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Aventuras eslavas de Don Antolín del Corojo...

Aventuras eslavas de Don Antolín del Corojo y crónica del Nuevo Mundo según Iván el Terrible (¿novela testimonio?) Ed. Abril. La Habana, 1989. Edición: María Cristina Eduardo. 231 pp.

Zamorskie pojozhdeniia dona Antolina iz Korojo i otkrytie Novogo Sveta slavianinom: roman. (en ruso) Molodaia gvardiia. Moskva, Rusia, 1990. 220 pp.

En esta sin par aventura que puede tenerse por novela, se cuenta lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer: afamadas peripecias que acaescieron cuando el grande Don Antolín, hidalgo sin par del Corojo, encaminóse en viaje de estudio a las distantes comarcas de la Rusia, su fatigada ascensión al cielo, la talanquera de hierro y otros miedos inducidos, el vacilón georgiano de Catalina, el entierro y resurrección de Don Antolín y las finezas que de enamorado hizo a Doña Shanna del Cáucaso, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse, y en verdad harto buenos, que hacen que se tenga esta aventura por apócrifa. Y la relación del no menos esforzado Iván, el Terrible por sobrenombre, ruso que nunca quiso hacerse el sueco, exemplo de cronista y caballero que por las tierras del Nuevo Mundo anduvo, sobre el que menudearon aventuras tantas y tales como la muerte y resurrección del Piano, el cohete de Liduvino, las komsomolas de Ramoncito, con villancicos de izquierda, la economía del mozambique, el tiburón que no comía carne rusa, nociones de culosofía y otras peripecias y graciosos sucesos que tienen más de lo cierto que de lo discreto, y que adornan y acreditan esta grande historia.

DE AVENTURAS ESLAVAS…:

Capítulo VI

De lo que avino a un enanito de Blancanieves que se hizo comunista, con nociones de sustología y parición del aguacate, hedor y lucha de clases y la fatigada ascensión al cielo de don Antolín del Corojo, el Tabaquito huérfano, helicópteros y semáforos, con flauta y sin pasaporte, la esmerada plática del hermano Evangelio y los dedos en lata, los silbidos hacen cola y otras admirables razones de Antolín el Grande

Patidifuso me quedé con aquello de irme pa Rusia. Va y mañana vienen a decirme: Antolín, lo hemos seleccionado para una excursión a la Luna. Y Antolín ahí, de lo más tranquilo; porque eso de ir a la Luna ya no tenga gracia. Pero aquello de Rusia. Que si fuera ahora en la actualidad. Mira tú. De turismo y discutido. Cualquiera va. Bueno, amarré a ponerme nervioso y se me cayó la cesta, y el desparrame de gardenias fue que ni en las novelitas de Corín Tellado. Pero me hice ahí mismo un confesionario padentro: Ven acá, Antolín, ¿qué nerviosera es la tuya, negrito? (…) Mírate a tí mismo personalmente: el guajirito Antolín, Antolín el Chiquito, Antolincito el rebijío del Corojo, y la Revolución, de grandísima que es, lo manda pa las tierras de Rusia, a viajar los países como un personaje de novela. Empecé a decirle que sí a Manolito, que si no me ataja todavía estuviera el guajiro diciendo SÍ SÍ SÍ SÍ . Vamos pa la casa y se lo contamos a mi vieja. Como él no había comido, cuando llegamos le dije: Vieja, caliente algo para Manolito y para mí, que venimos desfondados del cuello pabajo. Y mientras cocinaba —bueno, cocinar, cocinar, no tanto, porque un arroz con huevos fritos y boniato hervido casi no se cocina—, Manolito y yo elucubrando cómo le entrábamos a Mamá. Hasta que me decidí: hay que entrarle por el directo y como cosa hecha, antes que le dé la calambrina y la indefinición. Mamá, me voy a estudiar pa Rusia con los Jóvenes Rebeldes. Ni me quiero acordar del aspaviento y la lloradera que se armó en mi casa. Yo tengo como creencia cierta que es desde ese día que no pare el aguacate. Como que los árboles también tienen sus neurosis y con Mamá pegando alaridos allá, no digo yo el aguacate, hasta la palma real, que debe ser más asentada, se amarra a no dar palmiche para más nunca más. Entre más yo le explicaba, más se aspavientaba Mamá. Una tragedia griega, pero en el Corojo. (…)

—Ay, mi hijito, que no voy a verte más en esta vida. Mira que Consuelo se encontró antes de ayer un dedo en una lata de carne rusa. Y un dedo de negro, que allá en Rusia no hay. Dice el hermano Evangelio que es como un mundo aparte, un purgatorio, y que a la entrada tienen una cortina grandísima de hierro. Y al que pase y vea lo que hay de la cortina padentro, a ese no lo dejan vivo, para que no cuente después las atrocidades que suceden.

