Represión

Palos de un ciego cruel

Lo extraordinario para el mundo convertido en pan cotidiano.

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Tampoco parece ser visto como algo extraordinario que la moneda internacional se devalúe en la Isla por efecto de un dedo que se alza y ordena a capricho o conveniencia, sin que cuenten para lo más mínimo la ética del intercambio, las normas financieras, los postulados lógicos de la civilización.

Lo extraordinario podría ser tal vez, por insólito, aunque no por desacostumbrado, que los economistas, las facultades de estudios económicos y otras doctas instituciones de aquende y allende los mares, se ridiculicen a conciencia amparando, aplaudiendo o soportando calladamente el desatino.

Sin empeño y sin gandinga

Que hoy se vocifere aquí hasta por los codos sobre la necesidad de la paz, luego de haber exportado durante décadas guerrillas, armas, ejércitos, dogmas del terror, no constituye nada del otro jueves. Lo extraordinario es que venga un Premio Nobel con fama de hombre honesto a llenarse la boca para declarar que nunca hemos practicado el lenguaje de la violencia.

Una calamidad extraordinaria no parece ser ya para nosotros que no podamos comprar en las farmacias ni la más común pastilla para un dolor de cabeza, mientras que varios miles de médicos cubanos receta y distribuye gratuitamente en Venezuela todo tipo de medicamentos enviados desde la Isla.

Lo extraordinario es que este disparate abusador sea exhibido impunemente como prueba de nuestro más alto espíritu de solidaridad y como ejemplo de integración latinoamericana.

Los cientos de presos de conciencia, sus esposas, madres e hijos que ruegan piedad inútilmente; la soberbia que no soporta, no se atreve a conceder ni el más insignificante resquicio legal a las ideas de oposición, por pacíficas que sean; el control político basado en la delación, el miedo y la desidia.

El marasmo espiritual que crece silvestre; el acatamiento resignado y/o temeroso que se vende como apoyo del pueblo; el obsesivo, enfermizo perifollo de la realidad en los medios de información; la imposibilidad por ley de que un hijo de esta tierra invierta en una pequeña empresa privada para sacar del hueco a la familia, en tanto cualquier pelagatos del exterior viene y planta su chinchal.

Desaguisados como estos y otros muchos, cuya relación comienza a ser tópico ocioso, no se ven hoy en nuestra isla como lo que son realmente: palos de un ciego cruel. Nada extraordinario pueden representar para quienes venimos de regreso, perplejos y asustados, de todas las revueltas en que nos han revuelto los que no se revuelven a sí mismos.

Lo único extraordinario, lo que alarma, escandaliza y aplasta, es que aún queden en el mundo personas cultas, inteligentes, con principios presumiblemente de avanzada, dispuestas a defender, a disfrazar esta barbarie, tejiendo a la luz del día, aunque destejan en las sombras (como viudas de un rey vivo), todo sentido común, toda aparente buena fe.

Ojalá no les pase como en la historia del perro de las dos gandingas, que de tanto empeñarse en cargarlas las dos a un tiempo, una para la barriga y otra para la especulación, terminó por quedarse sin empeño y, lo que es peor, sin gandinga.


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