Morir en Cuba

Alejandro de la Fuente

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Morir en Cuba

Alejandro de la Fuente

Todos vamos camino al cementerio, como afirma Silvio Rodríguez, pero muchos cubanos han acortado este viaje al aceptar el suicidio como una respuesta razonable ante la vida. Los índices de suicidio en la Isla se han colocado entre los más altos de América Latina y del mundo desde el siglo XIX, una tendencia que no ha cambiado tras varias décadas de socialismo y de Revolución. ¿Por qué?

Ésta es la pregunta que se hace Louis A. Pérez, Jr. ( To Die in Cuba: Suicide andSociety; University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2005, 504 pp.) en su provocador y apasionante libro. Para tratar de comprender las circunstancias culturales y materiales que han hecho del suicidio una alternativa convincente para muchos cubanos, el autor utiliza numerosas fuentes: obras literarias poco conocidas, caricaturas, letras de canciones, así como estadísticas gubernamentales. Pérez afirma que el suicidio constituye uno de los muchos comportamientos posibles que “razonablemente pueden incluirse entre los atributos del ser cubano” (p. 11). Su propósito es identificar y analizar el marco cultural de referencia que hace del suicidio una alternativa aceptable y lógica, y aquellos contextos donde se formaron las aspiraciones que no llegaron a realizarse. De ahí se desprende su necesidad de “examinar la historia del futuro” (p. 15). En una formación cultural como la cubana, caracterizada por transiciones frecuentes y marcada por la incertidumbre de una economía basada en la exportación de azúcar, el futuro constituía la última y, a veces, la única esperanza de una vida mejor. Y al perderse esta posibilidad final, el suicidio llegó a ser una alternativa.

Pero el suicidio no siempre fue una expresión de desesperación y desilusión. La muerte y el suicidio figuran en forma destacada en la imaginación cubana. Desde el siglo XIX, la pura posibilidad de patria, de una república soberana e independiente, se asociaba con la lucha armada, lo que José Martí llamó “la guerra necesaria”. Las guerras anticolonialistas eran poco más que un llamado a la inmolación y al sacrificio en las que las fuerzas nacionalistas, pobremente avitualladas, se enfrentaban a un ejército europeo poderoso y bien preparado y, a pesar de su naturaleza destructiva, estas guerras fueron consideradas vías hacia la nacionalidad y hacia una nueva vida. “Morir por la Patria es vivir”, se afirma en “La Bayamesa” (1868), el himno nacional cubano.

En este contexto, la muerte y el suicidio fueron una expresión de acción y de firmeza de carácter, no síntomas de derrota y desolación. En una asociación de imágenes no muy creativa, los intelectuales nacionalistas igualaron la condición colonial con la esclavitud y declararon solemnemente que la muerte era preferible a la vida “en cadenas”. El suicidio formó parte del repertorio de conductas de los esclavos durante décadas, como lo explica Pérez en un capítulo excelente que estudia el suicidio en las plantaciones. En algunos casos, se llegaba al suicidio para ganar el acceso a la vida: algunos africanos creían que después de la muerte regresarían a sus hogares para unirse a sus familiares y amigos. En otros casos, la posibilidad del suicidio se utilizaba para negociar mejores condiciones de vida. En todos los casos, los suicidas retaban al poder del amo y eran “un medio de acción como recurso último” (p. 47).

Varios factores contribuyeron a hacer del suicidio un elemento común de la vida cotidiana en los tiempos republicanos. La prensa diaria publicaba relatos sensacionalistas sobre intentos de suicidio exitosos o fracasados. Los dibujos y caricaturas que presentaban en forma humorística y ligera el tema del suicidio —en el libro se reproducen algunos— “aparecían con muchísima frecuencia en todos los periódicos y las revistas principales” (p. 264). El número de figuras públicas que escogieron la muerte por suicidio confirma este sentido de normalidad, así como lo destacado de la presencia del tema en la literatura. Incluso algunos anuncios o comerciales se apoyaban en el suicidio para subrayar la satisfacción que podrían ocasionar sus productos.

Dado el sentido de frecuencia relativa que se otorgaba al suicidio, no es de extrañar que el triunfo revolucionario de 1959 tuviera un impacto limitado en las muertes voluntarias. “Los hombres y las mujeres, de todas las edades, se siguieron suicidando, al parecer con índices comparables a las tendencias prerrevolucionarias”, dice Pérez, (p. 352). Aunque el suicidio fue censurado como conducta impropia para los revolucionarios, la imagen de la muerte como una alternativa razonable se reforzó en el discurso público. Muestra de ello son las consignas más populares del lenguaje revolucionario: “Patria o Muerte” y, la más reciente, “Socialismo o Muerte”. Quizás lo más sorprendente es que la crisis de los 90, que tuvo un impacto devastador en los niveles de vida y que acentuó, aún más, la incertidumbre en el futuro, no causara un aumento en el número de suicidios. ¿Es este hecho un indicador de cambios culturales y sociales más profundos?

Es imposible contestar ahora esa pregunta. Investigar en la Cuba posrevolucionaria es una empresa difícil y hay que elogiar al autor por extender su estudio más allá de la línea divisoria habitual de 1959. No hay siquiera que mencionar todo el trabajo adicional que se tendrá que hacer sobre este período en el futuro. To Die in Cuba nos ofrece un panorama exhaustivo, amplio, valioso para este aspecto tan poco analizado de la vida cubana y de la vida en América Latina, en su sentido más general. Para quienes consideren que el libro es deprimente, les aclaro que trata mucho más sobre la vida y los vivos, que sobre la muerte y los muertos. Es un viaje fascinante por la cultura y la vida cotidiana en Cuba que los lectores de distintas disciplinas y áreas geográficas encontrarán sumamente revelador.

Traducción: Marta Eugenia Rodríguez

Página de inicio: 167

Número de páginas: 2 páginas

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