Pío E. Serrano: el pensamiento liberado

Elizabeth Burgos

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Pío E. Serrano: el pensamiento liberado

Elizabeth Burgos

Elizabeth Burgos (E.B.): Pío, cuando realizo una entrevista —tal como establecen los códigos de urbanidad— me gusta comenzar presentando el entrevistado al lector. En un correo reciente me decías: “soy un hombre de provincia”. Como eres una de las personalidades sobresalientes del mundo intelectual del exilio más recatados en relación a tu biografía, me gustaría comenzar este intercambio pidiéndote que declinaras esa aserción. ¿Qué significa no ser de La Habana? ¿De qué provincia procedes? ¿Cuál fue tu entorno social? Nacido en 1941, perteneces a una generación que recién sale de la adolescencia en 1959. ¿Durante la dictadura de Batista te inclinaste hacia una sensibilidad política?

Pío E. Serrano (P.E.S.): En efecto, tuve el privilegio de ser un hombre de provincia. Ello me permitió conocer la vida del interior profundo de la Isla y poder afirmar hoy que hay vida más allá de La Habana. Nací en San Luis, un pequeño valle verde, entre Palma Soriano y Santiago de Cuba: estación del Ferrocarril Central, dos ingenios azucareros y amplias plantaciones cafetaleras; dos cines, gran actividad comercial y carente de Instituto de Segunda Enseñanza. Lugar de nacimiento de Ibrahim Ferrer. Allí transcurrieron mis primeros años, hasta que, en 1946, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, mi padre perdió su trabajo en una mina de cobre cercana y debimos emigrar a Güines, otro valle, verde también, regado por el Mayabeque: dos cines, tres centrales azucareros, una modesta biblioteca pública, una Casa de Socorros y un siniestro hospital, dos clínicas privadas, además de un Instituto de Segunda Enseñanza. Güines, proveedor de abundantes productos de la tierra, poseía también una notable actividad industrial de derivados agrícolas. Había también una capitanía de la policía y una comandancia de la Guardia Rural. Aquí terminé la escuela primaria laica y me gradué de bachiller en letras. Alguien dijo que uno es de donde hace el bachillerato. No estoy seguro. Durante las vacaciones de verano y de Navidad, mi madre y yo viajábamos a la provincia de Oriente y permanecíamos largas temporadas entre el urbano San Luis y el rústico Juan Barón, una región profunda de Candonga, Palma Soriano, donde mis abuelos tenían una pequeña finca. Este importante período de mi vida lo pasé, pues, entre Oriente y aquel pueblo habanero, lo que me permitió el conocimiento directo de distintos estratos de la sociedad cubana prerrevolucionaria: sus sombras y sus glorias. Recuerdo la presencia desgarradora de los recogedores de café, mestizos en su mayoría, que acudían a la tienda mixta de mis tíos en San Luis, después de cobrar sus miserables salarios, una vez terminada la campaña cafetalera. Las mujeres, entecas y prematuramente desgastadas; los hombres, mera nervadura, tensos tendones pujando bajo la requemada piel. Humildes y encogidos, se acercaban a pie desde las montañas circundantes para hacer las compras del año acompañados de sus numerosas familias: la ropa de diario, para los niños los rústicos zapatos de vaqueta para “salir” —no había más, descalzos el resto del tiempo—, unas yardas de tela para sus mujeres e instrumentos de trabajo para los hombres. Los chiquillos apenas asistían unos pocos años a la menesterosa escuelita rural. En ambos sitios, San Luis y Güines, existía una sociedad participativa y una extensa clase media, compuesta por profesionales, industriales, comerciantes y obreros especializados; unas de carácter laico y otras religiosas. Fue en Güines, durante el bachillerato, donde comencé mis actividades en contra de la dictadura de Batista desde la Asociación de Estudiantes. Pertenecí a un pequeño núcleo del 26 de Julio y vi morir asesinado a Juan Borrell, un compañero de estudios. Edité varios periódicos juveniles y fui miembro de varias asociaciones católicas. Los días de enero de 1959 fueron jornadas enfebrecidas por el entusiasmo.

E.B.: Llegas a La Habana en 1960. Inicias estudios de Derecho. ¿Qué te hace abandonarlos y optar por las Letras? ¿Descubrimiento de la literatura? Ese hecho parece determinar tu vida futura: la relación con la palabra escrita.

