Cuba ante un mundo cambiante

Cómo se inserta Cuba en el nuevo mapa geopolítico, especialmente tras el ascenso de Barack Obama a la presidencia norteamericana y la reconfiguración de América Latina.

Eusebio Mujal León

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Inamovible e inmutable son palabras que a menudo vienen a la mente cuando se habla de Cuba y su Revolución. Después de 50 años, tras diez presidentes norteamericanos (la decimoprimera Administración con Barack Obama acaba de comenzar) y del colapso de la Unión Soviética, la Revolución se muestra inquebrantable. Como para confirmarlo, ahí estaba Raúl Castro el primero de enero de 2009 celebrando el quincuagésimo aniversario, prometiendo que la Revolución resistiría 50 años más.

Pero inamovible e inmutable son adjetivos que describen solamente a los monumentos, no a proyectos humanos ni a procesos políticos. Sí, la Revolución o, más exactamente, las elites que llegaron al poder en 1959, todavía gobiernan, pero la Cuba de 2009 ya no es la de 1989, ni la de 1959. La caída del Muro de Berlín y la posterior desintegración de la Unión Soviética provocaron un maremoto que transformó a la Revolución y a Cuba. El fin de los subsidios soviéticos trajo consigo la caída del 35-40 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y marcó el comienzo del llamado Período Especial en Tiempos de Paz. Este cataclismo marcó el punto final del experimento autárquico cubano y obligó al régimen a embarcarse en un proceso lento, irregular y todavía incompleto, que dejó atrás las pretensiones de erigir una sociedad comunista y se encaminó hacia la restauración del capitalismo y la reintegración en la economía mundial de la mano de empresas multinacionales y bajo la tutela del Estado y del liderazgo de una tecnocracia militar protocapitalista (1). Acompañados por la dolarización, estos cambios han generado incipientes clases sociales, severas desigualdades sociales y regionales, han propiciado fuertes flujos de población dentro y hacia fuera de la Isla, y han debilitado significativamente los logros sociales de la Revolución, especialmente en la educación y la salud pública.

Los años 90 también estuvieron marcados por el inicio de una transición generacional dentro de la cúpula de poder. Tanto Fidel como Raúl Castro impulsaron la incorporación de nuevas generaciones a las más altas instancias del Partido Comunista (PCC) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Allí coexistieron en aparente armonía veteranos de la Sierra y jóvenes dirigentes, los más significativos de ellos egresados del Equipo de Coordinación y Apoyo al Comandante en Jefe. Por fin, en noviembre de 2005, el propio Fidel Castro planteó directamente el tema de su mortalidad e insistió en que la supervivencia de su Revolución dependería de las jóvenes generaciones. A escasos seis meses de este discurso, a finales de julio de 2006, un Fidel Castro gravemente enfermo cedió el poder a su hermano menor.

La sucesión se produjo dentro de un marco de gran estabilidad, pero no cabe duda de que los cambios no han hecho más que comenzar. A sus 77 años, Raúl Castro es una figura transitoria cuyo destino es presidir el fin del castrismo y abrirle paso a una nueva época. Su desafío está en poner la casa en orden para el día en que tanto su hermano como él hayan desaparecido. Para conseguirlo, Raúl necesita revitalizar una economía moribunda donde la mano muerta del Estado y la correspondiente falta de incentivos a la producción han provocado una severa y permanente crisis. Con aparente voluntad de enfrentar esos problemas, en su discurso del 26 de julio de 2007, Raúl anunció que iba a introducir “cambios estructurales y de concepto” respecto a la economía. Efectivamente, se han producido algunos cambios durante los últimos dos años, pero estos han sido tibios y distan mucho de ser estructurales. Desde mediados de 2008, y probablemente por variadas razones —desde los huracanes que azotaron la Isla en agosto y septiembre de 2008, hasta posibles discrepancias dentro de la cúpula gobernante—, ha habido una notable desaceleración en el ritmo de las reformas. Esto no ha impedido la progresiva consolidación de Raúl Castro en el poder, ni la incorporación de sus más cercanos colaboradores dentro de las FAR y de los veteranos de la Sierra a la cúpula del Consejo de Estado y del Buró Político. En este proceso, han perdido espacio político tanto los “tecnócratas” como los “talibanes”. La destitución de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque ha cortado el paso a representantes de las nuevas generaciones que se perfilaban dentro y fuera del país como sucesores potenciales. Estos cambios de personal y el paralelo reforzamiento de los veteranos confirman la progresiva consolidación de Raúl y auguran un VI Congreso del PCC (convocado para finales de este año) carente de sorpresas. Este reforzamiento de Raúl también se puede entender en clave de política exterior, como un golpe de timón previo al posible inicio de negociaciones con la nueva Administración de Barack Obama. Los cambios indican que Raúl refuerza su posición, pero, al mismo tiempo, confirman la transitoriedad de su liderazgo, cuya delicada tarea es presidir el final de la era castrista en Cuba.

