Los rumores en Cuba
La opacidad en la sociedad cubana contemporánea se expresa en el término que los cubanos utilizan para describir su experiencia de lo cotidiano: la lucha.
El funcionamiento social y el universo normativo derivados de la experiencia revolucionaria se han apartado de las reglas oficiales que regulan la conducta y la legalidad socialista, sin obstaculizar por ello la perpetuación del orden establecido. Desde el inicio del período revolucionario, la sociedad cubana se acostumbró a transgredir ciertas normas haciendo uso del mercado negro o robando bienes que eran propiedad del Estado. De este modo, el invento y la lucha se convirtieron en mecanismos que permitían mejorar lo cotidiano y acomodarse a las restricciones que les fueron impuestas a las actividades económicas privadas. Al paso de los años, estos comportamientos han llegado a configurar un orden “normal”, favoreciendo, al mismo tiempo, la aparición de situaciones de riesgo. A su vez, el régimen se ha visto obligado a sancionar los criterios para definir el mérito y los valores revolucionarios, independientemente del lugar que individuos o grupos ocuparan en la sociedad.
Desde principios de la década del 60, apareció, de acuerdo con esta lógica, un nuevo tipo de individuo que colabora en los “programas revolucionarios” para eventualmente obtener a cambio algún beneficio económico o posibilidades de ascenso social. En paralelo, emerge un segundo tipo de individuo que intenta compensar las infracciones cometidas a la legalidad establecida —por menores que éstas fueren—, apegándose sin chistar a las normas oficiales establecidas para el comportamiento público. Así, mientras la represión inmisericorde se abatía sobre los opositores políticos, inclinando a la casi totalidad de la población a evitar el enfrentamiento directo con las autoridades, fueron delineándose diversas estrategias de supervivencia individual que recuperaron elementos de las normas oficiales, inscribiéndolas en un nuevo contexto e instaurando a partir de ello un funcionamiento social particular.
El Estado revolucionario avala y sanciona un sistema institucional cuya racionalidad descansa en la producción de méritos y de limpiezas. Se encuentra, en efecto, enfrentado tanto a individuos que violan la legalidad socialista para librar los escollos de la vida cotidiana, como a individuos que basan su estrategia de supervivencia en la obtención de prebendas y/o en la desviación de recursos, haciendo uso del capital político que han acumulado. Así, se trabaja o se estudia, incluso de manera ficticia, para evitar la ley de peligrosidad; se cumple con el servicio militar, se participa en «marchas combatientes», se asiste personalmente a reuniones patrióticas o se aceptan responsabilidades políticas. Todo ello permite, según los casos, que los individuos queden limpios de faltas o errores o acumulen méritos revolucionarios que puedan llegar a facilitarles una movilidad social ascendente. Si bien el compromiso revolucionario tiene un carácter ficticio, la reproducción de determinadas prácticas sociales y la asimilación de los criterios de mérito avalados por el régimen han arraigado a tal punto, que la realidad revolucionaria no es inteligible si se hace abstracción de este funcionamiento social.
El hecho de que las reglas no estén claramente establecidas y de que en la administración del poder impere la arbitrariedad, genera un primer grado de incertidumbre: grupos enteros pueden ser desposeídos de su capacidad estratégica, ser obligados a cambiar de actividad o ser arrestados. Un segundo grado de incertidumbre en el entorno inmediato: los arreglos que prevalecen a escala de empresa o de barrio no impiden la labor discreta de los delatores anónimos o de los policías infiltrados, ni tampoco la utilización de los dispositivos represivos para satisfacer rencores personales. Manipular pretextos falsos y jugar en diferentes registros ha llegado a ser una de las principales dimensiones cognitivas de la lucha.