Y por cuenta de la gritería entra tío Néstor, que nunca estuvo ni con los batistianos ni con los rebeldes, ni con los indios ni con los caobois, pero siempre buscaba su acomodo. Pega a enterarse de las noticias y le dice a Mamá:

—Mejor lo dejas ir, mi hermana, no sea que de todas maneras te lo lleven. Fíjate que eso de las latas no es cosa comprobada y si se queda aquí a lo mejor el día menos pensado te lo movilizan para el monte y ahí te devuelven a Antolincito en una lata de madera. Y eso sí es cosa comprobada. Con un Antolín en el monte alcanza para toda la familia. Además, si esto se cae, puede que sea mejor tener bien lejos al vejigo, que los americanos se la van a arrancar a todos los comunistas, empezando por tu marido, que la Revolución le trastornó el seso.

(…)

Y a las seis menos cuarto, que no se me olvida, nos montamos en el tren lechero hasta La Habana, donde nos recogió un camión de los Jóvenes Rebeldes a la una o las dos de la madrugada.

(…)

Pensar que yo, Antolín Mena Carvajal, Antolín el Chiquito, que había ido solo a Pinar de Río dos veces y por asuntos de familia, estaba ahora en La Habana, solito solo, y en que me iba para Rusia y a montar barco y a correr el mundo como un capitán de quince años. Bueno, de dieciséis, pero eso no le hace. Y en el piensa piensa me trabó el ¡De Pie!, pero lelo como estaba fui el último en lavarme los dientes y salí atrás de todo el mundo. Aunque no era más que cruzar la calle —bueno, LA CALLE, que ahí en Carlos III los carros fu fu fu, pasaban medio volando medio corriendo—. Y yo en la acera, esperando a que acabaran de pasar cuando en ese instante, figúrate tú, todos los carros se empiezan a parar al lado mío. Y yo: ¿por qué se pararán los carros esos? Entonces viene por detrás de mí El Helicóptero y me grita: Pasa, comemierda, que tienes la roja puesta. Así estaba yo de aguajirao en aquel tiempo, que ni desayuné ni nada por andar velando a los demás para cruzar con ellos al regreso.

(…)

Ya yo estaba bastante mal de la gripe, que al final resultó pulmonía; pero no decía ni hola, porque enfermo sí no me iban a embarcar y se me caía el viaje. Primero muerto.

(…)

Yo creo que la navegadera iba todavía por frente a Matanzas, cuando me ingresaron. Ya estaba más del lado de allá que del lado de acá. Y pega los médicos rusos a halarme, hasta que me volvieron a poner de este lado. A la salida de La Habana fue cuando se me empeoró, con el llovizneo de aquella tarde y los cielos grises. Una tristeza de los elementos que era lo peor de lo peor para irse en barco. Óigame, negrito, cuando el aparato aquel pegó a moverse y despega y despega del muelle. Poquito, un poquito más, y rápido por el canal pafuera, y yo empecé a ver las calles que se iban patrás y la gente Adiós Adiós (Ay Dios, oía yo) y los pañuelos y las banderitas (…) —y éramos nosotros mismos yéndonos de la costa pafuera, hasta Rusia sin parar—; ahí me pegaron a pasar por la cabeza el capitán Nemo, Mamá, la Isla Misteriosa, Angelita, el "Titanic", Robinson Crusoe, Papá, el quimbombó de la vieja, las clases de Geografía, la cortina de hierro, un dos tres cuatro arriba los pobres del mundo, y si me muero por el camino, seguro me echan al mar como en El Corsario Negro. Ya el Morro parecía una puntilla parada, un fósforo sin caja, y La Habana ni engurruñando los ojos casi se veía. No diga usted el Corojo.