Así pues, lejos de inamovible e inmutable, la sociedad y la política cubana llevan tiempo dando pruebas de efervescencia y potencial de cambio. Se está gestando un nuevo régimen en Cuba. Lo que no sabemos es cuál será el alcance de los cambios y cuáles serán las características del nuevo régimen después de que los Castro (y la generación de la Sierra) pasen a la Historia. En un trabajo anterior, he analizado algunos de los factores internos que condicionan este cambio (2). Aquí, sin embargo, me gustaría examinar por qué ha disminuido el aislamiento internacional de Cuba y cuales son las perspectivas para un cambio en su relación con EE.UU. después de la victoria de Barack Obama.

Comenzamos con una paradoja evidente. Cuba continúa siendo la única dictadura ostensible de América Latina. Así fue mientras gobernó Fidel Castro y, con algunos retoques y excepciones, continúa siéndolo con Raúl. Ha habido algunos cambios, entre ellos, una mayor disposición por parte de los medios de comunicación (especialmente Juventud Rebelde) de informar sobre agudos problemas sociales y económicos, pero se mantiene un régimen unipartidista con una extensa red de mecanismos de control ejercidos por el Estado sobre la sociedad. En Cuba no existe ni libertad de expresión, ni sistema judicial independiente, ni Estado de derecho; la sociedad es débil y está desorganizada, y los disidentes son presionados, reprimidos y/o encarcelados. La situación cubana contrasta visiblemente con la de otros países de la región. En casi toda Latinoamérica, incluso en aquellos países donde los movimientos populistas de izquierda han asumido el poder, se está dando un intenso debate político, se producen manifestaciones y contramanifestaciones, y la democracia, con todos sus problemas, vibra y se consolida. Sin embargo, estando la Cuba autocrática en un mar de democracias, ¿cómo es posible que esté menos aislada (política y económicamente) que en cualquier momento desde 1959?