La comprensión que los individuos desarrollan acerca de su universo cotidiano está basada en la experiencia social de la lucha: a través de ella se articulan las modalidades bajo las cuales se difunde el pensamiento oficial del régimen —la enseñanza escolar, la prensa y las publicaciones diversas, los discursos y las reuniones políticas—. De esta manera, los imaginarios políticos y los imaginarios sociales se encuentran ante todo marcados por la ambigüedad ya que las modalidades a través de las cuales incorporan la cultura política nacional y la “visión castrista del mundo”, están estrechamente vinculadas a este funcionamiento social cotidiano a partir del cual se produce lo que se considera “normal” y se constituye el vínculo colectivo que define lo real y lo verdadero. A lo largo del período revolucionario, el desfase entre las conductas reales, los discursos y las ficciones oficiales fue imponiéndose como norma de la vida cotidiana: mucho más que las huellas del pasado o la creencia en la existencia de una amenaza contrarrevolucionaria permanentemente anunciadas por el Gobierno, el funcionamiento social descrito a través de la lucha constituye la piedra angular del imaginario de la intriga. La inseguridad en que los individuos y los grupos se desenvuelven, cuadran, resuelven, inventan, siguen pa’lante, etc., define el espacio social como una dimensión oscura, proclive al engaño y/o a la traición. El empleo recurrente de la metáfora del “bosque” para referirse al entorno social, la certeza de que la identidad social real de unos y otros no es transparente, incluso la de los amigos cercanos, que sólo son “confiables” hasta cierto punto, constituyen manifestaciones del sentimiento de vivir en un mundo en donde “todo es posible”. De ahí emerge una percepción paranoica del universo revolucionario, y se difunde el temor al complot proteiforme, semejante a lo que describía el historiador Bronislaw Baczko[i] en relación al imaginario social durante el Terror y el período termidoriano en Francia. Aquel complot iba dirigido, entre otras cosas, contra “la sustancia vital del pueblo”, y sus orígenes eran tan oscuros como intercambiables sus facetas.
La profunda modificación de la vida colectiva bajo el régimen instaurado en nombre de la Revolución transformó no sólo los valores, las referencias o las creencias, sino, también, el principio mismo de su producción. Las posibilidades de inclusión en una colectividad, sus horizontes de inteligibilidad y, finalmente, el sentido de la realidad, han sido alterados en la misma medida. Al tratar de entender este modo particular de producción de la realidad, se puede describir el imaginario social y el imaginario político del período actual, mostrando de qué manera han incidido sobre la perpetuación del régimen castrista o frenado el advenimiento de un régimen democrático. En relación al imaginario político y social, es preciso restituir el papel central desempeñado por los rumores, así como el registro bajo el cual actúa la propaganda oficial.
Emergencia y posibilidad del rumor en la sociedad totalitaria cubana
El dispositivo institucional ha dado lugar al control total de la prensa. De ahí surge el cemento del imaginario revolucionario: si las medidas políticas y los hechos permanecen en silencio, sólo el pueblo puede hacer circular las noticias. Del chisme de vecindario a la bola, los rumores funcionan como la medida del saber interpersonal y establecen el sentido de lo real, de lo verdadero, de lo normal.
El primer criterio de veracidad de un rumor es tanto el “¿qué cuenta?” como el “¿quién lo cuenta?”. Los discursos están siempre referidos a otros discursos, que se bastan a sí mismos. La referencia es lo que dijo “fulano”, “que él sí sabe”, porque “está por encima”. Tomando en consideración que el universo revolucionario es percibido como una serie de esferas secretas rodeadas de oscuridad, desde los núcleos familiares hasta la cúspide del poder, los que “están por encima” son los que tienen el acceso más directo al secreto. Son los que, por pertenecer a la elite del poder o a los cuerpos represivos, detentan el saber y conocen el futuro inmediato. También son fuente de verdad revelada los que no pertenecen al universo cubano; por ejemplo, un extranjero o un “comunitario”, por provenir del “mundo transparente”. En otras palabras, la condición sine qua non para que la bola encuentre un receptor atento es que éste se perciba a sí mismo como entidad aislada y que acepte como real la existencia de grupos que poseen informaciones esclarecedoras. En sus reflexiones sobre las noticias falsas durante la guerra de 1914-1918, Marc Bloch notaba que éstas avanzaban de la retaguardia, donde se movía la gente y se producían encuentros, hacia el frente, donde los combatientes permanecían aislados en una “guerra de posición”; las noticias eran transmitidas “por intermedio de ciertos individuos especializados” como los “agentes de enlace”[ii].
