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Actualizado: 27/03/2024 22:30

Opinión

¿Ordenó Castro el asesinato de Kennedy?

El documental alemán 'Cita con la muerte' reabre la pista cubana sobre el magnicidio de Dallas.

El asesinato de John Fitzgerald Kennedy, uno de esos ambiguos iconos del siglo XX que la derecha aborreció en vida y la izquierda reclama a título póstumo para su panteón, es un tema pasional. Dos semanarios alemanes de gran tirada — Der Spiegel, haciéndose eco del Frankfurter Allgemeine Zeitung, y Die Zeit— fueron los primeros en reseñar la cinta sobre el tema, Cita con la muerte —de excelente factura, por cierto—, en sendos artículos contrapuestos.

Entretanto, la disputa se ha extendido a los medios de difusión de Estados Unidos, donde se teme que catalice una reapertura del caso, con Cuba en la mira, y el diario oficial cubano Granma ha rebatido las graves imputaciones del realizador alemán con dos extensos artículos.

Wilfried Huismann, el director de Cita con la muerte, es un observador imparcial y, a la vez, un latinoamericanista de fuste que ha estado al menos 20 veces en Cuba y tiene en su haber un película sobre el Chile de Allende. Y es que este intelectual de izquierda perteneció al Movimiento de Solidaridad con Cuba en Hamburgo, del que sólo se distanció a medias a raíz del Período Especial, cuando La Habana desautorizó cualquier variante de "solidaridad crítica" en favor del apoyo incondicional en el extranjero.

Todavía en Querido Fidel (2000), Huismann traza un retrato antipático del exilio cubano (Orlando Bosch, Díaz Lanz, etcétera) en el que se percibe sus simpatías con el castrismo.

Mucho que pensar

Sobre los presuntos instigadores del magnicidio de Dallas, se siguieron en caliente varias pistas: la mafia norteamericana, una conspiración de la CIA-FBI, grupos ultraconservadores del sur de Estados Unidos, exiliados cubanos de línea dura en la Florida, el gobierno comunista de la Isla...

Para matar a Kennedy, todos ellos tenían razones de peso que, por harto conocidas, no abordaremos aquí. En cambio, ya se han despejado las dudas sobre la autoría material del crimen: aquel fatídico 22 de noviembre de 1963, en Dallas, los proyectiles magnicidas partieron exclusivamente del fusil de Lee Harvey Oswald.

Al aceptar esta premisa, Huismann debía admitir por fuerza que, si en efecto hubo un complot, debió de haber sido urdido por aquel presunto instigador con más afinidad con Oswald, quien, como bien intuyeron los soviéticos, encarnaba al clásico psicópata pequeñoburgués de extrema izquierda.

Contra lo sugerido por el general Fabián Escalante, un samurai de la revolución mundial como Oswald, que se inició como terrorista con un disparo de precisión que rozó la cabeza de un general segregacionista, sólo podía entrar en tratos con la CIA-FBI y/o el exilio duro de Miami en el rol de agente del G2. Huismann relanza la hipótesis de que el magnicidio de Dallas fue el desenlace de un tácito showdown entre Kennedy y Castro. Sin ser concluyente, una pretensión imposible dadas las circunstancias, la película da mucho que pensar.

La idea del filme surgió cinco años atrás a propósito de un comentario que le hace al autor el agente del FBI James Hosty, uno de los interrogadores de Oswald, durante las investigaciones para el documental Querido Fidel, cuyo argumento es el fugaz romance entre Fidel y la joven alemana Marita Lorenz. Luego, la Lorenz se vinculará a la CIA y al exilio duro miamense, y protagonizará un fallido complot para envenenar al Comandante. Según Hosty, Oswald sólo habría vacilado ante la pregunta acerca de los motivos de su estancia en Ciudad México.

