación comunista y, en especial, su estalinismo. Pero acabaron por otorgárselo, mientras que no se le concedió a Jorge Luis Borges por haber recibido una condecoración de Augusto Pinochet, durante su visita a Chile en 1976.

En su extenso poema, Neruda no escatima elogios para el recién fallecido: “Junto a Lenin/ Stalin avanzaba/ y así, con blusa blanca,/ con gorra gris de obrero,/ Stalin,/ con su paso tranquilo,/ entró en la Historia acompañado/ de Lenin y del viento./ Stalin desde entonces/ fue construyendo. Todo/ hacía falta. Lenin recibió de los zares/ telarañas y harapos./ Lenin dejó una herencia/ de patria libre y ancha./ Stalin la pobló/ con escuelas y harina,/ imprentas y manzanas./ Stalin desde el Volga/ hasta la nieve/ del Norte inaccesible/ puso su mano y en su mano un hombre/ comenzó a construir./ Las ciudades nacieron./ Los desiertos cantaron/ por primera vez con la voz del agua./ Los minerales/acudieron,/ salieron/ de sus sueños oscuros,/ se levantaron,/ se hicieron rieles, ruedas,/ locomotoras, hilos/ que llevaron las sílabas eléctricas/ por toda la extensión y la distancia./ Stalin/ construía./ Nacieron/ de sus manos/ cereales,/ tractores,/ enseñanzas,/ caminos,/ y él allí,/ sencillo como tú y como yo,/ si tú y yo consiguiéramos/ ser sencillos como él./ Pero lo aprenderemos./ Su sencillez y su sabiduría,/ su estructura/ de bondadoso pan y de acero inflexible/ nos ayuda a ser hombres cada día,/ cada día nos ayuda a ser hombres”.

Una de las más bellas dedicatorias a la maldad

Desde 1945, Neruda militaba en el Partido Comunista Chileno, que durante casi todo el siglo pasado se distinguió por ser uno de los más sumisos de todos los partidos de esa ideología. En su historial acumula hechos tan ignominiosos como haber aplaudido el aplastamiento de la Primavera de Praga, la construcción del muro de Berlín, la invasión soviética a Afganistán. Su total sometimiento a las directivas del Kremlin fue tal, que en el ambiente político nacional se acuñó la frase “cuando llueve en Moscú, los comunistas chilenos abren los paraguas en Santiago”.

Cabe entonces pensar que al dedicar su poema al fallecido Stalin, Neruda no hizo más que aquello a lo cual lo obligaban. En su inteligente artículo “Neruda, el Poema de la Maldad”, Fernando Mires aporta un razonamiento digno de atención: “¿Orden del Partido? Y aunque así hubiera sido. Neruda era quizás el único comunista chileno que podía permitirse no acatar alguna orden del Comité Central sin recibir ninguna sanción. Su prestigio era muy grande, y su pertenencia al comunismo chileno era un capital enorme que «el Partido» jamás podría despilfarrar. No, eso no cuenta”.

Mires además añade otro aspecto que resulta difícil obviar: “El problema es que la ‘Oda a Stalin’ no sólo no es un poema malo (hasta Neruda tiene algunos), es un poema grandioso; es extraordinario. Por Dios, no nos hagamos más los huevones: estamos frente a un poema sinfónico, ante estrofas maravillosas; frente a versos cósmicos. Cualquiera que entienda algo de literatura no puede sino decir, si es honesto, que la ‘Oda a Stalin’ es una «obra magna». Y ahí, justo ahí, reside el nudo del problema. No se trata de un poemilla de medio pelo, sino de una de las más bellas dedicatorias a la maldad escritas por algún ser humano. ¿Cómo manejar tan tremenda contradicción?”.

Hay quienes justifican que Neruda escribiera ese poema con el argumento de que, al igual que muchos intelectuales de izquierda, desconocía la magnitud de los crímenes cometidos durante el estalinismo. Se trata de un juicio difícil de sustentar. Las acusaciones hechas por Jrushov en el XX Congreso solo vinieron a sacar a la luz lo que desde hacía años constituía un secreto a voces. No hay más que recordar que décadas antes varios escritores se atrevieron a denunciar lo que estaba ocurriendo. Lo hizo Evgueni Zamiatin en su novela distópica Nosotros (1920). Lo hizo André Gide en su Regreso de la URSS (1936), donde califica a la Unión Soviética como “un país de verdugos, víctimas y aprovechados”. Lo hizo, en fin, Georges Orwell en sus novelas Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1948). ¿Puede aducirse entonces como disculpa que el autor de la “Oda a Stalin” desconocía esa realidad porque vivía en las nubes? Quien firma estas líneas comparte, por el contrario, la opinión de Mires de que Neruda, “como sucedió con cientos de intelectuales occidentales, fue un cómplice de la maldad”.

Desapareció el utópico horizonte político

En su autobiografía Confieso que he vivido (1974), Neruda asegura que aquel único fue el único poema que dedicó “a esa poderosa personalidad”. Sin embargo, quienes se tomen el trabajo de leer su obra y repasar libros como Tercera residencia (1947), Canto general (1950) y Las uvas y el viento (1954), comprobará que desde sus inicios la figura de Stalin está presente en su poesía y constituye un tema cardinal de ella. Y ya que aludí a Confieso que he vivido, reproduzco este fragmento en el cual se autoexculpa por su idolatría por el dictador: “Esta ha sido mi posición: por sobre las tinieblas, desconocidas para mí, de la época estalinista surgía ante mis ojos el primer Stalin, un hombre principista y bonachón, sobrio como un anacoreta, defensor titánico de la revolución rusa. Además este pequeño hombre de grandes bigotes se agigantó en la guerra; con su nombre en los labios, el Ejército Rojo atacó y pulverizó la fortaleza de los demonios hitlerianos”.

Es justo decir que, aunque hasta el fin de sus días se mantuvo fiel a su militancia comunista, su poesía experimentó un cambio. Lo hace notar Hernán Loyola en la introducción a una de las ediciones de sus obras completas, al resaltar que desapareció el “utópico horizonte político” que había impregnado su visión del mundo enLas uvas y el viento y en las Odas elementales. Asimismo, Mario Amorós ha señalado que “en su obra posterior encontramos sonoras críticas al estalinismo, como el durísimo perfil de Stalin que trazó en el poema ‘El culto (II)’, o el rechazo a la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia que expresó en el poema ‘1968’, ambos incluidos en su libro Fin de mundo (1969)”. Pero de igual modo, conviene no olvidar que su acérrima defensa del régimen soviético lo llevó a apoyar la represión de escritores rusos disidentes como Boris Pasternak o Joseph Brodsky, algo que le reprocharon varios de sus colegas y de sus más entusiastas admiradores.

Y como este es un trabajo acerca de algunos de los poemas escritos a mayor gloria de Stalin, quiero cerrarlo con estas palabras del gallego Enrique Clemente referidas a la “Oda a Stalin” de Neruda: “Esas estrofas laudatorias provocan el mismo escalofrío que leer los Cuadernos negros de Heidegger, una de las cumbres filosóficas del siglo pasado, en los que muestra su entusiasmo por el nazismo”.