Por ello, los rumores siempre revelan una “verdad escondida” que, por presentar las características de una de las muchas noticias que la prensa oficial disimula; solamente puede ser difundida por Radio Bemba, y raras veces tendrá confirmación pública. Aquí se entrelazan dos fenómenos sociales. Por un lado, como escribía Marc Bloch, “el error” no se propaga ni se amplifica si no “encuentra en la sociedad un caldo de cultivo favorable. En él, inconscientemente, los hombres expresan sus prejuicios, sus odios, sus temores, todas sus emociones fuertes”[iii]. Por el otro, a lo largo del período revolucionario y en el contexto de una realidad social cada vez más difícil de entender, al silencio de la prensa y de las autoridades fue añadiéndose un sentimiento de enajenación ante el relato histórico oficial, así como una incertidumbre individual en las interacciones con el universo inmediato, lo cual hizo emerger la necesidad de disipar la opacidad. Así, las condiciones de reproducción y de difusión de los rumores en Cuba se inscriben dentro de un imaginario cuyo sentido de lo real ha sido desquiciado por la experiencia revolucionaria, y al mismo tiempo en el presupuesto que atribuye a un nivel superior de información, asociado a lo que se estima como capacidad de conocimiento de las fuentes, una función esclarecedora.
En su análisis acerca de “la propaganda totalitaria”, Hannah Arendt escribió: “Las masas se niegan a reconocer (..) el carácter fortuito en el cual se baña la realidad (..) y están predispuestas a todas las ideologías porque éstas explican los hechos como simples ejemplos de leyes y eliminan las coincidencias inventando un poder supremo y universal supuestamente en el origen de todos los accidentes”[iv]. En el universo revolucionario cubano, la relación de los actores con la circulación de la información y con la propaganda parece, sin embargo, algo más que el síntoma de un estado mental colectivo sobre el cual se hubiera apoyado el castrismo en un principio. Es, ante todo, el resultado de un largo proceso de imbricación de representaciones inscritas en temporalidades distintas, de racionalizaciones sucesivas de los comportamientos individuales y colectivos dentro de una realidad social nueva, de búsqueda febril de motivos capaces de orientar y justificar los juegos estratégicos. Es también un mecanismo de control en manos del poder, que difunde y modela las informaciones de tal forma que nunca aparezca algo distinto de la normativa de la lucha y, más aun, de la seguridad del universo revolucionario.
En un mundo caótico, donde no siempre es posible entender todo lo que ocurre ni establecer conexiones entre distintos fenómenos y encontrar una relación lógica, de causa y efecto, entre los hechos sociales, es un alivio ofrecer explicaciones simples, coherentes, que requieran poco esfuerzo. En el caso cubano, el sistema coherente y universal que plantea la propaganda para explicar y definir la realidad es el complot de los poderosos, sus maniobras subterráneas, pérfidas y hostiles. Ya señalamos la percepción del espacio social por los individuos como lugar del complot proteiforme. Sin embargo, este terreno común no significa que el rumor de amenaza o de complot se elabore simplemente en el registro de las creencias. El temor al complot proteiforme, descrito por Baczko en su estudio sobre la Revolución Francesa (p. 43), estribaba en un imaginario colectivo o un entorno mental tradicionales, de Antiguo Régimen: “los rumores estaban politizados por la Revolución, pero solamente prolongaban, en un nuevo contexto, temas y fantasías muy antiguos”. Marc Bloch evocaba, por su parte, “todos esos temas que la imaginación humana, en el fondo muy pobre, repite sin parar desde l’aurore des âges: historias de traiciones, de envenenamiento, de mutilaciones (..) que cantaban en otros tiempos aèdes y trouvères, que popularizan hoy la telenovela y el cine” (p. 178).
