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Colmena, Blerta Basholli, Cine

Mujeres detrás de la cámara (II)

La realizadora kosovar Blerta Blasholli debuta con un filme que se inspira en personajes y hechos reales. En ella aborda un tema que hoy, desafortunadamente, tiene una dolorosa actualidad: el dolor y las secuelas dejados por la guerra

En la edición del año pasado del Festival de Sundance, una película que concursaba en la competencia internacional llamó de inmediato la atención de los asistentes. Eso se confirmó en la ceremonia de premiación, al convertirse en el primer film en la historia de ese certamen que acumula tres de los galardones más importantes: mejor dirección, mejor largometraje y premio del público. Correspondió esa proeza a Colmena (Hive, Kosovo-Suiza-Albania-Macedonia, 2021, 84 minutos), con la cual debutaba como realizadora la joven kosovar Blerta Basholli (Pristina, 1983).

Ese triunfo obtenido en Sundance es más meritorio porque se trata de un film modesto, rodado con bajo presupuesto y con los elementos indispensables. Para realizarlo, su directora optó por un realismo casi documental, un lenguaje sencillo y transparente y una gran austeridad en las formas. Es una película sobria, sin grandes movimientos de cámara y muy poca música. Narra una inspiradora historia de crecimiento y aceptación, a la que se le puede calificar de feminista con el señalamiento de que nunca cae en la militancia ni en las reivindicaciones obvias.

El argumento de Colmena se inspira en personajes y hechos reales. La acción ocurre en un pueblo muy unido de Kosovo. Allí las familias continúan esperando noticias sobre los maridos, padres e hijos a quienes se llevó la guerra, al mismo tiempo que luchan para llegar a final de mes. El marido de Fahrije es uno de los desaparecidos y, además de soportar esta pena, su familia atraviesa apuros económicos. Cuando las abejas que atendía su esposo dejan de producir miel, ella decide sacar el carnet de conducir y después pone en marcha un pequeño negocio. Su ingenuidad y ambición ponen a prueba a los habitantes de un pueblo conservador por naturaleza, en el que siguen vigentes las nociones patriarcales y tradicionales de la sociedad. Fahrije deberá luchar así no solo por mantener a flote a su familia, sino también contra los insultos y los ataques físicos que tratan de impedir por todos los medios que la mujer pueda valerse por sí misma.

La película de Blerta Blasholli aborda un tema que hoy, desafortunadamente, tiene una dolorosa actualidad: el dolor y las secuelas dejados por la guerra. Poco después de terminar el conflicto bélico de Kosovo, en el pequeño pueblo de Krushë e Madhe había 140 viudas y más de 50 niños sin padre. Unos 300 hombres fueron asesinados en los bosques y en los ríos por el régimen de Slobodan Milosevic, pero sus cuerpos siguen sin encontrarse.

Eso convierte en víctimas colaterales de aquella guerra a las mujeres, que, al no tener voz, nada pudieron hacer para evitarla. Llevan varios años sin saber si sus esposos e hijos murieron en el frente, pero no pueden llevar luto hasta que eso sea confirmado por las autoridades, cuyos esfuerzos avanzan con una frustrante lentitud. A aquellas a quienes ya se lo han hecho se las consideran afortunadas, pues ya no se asustarán cuando llamen a su puerta.

Jerarquía fuertemente patriarcal

Por otro lado, tienen que seguir adelante y sobrevivir como malamente pueden. Tienen además que hacerlo en una sociedad machista, en la cual el tiempo parece haberse detenido. Su jerarquía fuertemente patriarcal espera que las mujeres se queden en el hogar y se dediquen a las labores domésticas. Y si además son viudas, se les exige que sigan aguardando resignadamente a sus esposos, pues tal vez algún día vuelvan. Mientras tanto, deben subsistir con las míseras ayudas que reciben de la asistencia social. Cualquier esfuerzo por enfrentar el futuro y sacar adelante a la familia, es visto como un insulto a los desaparecidos y como una usurpación de un lugar que corresponde a los hombres.