Persuadido de que todas las investigaciones previas habían dejado cabos sueltos en la pista mexicana, Huismann descarta de plano —y ésta es una de las objeciones a Cita con la muerte— su propia versión anterior del complot de la CIA-FBI y la contrarrevolución cubana, implícita en Querido Fidel. El cineasta solicita y, pese a los evidentes riesgos del tema durante el gobierno rojiverde de Gerhard Schroeder, consigue sin esfuerzo el apoyo financiero del Primer Canal de la Televisión Pública Alemana (ARD).

De inmediato, pone manos a la obra con la colaboración de expertos de Estados Unidos y México. La rigurosa investigación del equipo cinematográfico (ARD financió durante un año completo las pesquisas de un colaborador nativo en el Distrito Federal) duraría cinco años e incluiría entrevistas a testigos claves como la viuda de Oswald, el ex comandante rebelde Rolando Cubela, el general Fabián Escalante, dos desertores del G2 (Oscar Marino y Antulio Ramírez), el ex detective del FBI Laurence Keenan, un anónimo oficial activo del FSB ruso (antiguo KGB), la hija de Octavio Paz y Silvia Durán, ex funcionaria de la embajada cubana en Ciudad México.

El dato: Oswald en México

El documental gira alrededor del dato de que la estancia de Oswald en México fue más larga, y sus contactos con diplomáticos cubanos y agentes del G2, más intensos de lo que se creía. En realidad, permaneció seis días en el Distrito Federal. Y hubo un segundo viaje relámpago, días antes del magnicidio.

Consta que visitó en más de una ocasión la Embajada de Cuba e, incluso, según la hija de Octavio Paz, participó en una recepción (aparece en la foto) en casa de un alto dirigente del Partido Comunista de México en compañía de Silvia Durán, la misma que le cuelga el teléfono ofendida al entrevistador, tras aclararle que sólo habló con el "loco" de Oswald la única vez que éste se personó en la Embajada.

¿Cómo se explica entonces que el número de su teléfono privado figure en la agenda de Oswald? Más aún: ¿por qué el entonces presidente cubano Osvaldo Dorticós se toma la molestia de telefonear (se oye la grabación) a la embajada cubana en México para conocer pormenores de la conducta de la azteca durante el interrogatorio a que la sometió la Policía Federal de su país? Raro.

So pretexto de que ya todo se sabe, también la directora del Archivo General de la Policía Secreta mexicana se niega a desempolvar la foto del agente del G2, un negro pelirrojo, encargado de los contactos con Oswald. Escalante se burla de la idea de usar un agente con rasgos tan llamativos, pero tal agente existió y se sabe quién es.

Los cubanos alegan que el motivo de la visita a la Embajada fue la solicitud de una visa, que fue denegada. Hasta ahora todas las investigaciones partían de que Oswald nunca estuvo en Cuba. Sin embargo, en una filmación de archivo de 1959-1960, aparece enfrascado en una disputa con un exiliado cubano mientras repartía panfletos castristas en una calle de su ciudad natal. El espectador criollo tiende, pues, a dar por falsa la versión de que sus primeros contactos con La Habana daten de la época en que el KGB les llama la atención sobre él a los colegas de la Isla.

Según el agente del FSB, el dato consta en documentos de archivo. Por boca de una fuente tan fidedigna como la viuda de Oswald, hasta entonces apenas tenida en cuenta, nos enteramos de un plan de espanto de su marido: al regreso de la URSS, le propuso desviar un avión hacia La Habana. Para lograrlo, pasarían a bordo, de contrabando, un revólver oculto debajo de la canasta del bebé de ambos.

En contraste, en el filme se dan indicios razonables de que en realidad fue el entonces comandante Rolando Cubela (lo niega en pantalla) quien reclutó a Oswald en uno de sus viajes de proselitismo, antes de caer en desgracia a causa del plan para matar a Castro con el famoso bolígrafo trucado de la CIA.

Escalante en su laberinto

Otro que lo niega todo, como al decir suyo se puede dudar de la veracidad del vuelo a la Luna, es el general Fabián Escalante. En el facsímil de un manuscrito estrictamente confidencial para el presidente Lyndon B. Johnson se menciona una avioneta que, días después del magnicidio, despega en secreto desde un aeródromo mexicano con un único pasajero a bordo, a saber, el propio Escalante, a la sazón jefe del G2.