P.E.S.: Sí, en 1960 estudio Derecho y me vinculo al grupo El Puente, dirigido por José Mario: un proyecto independiente para los jóvenes escritores que no encontrábamos sitio en Lunes de Revolución. Éramos un puñado de entusiastas de la escritura, la mayor parte sin obra publicada pero con muchas ideas. Los había de todas las tendencias poéticas y con diferentes grados de adscripción a la Revolución: José Mario, Isel Rivero, Reinaldo García Ramos, Ana María Simo, Nancy Morejón, Josefina Suárez y otros nos sentíamos parte de aquel vendaval que había llegado para trastornar todos los valores tradicionales. Me casé por primera vez, y abandoné Derecho en el tercer curso. Coincidiendo con un nuevo matrimonio, matriculé en la Escuela de Letras por coherencia con lo que sentía como mi más importante proyecto vital.

E.B.: Participaste en los grupos más emblemáticos creados a iniciativa de la juventud intelectual que surgió al calor de la efervescencia de 1959: El Puente, El Caimán Barbudo, el Departamento de Filosofía y el Instituto del Libro. Cuál es tu percepción de ellos. ¿Cómo entras? ¿Quiénes participaban? ¿Cómo los sitúas y te situabas, en relación a la situación política cubana de entonces? ¿Por qué los abandonaste? Varios incidentes conmovieron entonces el mundo intelectual cubano —prohibición de P.M., la reunión con los intelectuales, las UMAP…—, presagios del verdadero talante del régimen.

P.E.S.: A mediados de los 60, la política cultural de la Revolución da un giro violento hacia comportamientos más propios de la pequeña burguesía, de donde provenían sus máximos dirigentes, que los esperados de un proceso tan trasgresor. Sin duda, influidos por su propio origen de clase y por la cada vez más presente línea conservadora de los comunistas del Partido Socialista Popular (PSP), se desata una violenta represión hacia lo que Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal llamaron en un documental “conducta impropia”. Se crearon las UMAP y se le hizo la vida imposible a todo aquel que transgrediese los códigos machistas de los dirigentes. El grupo El Puente sufrió la mayor agresión: José Mario es enviado a prisión, y Ana María Simo es, prácticamente, expulsada al exilio. Para atenuar los efectos de la desaparición de El Puente, se encarga a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) la creación de un nuevo tabloide literario, El Caimán Barbudo, dirigido por Jesús Díaz, hombre de confianza de José Llanuza, ministro de Educación. Algunos de los sobrevivientes de El Puente (entre ellos, Luis Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera) nos acogimos a la fórmula de mayor compromiso revolucionario que ofrecía la nueva publicación. A pesar de las expulsiones masivas de estudiantes universitarios, de la violenta razzia que se vivía en las calles, algunos preferimos mirar hacia otra parte y no darnos por aludidos. Fuimos cobardes y oportunistas. Cometíamos el error de considerar que aquella violencia revolucionaria tenía que ver con “otros” y pasamos de puntillas sobre aquel horror. Como la Europa ocupada que veía impasible las deportaciones de los judíos, creímos que nunca habría un vagón para nosotros. Así, pasé al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana; integré un seminario de Estética, y empecé a enseñar en la Escuela Nacional de Arte (ENA), de Cubanacán. A mi entender, el Departamento de Filosofía se había creado como un muro protector de la ideología de la Revolución —el “fidelismo”, su posición ante las luchas del Tercer Mundo, la defensa de la “lucha guerrillera”, y su confrontación con las más conservadoras posiciones soviéticas— enfrentado a la corriente del marxismo ortodoxo de manuales simplistas impuestos por el PSP. El Instituto del Libro había nacido como un organismo prácticamente adjunto al Departamento de Filosofía. Su primer director era un miembro del Departamento, y desde allí se comenzaron a publicar textos tan molestos para los ortodoxos como Un día en la vida se Iván Denísovich, de A. Solzhenitzin; ¿Revolución en la Revolución?, de Régis Debray; el Diccionario de Filosofía, de N. Abbagnano; textos de Franz Fanon, Gunder Frank y Althuser, entre otros, a las que se unían los publicados en la revista Pensamiento Crítico. Verdaderas herejías frente a la influencia sovietizante. Te confieso que fueron años que viví con intensidad. Creía que era posible una experiencia socialista desde las peculiaridades cubanas, similar a la que los checos comenzaban a diseñar por entonces, e independiente del modelo soviético. Todo aquello se vino abajo a partir de 1968. El apoyo de Castro a la invasión de Checoslovaquia y el aplastamiento de la Primavera de Praga anunció la abierta adscripción del régimen cubano al modelo soviético. Los intentos del régimen cubano por ganar autonomía frente a Moscú fueron detenidos por el ascenso del severo Brézhnev y la desaparición del complaciente Jruschov. Se clausuró el Departamento de Filosofía, Pensamiento Crítico dejó de publicarse y el Instituto del Libro cambió su política editorial. A partir de ese momento, comencé una etapa de reflexión sobre el sentido de permanencia en un proceso del que lentamente comenzaba a descreer.

