León Ichaso entrevisto por Mirta Ojito

Mirta Ojito

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León Ichaso entrevisto por Mirta Ojito

Compartiendo un secreto

Abre la puerta desde el primer piso y grita, “¡Sube, sube, que te estaba esperando!”.

Y ahí está León Ichaso, con una sonrisa de dientes blanquísimos enmarcada por una barba negra salpicada de canas. En este pequeño apartamento repleto de libros y música, en una de las áreas más exclusivas de Manhattan, ha vivido 33 años. Aquí escribió —alumbrándose con velas porque no tenía dinero para pagar la electricidad— el guión de El Súper, la película que le permitió dejar de hacer comerciales en 1979, dedicarse por completo al cine, y convertirse en el realizador cubano más prolífico en Hollywood.

Aquí escribe todos los días en su ordenador un pequeño cuento, un segmento de guión cinematográfico, un pensamiento, el recuento de un sueño de la noche anterior… Los sueños tienen que ver frecuentemente con su padre, el excéntrico poeta Justo Rodríguez Santos, que murió en 1999, a los 84 años. Papidreams, escribe en el ordenador, y aparecen unos párrafos sin puntuación, oraciones apuradas escritas en spanglish, esa mezcla de español y de inglés que tan fácil se les da a quienes, como él, nacieron en Cuba, pero se hicieron hombres y mujeres en Estados Unidos.

“Son sueños bilingües”, dice Ichaso a modo de explicación, y gira sobre la silla, de espaldas a la pantalla, para tratar de explicar una vez más a su padre.

“Era un poeta en motocicleta”, recuerda, y se echa a reír. “Un hippie. Se aparecía a buscarme en las fiestas de mis amiguitos en moto y en pijama. Yo me moría de vergüenza”.

Su padre fue uno de los poetas clave de su generación, que publicaba con frecuencia en Orígenes, la principal revista literaria cubana del siglo XX, fundada por Lezama Lima. Sus libros ocupan un lugar prominente en el librero de Ichaso. Y su foto, en blanco y negro, domina la sala desde su puesto sobre la chimenea. Justo Rodríguez Santos se ganaba la vida como director de programas de televisión en la CMQ. En los años 50, cuando el estilo de Hollywood se imponía en el mundo, hacía montajes espectaculares de fotos y películas, no muy distintos a los que hace Ichaso en películas como Piñero (2001) y El Cantante, estrenada este verano.

León Ichaso nació en El Vedado, en agosto de 1948, y se crió en Miramar. Separados por la política, o por la Revolución, sus padres se divorciaron cuando él tenía 8 años. La madre, Antonia Ichaso, escritora de novelas de radio y televisión que aún vive, estaba en contra de Fidel Castro. Su padre, en cambio, era un enamorado de la Revolución y de la figura de Castro. Después del divorcio, cuando él venía a visitarlo, se le aparecía en los bajos del edificio manejando una camioneta con un altoparlante. Desde abajo, gritaba por el altoparlante: “¡Leoncito, m’hijo, soy tu padre, baja!”.

Y León bajaba corriendo, porque adoraba a su padre y porque sabía que, con él, siempre existía la posibilidad de la emoción, de la sorpresa. Su padre lo llevaba a la CMQ donde regularmente se presentaban cantantes como La Lupe, Benny Moré y Olga Guillot.

A los catorce años, León Ichaso se fue de Cuba con su madre y su hermana, la también cineasta y escritora Mary Ichaso. En el aeropuerto, su padre lo sentó frente a él y le miró a los ojos.

“Mírame bien”, le ordenó, “porque más nunca vas a verme. Yo creo en esto y aquí me quedo”.

