Un juego diferente
¿Cómo enfrentará La Habana el reto que significa una mano tendida, ante una población ilusionada con la posibilidad de mejora que podría traer a sus vidas el gobierno de Obama?
Es un lugar común decir que el anuncio del presidente Obama ha colocado la pelota en el terreno de Cuba. ¿Cómo responderá La Habana ante el anuncio de Washington? El elemento clave aquí es que si, por una parte, la amplitud de las medidas ha sorprendido a todos —y no hay razones para pensar que La Habana fue una excepción al respecto—, al mismo tiempo la precisión de los objetivos lleva a concluir que se está ante uno de esos casos raros en la política norteamericana, o de cualquier otro lugar del mundo, en que el título del documento no es simple retórica sino un reflejo de la esencia del texto: Extendiendo la mano al pueblo de Cuba.
En este sentido, más que la respuesta que Cuba tiene que dar o debe dar a Washington, si realmente desea avanzar en el terreno de la negociación, lo determinante es cómo enfrentará el gobierno de la Isla el reto que significa una mano tendida, ante una población ilusionada con la posibilidad de mejora que podría traer a sus vidas el gobierno de Barack Obama.
Precisamente ese "ir más allá" convierte lo que podría interpretarse como una victoria propagandística del gobierno de Raúl y Fidel Castro —el fin de las "crueles medidas"— en un dilema a enfrentar: ¿hasta dónde y cuándo aceptar una mano extendida, un gesto de quien sabe que no puede prescindir de los que gobiernan la Isla, pero intenta llegar a los gobernados?
En primer lugar, desde el punto de vista económico, el gobierno cubano necesita como nunca antes ese aumento en los viajes y el envío de remesas. No sólo porque la caída del precio del níquel aumenta la importancia del turismo, a la hora de adquirir los recursos vitales para sobrevivir, sino porque es la única posibilidad inmediata de buscar un alivio a la excesiva dependencia del gobierno de Hugo Chávez. Desde hace años, el temor a que se repita lo ocurrido tras la caída de la Unión Soviética recorre la Plaza de la Revolución.
Pero en segundo lugar —y no menos importante— está el hecho de que no sólo la política hacia Estados Unidos depende de las circunstancias en que se desarrolla la política nacional en la Isla, algo que ha ocurrido siempre, sino que por primera vez, en cierto sentido, se han invertido los términos, y la aceptación o no del ofrecimiento de Washington será interpretado por la población de la Isla como un asunto más personal que de política de Estado: los cubanos tienen más esperanza en Obama que en Raúl Castro, en lo que se refiere a la posibilidad de solución de sus problemas cotidianos.
Así que es demasiado el riesgo para que La Habana se limite a señalar el levantamiento de las sanciones como una victoria política, e interpretar lo ocurrido como una vuelta atrás a la época de Clinton. Por otra parte, demasiada tinta ha corrido en favor del fin de las restricciones para ahora adoptar de nuevo la táctica de plaza sitiada.
En lo que es un cambio amplio de la política hacia Cuba en muchos años, Obama ha colocado al gobierno de la Isla en la necesidad de dar no una, sino varias respuestas a una serie de aspectos específicos, que van desde el internet hasta la frecuencia de los viajes familiares, pero en cada uno de ellos hay un denominador común, que se puede resumir en una palabra muchas veces mal empleada pero vigente: libertad.
¿Hasta dónde y cuándo va a permitir el gobierno cubano una mayor libertad, no sólo a quienes viven en la Isla, sino también para aquellos que desde el exterior mantienen sus vínculos con el país?
Nada hace creer que La Habana intentará evadir la cuestión una vez más, y quizá limitarse a responder con algunas medidas económicas, fáciles de llevar a la práctica —disminución de los recargos al dólar, menos trámites burocráticos a la hora de viajar a la Isla y facilitar a las aerolíneas estadounidenses que establezcan oficinas allí— y que no afectan los intereses políticos. Pero, incluso, más allá de colocar la bola en el terreno del contrario, Obama está abriendo un juego diferente, en que la confrontación ideológica se sustituye por la competencia de ideas. En cincuenta años, el gobierno cubano nunca se ha enfrentado a este tipo de partido.
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