E.B.: Cuando te conocí en La Habana, me enteré de los conflictos en el seno de la ENA, de las arbitrariedades cometidas por su director, Mario Hidalgo, expedicionario del Granma y, por lo tanto, dotado de impunidad para el abuso del poder. Para mí, aquello fue una suerte, pues significó la pérdida precoz de la ilusión. Tu baja deshonrosa de la ENA te conduce al Instituto del Libro, donde te “recoge” tu amigo Eduardo Castañeda, hasta el suicidio de éste, que te obliga entonces a pasar por la fase de expiación que, gracias a él, habías logrado obviar: una suerte de purgatorio —dos años en la agricultura— por tu rebelión ante el abuso de poder, y para que pudieran darte un puesto en el Instituto del libro.

P.E.S.: Mientras todo esto ocurría, yo comencé a tener problemas políticos y personales en la ENA. Su directora, Berta Serguera, una mujer entusiasta, ignorante y llena de prejuicios, aplicó durante años la misma política de exclusión y de persecución de los culpables de “conducta impropia”. Después de algún caso de suicidio, varios profesores logramos su cese. La sustituyó Mario Hidalgo, un hombre igualmente ignorante y lleno de prejuicios, sólo que con menos entusiasmo. Desde su llegada, las cosas fueron a peor. A las incompetencias de la Serguera unía la abierta corrupción. Cuando pretendí atraer la atención del Consejo Nacional de Cultura sobre su comportamiento, fui expulsado. Efectivamente, Eduardo Castañeda, un viejo amigo de la Escuela de Letras, donde él estudiaba Historia, me recogió en el Instituto del Libro. Años atrás, Eddy había sufrido un tratamiento similar al mío y, como castigo, lo habían enviado a Isla de Pinos. A los pocos meses de comenzar a trabajar en el Instituto, Castañeda se suicidó y fui informado de que, siendo Eddy mi “protector”, no podían darme de alta, pues mi baja no admitía otro destino que el trabajo en la agricultura. Ante lo injusto de la situación, y unido a mi proceso de reflexión crítica sobre la sovietización creciente, Edith Llerena, mi esposa de entonces —que también había sido víctima de la arbitrariedad como miembro del grupo de ballet en la ENA—, y yo, decidimos marchar a trabajar a la agricultura, pero no para expiar pecado alguno sino para abandonar el país con España como destino.

E.B.: En 1970, decides abandonar Cuba y te obligan a pasar por el vía crucis de los cuatro años privado de libertad e internado en un campo de trabajo, hecho inaudito en América Latina y en el mundo contemporáneo. Me gustaría que comentaras esa experiencia, que se conoce poco fuera del ambiente cubano. Tu expulsión de la ENA y tu decisión de abandonar el país son indicios de tu percepción precoz del talante totalitario del régimen en relación a tu generación que, a comienzos de 1959, se involucró en la dinámica intelectual de influencia marxista.

