Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura, Literatura cubana

Leer, ver, oír

Para Félix Lizárraga, descubrir nuevos libros es maravilloso, pero también lo es refugiarse en un libro conocido, como en esa ropita gastada y cómoda que reservamos para estar en casa

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A diferencia de lo que suele ser usual, Félix Lizárraga se estrenó como escritor en la narrativa. Lo hizo en 1982, al obtener el Premio David con la novela de ciencia ficción Beatrice. Posteriormente, en aquellas ediciones características del Período Especial, se dio a conocer como poeta con Busca del unicornio (1991). Un par de años después, recibió una mención en el Premio UNEAC con el poemario A la manera de Arcimboldo, que se publicó en 1999 en Miami. A aquel libro siguió Los panes y los peces (2002), hasta la fecha el último que ha editado. Se hace aguardar demasiado la nueva comparecencia ante los lectores de un autor a quien el jurado del Premio UNEAC 1993 calificó como “un poeta de factura exquisita, cultura ejemplar y absolutamente dotado en el arte de las parodias, versiones y traducciones para las que demuestra un talento especial”.

Desde Miami, donde vive y trabaja como traductor, Lizárraga ha accedido gentilmente a contestar a mi asedio periodístico. A continuación, van sus respuestas.

¿Qué libro(s) estás leyendo o tienes en la mesita de noche para empezar a leer?

Félix Lizárraga (FL): Una biblioteca enorme, alejandrina, a la que tengo acceso a través de una tableta. Leo todo el tiempo, a veces a pedazos. En estos momentos me leo Cyberabad Days, de Ian McDonald, y (en papel, a la antigua), Taubenschlag, de Carlos Pintado, y The Gender of Rosalind, de Jan Kott.

¿Recuerdas el primer libro que leíste?

FL: En mi casa, donde no existía el hábito de la lectura, había sólo tres libros: el Nuevo Testamento, un diccionario de la Real Academia y la biografía de Cleopatra de Emil Ludwig (no me preguntes cómo fue a parar allí). Así que tiene que haber sido uno de esos tres. Curiosamente, no me acuerdo.

¿De qué libro guardas un mejor recuerdo?

FL: Esa está dura. Pero diría que los cuentos completos de Andersen, que me cayeron en la mano durante mi infancia. Se podría decir que nunca me han abandonado.

¿Qué libro famoso se te cayó de las manos o dejaste a la mitad?

FL: El Ulysses de Joyce. Lo he empezado tres veces: en la traducción de Salas Ziggurat (¿o es Subirat?), donde aparecen personajes llamados Maruja Bloom y Tomasito O’Halloran; en la de José María Valverde, curiosamente musical; y en inglés. No quisiera decir que es un socotroco inmetible, pero... Claro que, para ser justos, Joyce se deja leer, siquiera en pequeñas dosis, como en los Dublinenses. La muerte de Virgilio, de su epígono Hermann Broch, me pareció una mierda inmarcesible.

¿Cuál es el libro que más veces has leído? ¿Por qué?

FL: Es difícil de decir, ya que releo tanto como leo. Pero probablemente el Quijote. Me imagino que por la misma razón que se convirtió en el primer best-seller de la historia.

¿Prefieres leer obras nuevas o releer?

FL: Siempre estoy haciendo las dos cosas. De modo que te diría que me gustan ambas. Descubrir nuevos libros es maravilloso, pero también lo es refugiarse en un libro conocido como en esa ropita gastada y cómoda que reservamos para estar en casa. Y, al releer, a veces encontramos sorprendidos cosas que no habíamos notado antes, como quien descubre un billete olvidado en un bolsillo.

¿Qué libro te gustaría haber escrito?

FL: Muchacho, ¡qué pregunta! Todos los que me gustan. Pero, si lo pienso bien, posiblemente La Odisea.

¿En qué libro te quedarías a vivir?

FL: Bordertown. No es exactamente un libro, sino el escenario de una serie de cuentos y novelas de diversos autores: Terri Windling, Emma Bull, Will Shetterley y otros. Es una ciudad medio en ruinas, que sirve de frontera entre el mundo actual que conocemos y el mundo inaccesible de los elfos. Es un lugar bastante caótico, donde ni la magia ni la tecnología funcionan como se espera de ellas, y adonde van a parar los que no tenemos cabida en ninguna otra parte.