No fue así. Su padre se desilusionó de la aventura de la Revolución y, cuando pidió permiso de salida en 1967, lo enviaron a una granja de trabajos forzados. Sus libros desaparecieron de las librerías cubanas. Borraron su nombre de la historia literaria de Cuba. Para sobrevivir, vendió los carritos con los que su hijo jugaba de niño. Un año después, en 1968, llegó a Miami. Para entonces, Ichaso estaba inmerso en la cultura hippie de los 60. Escribía poemas, hacía cine y experimentaba con drogas. La familia se mudó a Nueva York, donde Ichaso encontró lo que creía perdido en el exilio: la música y ciertas voces, melosas y roncas a la vez, que le recordaban el sonido de La Habana a las cuatro de la mañana.

En 1985, tuvo la oportunidad de recrear todo aquello en la voz del músico cubano Virgilio Martí, en su película Crossover Dreams. Martí canta también en la película Bitter Sugar, Azúcar Amarga (1996), la única película de Ichaso que trata directamente el tema cubano. “Lágrimas Negras”, en versión guaguancó de Virgilio Martí, hace que Ichaso cierre los ojos en su apartamento de Nueva York y se transporte a La Habana de su niñez, la ciudad que le regaló la música.

Cruza las piernas, palpa sus mocasines color café, se ajusta la camisa azul de tenues rayas blancas, mete las manos en los bolsillos del arrugado pantalón beige, y se pasa la mano por el círculo brilloso de su incipiente calva. Por fin, dice: “Desde muy niño yo respiraba el ambiente de La Habana”.

¿Cómo es posible llevarse tanto de una ciudad saliendo tan joven y sin regresar en todos estos años?

Recuerdo perfectamente la primera vez que sentí el pulso de La Habana. Mis padres me llevaron a los carnavales. Yo tendría ocho años y estábamos en el Paseo del Prado. De pronto veo a unos negros arrollando, sudorosos, con las camisas blancas, abiertas, tocando tambores, camino al Malecón. Aquello me emocionó tanto que cerré el puño sobre la punta de cristal de un bastoncito que mis padres me habían regalado ese día, rompí el cristal y me rajé la mano. Mis padres me llevaron corriendo al restaurante Miami para limpiarme la herida. Pero yo no recuerdo ni el dolor ni la sangre. Seguía abobado, mirando la comparsa por las ventanas del restaurante y tratando de oír la música. Y no volví a sentir esa sensación de relajo, goce y alegría total hasta que llegué a Nueva York y oí salsa por primera vez.

¿Cuándo fue eso?

A finales de los 60. La primera vez que vi una orquesta de salsa fue en Central Park. A principios de los 60 todo empezó a cambiar: los músicos cubanos que llegaban a Nueva York huyéndole a Castro traían su música y sus ideas, y aquí se empataron con músicos puertorriqueños como Johnny Pacheco y Willie Colón, y crearon la salsa. Se dieron cuenta de que no tenían que lucir como Ricky Ricardo, y que tenían que llevar la música a la gente, a la calle. La salsa surgió como una respuesta a lo que estaba pasando en los 60 con el resto de la cultura. Era más subversiva que la música latina tradicional. Además, los transportaba a casa. Podía haber una tormenta de nieve afuera, pero uno entraba en un club, oía la música y se sentía en casa. Esa gente, esos músicos, llevaban la Isla con ellos, Cuba y Puerto Rico. La música se convertía en el puente hacia la Isla que dejaron. Era algo tangible, a lo que podíamos agarrarnos como si fuera un barco, con el mismo destino: la isla de la imaginación.

¿Eso es Cuba para tí?

Cuba me interesa, pero me interesan muchas otras cosas también. Además, ahora es otro país, muy distinto al que yo dejé.

Sin embargo, da la impresión de que en tus películas siempre estás, de algún modo, haciendo tu película cubana, la que aún no has hecho.

Puede que sí. No lo había pensado. Mis películas tratan, en el fondo, acerca de lo que hemos perdido en el camino, acerca de la tristeza del inmigrante, de la nostalgia, del deseo de triunfar, de los problemas de identidad. Son temas cubanos, sí, pero son también, fundamentalmente, temas humanos. A mí me interesa más lo que se queda en el camino, los sueños frustrados.