P.E.S.: El factor que precipita mi salida de Cuba es el encontronazo con Mario Hidalgo y la solución injusta que le dio el Ministerio de Educación. En ese sentido, debería agradecer a Hidalgo esa “precocidad” a la que aludes. Quizás una circunstancia personal tan grave les faltó a otros amigos de la época. La comprensión de este factor precipitante me ha permitido mantener una posición abierta y comprensiva ante quienes se han ido desilusionando del régimen durante los últimos 32 años. A cada cual le llegaba el “factor precipitante” en su momento y así debía ser entendido. Cuando en 1970 solicité del Ministerio del Interior la autorización para viajar fuera de Cuba, fui internado en uno de los muchos campamentos de trabajo agrícola. Previamente, nuestra casa sufrió un minucioso inventario y quedamos advertidos de que todo lo que allí se recogía debía ser verificado cuando nos llegara el permiso de salida. Si se rompía o deterioraba alguno de esos objetos, teníamos que conservar los fragmentos rotos o las hilachas de lo desgastado. En los campamentos de trabajo permanecería, salvo breves salidas cada dos meses, hasta que llegara mi turno de viajar. Así transcurrieron cuatro años de trabajos forzados en distintos sitios de la provincia de Matanzas; mientras, Edith era situada en penosos trabajos agrícolas en la ciudad de La Habana. Durante ese tiempo, tuve el privilegio de conocer los perfiles de quienes arrostraban aquel absurdo castigo únicamente por su deseo de emprender una nueva vida. Cada albergue estaba integrado por cerca de 500 proyectos vitales de emigrantes. La mayor parte, obreros y campesinos, además de profesionales varios; gente sencilla y honrada, llenas de un entusiasmo imbatible por rehacer sus vidas, y con una enorme capacidad para soportar los abusos de toda clase. A diferencia de lo que se podría pensar, aquellos campamentos eran atendidos por un solo miembro del Ministerio del Interior, generalmente castigado, y, por ello, destinado a la denigrante tarea de vigilarnos. En realidad, no eran necesarios más. El perverso sistema creado por el Ministerio del Interior convertía a cada uno de los internados en su propio vigilante. Se sabía que cuando llegara nuestro telegrama de salida, el encargado del campamento debía entregarnos un sobre lacrado donde se daba cuenta de nuestra asistencia y buen comportamiento. Si el sobre contenía una mala evaluación, el afectado debía regresar al campamento y comenzar la espera de una nueva llamada. En estas condiciones, nuestra mayor preocupación era estar presentes en el pase de lista cotidiano y cumplir con las tareas asignadas, generalmente, el corte de una cantidad fija de arrobas de caña, la siembra, limpieza y abono de una determinada extensión, etc. Por otra parte, nuestra decisión nos convertía en “no personas”: los amigos se apartaban, y nosotros los evitábamos para no contaminarlos con nuestro trato. Éramos seres infectos. Claro que hubo excepciones. Notables y singulares, mínimas excepciones de amigos que, a pesar de permanecer en Cuba, nunca nos dieron la espalda. Ellos saben que mi gratitud no tiene fecha de caducidad.

E.B.: A propósito del suicidio de Eduardo Castañeda —tabú para el régimen y práctica habitual, posiblemente por la desilusión, por negarse a aceptar la penitencia impuesta al disidente—, hay algo que querría preguntarte. Esos cuatro años de aislamiento en la agricultura fueron una suerte de muerte civil. Y en tu poesía la muerte aparece como algo natural, inherente a la vida. ¿Es ese sentido de transitoriedad de la vida lo que hace que actúes con gran fuerza y entusiasmo en las actividades que emprendes, pero, al mismo tiempo, demostrando una capacidad de desprendimiento ante la alabanza, la búsqueda de fama, el alimento del narcisismo, rasgos tan presentes en el mundo de la creación? ¿Esa sabiduría fue la que te permitió, a la vez, el rechazo prematuro de El pensamiento cautivo —título del libro de Czeslaw Milosz que tú tanto admiras— y no optar por el suicidio?

P.E.S.: Guillermo Cabrera Infante ha escrito un agudo ensayo sobre el suicidio en Cuba y la socióloga Maida Donate ha realizado estudios precisos sobre el tema, y es poco lo que yo podría añadir; no obstante, y es una percepción subjetiva, creo que entre las causas primeras del incremento del suicidio en Cuba se podrían señalar la frustración y la desilusión vital a la que la evolución totalitaria del régimen condujo a numerosos dirigentes en una etapa anterior. Posteriormente, habría que añadir los innumerables ciudadanos anónimos cuyas vidas se han visto carentes de horizontes y se han sentido atrapados en un aterrorizante cul de sac. La atroz experiencia cotidiana de miles de cubanos que han fijado durante décadas su horizonte vital en una incierta posibilidad de abandonar la Isla es algo difícil de transmitir y de hacer comprender a quienes no la han vivido. No es extraño que, ante la renuencia a permanecer en la Isla y la imposibilidad de viajar al exterior, muchos optaran por la vía oscura del suicidio. En mi caso, esa muerte civil a la que aludes, en lugar de asimilarla a una muerte física, me permitió el renacimiento, la sobrevida a una existencia más plena y digna. El largo proceso de salida del país funcionó en mí como una anagnórisis, como el reconocimiento de una nueva fundación. Pocas veces la vida nos da la oportunidad de reconducir nuestra existencia, de dotarla de nuevas fronteras y nuevos desafíos. De pronto, todo se relativiza y se apodera de uno un sano escepticismo que te aleja del ruido y de los deslumbramientos. Se afianza en uno la interiorización de la persona y se aprecian más sus limitaciones. El sujeto se enriquece por todo aquello de lo que puede prescindir. Ese es el sentido que le doy al exilio.