Esto no significa que el rumor o la propaganda encuentren terreno fértil en una supuesta tradición o mentalidad heredada de sitiados. Si el rumor de peligro, de engaño o de disimulo recibe tanta atención, es porque el agotamiento mental que resulta de casi cincuenta años de experiencia revolucionaria impide en buena medida ejercer un sentido crítico, deshacerse del sentimiento de inseguridad, y confiar en los espacios colectivos para establecer criterios de verdad o exactitud. Es más, la ya evocada administración del poder por la arbitrariedad nunca permitió la definición y el arraigo de las reglas del juego: lo que estuvo permitido en determinado momento podía ser prohibido después. El estatus de los cuentapropistas, por ejemplo. Los rumores, cuyo origen es “el tío de un amigo que es amigo de un capitán” o “fulano, que tú sabes que su padre es pincho”, que advierten una subida de los impuestos, la prohibición de los alquileres de viviendas o la supresión de cierto número de licencias, son frecuentes. Desde que el uso del dólar fue autorizado en 1993 —reemplazado por el uso del chavito a partir de noviembre de 2004—, aparecen de vez en cuando rumores según los cuales “Fidel” va a cambiar en chavitos los ahorros en dólares que permanecen depositados en cuentas bancarias; o que el valor del chavito va a caer drásticamente con respecto al dólar. Las mecánicas o jugadas están sujetas a los mismos cambios bruscos: los choferes de taxis en pesos convertibles temen que “el Estado” disponga de taxímetros inviolables; los vendedores de tarjetas de acceso a los canales por satélite, prepagadas desde Miami, sospechan que el Gobierno llegue a bloquear la señal; los empleados que roban leche en polvo, harina, materiales de construcción, etc., se preguntan si las empresas o fábricas en donde trabajan serán cerradas. En fin, todos temen ante todo y simplemente que las autoridades decidan sancionar cualquiera de los numerosos delitos que no pueden evitar seguir cometiendo. Cuando empezó la operación “Coraza popular” en enero del 2003, destinada a detener el “incipiente tráfico de drogas” en la isla, los rumores decían que “(venía) después el peligro”, la Ley de Peligrosidad.
Los rumores que se propagan en la sociedad totalitaria advierten de un riesgo colectivo, que alienta una anticipación individual. Por un lado, se nutren del imaginario del luchador “amenazado en su propia existencia” y, por otro, de la experiencia de un poder cuya racionalidad no se justifica fuera de la voluntad férrea de mantener el control absoluto del sistema. Además, la censura, en un país en estado de guerra o bajo una dictadura, no es equivalente a la representación de la sociedad totalitaria con el control absoluto de la información en manos de las autoridades. En el primer caso, se sospecha la existencia de la censura en determinados asuntos, como los padecimientos de los soldados y las poblaciones civiles, o la vida de los gobernantes; en el segundo caso, se sospecha la invención de un mundo totalmente ficticio y, consecuentemente, que “todo es posible” dentro de lo que supuestamente hace el juego “de Fidel”. Como se sabe, en agosto de 1994 se produjo el éxodo de 30.000 “balseros”, que se fueron hacia la Florida en embarcaciones precarias después de que Fidel Castro anunció que los guardacostas no impedirían más las salidas. La crisis económica estaba en su peor momento, cada día los apagones duraban alrededor de diez horas, y el día 5 de agosto brotó una protesta espontánea en Centro Habana y La Habana Vieja. Durante el verano de 2004, cuando los apagones volvieron a durar 10 horas diarias, el servicio eléctrico fluyó casi normalmente entre el 25 y el 27 de julio, días feriados que conmemoran el asalto al Moncada. Apareció poco después un rumor según el cual “Fidel” privaba deliberadamente al país de energía eléctrica, para que los insatisfechos organizaran un éxodo masivo y deshacerse así de posibles opositores. Las bolas alrededor de las posibilidades de salida del país han puesto de manifiesto el uso y la creencia en el rumor como información y criterio de anticipación, y revelan el objetivo que las autoridades podrían perseguir a través de estos rumores para favorecer los juegos estratégicos en detrimento del enfrentamiento. De manera recurrente, algunos grupos arman sus “balsas” y se preparan para la inminente autorización de lanzarse al mar, dada por un “Fidel” decidido a “provocar una crisis migratoria”. A principios de agosto de 2004, la Seguridad del Estado tuvo que desalojar a cientos de individuos de las afueras de la Sección de Intereses norteamericana, que esperaban beneficiarse de los visados que “los americanos (iban) a otorgar con motivo del cumpleaños de Fidel”.
