Palos de un ciego cruel
Lo extraordinario para el mundo convertido en pan cotidiano.
Alguien dijo, hace mucho: "Cuando lo extraordinario se convierte en cotidiano es que estamos en una revolución". Parece una frase del Che. Pero en fin, quienquiera que lo haya dicho, el caso es que encaja como losa de plomo en lo que algunos se empecinan en llamar todavía la revolución cubana.
Desvanecida en la práctica (por el uso y abuso) la connotación legendaria que tuvo en otros tiempos, el término "revolución" ha ido dando traspiés en la semántica moderna, al punto que, hoy por hoy, apenas lo asumimos como "acción y efecto de revolver o revolverse".
Cierto es que la revolución cubana sólo se consuela ya con revolver, sin revolverse, pero a falta de otra definición más exacta, aceptemos esta como la más cercana. Y precisamente es aquí donde muestra su poder revelador aquello de lo extraordinario convertido en cotidiano.
Claro que como el término "extraordinario" también ha perdido mucho brillo en la brega, sería menester revolverlo un poco para que acomode igualmente en nuestra situación.
Extraordinaria no parece resultar para nadie en la Cuba de estas horas la contradicción de que en mayo nos anuncien un notable incremento de equipos de uso electrodoméstico, y en junio volvamos a ver paralizadas nuestras vidas durante la mayor parte del día y de la noche por falta de electricidad.
Lo extraordinario, justo por ser lo cotidiano, lo de siempre, no es lo que va del dicho al hecho, sino la manera fría, desinteresada, abúlica, con que nos acostumbramos a dejar pasar contradicciones tales, como si con nosotros no fuera.
Extraordinario no es que se proclamen con fanfarria subidas salariales insignificantes, en momentos en que la pobreza de los profesionales y trabajadores cubanos hunde sus extremos, irreversiblemente, más que en lo poco que ganan, en los nulos dividendos que les proporciona su trabajo y su calificación ocupacional, aun después del aumento.
No resulta siquiera extraordinario que tales incrementos de salario hayan sido sacados de la manga, sin que los sustenten mejorías mínimas en nuestra productividad ni en ninguno de los indicadores con que en el mundo real se mide el avance económico.
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