E.B.: En un artículo tuyo titulado “Discurso en defensa de Pavón”, a raíz de su reaparición en los medios cubanos y la polémica subsiguiente, y ante la avalancha de acusaciones emanadas de La Habana, en particular, hacia Pavón, ejecutor del llamado “quinquenio gris”, intentas poner las cosas en su lugar, y revelar el mecanismo de ceguera voluntaria que ve en esos funcionarios a los autores de la represión, cuando el régimen que les impartió la tarea es el mismo que continúa en el poder. Como Milosz en El pensamiento cautivo, aludes al “sojuzgamiento del espíritu que conduce al juego de las concesiones, de la lealtad ante todo, de las astucias para sobrevivir ante la amenaza de destrucción y de la sugestión de sentirse solidario del grupo”, en un régimen totalitario: “una condición espiritual y un juego que los cubanos de mi generación y de las inmediatas anteriores conocemos bien”. Y citas a Karl Jaspers, en el Prefacio a la misma obra de Milosz que señala "cómo cambian los hombres cuando pesa sobre ellos una constante amenaza de destrucción y sufren al mismo tiempo la sugestión de la fe en la necesidad de la historia". Dicho de otro modo, señalas que no se debe caer en ese equívoco de eximir al verdadero culpable, aquel que imparte las órdenes a los funcionarios que obedecieron. Indignarse ante Pavón otorga impunidad al Estado totalitario que violenta las conciencias y usa mecanismos perversos para “volver a los individuos al revés”. Con tus palabras, parecería que prefiguraras la puesta en escena de una amnesia voluntaria que busca preservar el afecto perverso del cual han estado cautivos los cubanos, por un líder y por una anomalía semántica sacralizada como “Revolución Cubana”; un estado de excepción que se prolonga infinitamente en el tiempo, como tú bien señalas en tu ensayo “De la revolución al modelo totalitario”.

P.E.S.: Creo que la reciente aparición del señor Pavón y comparsa ha sido una más de las permanentes representaciones con las que el régimen ha pretendido enmascarar la realidad desde sus inicios. Desde la bien programada puesta en escena de la entrada de Fidel Castro a La Habana en enero de 1959 hasta la reciente escenificación del “pavonazo”, pasando por la manipulación semántica del término “revolución” durante cinco décadas para encubrir la inconsistencia del régimen, La Habana se ha valido siempre de lo que podríamos llamar sucesivas trompe l’oeil, funambulescos ejercicios de prestidigitación para seducir incautos. Pero hay algo más grave que las pretensiones del régimen, y es esa capacidad suya para violentar conciencias y sembrar especulares amnesias voluntarias. Los sujetos afectados por el “pavonazo” caen en la trampa y reaccionan como si estuvieran al margen de la historia, en ese limbo intemporal y estático en que el régimen les hace creer que viven, cuando únicamente languidecen. Es patético contemplar tanta inteligencia y sensibilidad paralizadas por el pánico.

E.B.: Llegas a Europa en 1974 y te radicas en Madrid. Es cuando se puede decir que te dedicas plenamente a tu vocación: la palabra escrita y el libro impreso. Pese a las simpatías que despertó el régimen cubano, tanto en el franquismo, que veía a Fidel Castro como el vengador de la “humillación del 98”, como en la izquierda que alimenta su aborrecimiento irracional contra Estados Unidos en los discursos de Castro, lograste hacerte un espacio en este país. Primero, en la editorial Playor, como director de publicaciones. Luego, en 1990, fundas y diriges la editorial Verbum, que llevas junto a Aurora Calviño, presencia decisiva en tu vida y en la empresa. Me gustaría que comentaras tu actividad en Playor y, ahora, la obra que desarrollas en Verbum, los autores que publicas, tus satisfacciones como editor.