Capítulo VII

Discreto, nuevo y confuso coloquio sobre la etimología inconclusa del cha cha cha, semiótica de los malicones y sitios de perdición, higiene de los caimanes o el peligro de las importaciones, estilagas, milicianos y rock&roll, con nociones de Culosofía, Manolito el Suápiti y el sistema cubano de información o la prensa plana no tan plana, indigestión de realidad o las visiones de Iván y otros sucesos que adornan y acreditan esta grande historia.

Este capítulo será confuso como las primeras impresiones, confuso como la Teoría de la Relatividad para mi abuela, los asesinatos de Agatha Christie, los trámites para una permuta, las novelas de Hermann Broch, o la solución al último teorema de Fermat —de paso, por si algún lector se aburre de este confuso capítulo, lo invito a demostrar que no hay números enteros x, y, z que satisfagan la ecuación xn+yn=zn, cuando n es un entero mayor que dos. Aunque los matemáticos le vienen dando vueltas a eso hace trescientos años, puede que usted tenga más suerte y descubra, gracias a esta novela, su talento matemático. O, en caso contrario, puede que se convenza de lo entretenida que es la literatura.

Este capítulo será tan confuso como los acontecimientos que tienen lugar en las retinas de un ruso, habituadas a recibir abedules, ranas hibernadas en los arroyos hasta la próxima primavera, troikas, distancias nevadas y otros paisajes Turgueniev, que de pronto obtienen la imagen de La Habana 1960.

(…)

Lo cierto es que los sentidos de Iván comenzaron a adentrarse en una ciudad donde los autos se movían a cien kilómetros por hora, donde el lechón asado no sabía a lechón asado (ejemplo de relatividad), gracias al fuego proporcionado por la madera olorosa de la guayaba; una ciudad donde cada fruta era un capítulo aparte en los anales de los sabores, y un coctel de frutas, el apretado resumen de un finalista desconcertado antes de la última prueba. Entonces la lengua de Iván fue sintiéndose cada vez más impotente, más abandonada. Empezó a padecer crisis de personalidad. Si las orejas son dos, y los ojos, y los brazos, ¿por qué yo tan sola y húmeda y encarcelada tras los dientes? La lengua hacía lo humanamente posible, pero por mucho que separara la piña del caimito, el mango de la fruta bomba, era incapaz de responder cuál era cuál y le ordenaba a la garganta: trágatelo y líbrame de esta carga, pachalusta, entre remordimientos y complejos de inferioridad.

Una ciudad donde en cualquier parte los acechaban altoparlantes gritando rock&roll y cha cha cha. Donde, lo que es peor, nadie sabía por qué el cha cha cha se llamaba cha cha cha. Donde, además, eso no le importaba a nadie y cualquiera sabía distinguir el cha cha cha del danzón, del danzonete prueba y vete, de la guarachita, del bolero, del son, y más aún del Concierto número uno de Chaikovski para piano y orquesta. Donde cualquiera sabía bailar cha cha cha, cantar cha cha cha y soñar cha cha cha (…) Iván comenzó a sospechar posibles etimologías en el sonido de las hojas del cocotero mecidas por los alisios tropicales, en el ronroneo de la soga que sostiene la hamaca en el cuadro La siesta, en el crepitar de los chichachacharrones de viento, el siseo de los churros al naufragar en el aceite hirviente, el almidonado crujir de un faldo dril cien con cadena de oro dieciocho, Santa Bárbara veintidós, camisetilla, tacos dos tonos y bacán de Prado y Neptuno incluido, o en el acezante quejido de una faja atenazada, como América Latina entre el subdesarrollo y las transnacionales, entre la fuerza centrípeta de la saya y la fuerza centrífuga de las nalgas.

