Cartas no enviadas

Alberto Lauro

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I

 

Tócame. Decía.

 

A ver si soy una máscara. Una farsa más en la ceremonia de los torpes.

 

El hastío de una mancha que como una lepra alguien vomita en la

 

Quinta del Sordo.

 

Un rostro sin máscara.

 

 

Me perdí en una ciudad que ignoro.

 

Demasiado joven para no ser inocente.

 

Demasiado inocente como para dejar de ser culpable o al menos cómplice.

 

Olvidado de todo disfraz.

 

Impúber como una vestal en su primer rito.

 

 

Busqué el mar donde naufragan todos los veranos.

 

Nave invadida por ratas prestas a abandonarla ante cualquier peligro.

 

Demonios tomaron sitio en mi equipaje.

 

Me hicieron cantar el himno de una patria que hace años no existe.

 

 

Cuerpos inasibles atravesaron mi habitación,

 

Ebrios y desnudos a una hora en que el deseo

 

Es un río desbordado y nos ahoga.

 

Entonces fantasma fui de bello rostro.

 

Después fue el golpe. El látigo. La navaja.

 

El grillete al pie. La pérfida caricia.

 

Buey al matadero. Y la hiena cantaba

 

La canción del amigo ausente.

 

Párpados caídos. Clavos atravesando las manos, el madero.

 

Ciclones asolando con nubes de crucifixión.

 

Hablaba solo. Con gestos. No con palabras.

 

Mudo acercaba mi cara al espejo del silencio.

 

Cada vez más absorto. Para ver. Decía.

 

Y estar ausente de estos años.

 

 

II

 

Toqué tu piel como una casa.

 

Monedas de usurero en mi mano de leproso.

 

Insomne escribí cartas que no fueron enviadas.

 

A la hora en que soy sombra y espectro en las pupilas de un idiota.

 

Payaso de ojos verdes al que mintieron

 

Y de príncipe coronaron los miserables.

 

 

Alguien recita sin cesar la nana del infausto.

 

Perdidos todos los combates. Todas las apuestas.

 

Sin destino y errante.

 

Extranjero en la costa que es mansión de la vigilia.

 

 

Isla. Madre. Tierra mía. Escúchame.

 

En ti la bayoneta y los fusiles son alabanza.

 

Oye, de una vez, a quien invoca

 

Tu nombre en el umbral de la muerte.

 

 

III

 

Que alguien traiga un poco de agua fresca

 

Para calmar la fiebre del viajero

 

Y sus perdidas palabras.

 

 

Maldición de envejecer con un rostro adolescente.

 

Y como en la isla que naciste

 

Nadie puede ampararte en la intemperie.

 

 

Hijo del mar, tu huella

 

Recuerda que eres el hijo del hechizo y el enigma,

 

Mezcla de asesino y leona en celo.

 

 

Sentados a mi mesa están los invitados ausentes.

 

Se miran sabiendo que me ignoran

 

Mientras la garra reposa en el disparador.

 

Y la bala es el último minuto de la espera.

 

 

IV

 

Tuve sueños que como fuegos de artificio estallaron.

 

Emborroné cartas como adioses.

 

Mi cabeza llena de murciélagos y buitres.

 

 

La lluvia sobre la playa de cuerpos sumergidos en la danza del azul.

 

Cautivo en la memoria. A ella me aferro. Con cadenas invisibles.

 

Celda tan breve para tanta lejanía.

 

 

Toco la noche.

 

Su sexo se dibuja en los ojos del carcelero.

 

Mitad árbol y demonio.

 

Gracias al delirio pude llamarlo

 

Rey, bienaventurado, amado mío.

 

Torturaba y yo le escribía poemas de amor.

 

 

Después fue el despertar.

 

La madre que suplica de puerta en puerta.

 

Envía ruegos que no fueron escuchados.

 

Sus dedos desgarrando madrugadas.

 

 

¿Y a quién le importa si el canto se pudre en mi garganta?

 

Acaricio la pared de la celda.

 

Para no olvidar. Me digo.

 

 

Más tarde subí a un altar con desconocidos

 

A los que puse bóvedas, flores, velas

 

Sabiendo que no existían.

 

Era mi gratitud por milagros ajenos.

 

Ellos sólo me miraban con ojos de vidrio.

 

 

Acaricié la sombra como a un perro.

 

Y sonreí embriagado de vino, lujuria y frivolidad.

 

Para no envejecer.

 

 

V

 

Tanto perdí en el juego de los torpes

 

Que de nada sirve cambiar de casa, de traje, de amante, de nombre,

 

de sexo o país.

 

 

Mi oficio es decirle adiós a los que parten.

 

 

Ícaro cae como una estrella fulminante desde el cielo.

 

Clitemnestra daga en mano sin nodriza y sin dolor.

 

Dido desde la costa ardiendo para verte.

 

 

Clavaron mi ataúd mientras seguía respirando.

