La sombra de la mano de Tolstoi

Germán Guerra

Enviar Imprimir


—tal vez la misma sombra
que intuyó Emilio García Montiel—

Aquí y ahora,
fumando en mis fantasmas,
atado diezmo de los años y esos viajes
que hoy son polvo y unas fotos amarillas,
sentado como siempre en mi balcón de tiempo,
aferrados los ojos a un par de atardeceres
y sintiendo en todo el cuerpo
las patadas que regala la vida,
patadas que me empujan a escribir este poema,
cuando se posa en la pared —ahora
no recuerdo si a mi diestra o mi siniestra—
la sombra de una mano
y busco y espanto las hormigas del miedo
porque no hay mano ni anillos que la salven
flotando entre el sol y mi pared
y la sombra se ha ido con la tarde.
Opacos soles del invierno
carcomen los bordes de la historia,
lápida y memoria bajo la luz que pudre.
Moscú sitiada por el tiempo
y todos los ejércitos afuera,
sangre labrando caminos en la nieve
y adentro, bien adentro,
la ciudad, los zares blancos
que salen de sus tumbas
y devoran la momia del último patriarca.
Magníficas campanas
que nunca cantaron la gloria del imperio.
Las cruces y el oro de los domos
están preñando nubes
en la iglesia de Khamovniki.
Las grúas están armando el horizonte.
Amagos de esperanza y esos viejos
que mueren si paran de toser,
que ya no cumplen años
fundidos para siempre a sus abrigos
—los abrigos no guardan el color
ni el último estertor de los visones—
y yo escondido en mi sombrero
entrando en la casa de Tolstoi.
Y adentro, bien adentro,
después del gran salón
y el retumbar de voces de las nobles visitas,
después de los pasos gastando la escalera,
en el aséptico orden de manuscritos inconclusos,
simétricos ejércitos detenidos en el último ajedrez
fundidos a la nieve del tiempo
y la sombra de una mano sobre los reyes de marfil.
Ventana pariendo los soles opacos del invierno
y un par de atardeceres
que regalan la vida y el tiempo y la memoria.

Página de inicio: 11

Número de páginas: 2 páginas

Descargar PDF [45,68 kB]

En esta sección