¿A qué autor invitarías a cenar y a cuál le darías el Premio Nobel?

FL: A los que ya son mis amigos los invito a cenar con gusto, o (con más frecuencia) les pego la gorra. Y me encantaría que les dieran el Nobel a ellos, ya que el dinero y el reconocimiento les vendría muy bien. A los que he leído sin conocerlos, no sé si me gustaría cenar con ellos. En cuanto al Nobel, lo considero una mera superstición sueca, como hubiera dicho Borges (y probablemente lo dijo).

¿De todos los lugares del sitio donde vives, ¿cuál prefieres para leer? ¿Lees fuera de la casa, por ejemplo, en los viajes, en un café?

FL: Leo literalmente en cualquier parte, sobre todo gracias a que las maravillas de la tecnología nos han liberado de esos engorrosos objetos de papel y nos permiten llevar con nosotros bibliotecas enteras en un artilugio que no pesa nada y cuya pantalla es legible incluso en plena oscuridad.

Por supuesto que sigo viviendo, y viviré quizás, rodeado de librotes cuya polvorienta presencia me reconforta. Pero creo que nos ha tocado vivir un momento de transición en el formato del libro —el cual ya pasó antes de la tableta de arcilla al rollo de papel, del rollo al volumen, y del manuscrito a la imprenta— y, nos guste o no, tenemos que aceptarlo como tal.

¿Qué libro regalarías a un niño para iniciarlo en la lectura?

FL: Creo que la primera lectura es algo muy personal. Yo pondría una biblioteca bien provista a su alcance y lo dejaría encontrarlo por sí mismo.

¿Qué obra literaria te gustaría ver llevada al cine?

FL: Imposiblemente, el Quijote. No es que no se haya intentado, pero el Quijote es demasiados libros para una sola película por buena que sea (aunque, a decir verdad, no he visto ninguna buena).

¿Cuál película basada en un libro es tu favorita?

FL: Esta pregunta no tiene una respuesta fácil. Posiblemente Vértigo, de Hitchcock, porque, aunque lo tengo, no me he leído todavía el libro de Boileau-Narcejac, y posiblemente nunca lo lea. Hay dos ejemplos recientes que son como de libro de texto. Una es la excelente Brokeback Mountain de Ang Lee, que se las arregla milagrosamente para no incluir ni una palabra que no esté en el original, pero cuyo tono sentimental es muy diferente de la narración de Annie Proulx, que es de una sequedad maravillosa y sobrecogedora. Y la otra es The Jane Austen Book Club, donde casi todo es distinto que en el libro de Karen Joy Fowler (incluyendo la edad de los personajes), pero que, creo yo, se las arregla para captar los aspectos esenciales del libro. El problema es que toda adaptación de libro a filme es una traducción, y como tal es un (a veces espléndido) acto de traición. Traduttore, traditore.

¿Qué película famosa dejaste a la mitad?

FL: Tengo la mala maña de terminar de ver toda película que empiezo, por pesada que sea. Pero me ha tentado. Entre otras, recuerdo Solaris de Steven Soderbergh, una película total y absolutamente innecesaria. El pobre Lem se había disgustado muchísimo con la de Tarkovski, pero la (per)versión de Soderbergh le provocó el patatús final. (Chequea las fechas y me darás la razón.) Y otra vez que, por error, un amigo y yo nos disparamos Me, Myself and Irene. Pocas veces hemos estado, mi amigo y yo, tan cerca del suicidio.

¿Cuál fue la primera película que recuerdas haber visto?

FL: El Robin Hood de Errol Flynn, en Technicolor, en el cine América. Recuerdo como si fuera hoy a Errol Flynn llevando en hombros un venado, y las trenzas de color de llamarada de Olivia de Havilland. Son esas visiones de la belleza que nunca olvidas. Yo era demasiado chiquito para acordarme del cine; mucho después lo reconocí por el zodíaco de mosaicos que tiene, o que tenía, en el piso del vestíbulo. Me recuerdo saltando de un signo a otro, como se supone que hace el año.

