El estado de malestar

La tradición de considerar el choteo como un defecto, cuando se transforma en permanente válvula de escape, ha adquirido categoría emblemática.

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El eslogan utópico de "El estado de bienestar" se ha convertido dentro de Cuba en choteo, a sabiendas de lo que Mañach escribiera en 1928. Así anduvo la asamblea de Literatura de la UNEAC, efectuada el pasado viernes 7 de abril, presidida por el ministro de Cultura —¿Hay ministros o tarugos del Circo Castro en Cuba? ¿Hay cultura cuando se atenaza el pensamiento diferente?—.

Tres informes de amigos que estuvieron en la de Literatura (Sala Rubén Martínez Villena), junto a uno en la vacía asamblea de Cine, Radio y Televisión (Cine La Rampa, con menos del 10% de los miembros, pues son más de 2.000), y cuentos de un galletazo en la de Artes Escénicas, me permiten moldear una impresión del demorado proceso —Kafka, como se ha repetido, no pasaría en Cuba del teatro Alhambra—.

Lo resumo en la broma de un mordaz asistente: "Hemos merecido, tras inverosímiles sacrificios, el estado de malestar". La dijo en el receso para la merienda: pan con averigua y guachipupa tibia, cacareos sobre la presagiada sustitución del corroído presidente de la institución verdulera, café villaclareño, especulaciones sobre un congreso del Partido a fines de año, fumadores apurando el cabito, no hay segunda vuelta del pan de Cuaresma, saludos desde lejos a Lina de Feria…

Las palabras de nuestro mejor ensayista filosófico hasta hoy parecen de esta Asamblea de escritores de 2006 —la comedia de Molière es de 1662—, no de un acto hace 82 años, en la Institución Hispano-Cubana de Cultura, donde Jorge Mañach arremetía contra la frustración republicana: "Cuando el choteo resulta notoriamente pernicioso es cuando se convierte en absoluto y habitual; cuando no es una reacción esporádica, sino un hábito, una actitud hecha ante la vida".

Conozco creo que bien al escritor que lanzó su dardito en el receso. Recuerdo las asambleas con cierta nitidez. Me dan tristeza —con pausa asociada— y rabia. Y la primera conclusión a debatir es la similitud con la primera república. Parece obvio que la tradición de considerar el choteo como un defecto, cuando se transforma en permanente válvula de escape, lejos de haber desaparecido de la idiosincrasia cubana, se ha acentuado, ha adquirido categoría emblemática, como el escudo y la bandera, como el himno bayamés y los huracanes. Quizás un nuevo Fernando Ortiz, que dejó sus apuntes sobre el choteo —¿Rafael Rojas, Duanel Díaz?, entre otros talentosos filósofos sociales cubanos de ahora mismo—, se anime a estudiar la ucronía del tópico, su pertinencia y fatalismo, su íntima relación con un derrumbe anunciado sin crónica, pospuesto como el chicle que no se despega de la mano cuando tratamos de echarlo a la basura.


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