Crónicas

Moralejas olvidadas

La caricatura de Fidel Castro, el desparpajo de Robaina, los poemas de amor: Y el gobierno siguió ahí.

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En esas circunstancias de renovación, el joven Robaina, que asumió el secretariado de la Unión de Jóvenes Comunistas, empezó por cambiar el logotipo de la organización, dándole el tono festivo de un letrero de colores pintado por Miró que luego engalanaría las paredes de la ciudad, como parte de un maquillaje que incluía el uso del aretico en el militante, la cinta alrededor de la frente en los días de fiestas —al modo en que los bueyes llevan el frontil—, las provocativas pintadas de connotaciones francamente eróticas que rezaban "Sígueme", y los trovadores de moda en la Plaza con el estruendo juvenil de sus orquestas despertando a los muertos para que cantaran y bailaran también.

De este modo, el acto público que tan aburrido era ya, en ese momento que los héroes habían envejecido y una nueva generación estaba entrando en escena, cobró nueva vida. Lo que dijera el orador, tal vez ni lo oiría el joven: entretenido en "apretar" con su muchacha o en buscar muchacha para apretar en la multitud, pero el concierto que allí tendría lugar valdría la caminata y las horas de pie frente a la tribuna.

Robaina pasó a ser el héroe de los jóvenes. En los hospitales, los bebés nacían ya, con bigote y todo, pareciéndose a Robaina. Y en las calles era difícil distinguir al adolescente conocido de toda la vida, del Robaina verdadero. Hasta los jóvenes altos redujeron su tamaño, y lo flacos aumentaron libras, todos en el formidable empeño de parecerse a Robaina. Como él, vestían de negro, pulóver y pantalón, y llevaban la patilla al nivel de la oreja: Igual que Robaina. Una verdadera clonación.

Por primera vez en la historia de la revolución en el poder, surgía un líder. Entonces a Robertico lo hicieron canciller y poco después lo mandaron para su casa por falta de identificación con el pensamiento del Comandante en Jefe. Pero cuando esto sucedió, la UJC perdió el toque lúgubre, eminentemente funeral que Robaina encontrara allí, y el gobierno, sin embargo, seguía en pie.

Despreciados libros de amor

Otro ejemplo a recordar es la extinción de los libros de poesía de amor, a partir de 1961. Ese año Manuel Díaz Martínez publicó un breve pero excelente cuaderno de versos de amor titulado El amor como ella.

En esto llegó el congreso de intelectuales de donde saldría la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Y Nicolás Guillén, que siempre que pudo se mantuvo a leguas del dogmatismo, ese día, extrañamente, tal vez recordando que meses antes había tenido lugar la Invasión por Playa Girón, o vaya usted a saber, a lo mejor por hacer un chiste, cometió el error de recordar que en días de la Gran Guerra Patria, le llevaron a Stalin un librito de versos de amor recién salidos de imprenta. Stalin lo hojeo, preguntó cuántos ejemplares había impresos, y comentó que con dos habría bastado. "Uno para él —dijo— y otro para ella".

Durante los siguientes veinte años, los poetas cubanos incluyeron en sus libros poemas de amor. Pero tímidamente. Ninguno se atrevió a presentarse en una editora con un libro de poesía de amor. El Caimán Barbudo, aquella publicación hoy agonizante que fundara Jesús Díaz, reparó en el hecho y lo señaló. Entonces, abriendo la puerta, llegó el torrencial David Chericián con Junto aquí poemas de amor.

Bien, decenas de volúmenes de poesía de amor ha visto publicar Cuba después, y el gobierno no sólo sigue en pie, sino que ha seguido encabezado por el mismo gobernante que lo asumiera en aquel legendario año 1959 de nuestros sueños dorados, hoy —para quienes vinieron después— ya tan antiguo como el incendio de Roma.


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