P.E.S.: En 1974 llego a Madrid y la vida me concedió un nuevo privilegio. Pude contemplar los años finales del franquismo y el inicio de la recuperación democrática de España. Haber participado en la transición española, comprobar que, con tolerancia y responsabilidad, una sociedad puede recuperarse de una larga dictadura, fue algo que me llenó de esperanzas con respecto a Cuba. Hasta 1976 trabajé como traductor e intérprete y, entonces, Carlos Alberto Montaner me llamó para que llevase la producción de la editorial Playor. Allí trabajé hasta 1990, año en que fundé, junto a la imprescindible Aurora Calviño, nuestra editorial, Verbum. Fueron años desoladores, pues ni la derecha franquista ni la izquierda querían saber nada de los exiliados cubanos. Desde la izquierda, sólo recuerdo el aliento de Félix Grande, de quien siempre he recibido reconocimiento y aliento; desde la derecha, José García Nieto abrió las páginas de Poesía hispánica para que Edith Llerena y yo publicásemos nuestros primeros poemas en España. Verbum es una pequeña editorial independiente, especializada en textos de español para extranjeros y en estudios propios del hispanismo. Una mínima colección de poesía me permite publicar autores, cubanos e hispanoamericanos en su mayoría, imantados por una misma sensibilidad ante el acto poético. Ahí están Gastón Baquero, Lezama Lima, Heredia y Casal, Pedro Shimose y Manuel Díaz Martínez, Orlando Rossardi y Armando Álvarez Bravo, Ricardo Paseyro y Hjalmar Flax, Eduardo Zepeda-Henríquez y Antonio Cillóniz, José Abreu, Noni Benegas y Hugo Gutiérrez Vega, y un puñado de amigos que son mi presunción. También contamos con una pequeña colección de narrativa y otra de teatro. Con la serie Literatura Coreana se completa nuestro catálogo.

E.B.: Participas junto con Jesús Díaz en la creación de la revista Encuentro, hasta que abandonas la codirección y, ahora, formas parte del Consejo de Redacción. ¿Cómo ves la inserción de Encuentro en el panorama cubano actual del exilio y sus miras hacia el futuro?

P.E.S.: En el verano de 1996 se publicó el primer número de Encuentro de la Cultura Cubana, como resultado de un largo año de conversaciones entre Jesús Díaz y un pequeño grupo de amigos, entre ellos, tú misma, Annabelle Rodríguez y yo. Jesús había llegado de Berlín, donde, un año antes, se había producido su rompimiento con el régimen cubano. Inquieto y emprendedor, como siempre había sido, Jesús viajó a Madrid con la idea de editar una revista cultural. Por entonces, se desarrollaba el primer encuentro de escritores cubanos de dentro y de fuera, La Isla Entera, que Inocencio Arias y Annabelle habían alentado desde el Ministerio de Asuntos Exteriores de España. Jesús llegó a tiempo para la clausura y se lo presenté a Annabelle. Pronto, los tres comenzamos a idear las características y el alcance del proyecto. Así nació la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana y la revista, su único proyecto en aquel momento. Por entonces, contamos con la colaboración de Felipe Lázaro, secretario de la Asociación, y de Carlos Cabrera, su primer secretario de Redacción. Obtuvimos la colaboración y el apoyo del Partido Popular y del Partido Socialista, nuestros primeros avalistas. Por serias incompatibilidades de carácter con Jesús, me aparté de la revista, donde había fungido como director adjunto, en su tercer número (invierno de 1996/97). Hoy, lo sabemos, la proyección de Encuentro ha desbordado los límites de la revista. Desde sus inicios, Encuentro ha despertado entusiasmos y recelos. Por otra parte, algo normal en todos lo exilios. Nuestro proyecto nació con el objetivo, sin duda ingenuo, de establecer un territorio virtual donde, en primer lugar, los cubanos dispersos por el exilio pudieran discutir libre y razonadamente sus diferencias y soñar un futuro común, y, en segundo lugar, abrir un sitio donde los de dentro y los de fuera pudieran contraponer sus distintas perspectivas. Desde el primer número nos dimos cuenta de que eso, al menos en su segunda parte, era imposible. El régimen consideró a Encuentro como un instrumento del llamado “segundo carril”, al servicio de los intereses de EE. UU., y otros se precipitaron a vincularnos con el régimen. En su gran mayoría, las colaboraciones que obtuvimos desde el interior de la Isla evitaron la confrontación, y sus aportes, aunque valiosos y, a veces, temerarios, se limitaron a objetivos estrictamente literarios. Era lógico que el régimen que prohíbe cualquier tipo de diálogo en el interior, lo evitase en el cuerpo de una publicación del exilio. Pero, felizmente, Encuentro ha sido más, y hoy puede ofrecer a la curiosidad de los interesados en la historia, el presente y el destino de la Isla el más completo y variado catálogo de reflexiones de cualquier otra publicación periódica del exilio. Durante los años que Jesús dirigió la revista, sus exigencias se hicieron mayores, el nivel de las colaboraciones alcanzó un alto grado de reconocimiento internacional y el enfrentamiento con el régimen se hizo más pugnaz. A su muerte, dejaba ampliado el proyecto con la creación de Encuentro en la Red, un eficacísimo sistema informativo sobre la realidad de la Isla. A la muerte de Jesús, Manuel Díaz Martínez y Rafael Rojas, colaboradores y consejeros desde el comienzo del proyecto, asumieron la dirección y aportaron notables y benéficos cambios en la revista. Mientras tanto, yo permanecí vinculado a la Revista Hispano Cubana, desde donde se realiza una extraordinaria labor dirigida no solamente al exilio cubano sino también a la sociedad española. Recientemente, como señalas, he vuelto a formar parte del Consejo de Redacción de Encuentro, dirigida ahora por Manuel Díaz Martínez y Antonio José Ponte, que continúa el necesario relevo generacional iniciado por Rojas.

