Ante los hombres

Germán Guerra

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A Emilio de Armas,
parado Ante un retrato.

El rostro detenido sobre el lienzo
es mi rostro. Cicatrices y máscaras
ganadas en combate con la vida
para que un pintor sin nombre
las dejara con nerviosos ocres
en esta dimensión de la memoria:
aquí está mi rostro, detenido en el arte.
(Poco importa mi nombre en estas ruinas.
Tiresias: el mito y unas piedras del camino.
Aquí está mi rostro, desnudo ante el espejo
que es la frente, el rincón de los suicidios
y la próxima mañana de los hombres.
Voy entre columnas de palomas calcinadas
llorando el perfecto mecanismo de las horas
—los párpados resecos y los cuencos vacíos—.
Predigo y me ahogo en el silencio del silencio).
Frente a mi sed contempla una mujer
que llora los minutos, las sílabas, las noches.
Detenida ha quedado, así, ya para siempre
y me es dado ver en sus ojos los ojos de la muerte
—detenida ha quedado también
la buena muerte entre las planchas de cobre
que guardan este daguerrotipo de la vida—.
Adivino el cabello ardiéndole en los hombros
y el río de los siglos fluyendo sin orillas
por la vasta eternidad de sus espaldas.
A su espalda, en el eco del llanto,
buscando entre los nombres de la sombra
el poeta se ahoga en sus palabras
—una cuerda de versos
le sirve de patíbulo y corbata—
y fija sus ojos ciegos en los míos, ciegos también
bajo la luz que cae de lleno sobre el cuadro.

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