Previamente nos hemos enterado de que, por esa fecha, Oswald recibió la suma de 6.500 dólares en la Embajada de Cuba en México. Una cantidad considerable aun hoy. Llaman la atención otras dos coincidencias sorprendentes. Primera, en su calidad de presidente del tribunal que juzgó la Causa Número 1 de 1989, Escalante tiene en su conciencia al menos otro magnicidio, a saber, el del general Arnaldo Ochoa. Es, por tanto, hombre de la máxima confianza de Castro. Segunda coincidencia, acaba de salir a la luz en La Habana el tercer tomo de su trilogía La guerra secreta, titulado 1963: El complot. Objetivos JFK y Fidel.

Queda abierto el interrogante de si Oswald propuso motu proprio la idea del magnicidio al G2, o a la inversa. Ahora bien, dada la clasificación del magnicida dentro del espectro ideológico de su país, sería ilógico que Kennedy figurara espontáneamente en su inventario de víctimas idóneas. Por decantación, cabe suponer que la sugerencia vino de La Habana, que, como enseguida veremos, sí tenía razones muy concretas para desembarazarse del presidente.

Entre Kennedy y Castro existía una rivalidad iniciada con el fiasco de Bahía de Cochinos, que proyectó sobre el primero una aureola de impotencia. Al año siguiente, Kennedy emparejó el pleito al triunfar en su espectacular pulso nuclear con Jruschov, durante la Crisis de Octubre.

El boomerang de Kennedy

Castro acusó el golpe en un discurso patético en el que aireó su humillación por la retirada de los mísiles soviéticos, que Moscú no consultó previamente con La Habana. La mesa estaba servida para lo que vino después.

Pero el verdadero móvil fueron los fundados recelos del Comandante: detrás de la intención de normalizar las relaciones con La Habana, a cambio de que ésta renunciara a exportar la revolución a Sudamérica —condición imprescindible para el éxito de la Alianza para el Progreso—, un Kennedy osado y ansioso por mejorar sus maltrechas relaciones con el exilio cubano tramaba resolver de un planazo el conflicto cubano haciéndolo asesinar a él mismo, Castro, en una segunda fase.

Pruebas no le faltaban. El sagaz presidente norteamericano había comprendido ya que, sin su Máximo Líder, la revolución cubana cambiaría de rumbo sin falta. Cuando menos, el Che quedaría automáticamente fuera de juego y Raúl, caso de capear el temporal sin perder cabeza y batuta, se acogería de buen grado a la ortodoxia soviética, abandonando a su suerte el movimiento de liberación, que nunca contó con la anuencia del Kremlin. Para comenzar, no era poco, y era de esperar mucho más a mediano plazo, dada la fragilidad del liderazgo raulista.
¿No había ensayado ya la Casa Blanca el magnicidio con Ngô Dinh Diêm, el dictador de Saigón, apenas unos meses antes? Sin duda, Kennedy no tenía escrúpulos en ese aspecto. Castro, hombre de acción si los hay y acostumbrado a dar primero, tampoco. Y calculando, al modo de Kennedy con Raúl, que el vicepresidente Johnson sería más bien un sucesor previsible, sencillamente se adelantó a su muerte anunciada. La historia le dio la razón: a la hora de la verdad, Johnson optó por archivar el informe que comprometía a La Habana.

En cuanto al riesgo de desatar una hecatombe nuclear, ya el temerario jefe guerrillero lo había corrido sin pestañear durante la Crisis de Octubre. Sólo que esta vez —lo confirma uno de los tránsfugas del G2— tenía una coartada psicológicamente perfecta: nadie se iba a creer que Cuba se atreviera a tanto. En fin, hay que admitir que, si Wilfried Huismann no está en un error, el Comandante ganó en buena lid de acuerdo con las salvajes reglas de duelo del Lejano Oeste, que supuestamente pretendió aplicarle su celebérrimo rival.

© cubaencuentro

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