(…)

Una ciudad bella, limpia (entonces), moderna, con Ten Cents, superoferta para las amas de casa, y niños vendiendo periódicos, oiga, señor, cómpreme la noticia, y hasta el negrito que anunciaba las últimas internacionales y domésticas cantando, bailando, haciendo cuentos de relajo y que vendía mucho más que los otros: “Oye la noticia, monina: lo de Stevenson el fuácata. No te lo pierdas. Fue a darse bombo y le dieron hasta por el bombo. Fue mucho lo que le pusieron. Un papelazo de competencia. Lo que dice la vieja mía, caballeros: el que nace pa changuí, ni aunque se pinte de cheche”. La ciudad del Tikoa Club, del Two Brother's Bar, del Sloppy Joe's, los Forshane Shoes y del Caballero de París obsequiando estampitas y recibiendo muy digno las limosnas, como si se tratara de meras contribuciones de aquestos sus vasallos, y la ruleta gira y gira en el Salón Rojo del Capri, hagan juego señoras y señores, el banco pierde y se ríe, el punto gana y se va, y más niños a medio la limpieza señor, el Diamante de Neptuno, y milicianos adelante, milicianos a marchar, sólo tenemos un ideal, y los night‑clubs amor, amor que falsa eres, tú me engañaste y con tu traición, ven mi corazón te llama, y el casimir erecto contra el dacrón húmedo de las damas, y el niño mami mami, cómprame ese avioncito, camina, muchacho, siempre tienes que pararte delante de la vidriera de Los Reyes Magos. Y posadas donde se fornica contra reloj. Y el ciego, por el amor de Dios, señor, la Caridad del Cobre me pidió que fuera, ella sabe lo mío, y marchando vamos hacia un ideal, y las mulatas de Tropicana impecablemente vestidas con tres estrellitas ubicadas estratégicamente en el nombre del hijo, en el epíritu y en el santo, meneando el caderamen según una órbita elíptica que ni Kepler, y cantando en son de guarachita que somos socialistas palante y palante, y los hombres a media calle girando ciento ochenta grados al paso de un apocalíptico, prodigioso y extrovertido culo, y fue entonces cuando Iván sospechó la cultura tropical del culo. El culo totémico, homenaje a ancestrales divinidades paganas. El culo como atributo de la personalidad. El culo mito, ritual, inspiración, activando la espoleta del genio poético: mami, si te pones cascabeles, eso suena mejor que la orquesta sinfónica; niña, mañana mismo voy pal oculista, porque estoy viendo doble, en esa Sierra Maestra yo me alzo cuando tú quieras. El culo unidad y lucha de contrarios. El culo intermediario, porque en Belascoaín y Zanja una reyerta con asomo de cabillas envueltas en periódicos fue zanjada por un culo talla extra que apareció, inocentemente (si puede hablarse de la inocencia de los culos) en la acera de enfrente. El culoulouloulo (con eco). El culo ambivalente y contradictorio, objeto de discordia y concordia nacional. El culo mitológico de Paulina, la del bidet. El culo de puntilla, el de manzana, el culo melocotón, el palangana (para los menos exigentes en cuestiones de estilo). El culo corazón, quizás el que de un modo más inmediato toque las fibras sentimentales del hombre. El culo socialista, por lo equitativo. El culo tímido, por lo noculo. El culo equilibrista, tan al borde de la caída siempre. El culo evocador, en fin, nostálgico, ¿te acuerdas de aquel culo? El culo resignado del viejito: niña: con lo que tú tienes y con lo que yo sé... El culo de carné y el panorámico, el culo VW y el culo Cadillac, fueron introduciendo a Iván en los misterios de la Culosofía.

(…)

Y mientras, Manolito el Suápiti voceando: “Entérense con María Cruz. Dice que a la tercera va la vencida. Ciento seis abriles y le dio pasaporte a la incultura. Ya no hay quien tupa a la ocamba. Clara como el dril cien. Vaya, Revolución, el Hoy, con las viejas más viejas y los pollos más pollos. No se lo pierda, señor. Festival de rubias en La Habana. No se preocupe, que hasta sin espejuelos se les ven los chichones en la fotografía. Vacilen el rubietaje que nos mandaron los checos. Nada de nada, que estas checas están más buenas que las otras checas, aunque no sirvan para lo mismo. Directas de Uropa, caballeros. Directas de Uropa”.

(…)

Entonces Iván empezó a reponerse de sus visiones, se dijo a sí mismo que el cambio de horario, la humedad relativa del aire, la dieta quizás. Y poco a poco empezó a comprender, a pesar de la confusión que permea toda esta historia y, por extensión, este capítulo. Un capítulo que será, como anuncié al principio, muy confuso. Tanto, que todavía no sé cómo voy a escribirlo.