Diversos factores han contribuido a esta situación. El primero es el agotamiento de la política norteamericana hacia Cuba y la perspectiva de que ésta va a cambiar con la nueva Administración de Barack Obama. Muchos analistas han atribuido el mantenimiento de una política de hostigamiento al régimen cubano a la capacidad del exilio cubano, e interpretan los posibles cambios fundamentalmente en función del debilitamiento y/o evolución de este grupo. Evidentemente algo de eso hay, pero sin menospreciar la evidente importancia de la Florida en los cálculos electorales norteamericanos, existen otros factores de peso que explican la continuidad de la política norteamericana hacia Cuba. En primer lugar, es importante precisar que, a lo largo del tiempo, no ha habido una sola política de EE.UU. hacia Cuba, sino varias y solapadas. Aunque el objetivo central de esa política ha sido mermar el proyecto revolucionario de Fidel Castro, siempre han coexistido diversas estrategias y políticas al respecto. El propio embargo lo demuestra. Nunca ha sido total y, aun hoy, justo al haber terminado la Administración de George W. Bush, EE.UU. es el quinto socio comercial de Cuba y, en el último año, empresas norteamericanas vendieron más de US$700 millones en productos agrícolas a la Isla. El embargo ha tenido un impacto real sobre Cuba, poniéndole muchas trabas al comercio e impidiendo inversiones norteamericanas, a la vez que añade costos adicionales de transporte al comercio cubano. Pero su existencia no explica ni determina la falta de eficiencia y de productividad de la economía cubana. La culpa radica en el modelo estatista y el clientelismo que impera en Cuba. El conjunto político que se denomina “embargo norteamericano” es producto de la interacción de diversos grupos de presión y puntos de vista, algo muy propio de una sociedad donde la política es producto de la transacción y la negociación. Para algunos, el embargo ha sido un instrumento para provocar cambios políticos en Cuba. Para otros, su objetivo ha sido más pasivo, la contención del castrismo. Y para otros, el propósito del embargo ha sido elevar el costo del proyecto revolucionario cubano —definido en su momento por la encomienda del Che Guevara de “crear un, dos, tres, muchos Vietnam”— a tal punto que no resultara atractivo para el resto del Hemisferio ir por ese sendero. El embargo también ha sido un punto de confluencia entre los que propugnan una política exterior “realista” y otros que insisten en la importancia de ser solidarios con los que luchan en pro de valores democráticos y derechos humanos. Con el fin de la Guerra Fría, la importancia estratégica de Cuba disminuyó significativamente y Cuba perdió mucha de su “peligrosidad”. Ya no representaba un modelo “realizable” para el resto de Latinoamérica, ni tenía los apoyos para pretenderlo. Ni la guerrilla era relevante como instrumento para llegar al poder, ni el Hombre Nuevo ni la realización del comunismo representaban una esperanza de futuro. Las propias políticas que el gobierno cubano introdujo para asegurar su supervivencia (la reintroducción del capitalismo, la normalización de sus relaciones exteriores, y su reintegración a la economía mundial) no hicieron más que confirmar el cambio de situación. Pero aquí reside la otra cara de la moneda. Si bien Cuba tuvo que asumir las consecuencias de su error al atar su destino al comunismo y a la URSS, ese desacierto no logró desbancar a la cúpula dirigente. Bajo estas circunstancias, no le ha sido fácil a sucesivos gobiernos norteamericanos convencer a sus aliados y amigos de que una estrategia de aislamiento y presión externa fuera la mejor opción para lograr una apertura en Cuba. A estas consideraciones se debería agregar que la influencia norteamericana en muchas partes del mundo (incluyendo Latinoamérica) se ha visto reducida en los últimos años, no solamente, ni quizás primordialmente, por un incremento del antiamericanismo, sino porque el mundo que ha surgido es mucho más multipolar y globalizado.

El segundo factor reside en la disminuida importancia de la Unión Europea (UE) como actor de peso en el tema cubano. Estados Unidos y la UE siempre tuvieron documentadas diferencias respecto a Cuba, pero nunca se consideró fuera de lo posible que al final los aliados transatlánticos lograran alguna fórmula de coordinación y colaboración, una especie de distribución de tareas entre policía malo y policía bueno en su política hacia La Habana. El cenit del compromiso y la influencia de Europa respecto a Cuba probablemente ocurrió a mediados de los 90, cuando el gobierno de Felipe González intentó convencer a Fidel Castro de que, ante la debacle económica provocada por la desintegración de la Unión Soviética, debería realizar profundas reformas económicas y políticas. Las distintas visitas de Carlos Solchaga y Manuel Marín no tuvieron el deseado efecto y el ciclo de aproximación se cerró cuando el líder cubano dio la orden de derribar los aviones de Hermanos al Rescate en abril de 1996, hecho que coincidió con el arresto en La Habana de los participantes en Concilio Cubano y la aprobación de la Ley Helms-Burton poco después. Llegado este punto, tras haber superado lo peor de la crisis, Castro se atrincheró de nuevo y desde entonces mostró poco interés en lo que decían u opinaban España o la Unión Europea. Ya en marzo-abril de 2003, rechazó de pleno la solicitud de clemencia del papa Juan Pablo II para los tres hombres que habían secuestrado una embarcación y fueron sentenciados a la pena de muerte, y se mantuvo impasible frente a las críticas sobre los arrestos y las largas sentencias dictadas contra los 75 disidentes y periodistas independientes. En los últimos años se ha desarrollado la “Posición Común” de la UE (3) , pero lo más notable es la falta de unidad que ésta refleja. Con las palpables divisiones internas y con cada país haciendo más bien lo que le conviene, no sorprende que la postura europea haya tenido poco efecto sobre las autoridades cubanas.

Existe una tercera razón que explica por qué ha disminuido el aislamiento internacional de Cuba. Ya hemos insistido respecto al impacto de la mermada influencia norteamericana y la disminuida capacidad de la Unión Europea. Estos factores han coincidido con el surgimiento de un mundo mucho más multipolar (4). Este fenómeno es palpable en América Latina, donde potencias extrarregionales y regionales han elevado su perfil y profundizado sus vínculos con Cuba.

