Literatura

Desnoes, futuro Premio Nacional de Literatura

Las contradicciones del autor de 'Memorias del subdesarrollo'.

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El otro tema fundamental del relato es, claro está, el del desarrollo, que atraviesa los discursos rectores de una década que comienza con los proyectos civilizatorios en la Ciénaga de Zapata en el mismo 1959 y termina en la zafra mal llamada de los Diez Millones.

El conflicto de Malabre (Sergio en el filme de Gutiérrez Alea) consiste, básicamente, en querer el desarrollo y no integrarse a lo único que podría conseguirlo de una buena vez: la revolución. Esta contradicción se relaciona, en las observaciones que el protagonista apunta en su diario, con la otra antinomia que plantea la obra: la tensión entre el carácter nacional y el proyecto desarrollista de la revolución.

No son pocos los tópicos de los discursos de psicología social cultivados en tiempos coloniales y republicanos que aparecen en las reflexiones de Malabre: desde la imprevisión del cubano hasta su incapacidad intelectual. Pero esos tópicos están en el discurso de Malabre justamente porque él representa, del modo más lúcido y racionalizado posible, aquello que la revolución ha de acabar: esos discursos sobre las incapacidades del cubano para la democracia o el progreso eran, como ya en 1960 había apuntado Sartre en su ensayo Ideología y Revolución, parte de la superestructura que legitimaba el subdesarrollo colonial de la Cuba prerrevolucionaria.

¿Por qué se exilió Desnoes?

Ahora bien, cuando se hace más que evidente que la revolución fracasó rotundamente en sus pretensiones desarrollistas, pero no por ninguna intrínseca incapacidad de la gente nativa sino por la flagrante ineficiencia del régimen comunista, Desnoes se vuelve admirador del subdesarrollo de Cuba reflejado en el estado ruinoso de la capital. Evita proyectar los temas de Memorias sobre la realidad contemporánea, en favor de una extemporánea identificación con Malabre que privilegia un asunto que las lecturas más superficiales del relato no han dejado de destacar: lo del intelectual como "conciencia crítica".

Pero también aquí, pasando a pie juntillas sobre la etapa del ostracismo, Desnoes nos regala una nueva contradicción.

Por un lado, afirma que para él el escritor es "la conciencia crítica de la sociedad" y que vio "con estupor que en un momento dado el Partido asumía la conducción de la cultura"; por el otro, dice a continuación: "cuando las cosas empezaron a arreglarse (…) me dijeron que tenía que empezar de nuevo, poco a poco, desde abajo, humildemente para que se me reconociera de nuevo, planteos que por orgullo, por arrogancia, no acepté y decidí salir de Cuba".

¿Se fue por falta de humildad o porque el estado de cosas impedía la existencia del intelectual crítico, tanto cuando comenzó la subordinación de la cultura al Partido como cuando, diez años después, le hicieron esos planteamientos y tuvo ocasión de irse? Y ese cambio a fines de la década, ¿no fue una nueva determinación del Partido?

No puede negarse: a pesar de su lejanía, Desnoes es miembro honorable de la generación de los cincuenta. Comparte con sus colegas que permanecen en Cuba —Pablo Armando Fernández, Ambrosio Fornet, Antón Arrufat, César López, etcétera— las amnesias, escamoteos y acomodos que le han convertido en la ilustración más justa de la impronta denigrante de la revolución en la intelectualidad de la Isla.

No me extrañaría que, ante el actual déficit de candidaturas para el Premio Nacional de Literatura, se modificara la cláusula que establece que sólo puede ser concedido a escritores residentes en Cuba, y fuera Edmundo Desnoes el primero de los de allá en merecerlo.

Sería la ocasión ideal para un nuevo viaje a la Isla, reedición de Memorias del subdesarrollo, Habana más arruinada que nunca y aplauso de los incautos incluido.


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