Blerta Basholli ha contado que cuando estudiaba cine en Nueva York conoció al personaje real en el cual se inspira Colmena. Fahrije Hoti saltó a los medios kosovares cuando determinó narrar a los medios las vicisitudes que vivió tras la guerra de Kosovo. Para sacar adelante a su familia, comenzó un pequeño negocio. Consistía en la preparación casera de ajvar, un condimento preparado con pimientos rojos muy popular en los Balcanes, para luego venderlo en los supermercados locales. Encontró la incomprensión de un entorno reacio y, en ocasiones hostil, pero no se rindió y hoy es propietaria de una fábrica. Al conocer su historia, Blerta Basholli tuvo claro que en su primera película iba a retratar a aquella mujer que fue capaz de triunfar sobre la adversidad.

Con escaso apoyo de las otras mujeres del pueblo, Fahrije comienza el laborioso proceso de elaborar artesanalmente el ajvar. Unas pocas vecinas deciden dar pequeños y vacilantes pasos y se le unen. Entre ellas está Nazmije, una señora mayor sincera e irreverente, que aporta al grupo su sabiduría y un saludable soplo de humor. En la puesta en marcha del negocio, las mujeres no reciben ayuda de nadie y todo tienen que aprenderlo ellas solas. Pero esa dinámica de asistirse unas a otras sirve para unirlas y crear un profundo sentido de colectividad. Pueden así superar los obstáculos y hacer que el negocio crezca y prospere.

Cuando Fahrije se sienta ante el volante de un coche, hace un desafío a las convenciones sociales, pues está apropiándose de un sitio reservado a los hombres. A los vecinos del pueblo, llenos de prejuicios y carcomidos por la intolerancia, les molesta esa independencia. A comienzos del siglo XX, siguen aferrados a un brutal machismo. Llaman puta a Fahrije, le rompen el cristal de una ventanilla del coche, le destrozan los frascos de ajvar que tanto trabajo y sacrificio llevan dentro. Incluso el vendedor que le proporciona los pimientos y sabe de su dolor, intenta violarla.

El papel de Fahrije lo encarna Yilka Gashi, una artista muy conocida en Kosovo, y que desde el primer momento se involucró en el proyecto del film. Ha construido un personaje auténtico, de cuya determinación dimana una severa dignidad. Realiza un trabajo contenido y, a la vez, intenso, que alcanza un particular lucimiento en las escenas sin diálogos. Posee un rostro duro y amargo, y trasmite la fortaleza, el coraje y el estoicismo de una mujer a quien las circunstancias obligan a ejercer de cabeza de familia. Solo llora su pérdida cuando nadie la ve, y no desata su ira ante las injusticias, ni responde a los insultos. Por su magnífica interpretación, Yilka Gashi fue reconocida en la SEMINCI de Valladolid con el premio a la mejor actriz.

En su estreno como realizadora, Blerta Basholli plasma en la pantalla una imagen acertada y precisa del Kosovo rural. Una sociedad que siete años después de haber finalizado la guerra, aún se recupera de los daños y se sigue haciendo preguntas. Autora también del guion, la cineasta demuestra un buen dominio de la narrativa audiovisual. Hace que el relato fluya con naturalidad y, pese a lo que cabría esperar, que no caiga en el melodrama. De igual modo, evita las escenas de triunfalismo y los tópicos doctrinarios. Cuenta con la eficaz colaboración del fotógrafo alemán Alex Bloom, quien asigna a la cámara en mano el rol de un testigo invisible. La música tiene una intervención moderada e inteligente, y hay posee que reconocerle el mérito de no recurrir a melodías balcánicas. A todos, en conjunto, corresponde el mérito de haber creado esta admirable película, que posee el encanto de contar una de esas pequeñas historias que se recuerdan por mucho tiempo.

© cubaencuentro

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