Hay tres actores extrarregionales —China, Rusia y, en menor grado, Irán— que han pisado Latinoamérica en los últimos años. Quizás el menos importante de ellos sea Irán. Su entrada en el hemisferio refleja la verdad eterna del viejo adagio “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. A pesar de los obstáculos culturales y lingüísticos, Irán ha desarrollado vínculos crecientemente estrechos con Venezuela y Cuba. Las relaciones con La Habana se intensificaron después de la elección de Mahmoud Ahmadineyad como presidente de Irán en 2005. A partir de esa fecha, Cuba ha recibido más de US$1.000 millones en créditos iraníes y ha ampliado su comercio con este país a más de US$300 millones en 2007. Los dos países también han anunciado su intención de desarrollar un puente marítimo que sirva de base para la ampliación del comercio. Dentro del Movimiento de los No Alineados, cuya presidencia Cuba ostentó en 2007, La Habana ha sido un fiel aliado de Irán, criticando fuertemente la política norteamericana hacia ese país islámico y apoyando el derecho de Irán a desarrollar “con fines pacíficos” su programa nuclear.

Como si intentara recuperar tiempos pasados, Rusia está de regreso. Las visitas del presidente Dimitri Medvédev a Cuba, Venezuela y otros países en noviembre de 2008, así como los acuerdos alcanzados con Venezuela en materia de petróleo y armamento, demuestran su voluntad de restablecer su posición. No quedan claros cuáles son los objetivos de los rusos en su reentrada. Probablemente, no tienen ni la capacidad ni la voluntad de convertirse en auténticos rivales de EE.UU. La vertiginosa caída de los precios del petróleo y la crisis financiera mundial limitan su capacidad de acción. También es probable que el Kremlin haya tenido una exagerada percepción de cuánto molestaría a EE. UU. el envío de sus flotillas navales y la realización de maniobras conjuntas con Venezuela en el Caribe. Más probablemente, Rusia esté enfocando su retorno a Latinoamérica y la renovación de su relación con Cuba (Raúl Castro también visitó Moscú en enero de 2009 buscando créditos y la ampliación del intercambio comercial) desde la perspectiva de una “gran potencia”, procurando un mayor equilibrio con EE.UU., para negociar tanto la presencia del sistema antimisiles en Europa Oriental como los vínculos de los norteamericanos con las antiguas repúblicas soviéticas. Cuba apoyó a Rusia durante su breve conflicto con Georgia en agosto de 2008, aunque no llegó tan lejos como Nicaragua, que reconoció diplomáticamente a Osetia del Sur y a Abjasia. En todo caso, no deberíamos sorprendernos si, en un futuro próximo, Cuba permite a los rusos que sus bombarderos de largo alcance aterricen en la Isla, que reinstalen una nueva base de vigilancia electrónica para captar las telecomunicaciones en EE.UU., o que se concedan a Moscú importantes zonas de explotación de petróleo en las costas cubanas.

China ha sido la potencia extrarregional de más peso que haya entrado en América Latina en los últimos años, y su presencia ha desempeñado un papel importante la reducción del aislamiento de Cuba. Ya es rutinario subrayar el ascenso de China, uno de los motores de la economía mundial, en la arena internacional. Su comercio exterior ha aumentado cien veces desde 1978, hasta alcanzar US$55.780.825 millones entre enero y octubre de 2008. Su fuerte nivel de integración en la economía mundial se refleja en el hecho de que el comercio representa casi la mitad de su PIB. China es la tercera economía del mundo (por encima de Alemania, y por debajo de EE. UU. y Japón), el segundo exportador del mundo (sólo superado por Alemania), y el tercer importador (tras EE. UU. y Alemania). En su voraz búsqueda de productos primarios, especialmente granos y metales, China se ha convertido en el socio más importante de muchos países latinoamericanos, y su comercio con la región superó los US$100.000 millones en 2007.

