Sociedad

Miedo ambiente

Las nuevas reglas del juego del gobierno consisten en una modalidad de represión menos aparatosa, pero más demoledora.

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Algunos conjeturan que este ensayo de transferencia dinástica al que asistimos hoy (como cucarachas en un congreso para pavos reales) podría reportarnos un cierto inicio de recuperación económica. Es algo que está por verse. Lo que sí resulta ya visible, palpable y preocupante es que nos está recargando el miedo ambiente.

Lo curioso es que ocurre de una forma, digamos, discreta, a tono con la tónica del legatario.

La primera señal parece habernos llegado con la eliminación (radical hasta ahora) del tan llevado y traído cable para ver los canales televisivos de Miami. Tal vez obedeció a una decisión dictada antes de la transferencia, pero el caso es que a la población le ha dado por acreditarle este golpe a lo que considera una nueva modalidad de represión, menos aparatosa pero más demoledora.

Durante mucho tiempo los cuerpos represivos de la Isla pifiaron en su empeño por impedir que la gente tuviera acceso clandestino a esos canales. Se sucedían los operativos para desmantelar las rústicas bases del sistema y para encarcelar a los suministradores (los que últimamente habían logrado incluso soterrar las líneas), pero todo era insuficiente. El llamado "cable" seguía constituyendo la primera opción entre nuestros fanáticos de la caja boba.

En parte, por la indiscreción que es común y proverbial entre cubanos, a todos los niveles; y en parte, por esa ilimitada disposición al soborno que también nos tipifica ya, quienes administraban en el patio este mecanismo de canales furtivos siempre fueron informados a tiempo y supieron arreglárselas para mantener el servicio, jugándole cabeza a la policía y a los chivatos.

Podrían continuar jugándosela, ya que aún hoy casi todos ellos conservan los medios y se muestran decididos a utilizarlos. Pero una fuerza mayor se lo impide. Y ahora no es la policía ni los chivatos, sino la propia gente, esa misma gente a la que tanto gustan los canales de Miami, pero que de pronto no los quiere ver, temen verlos. Entonces no hay demanda. Y sin demanda no hay negocio. Así que los suministradores se encuentran ante la disyuntiva de comerse (metafórica y literalmente) el cable.

Lo sintomático es que para redondear este acierto sin precedentes el régimen no necesitó echar sus perros a la calle. Sólo publicó una nota en el periódico Granma advirtiendo que en lo adelante serían castigados (dicen que) por ley no únicamente los servidores del llamado "cable", sino todo inocente espectador que se atreviera a hacer uso de sus servicios, o sea, la mayoría potencial de los televidentes, al menos en las periferias de La Habana.

Son las nuevas reglas del juego. Y han sido impuestas sin un solo discurso, sin una sola palabrita subida de tono. Se entiende entonces que su implementación fuera tomada como un paso de avance (al parecer, el único posible hoy para el régimen) en cuanto a la sofisticación y la efectividad de las vías para reprimir.


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