Actualizado: 29/04/2024 20:56
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Sociedad

Miedo ambiente

Las nuevas reglas del juego del gobierno consisten en una modalidad de represión menos aparatosa, pero más demoledora.

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Todavía no ha pasado lo peor

También resulta comprensible que luego del impacto de esta primera medida, la gente se pusiera a esperar otras iguales o parecidas. Y de hecho esperó poco. En este mismo momento tiene lugar en La Habana un inusual operativo contra los vendedores de refrescos de gas, cuyas fábricas clandestinas nunca pudieron ser desmanteladas debido a la pericia de sus dueños y también a sus muy bien engrasados conductos para el aviso de alerta.

Quizás no esté de más recordar que en la capital de nuestra isla, una ciudad sobrepoblada y con temperaturas de caldera infernal durante la mayor parte del año, los establecimientos estatales (en moneda nacional) jamás han sido capaces de mantener ofertas estables de refrescos u otros líquidos, incluida el agua. Es el motivo por el cual resulta tan exitoso para los osados (o los desesperados) ponerse a vender cualquier tipo de bebida fresca. Y entre éstas sobresale, claro, el refresco de gas, cuya alta demanda propició que en casi todas las cuadras habaneras hubiese un punto de venta clandestina.

De tal modo, y al parecer convencidos de la imposibilidad de neutralizar por completo a los proveedores, el nuevo operativo desdeña la ruidosa variante de correrles detrás, como siempre hizo la policía. En su lugar, se dedica a desestimular a sus clientes, a la chita callando, con la simple maniobra de asustar mediante "advertencias", barrio por barrio, cuadra por cuadra, a las miles de personas que por un imperativo de sobrevivencia les compran a 6 pesos el pomo de 1.500 mililitros de refresco de gas, para venderlo frío en sus casas al precio de 8 pesos.

Remedio santo. Se acabó el refresco de gas para los habaneros de a pie. No hay dudas de que en este nuevo estilo (presumiblemente un fruto de la transferencia dinástica) se tienen muy en cuenta las leyes del mercado, así como la conveniencia de su aplicación serena y escalonada. Tal vez sea la base de los pronósticos optimistas lanzados por algún que otro sesudo cubanólogo.

Para nosotros, en cambio, el nuevo estilo no es sino un arranque de crueldad "refinada". Y otra prueba, una más, de que se pueden renovar las armas pero el fin de la batalla continúa inalterable: monopolización ideológica, inercia institucional, reducción de eso que llaman "un futuro mejor" a mero inmovilismo del presente. No en balde se nos está recargando el miedo ambiente.

Y sin embargo, hay esperanzas. Dos a simple vista. La primera es que aunque muchos entre los de abajo no hayamos reparado suficientemente en el particular, los de arriba (por más que lo disimulen) les temen tanto a nuestras reacciones como nosotros a las suyas. Y bien pudiera suceder que su miedo termine aconsejándolos. La segunda esperanza sirve lo mismo para ellos que para nosotros y podría resumirse parafraseando a un caro personaje de El rey Lear: si podemos vislumbrar el peligro y nos queda voz para anunciarlo, significa que todavía no ha pasado lo peor.


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