China ocupa un lugar especial en las relaciones con Cuba. Constituye su segundo socio comercial (detrás de Venezuela), con un comercio bilateral de cerca de US$2.600 millones en 2007, e importa unas 400.000 toneladas de azúcar al año, así como cerca de la mitad de la producción de níquel cubano (5). También ha efectuado importantes inversiones en la minería (níquel), la exploración de petróleo en el mar, y la biotecnología. Las relaciones políticas entre ambos países han sufrido muchos altibajos desde 1959, pero han mejorado significativamente en la última década. Fidel Castro realizó una visita en 2003, durante la cual expresó una mezcla de sorpresa y desilusión por lo que consideraba la restauración del capitalismo en China. Raúl Castro siempre ha manifestado mucho mayor interés por las reformas chinas y se pasó allí todo el mes de noviembre de 1997 recopilando información y estudiando las reformas en ese país. No obstante, desde que asumió el poder, Raúl ha sido muy cauteloso y las reformas que ha implementado son una tímida copia de lo hecho en China. Entre los motivos de su reticencia podría estar el miedo a emprender cambios que podrían llevarle a perder el control de la situación, al estilo de Tiananmen (1989), pero en clave cubana. Evidentemente, China goza de una situación geopolítica distinta y más favorable que la cubana. No solamente está lejos de EE. UU., sino que cuenta con una civilización y cultura propia y diferente, quizás menos susceptible a la penetración cultural y política. A pesar de 50 años de Revolución, Cuba nunca ha dejado de pertenecer al espacio cultural y social (y también político) de Occidente, como bien lo reflejan los patrones cubanos de migración y consumo. En cualquier caso, Cuba y China mantienen intensas relaciones de comercio y colaboración en múltiples áreas, incluyendo el desarrollo de mecanismos para controlar la Internet. Poco a poco, sin desafiar directamente a EE. UU., principal comprador de sus exportaciones, China ha intensificado sus vínculos con Cuba. El presidente Jiang Zemin visitó la Isla en abril de 2001, y el presidente Hu Jintao hizo lo mismo en noviembre de 2004 y en noviembre 2008 (6). Durante su última visita, Jintao subrayó el carácter político e ideológico de las relaciones al ofrecer “sinceros votos por que el pueblo cubano consiga nuevos avances en la construcción del socialismo” (7).

Probablemente, es en Latinoamérica donde se hace más visible el reducido aislamiento de Cuba. Hasta cierto punto, esto no debería sorprender. Por un lado, Cuba lleva ya mucho tiempo intentando normalizar las relaciones con sus vecinos y siempre se ha beneficiado, más allá de la llamada izquierda progresista, de la simpatía de aquellos para quienes Cuba es un David criollo luchando contra el Goliat del Norte. Otros sectores, incluso gobiernos, han apoyado a Cuba, bien sea para lucir sus credenciales nacionalistas o para ahorrarse problemas con sectores más radicales dentro de sus propios países. Estos patrones históricos siguen vigentes, pero no explican completamente la situación actual y la oleada de visitas presidenciales a La Habana en el último año. ¿Qué ha ocurrido? Hay diversas explicaciones. En primer lugar, ni la guerrilla como estrategia para llegar al poder, ni el comunismo y la construcción del Hombre Nuevo tienen relevancia alguna hoy. El modelo cubano ya no es “realizable” y, desde la desintegración de la URSS, Cuba ya no representa una amenaza para la estabilidad de los países hemisféricos. No obstante, todavía existe el simbolismo de la Revolución, y un peregrinaje a La Habana (con la correspondiente fotografía con Fidel Castro) forma parte de un imaginario nostálgico. Otro factor que ha promovido la normalización de relaciones con Cuba ha sido la expectativa de que una nueva Administración norteamericana pronto haría lo mismo. Ante tal eventualidad, sería preferible anticipar la acción norteamericana que ir a remolque de ella. Por último, están los gobiernos e inversores de varios países que, previendo posibles cambios en la Isla, se están posicionando ante la perspectiva de que Cuba se convierta en una plataforma de exportación a EE.UU.