Siguiendo a Arendt, se puede decir que la emergencia y la propagación de los rumores en Cuba ponen de relieve la inclinación de los cubanos a pensar que las apariencias siempre engañan, y que siempre se debe sospechar de la existencia de un saber “de otro nivel”. Pero esto, más que una predisposición a las ideologías de “las masas”, parece ser el resultado de la sintaxis totalitaria, la cual, a su vez, propicia un ajuste de la propaganda y un vaivén permanente entre imaginario colectivo y narrativa castrista.
El vaivén entre imaginario colectivo, rumor y propaganda
La propaganda lanzada a partir de los 90 se inscribe dentro del imaginario forjado a lo largo de la experiencia revolucionaria, mas no lo contrario. Es decir, no se trata de un lavado de cerebro monolítico a partir del cual, desde 1959, la realidad social y el imaginario revolucionario hubiesen sido forjados. La intención del Gobierno, ahora, es recuperar el temor al complot proteiforme, la obsesión por la verdad escondida, el sentimiento de confusión y la impresión de que “todo es posible”, para transformarlos en una creencia, cuya implicación principal sería que no existiera otra opción colectiva sino el régimen de Fidel Castro, y desde ahí canalizar los comportamientos individuales.
Tras la caída del Muro de Berlín, la Weltanschauung castrista redefinió sus principales ejes. Fidel descartó el antagonismo Este/Oeste, sustituyéndolo por un discurso en torno al desequilibrio entre pobres y ricos, la dominación de la lógica neoliberal, y por ello en torno al tema de la hermandad de la Revolución Cubana con todos los explotados de la Tierra, y todos los movimientos de lucha en contra del “poder inicuo de los ricos”. El EZLN, Greenpeace, Juan Pablo II, Michael Moore, representarían a un solo eje de la política mundial, bajo el posible liderazgo de “los logros de la Revolución”.
Esta Weltanschauung fue puesta en perspectiva en el extranjero, lugar de la transparencia desde donde se expresan “los que están por encima”. Desde el inicio de 2000, las Mesas Redondas “informan al pueblo” sobre la actualidad nacional e internacional. Un primer bloque temático gira en torno a temas relacionados con los antiguos países comunistas, los países del Tercer Mundo y de Iberoamérica. “Cataclismo económico”, “corrupción sin límites”, “ley de las mafias”, “guerras internas”, “explotación financiera y comercial” de parte de los países ricos, sobresalen sistemáticamente. En cuanto a Iberoamérica, el escenario apocalíptico reúne “miseria”, “narcotráfico”, “violencia”, “prostitución infantil” e “imperialismo norteamericano”. Enseguida, un segundo bloque temático insiste en el supuesto éxito cubano en relación al despertar de la conciencia y la solidaridad latinoamericanas. Hugo Chávez encarnaría al mejor alumno de la Revolución Cubana, y la elección de Lula da Silva en Brasil, de Kirschner en la Argentina, de Gutiérrez en Ecuador, o de Tabaré Vázquez en Uruguay, señalarían la toma de poder de los pueblos latinoamericanos frente a Estados Unidos y las elites tradicionales corruptas. En perspectiva, “la mafia cubana terrorista de Miami” y “la extrema derecha republicana”, enemigos históricos de Cuba y, por ello, de la humanidad, constituyen las figuras contemporáneas de aquel enemigo que viene desde la Inquisición hasta “el genocidio israelí contra los palestinos”, pasando por la “operación Cóndor”, “el colonialismo francés en África” o “los proyectos de dominio del mundo” encabezados por el FMI o el Banco Mundial.