E.B.: Tu estadía en España también ha significado encuentros, como la amistad entrañable que te unió a Gastón Baquero, ese conciliador irredento. Una demostración tajante de esa cualidad de Gastón y de la confianza que tenía depositada en ti, fue, a instancias tuyas y pese al olor a azufre que envolvía todavía a Jesús Díaz, aceptar darle su aval al nacimiento de Encuentro. Hecho muy significativo, pues no era previsible ver a Jesús y a Gastón compartir un mismo proyecto. A Gastón, por su labor en el Diario de la Marina, su temprano exilio y sus relaciones con personas cercanas al antiguo régimen. A Jesús, ex miembro, incluso, del PCC, por su identificación con el castrismo. Sin embargo, gracias a ti, se operó esa relación que parecía imposible. Por cierto, los detractores de Encuentro omiten el aval que le dio Gastón al proyecto. Restaría credibilidad al argumento de que es, en el ámbito del exilio, un caballo de Troya del castrismo. ¿Qué significó Baquero para ti? En tus afectos y como poeta. Pues habría que tocar también tu dimensión de poeta, que mantienes aún más discreta que tu propia biografía. Publicas poco, imagino que tienes obra inédita a la espera del momento apropiado, pero obedeces a la temporalidad íntima que te dicta tu forma de crear.

P.E.S.: Bueno, en primer lugar es necesario señalar, como bien indicas, la generosa disposición que Gastón siempre mostró con respecto a los jóvenes creadores de la Isla. El fino olfato humano y político de Gastón le hizo comprender que era necesario distinguir entre las personas que, por una u otra razón, residían en Cuba, y el régimen mismo y sus comisarios. En tanto que no cesó de fustigar en momento alguno al castrismo, diferenciaba a las personas, entendidas siempre como víctimas del sistema. Sus puertas permanecieron abiertas para cuanto joven poeta llegaba de la Isla, con los cuales compartía su amplio sentido del humor, su escepticismo vitalista y su profunda pasión por Cuba. En la dedicatoria de su último libro unitario, Poemas invisibles (1991), primer título de la colección de Poesía de Verbum, Gastón dejó reflejada esta sensibilidad suya: “El orgullo común por la poesía nuestra de antaño, escrita en o lejos de Cuba, se alimenta cada día, al menos en mí, por la poesía que hacen hoy —¡y seguirán haciendo mañana y siempre!— los que viven en Cuba como los que viven fuera de ella. Hay en ambas riberas jóvenes maravillosos. ¡Benditos sean! Nada puede secar el árbol de la poesía”. Quiero decir con ello que poco pude influir yo en un espíritu que se mantenía abierto y generoso; libre de resentimientos mezquinos, a la vez que vigoroso en su denuncia del régimen. No ya únicamente con los jóvenes; Gastón no puso obstáculo en encontrarse en Madrid con Eliseo Diego, Dulce María Loynaz o Alicia Alonso, entre otros escritores y artistas residentes en la Isla, coetáneos suyos y con una mayor o menor adscripción al régimen. Es cierto también que rechazó el encuentro con los que consideraba cómplices manifiestos del castrismo. Esta actitud suya hizo posible que desde el principio comprendiese el sentido último de Encuentro. Mucho había vivido Gastón para que le asustase el pasado comprometido de Jesús, y supo ver en él a la persona honesta que miraba hacia atrás con ira. Bien sabía él de arrepentimientos y de las trampas que la Historia nos pone en el camino. Con Jesús pasó exactamente lo mismo: reconocía y admiraba en Gastón la inflexible honradez de una figura mayor que entregaba los últimos años de su vida a una única pasión: un futuro de libertad y democracia para todos los cubanos. En segundo lugar, reconozco que Gastón fue para mi generación, desde los años de la Escuela de Letras, un referente luminoso y singular en ese magma de poéticas diferenciadas que constituía el grupo Orígenes. Si Lezama Lima representa la postura extrema del acto poético que se hace realidad mediante una inmersión absoluta en la intimidad del lenguaje, monólogo deslumbrante y hermético; en Gastón Baquero se encarnaba el reflexivo diálogo ante la sustancia del universo en un canto de sorprendente plenitud y voluntad participativa. Gastón opta por abrirse a la apropiación y el reordenamiento de una memoria que le permitía una reflexión no sobre, sino desde la simultaneidad de los tiempos, nunca para sobrecargar u ocultar, sino para hechizar y revelar. Así, puedo recordar las intensas lecturas de Luis Rogelio Nogueras y mías, a la luz de las farolas de la Avenida de los Presidentes, desgranando los imponentes versículos de “Palabras escritas en la arena por un inocente”. Nosotros, torpes aprendices de brujo, reconocíamos en Gastón a nuestro más inmediato contemporáneo. En Madrid, Edith Llerena fue la primera en acercarse a Gastón. Lo visitó en la antigua Cultura Hispánica, y Gastón la recibió con su proverbial afecto. Pronto se hizo habitual de nuestra casa. Una amistad y un magisterio que en mí perviven aun después de su muerte.