Los tres grandes países de la región (Brasil, Venezuela y México) han promovido un acercamiento con La Habana. Tanto Brasil como Venezuela poseen fuertes ambiciones de liderazgo regional, y sus políticas hacia Cuba se ubican dentro de ese imperativo. Para Chávez, Fidel Castro y la Revolución Cubana son su norte, y su ambición es convertirse en el “máximo líder” de ese proyecto revolucionario que él denomina el Socialismo del Siglo XXI. Chávez y Venezuela le ofrecen a Cuba el marco protector de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA) y se han convertido en el nuevo salvavidas de la Revolución Cubana. Venezuela es el principal socio comercial de Cuba, suministrándole un subsidio neto anual que algunos expertos calculan en unos US$1.000 millones (8). Cuba recibe de Venezuela más de 90.000 barriles de crudo al día, lo cual representó entre US$3.000-$4.000 millones en 2007 (9), y esto sólo en petróleo y productos derivados. El gobierno cubano ha firmado más de 300 acuerdos de cooperación con bancos venezolanos para financiar proyectos de agricultura y manufactura. El flujo comercial entre los dos países es elevado. Aunque resulta difícil dar con las cifras reales, guardadas celosamente, ya en 2006 Fidel Castro calculaba que estos vínculos equivalían aproximadamente a US$7.000 millones (10), cifra que indudablemente se ha incrementado. Cuba no posee efectivo para pagar estas inyecciones de ayudas, inversiones y comercio, y por lo tanto compensa la generosidad venezolana suministrando más de 30.000 médicos y otros profesionales. Además, Cuba le proporciona entrenamiento tanto a las fuerzas armadas como a los cuerpos de seguridad venezolanos. Cuba también le aporta legitimidad al proyecto chavista. Altamente agradecido a Chávez y a Venezuela por toda la ayuda prestada, el gobierno cubano tiene que cuidarse ante esta nueva dependencia, ya que si Chávez tuviera un serio tropiezo político, Cuba quedaría en la estacada, como sucedió tras la desintegración de la Unión Soviética (11).

Brasil es otro país que se ha convertido en un actor político de peso en relación a Cuba. Con la décima economía más importante del mundo (por encima de Rusia e India) y un PIB que supera los US$1.500 trillones (más de la mitad del PIB de toda Sudamérica), Brasil es una potencia mundial emergente, como puede observarse en el papel que ha desempeñado en el G-20, el G-77 y el G-8+5, y dentro de la emergente arquitectura regional latinoamericana. Constituye uno de los pocos países de América Latina con un proyecto de desarrollo nacional lo suficientemente fuerte, y las elites e instituciones necesarias para ponerlo en práctica. Al afirmar su liderazgo, Brasil se ha convertido en un claro rival de Venezuela (12). Mientras que Chávez utiliza un discurso nacionalista contra EE. UU. y adopta una estrategia económica basada en la exportación de petróleo, Brasil busca su integración en el mercado internacional y la apertura para sus productos en los mercados de los países industrializados avanzados.

El presidente Lula realizó su primera visita a Cuba en septiembre de 2003, pero no fue hasta una segunda visita, en enero de 2008, poco después del traspaso de poder a Raúl Castro, cuando decidió impulsar las relaciones, declarando su deseo de que Brasil se convirtiera en el principal socio comercial de Cuba. A lo largo del año pasado, ambos países han firmado numerosos acuerdos. Los más importantes se centran en la modernización de la industria azucarera cubana, el sector de la biotecnología y la exploración de crudo en las costas cubanas. Brasil percibe en su política hacia Cuba una oportunidad para ejercer el liderazgo regional, mientras consolida su posición en un país que podría eventualmente servir de plataforma para exportar a EE. UU. Brasil aboga por el levantamiento del embargo norteamericano a Cuba y por una nueva política estadounidense hacia Latinoamérica, pero, como demostró Lula durante su reunión con el presidente Obama en marzo de 2009, no tiene una postura de hostigamiento hacia EE. UU., sino que está negociando para convertirse en uno de sus socios más importantes, especialmente en temas energéticos. No está enteramente claro cuál es el papel al que aspira Brasil en el contencioso cubano-norteamericano, si el de mero facilitador o algo más ambicioso. En relación con la política brasileña hacia Cuba, varias cosas pueden estar en juego. Un éxito en este terreno podría favorecer un acuerdo con EE. UU. sobre temas más estratégicos e incidir positivamente en su creciente rivalidad con Venezuela. Incluso es posible que la política brasileña contribuya a que el gobierno cubano disminuya sus vínculos con Venezuela.