El elemento más importante de esta escenificación es que casi todas las imágenes utilizadas provienen de CNN en español y otros canales, testigos o personalidades extranjeros. Los televidentes cubanos saben que aquellos no sienten necesariamente simpatía por Fidel Castro, que los discursos presentados no están regidos por las normas del teque, y que no han sido grabados dentro del cuadro de la Televisión Cubana. Respecto a la actualidad internacional, los cubanos pueden leer casi diariamente en Granma y Juventud Rebelde artículos cuidadosamente escogidos, según el propósito propagandístico, en The New York Times, el Washington Post, El País, y hasta The Miami Herald. Los cubanos pudieron descubrir, por ejemplo, las violaciones y abusos perpetrados en la prisión de Abú Graib; la hipótesis de que la muerte de Nicholas Berg, el norteamericano decapitado en Iraq frente a la cámara, fue un montaje de la CIA; el programa especial “Pruebas de fraude en Ohio”, tras los comicios de 2004, y otro sobre la manipulación del clima con fines militares. La Televisión Cubana ofreció también, apenas un mes después de su estreno en Estados Unidos, el documental Farenheit 9.11, de Michael Moore. Ante todo, la propaganda insiste en la omnipresencia del complot y en la tergiversación interesada de los asuntos mundiales, que se insinúan a través de los temas más fantasmagóricos.
Si bien son relativamente pocos los que leen los periódicos cubanos o ven las Mesas Redondas, esto, en vez de reducir el alcance de la Weltanschauung castrista, le permite que se expanda con más fuerza a través del rumor. “Los que vieron o leyeron” difunden o comentan enseguida las noticias más impactantes: aquellas que se refieren a la aprobación de una nueva ley, a una verdad escondida o a las características atemorizantes del mundo exterior. Por un lado, esto satisface expectativas imaginarias y ancla las representaciones colectivas en un mundo real. Por otro lado, las fuentes y las informaciones van modificándose a medida que los testigos del comentario original —amigos, desconocidos, individuos exteriores que escuchan mientras esperan la guagua o hacen la cola en la bodega…— vuelven a relatarlo, creando así una cadena. Un comentario que al principio mencionaba “aclaraciones dadas por un coronel en la Mesa Redonda”, y respecto a otro tema, “drogas incautadas en el aeropuerto”, puede fácilmente llegar a convertirse en la afirmación “un coronel detenido en el aeropuerto por tráfico de drogas”, “un amigo de amigo cuyo tío es coronel dice que va a haber una redada contra las drogas en el aeropuerto”, “dicen que Fidel encargó a las Fuerzas Armadas que buscaran en las casas todos los dólares que la gente no cambió por chavitos, para quitárselos acusándola de tráfico de drogas”… La fuente oficial desaparece rápidamente, y la información pasa a ser una bola, cuyo origen es “un pincho”, un “mayimbe”, “un extranjero” o “alguien que sí sabe”, y cuyo contenido canaliza los temores del momento, amplificando la dimensión del peligro, del riesgo, del disimulo. Los extranjeros de visita en Cuba, o los cubanos que relatan su viaje a Miami ven sus posibilidades de narración conformadas por esas representaciones de lo verdadero y de lo real, y van poco a poco reduciendo los temas de sus conversaciones a los que encontrarán interés y excitarán las imaginaciones. El mundo exterior es “violento y peligroso”, los cubanos viven rodeados por las “mentiras”, y lo que se dice de Cuba en el extranjero es también “cuento”.