Ah, y Pinocho de Disney, en el Cinecito de San Rafael. Recuerdo lo estafado que me sentí cuando me leí el libro, un par de años más tarde: que la cosa espléndida que era aquel libro se hubiera convertido en semejante guanajada. (Hablando de las adaptaciones…)

¿Cuál es la que más veces has visto?

FL: Tengo la costumbre de poner películas que ya he visto mientras trabajo. Me sirven a la vez de refrescante y de cortina contra las distracciones. Pero, claro, no pueden ser películas complejas, sino simplemente agradables a la vista y el oído, para que tampoco me roben la atención. Así que probablemente las películas que más he visto son cosas bastante inocuas como Pretty Woman o The Devil Wears Prada. O dramones artificiosos como All About Eve. O joyitas visuales como Willow. O las comedias de Almodóvar, que las hacía tan bien, el pobre. Hay rachas.

¿Qué película te hizo llorar o reír a carcajadas?

FL: Confieso que, como un idiota, lloro hasta con las películas más malas y me hace gracia cualquier porquería. Bueno, excepto Will Ferrell y Adam Sandler, por supuesto. Todavía no he caído tan bajo. Como quiera, mi comedia favorita es Young Frankenstein, de Mel Brooks. La película que más me ha hecho llorar fue El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro.

¿Qué obra de teatro te dejó clavado en la butaca?

FL: Fue en La Habana, en los años 80: la puesta de Yerma de Roberto Blanco, con Idalia Anreus y Danza Nacional de Cuba. Entre otras cosas, devolvió a la obra el final original de Lorca, en que Yerma mata a Juan, no estrangulándolo, lo cual es poco plausible, sino mordiéndole la yugular. La vi incontables veces.

Una noche, la cápsula de sangre en el cuello de la camisa blanca de Omar Valdés se negó a romperse a tiempo, y actores, músicos y bailarines se vieron obligados a alargar la escena interminablemente. Una falla técnica que pudo haber sido un desastre, pero que gracias a la pura alquimia teatral de unos artistas consumados se transmutó en un clímax inolvidable.

¿Qué tipo de música prefieres y escuchas con más frecuencia: clásica o popular?

FL: Me gusta la buena música, venga de donde venga. Pero “buena música” es algo difícil de definir. La Lupe destrozando Se acabó, por ejemplo, con su voz desencajada, su inglés de pacotilla y sus comentarios al margen, tiene algo auténtico y vital que falta a los gorgoritos estratosféricos de muchas cantantes de ópera. Hay algo mágico en la música. La Sinfonía Júpiter de Mozart me ayudó una vez a salir de una gripe que amenazaba con degenerar en neumonía.

¿Qué canción o pieza musical te gustaría haber compuesto?

FL: Depende de la racha. A veces es la Séptima Sinfonía de Beethoven, a veces es Eleanor Rigby. O Der Hölle Rache, de Mozart. O Gods and Monsters, de Lana del Rey. La lista es interminable.

¿De qué pintor desearías tener una obra en tu casa?

FL: Por mis paredes andan obras de Michelangelo, Arthur Rackam, Goya, El Bosco, Dalí, Jesús Selgas, Klimt, Ramón Alejandro, Eny Roland, Pamela Colman Smith y bastantes otros. Alguna que otra es original; la mayoría son reproducciones. No me gusta tener originales. Es una responsabilidad que dejo a otros.

¿Con qué personaje de ficción te sientes identificado? ¿Por qué?

FL:El patito feo de Andersen. Ya sé que suena pretencioso, pero si se lee sin prejuicios ni pretensiones de grandeza es la historia de un animal salvaje que nace atrapado en un ámbito doméstico, donde todo el mundo le dice que tiene que conformarse con vivir en un corral y hacer cosas que no tienen nada que ver con él, como ronronear o poner huevos.

Por último, cuéntame una experiencia cultural o literaria que cambió tu vida.

FL: Un libro: Elogio de la sombra, de Borges. Tenía que devolverlo (fue en Cuba) y para conservarlo lo copié a máquina, a cuatro dedos, algo que hacía con libros que me gustaban y que me era imposible conseguir. (Así copié, entre otros, el evangelio gnóstico de Tomás y La cruzada de los niños de Marcel Schwob.) Por alguna razón que se me escapa, esa operación mecanográfica me abrió el camino de la poesía. Si es que se puede decir que lo he encontrado, claro.