¿Qué película te falta por hacer?

La de mi padre. (Larga pausa, como si fuera a llorar, pero Ichaso se compone y suelta una carcajada). Yo no tuve un padre normal, pero nos quiso mucho y yo lo quise mucho. Veinte años después de divorciarse de mi madre, se volvieron a casar. Él rompía el molde. No era un tipo de dril cien. Una vez se compró un ataúd y se quedó dormido adentro, borracho, y la gente en la fiesta se le arrodillaba al lado, a rezar. Cuando mi hermana y yo nos portábamos mal, nos llevaba en el carro a Mazorra y los locos se asomaban por las ventanas a mirarnos. En Nueva York, cuando ya estaba viejo, sacaba a su perico en su jaula a caminar por el barrio, como si fuera un perro, para que viera la ciudad. Murió hace ocho años, pero mi padre es como Superman, nunca dejará de existir.

Vives entre Nueva York y Los Ángeles

Sí, pero no tengo nada, solo exes. (Ichaso se ha casado y divorciado dos veces, pero no tiene hijos). Aquí y allá alquilo mis casas. El precio de la integridad es la miseria total. Hay directores que hacen una película y ya están hechos. Yo siempre pienso: “Ésta es la buena. Ésta es la buena”, pero todas vienen y siguen y no pasa nada.

¿Cómo es tu vida en Los Ángeles?

Voy a la iglesia todos los domingos y paso el cepillo desde hace un año. Es algo pequeño pero me parece que me acerca a Dios y a la gente. (Ichaso intuye la duda, se levanta y pone un vídeo de él pasando el cepillo en la iglesia St. Francis Asis, en el valle de San Fernando). A veces llego a la iglesia tarde y me siento ahí, pensando, “ojalá me escojan otra vez”. Nunca estoy seguro de que lo van a hacer. Es algo tan insignificante, pero me hace sentir útil y me ayuda a mí más que a ellos.

¿ Cómo empezaste en el cine?

No se me ocurrió hacer otra cosa. Hice mi primera película en 1967 y no he parado. Me ganaba la vida filmando comerciales y aprendí mucho con ellos. Esa fue mi escuela. Y, luego, con El Súper me fabriqué la puerta para entrar en este negocio. Eso me llevó a hacer episodios de televisión como Miami Vice y varias películas, algunas más comerciales que otras. Pero yo no sabía que esto era un negocio. Me enteré muchos años después y fue una gran desilusión. El cine que más me interesaba a mí ha ido desapareciendo. En Hollywood, hay una tensión siempre entre el artista y el gánster. Un miedo a tomar decisiones. Todo tiene que ser comercial, y eso no es lo que yo hago. Yo mantengo una curiosidad en documentar ciertas cosas que quedan atrás con el tiempo, como el momento en que la salsa explota en Nueva York y los músicos se convierten en la voz de la gente, en algo que les da una identidad muy suya en un lugar muchas veces hostil. Esos cantantes que trabajaban, más que por dinero, por mantener la conexión con la Isla ambulante, esos tipos eran un pedazo del Caribe en Manhattan.

¿Y cómo te las arreglas? ¿Cómo se hace una película sin dinero?

(Ichaso ríe a carcajadas). Cuando estaba haciendo Crossover Dreams le dije a un hombre que vendía ron que si me daba US$15.000, yo iba a ponerle una botella de su ron a Rubén Blades en la película, porque el personaje era alcohólico y tomaba ese ron siempre. Todo era falso. Me dieron el dinero, pero no puse el ron. El Súper la hice con dinero que había ganado en comerciales para Goya. En esa época me tenía que esconder del carnicero del barrio, porque le compraba carne a crédito y no tenía con qué pagarle. El hombre subía a mi apartamento con su delantal lleno de sangre y me tocaba a la puerta gritando: “¡Yo no puedo pagar por su película!”. Con Azúcar Amarga me ayudaron familiares y amigos.