Al llegar al poder en 1959, Fidel Castro reveló al pueblo que el mundo era intriga y que la supervivencia de la Revolución dependía de su capacidad de vencer las conspiraciones que perseguían derrocarla. Estableció el control de las informaciones, rodeó de secreto las decisiones gubernamentales, y aprovechó la desarticulación de grupos e individuos frente a lo real, para imponerse como el único capaz de disipar la opacidad. Puede ser que su instalación en el papel de líder carismático se haya operado en el surco de un mito en el que subyace el culto colectivo de la relación personal con el jefe, la única capaz de abolir el anonimato en el mundo burocrático de la sociedad moderna. Pero al crear la necesidad de disipación de la opacidad, Fidel Castro también instauró su propia función e hizo de este lazo personal con el jefe la única mediación capaz de fundar la certidumbre, en la relación de los individuos hacia sus entornos. Al crear una necesidad, creó su propio papel, desvelando de vez en cuando informaciones que sólo el maestro del juego puede conocer. Antes de concluir la cumbre de Monterrey en marzo de 2002, Fidel Castro regresó inesperadamente a Cuba, argumentando que algunos “funcionarios mexicanos” ejercían presiones para que él no estuviera presente el día de la llegada de George W. Bush. Diplomáticos mexicanos y norteamericanos desmintieron sus acusaciones y le rogaron que demostrara sus afirmaciones. En Cuba, el episodio fue recibido con la indiferencia que acompaña a lo que se considera como eterno “cuento de Fidel”, destinado a alentar el enfrentamiento con EE. UU. y la paranoia dentro de la población cubana. El asunto había quedado olvidado cuando el gobernante cubano decidió ofrecer una conferencia de prensa, durante la cual reveló la existencia de una grabación con una conversación telefónica, en la cual se podía escuchar la voz del presidente mexicano, Vicente Fox, pidiéndole a Fidel Castro que “no (le) (complicara) el viernes” —día de la llegada de Bush—. Le proponía, además, que se sentara al lado de él [de Fox] durante la cena del jueves, para compensar su ausencia al día siguiente. Así, Fidel Castro había creado y mantenido él mismo la intriga, dejando tiempo para que se especulara sobre sus declaraciones y que se diera un sentido al acontecimiento. Conocedor de las dimensiones que conforman el rumor —curiosidad por algo oculto, sospecha de la existencia de un poder manipulador, y búsqueda imposible de criterios o elementos de comprobación de la verdad—, puso en escena el enigma a fin de fortalecer la inscripción en lo real del contenido del imaginario revolucionario y lo tangible de la intelección interindividual del saber. Primero, las presiones eran reales, turbias a su parecer, y el “funcionario mexicano” era el mismo presidente Fox, lo que no dejó de asombrar aun a los más convencidos de la tesis de “los lacayos del imperio”. Segundo, la evidencia fue avasalladora, por no dejar lugar a la menor duda, y constituir, al mismo tiempo, una violación espectacular de los usos protocolares entre jefes de Estado. En fin, lo que se comprobó en el imaginario revolucionario no es solamente que “todo es posible” sino que también “todo se explica”, si se logran conseguir las buenas informaciones.
Así, persiguiendo tanto en el rumor como en la propaganda oficial los signos de “elementos verdaderos” susceptibles de brindar motivos de acción, los individuos y los grupos han ido conformando un registro del funcionamiento social, y aun una de las manifestaciones de la existencia de la sociedad revolucionaria.
[i] Comment sortir de la Terreur, Thermidor et la Révolution; Gallimard, París, 1989, p. 270.
[ii] Bloch, Marc; «Réflexions d’un historien sur les fausses nouvelles de la guerre», en Écrits de guerre, 1914-1918 ; Colin/Masson, París, 1997, pp.169-184.
[iii] Ob. cit., p. 172.
[iv] Arendt, Hannah; en Les origines du totalitarisme, Le système totalitaire; Quarto Gallimard, 2002, pp. 669-671.
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