Actualizado: 15/04/2024 23:17
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Crónicas

Moralejas olvidadas

La caricatura de Fidel Castro, el desparpajo de Robaina, los poemas de amor: Y el gobierno siguió ahí.

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Allá por 1985 los muchachos del tabloide mensual El Caimán Barbudo, muchachos al fin y por tanto poseídos del espíritu de innovación que partiendo de la apropiación del fuego nos tiene ya haciendo clonaciones, imprimieron un número que algunos comunistas ortodoxos consideraron una locura y otros una provocación.

En su portada, a toda plana, aparecía una caricatura de Fidel Castro realizada por Posada. Iba a ser la primera vez en veinticinco años que una caricatura del líder cubano viera la luz pública. Naturalmente, el decomiso del número no se hizo esperar.

Los entonces muchachos del El Caimán Barbudo, que habían tenido la sagacidad de dejar como al descuido un ejemplar en la oficina de alguien que se banquetearía difundiendo en el extranjero la noticia de que El Caimán Barbudo permanecía detenido y en peligro de ser convertido en pulpa, se encomendaron al hábil y elocuente Bladimir Zamora, de la dirección del juvenil tabloide, seguros de que él completaría el milagro.

Zamora acudió a Carlos Rafael Rodríguez, vicepresidente del Consejo de Estado y figura de peso fundamental en las relaciones económicas cubano-soviéticas. Fuera de ellos dos, nadie sabe lo que en aquel despacho refrigerado hablaron el joven poeta y entonces futuro musicólogo y el poderoso vicepresidente y prestigiado pensador autor de voluminosa obra escrita. Eso le corresponde contarlo a Zamora cuando un día escriba sus memorias. Pero el joven enviado regresó a El Caimán con la noticia de que Carlos Rafael, sin prometer nada, accedió a interesarse en el delicado caso.

Y lo hizo, según parece, pues setenta y dos horas después, como los detenidos que en los Estados de derecho han obtenido el beneficio del Habeas Corpus, El Caimán era puesto en libertad.

Esto no abolió la curiosa prohibición, pero el número con la caricatura del miedo circuló y el gobierno socialista, sin embargo, siguió en pie.

'Ese desparpajo'

Cuando empezaron las fiestas en la tribuna pública, un viejo comunista me comentó que todo ese desparpajo ahí a los pies de la estatua de José Martí era un signo de decadencia, que si Stalin despertara en su tumba y viera eso, tiraría a un lado su pipa y volvería a morirse. Y acusó a Robertico Robaina de estar siendo guiado por la mano del imperialismo norteamericano, sabiéndolo o sin saberlo el joven.

No era aquel viejo comunista el único en dar a Robaina por autor de "ese desparpajo" en el que líderes y trovadores compartían la plaza pública. En realidad, esas fiestas tuvieron su origen en Nicaragua, con la llegada al poder de los dirigentes sandinistas, quienes no en vano eran en su mayoría escritores y poetas o sencillamente amantes de la poesía.


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