E.B.: Desde tu despacho y lugar de residencia, en donde parece que no pararas nunca de trabajar, siempre encuentras el tiempo para darle acogida, no sólo a los cubanos, sino también a latinoamericanos, pues compartes esa cualidad con Gastón, de lograr “salir” de Cuba: Gastón es el único cubano —también Raúl Rivero— con el que se podía “chismear” sobre otros países latinoamericanos, pero, además, poseía un conocimiento profundo de la historia latinoamericana, de lo que daba fe su biblioteca. Tú logras tener la disponibilidad de dedicarle espacio, mental y afectivo a otros ámbitos del planeta. Así es cómo en los últimos tiempos te has apasionado por la poesía coreana: “ese país —me dijiste una vez— está partido en dos como Cuba”. Has realizado varios viajes a Corea del Sur y ya llevas publicado un amplio catálogo de literatura coreana. De igual manera, te interesaste por la poesía africana en lengua francesa. Coméntame un poco de todo ello.

P.E.S.: Desde mi llegada al exilio, me hice el propósito de no acogerme al muelle y adormecedor refugio del gueto. Gozaba de un renacimiento vital que se resistía a los agobiantes límites de “lo cubano” y, sin renunciar a mi identidad cubana ni a los compromisos políticos que asumí, he pretendido instalarme en la pluralidad de incitaciones que este generoso país me ha ofrecido siempre. Quizás, a diferencia de otros exiliados latinoamericanos que percibían su exilio como algo circunstancial, mi condición de exiliado cubano, sin posibilidad de regreso, me reconcilió tempranamente con la idea de permanencia y asentamiento raigal en la sociedad española. Hoy convivo en la duplicidad armoniosa de una conciencia que me reconoce tan cubano como español. Esta sensación de vida a la intemperie favoreció inmediatas relaciones con colegas españoles y latinoamericanos. Ya mencioné, entre los españoles, la temprana acogida de Félix Grande, a la que podría añadir los nombres de Luis Alberto de Cuenca, de Luis Antonio de Villena o de Francisco Brines; he gozado de la sostenida amistad del poeta boliviano Pedro Shimose, del puertorriqueño Hjalmar Flax o del argentino Mario Trejo. Con ellos y otros amigos he podido protegerme de la condición insular de todo exilio. Renuente a identificarme con una posición eurocentrista, lo que sería una impostura, he alentado las voces periféricas en Verbum. Ello explica la mayoritaria presencia en nuestro catálogo de poesía de autores latinoamericanos, africanos y asiáticos. Mi pasión por las literaturas asiáticas me acercó a la coreana, un descubrimiento que resultó deslumbrante. Tradicionalmente, Corea ha permanecido ante Occidente como un agujero negro entre las dos grandes luminarias que son China y Japón. Su accidentada historia no ha favorecido su visibilidad, pero, una vez que nos acercamos a ella, reconocemos las huellas de una sabia y rica cultura milenaria. Hoy podemos ofrecer al lector de lengua española una nutrida Serie de Literatura Coreana que abarca no sólo su extraordinaria poesía, sino excelentes muestras de ensayo, narrativa y teatro. Si me permites, esa es otra de mis presunciones.

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