El suicidio

Joaquín N. Aramburo

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El suicidio*

Joaquín N. Aramburo

¿Por qué se mata tanta gente en Cuba? ¿Qué infidelidades antes desconocidas determinan la suspensión violenta, por mano propia, de tantas preciosas vidas, aquí donde pudo decirse que el mendigo vivía más fácilmente que en naciones viejas de Europa el minero y el obrero? (…)

¿Por qué tantos locos, que no obstante sepultarse mensualmente treinta o cuarenta cadáveres de ellos en el cementerio de Mazorra, el manicomio se amplía y ya va siendo rara la familia donde no haya un desequilibrado más o menos ofensivo?

La nota característica de nuestro pueblo siempre fue la indiferencia religiosa. Ni han creído ni han dejado de creer (…) Raro es el cubano medio culto que no leyera en sus mocedades La Biblia, por Michelet; Los evangelios, por Proudhon; La vida de Jesús, de Renan (…)

Entre las humildes clases campesinas, entre los obreros y el hampa afrocubana —que diría Fernando Ortiz— poco influyó la fe en el altísimo para las abnegaciones y el fortalecimiento del carácter (…)

Y yo recuerdo que se ahorcaban los chinos y los negros esclavos, desesperados de su infamante condición, pero los blancos y los negros libres, rara vez; robaban cuando [estaban] necesitados; trabajaban cuando [eran] honrados; se distraían bebiendo o jugando, pero no, como ahora, a la primera contrariedad se quitaban la vida (…)

Y en cuanto al sexo bello, ese procedimiento de ingerir polvos Verde París en vegas y haciendas, o pastillas de bicloruro en las ciudades, que ahora se usa, no era conocido (….)

Es después de las revoluciones, que la perturbación cerebral ha movido tantos brazos suicidas, como tantas locuras e imbecilidades se han determinado; como si un desconocido microbio social hubiera surgido de la sangre de las batallas, reproduciéndose en la vida de los campamentos y ahora invadiera los débiles organismos (…)

Es, por otra parte, incuestionable, que la situación económica del país es muy distinta de la otra, no obstante señalar falsos aumentos en la estadística de producción. Cuatro centrales azucareros producen hoy tanto como antes cien cachimbos. Pero máquina, aparatos y ferrocarriles logran que cuatro braceros realicen el trabajo de cien: quedan 96 hombres ociosos. Moribunda la industria tabaquera, perdidas las cosechas, emigrados los campesinos de las zonas privilegiadas, escasea el trabajo. Necesidades nuevas, carestía de la vida, otras inclinaciones y otras exigencias de la civilización, causan miseria y despiertan desesperación (…)

Lo principal, la causa generatriz, puede estar en el cambio radical de costumbres, en el otro concepto de lo que es moral y es placer, adquirido en el incremento de la prostitución en distintos órdenes de la existencia colectiva (…)

Ábrase la crónica judicial de la capital y de poblaciones importantes, y se tropezará, cada día, con un suicidio realizado o frustrado, por desaveniencias entre concubinos, por celos, por imposiciones del guayabito o desvíos del ser amado. Cuando el número de pérdidas era menor, y más severo el concepto que los hombres tenían del propio honor, el concubinato no presentaba estadística tal de violencia contra otras personas o contra uno mismo (…)

Agreguemos a esto la fiebre del azar, el descaro del vicio del juego, la indiferencia y hasta la complicidad del poder público, en presencia de la explotación de ese desequilibrio, mediante el cual se arruinan familias, se derrochan fortunas, se pierden hábitos de trabajo y ahorro (…)

Antes que el muñeco y la maruga, saben ya los niños cubanos disparar balas (…) familiarización del individuo con elementos de muerte, que predispone al desprecio de la vida y explica que el matón instintivo, cuando no puede acusar a otro de su infelicidad, se hiera a sí mismo: todo es volver hacia el cráneo el arma que otra veces apuntó hacia afuera (…)

¿Por qué la libertad, la República y la cultura social no evitan el desequilibrio?

RECUADRO

“Reflexiones de un militar sobre el verdadero heroísmo”

Manuel de Zequeira y Arango

“Desde que emprendí la brillante carrera de la Milicia, he leído muchas historias llamadas morales (…) Toda la antigüedad ha resonado sus elogios, cuyo eco se ha extendido hasta los tiempos más remotos de la acción de Catón Uticense. Este romano se da a sí mismo la muerte por no caer en manos de César. Esto se ha llamado universalmente virtud, heroísmo; yo lo llamaría mejor orgullo, soberbia. Nadie es dueño de su propia vida. Dios nos la ha dado, solo Dios os la puede quitar. ¿Y por qué Catón se mata a sí propio? ¿Qué bien público o particular resulta de su horrorosa acción? ¿Liberta a su patria, la saca de la esclavitud? No: él solo se sustrae a la ignominia de verse dependiente… ¿En todo caso la virtud no consistía en sufrir?

Papel Periódico de la Havana; nº. 40, jueves 17 de mayo de 1804, p. 157.

(Texto atribuido a Manuel de Zequeira y Arango. Ver Emilio Roig de Leuchsenring: La literatura costumbrista cubana de los siglos XVIII y XIX. Los escritores; Oficina del Historiador, 1962, p. 15).

* Fragmentos de “El suicidio”; en Vida Nueva; año II, n.º 1, La Habana, 1911, pp. 5-7.

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