¿Como surge el concepto de Azúcar Amarga ?

Mi vecina en Los Ángeles me trajo un artículo de TheNew York Times y me dijo: “Ésta es tu nueva película”. Era un artículo sobre cómo algunos jóvenes cubanos se estaban inyectando el virus del sida. Luego, leí otro artículo en la revista Esquire sobre las jineteras y vi un reportaje de Tom Brokaw (ex presentador de noticias de la cadena NBC) sobre una nueva generación cubana de roqueros y jineteras. Se me ocurrió unir todos estos elementos y empecé a llamar gente, y a los diez minutos tenía US$50.000. Para mí, esa película fue una especie de aviso al mundo sobre lo que estaba pasando en Cuba, porque estaba un poco cansado ya de la gente que iba y contaba lo bien que la habían pasado en Cuba. Y nadie contaba lo otro que estaba pasando abiertamente, o debajo del radar, pero ahí, pasando.

¿Y El Súper ?

Un amigo me llevó a ver una obra de teatro que desde el primer momento me gustó. Era El Súper, del escritor y cineasta cubano Iván Acosta. Pensé: “Éste es un humor que yo puedo entender”. Era una historia simple, de un tipo que está fuera de su ambiente. Un cubano que no encuentra su lugar en el mundo en Nueva York. Antes de que se acabara la obra, ya había decidido hacer una película. El Súper me cambió la vida. Unos años antes, había decidido dedicarme al cine por completo y dejar los comerciales, pero no lo había logrado. Incluso en el año 72, cuando me botaron de una agencia, decidí quemar mis naves. Regresé a la oficina por la noche, abrí con mi propia llave, y desbaraté todo el lugar. Arranqué el tanque de agua y se lo puse en el escritorio al jefe, oriné sobre las fotos de la familia del vicepresidente, llamé a los jefes y les dije que se cuidaran, que yo los iba a buscar donde quiera que estuvieran. Estuve dos semanas huyéndole a la policía hasta que me arrestaron, pero, luego, conocí a un maravilloso abogado, Edwin Torres (ahora juez y escritor de uno de los libros que inspiró la película Carlito’s Way, dirigida por Brian de Palma), y salí sin problemas. Luego, otra gente en el mundo de la publicidad, cuando se enteraban de lo que yo había hecho, me daban la mano y me felicitaban. La agencia cerró. Les fue muy mal a todos.

La crítica no ha sido amable con algunas de tus películas, y algunos latinos dicen que ayudan a perpetuar el estereotipo del artista hispano drogadicto.

No me interesa ser políticamente correcto. Los artistas hispanos no tenemos que ser un ejemplo de nada. Nosotros sólo tenemos que dar siempre lo mejor, como cualquier otro artista. Pero por razones artísticas y estéticas, no para no ofender.

¿Cuál es el próximo proyecto?

Una película sobre un balsero asesino. Pero quiero hacer primero una película sobre unos viejitos cubanos en un home en Miami. (Ichaso acaba de concluir el guión de esa película y es uno de los directores escogidos para filmar episodios de Cane, una nueva serie de televisión en la cadena CBS sobre una familia cubana, herederos de una gran fortuna de caña y ron).

¿Quién es tu público? ¿Para quién haces tus películas?

Para mí. (Ichaso piensa un poco). También para los hijos de los que dejaron esas islas atrás. Yo siento que estoy compartiendo un secreto, como si les dijera a los más jóvenes: “Toma, aquí tienes, voy a pasarte este secreto. Cuídalo, que ahora es tuyo”.

¿Por qué no has vuelto a Cuba?

Siempre pensé que sería muy doloroso para mis padres. Pero mis películas se ven en Cuba, así que, de cierta manera, ya he vuelto.

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