 

Ciego de rabia, desidia y desvarío.

 

Diestro en las trampas del tahúr.

 

 

Preguntaba sin respuestas.

 

A la muerte. A Dios.

 

 

VI

 

En medio de la batalla beso los ojos que no ven.

 

Caronte me da la bienvenida en la última morada.

 

A cambio de una moneda. Aunque sea falsa.

 

 

Viento. Sólo viento sobre las ruinas.

 

Hogueras que arden y apagan el deseo.

 

Pupila que graba lo que perdimos o soñamos.

 

 

¿Cuántos cuerpos he poseído como ciervos que escapan?

 

¿Cuántos me olvidaron? ¿A cuántos olvidé?

 

 

Mis labios bebieron hiel de rosas y lirios de silencio.

 

A mi pecho le entregaron el filo de la espada y su esplendor.

 

 

¿Y dónde están mis hermanos que amamantaste con tus pechos,

 

Ofelia, amante, madre mía?

 

Llévame contigo a dormir entre nenúfares de sangre.

 

 

VII

 

Las bestias danzaron sobre mí

 

Fui Job sometido a todos los escarnios.

 

 

Me evaporo de las viejas fotos.

 

Demasiado preciso para ser real.

 

Muy distante para ser costumbre.

 

 

Crecí de golpe.

 

Nada son cien años para la eternidad.

 

Y en todo ese tiempo no conocí el amor

 

Sino espectros, alucinaciones, espejismos como sepulcros

 

Blanqueados.

 

 

Los ángeles caídos de nuevo son tentados en lo perverso.

 

Licor y veneno libamos de sus labios.

 

 

Tiempo en que llueve de las nubes fuego como la cólera de Dios.

 

Todos los navíos con sus tripulantes perecieron.

 

Y el mar escupe sobre la sal de la blanca arena

 

Hermosos cadáveres de hombres

 

Para ser adorados.

 

 

Bestias danzaron sobre mí.

 

Con pasos de minucioso andar.

 

Y la ciudad agoniza bajo su tempestuosa belleza.

 

 

El látigo en la espalda. El grillete al pie.

 

Y el cuervo de la muerte

 

Suspendido entre el ojo y la mirada.

 

 

VIII

 

Un niño salta sobre charcos de lluvia recién caída

 

Donde las estrellas naufragan.

 

Perdido entre la multitud que le hizo trampas.

 

Mariposa ensartada en alambres de acero.

 

Demasiado cómplice para ser puro.

 

Muy poco siniestro para ser sagaz.

 

Desde que nació sabe

 

Que en este circo de domadores y fieras

 

Pasan todos obedientes

 

Por aros de fuego.

 

 

IX

 

Sólo nos queda esperar.

 

A que caiga la estatua que en cimientos de mentira erigimos

 

entre todos.

 

Que el pájaro sin cabeza calle la melodía de la ausencia.

 

Que el cuchillo sea empuñado por el débil y el héroe descienda
de su pedestal.

 

Que el ciclón cese o de una vez haga estallar puertas y ventanas.

 

Que la multitud como un rebaño deje de repetir huecas consignas.

 

Que la blasfemia se cubra con un manto sagrado.

 

Que el llanto halle por fin reposo y sepultura.

 

Que las cenizas de sus huesos, al amanecer, sean esparcidas

 

Sobre el mar que aguarda ocultas primaveras.

 

A que regrese el hijo pródigo.

 

A que caiga el último muro que de infundios construimos.

 

Que toque el tambor el redoble de los conjurados.

 

Que la noche cese y de nuevo se iluminen los sórdidos sepulcros con el alba.

 

 

X

 

Tócame. Decía. A ver si sigo vivo.

 

No sé quién soy. Víctima o verdugo.

 

El olvido es la alfombra de la diáspora.

 

¿Y el amor realmente existía?

 

Con los años la promesa se convirtió en estafa.

 

No importa. No es la primera vez
Ni la última que me roban o mienten.

 

Antes bien, ya me acostumbro.

 

 

Vienen a buscarme. Ya vienen

 

Las hienas de sigiloso paso.

 

Caronte con su espera

 

Mientras confinado en el insomnio

 

Amo todo lo que pierdo y pierdo todo lo que amo.

 

 

Cómplice es la noche y traidora. Santa y ramera.
Eurídice desciende al reino de Orfeo.

 

Dido sigue ardiendo desesperada en su abandono.

 

Ícaro desde el mar asciende en su caída.

 

Clitemnestra, sabia en el arte del crimen, me consuela.

 

Bendice el odio. Lo invoca exhausta y tiembla en el deseo.

 

No sabe que responder cuando preguntan.

 

¿Tanta agonía para qué?

 

¿Tanta angustia y abismo y desamparo para qué?

 

 

Nadie responde.

 

Perro, fantasma, sombra de Caín,

 

Caminando contigo voy por el desierto.

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