Si bien es verdad que Venezuela ofrece a La Habana el salvavidas del petróleo y que Chávez se presenta como el heredero ideológico natural de Fidel Castro, la relación con Brasil brinda otras ventajas al gobierno cubano. Entre ellas, la diversificación de sus relaciones y la oportunidad de desarrollar vínculos con un jugador internacional más relevante, con el peso suficiente para llevar a Cuba a “clubes” a los que, de lo contrario, no sería invitada. Este “poder blando” brasileño nunca fue más evidente que en diciembre de 2008, cuando el presidente Lula da Silva presidió simultáneamente cuatro cumbres (incluyendo la reunión del Grupo de Río) y anunció la creación de varios organismos, entre ellos el Consejo Sudamericano de Defensa y el Consejo Sudamericano de la Salud, y la organización de una próxima Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC). Ninguna de estas reuniones incluyó a EE. UU., Canadá o a estados de la Unión Europea ni a sus representantes (13). La cumbre del Grupo de Río marcó la ocasión para el regreso de Cuba a un organismo hemisférico importante y, efectivamente, puso sobre el tapete la readmisión de Cuba en la Organización de Estados Americanos (OEA). Aunque no queda claro si Cuba está interesada en reingresar en la OEA, pues el costo puede ser mayor que la recompensa.

La prueba definitiva de que se ha reducido el aislamiento de Cuba ha sido el mejoramiento de sus relaciones con México, país íntimamente ligado a EE. UU. y cuyo presidente, Felipe Calderón, fue el primer jefe de Estado extranjero en reunirse con el nuevo presidente Barack Obama. Las relaciones bilaterales con Cuba tocaron fondo durante el gobierno de su antecesor, Vicente Fox, pero han mejorado significativamente con Calderón. Si bien Calderón no ha querido ser la excepción en el giro rotundo de los países hemisféricos en relación con Cuba, su principal motivación para normalizar las relaciones es controlar el flujo de la inmigración ilegal cubana. La creciente eficacia de la Guardia Costera norteamericana en impedir el desembarco de balseros y otros inmigrantes en EE. UU. ha desviado la casi totalidad de este tráfico hacia México. El notable incremento de inmigrantes ilegales cubanos se confirma por los cerca de 11.000 detenidos en México en 2007 mientras intentaban llegar a EE. UU. A ello se suma la vinculación de esta inmigración ilegal con violentos cárteles de la droga y del tráfico humano.

Mientras se reduce sensiblemente el aislamiento cubano, el gobierno y el régimen de la Isla son incapaces de resolver la profunda y permanente crisis económica. Una crisis sistémica, ya que ni créditos ni inversiones extranjeras han logrado resolver la atrofia productiva. Hay quienes piensan que, de confirmarse, la presencia de grandes yacimientos petroleros cerca de las costas cubanas resolvería de manera definitiva la permanente vulnerabilidad económica del país. Es posible, pero dudoso, y ahí tenemos la experiencia de muchas otras petroeconomías. El economista Pedro Monreal ha comentado que es necesaria “una vasta y profunda reestructuración que ponga ‘patas arriba’ el estado de cosas existente” (14), pero no existen evidencias de que Raúl Castro tenga la intención de emprender una tarea de tal envergadura. El segundo desafío que enfrentan los gobernantes en la Isla es político. Se ha producido una sucesión exitosa, pero, quiérase o no, se está aproximando el final del castrismo. Es un proceso largo y tortuoso, pero no hay duda de que cuando ambos hermanos (y la generación de la Sierra) hayan desaparecido del escenario, difícilmente se mantendrá la situación actual y el estilo castrista de llevar la política como una “guerra por otros medios”. Surgirá entonces un nuevo equilibrio entre los sectores en el poder y entre las FAR y el Partido Comunista, se harán patentes discrepancias sobre las políticas a seguir y puede que, incluso, la política se “normalice”. La integración de Cuba en América Latina y una postura norteamericana menos hostil podrían alentar estas tendencias.

No sabemos con exactitud cuál será el ritmo y el eventual alcance de los cambios en Cuba, pero sí que se están incubando. ¿Qué papel desempeñarán los actores externos y, en particular, EE. UU., en este proceso?

Algo más de cien años después de su independencia formal y 50 años después de la Revolución que se propuso romper con el pasado, la nación cubana no ha sabido cómo implementar un modelo de desarrollo integral que asegure el consenso nacional, en el contexto de una sociedad inclusiva, con mecanismos que generen riqueza económica y otros que aseguren su distribución equitativa, al mismo tiempo que se respeten los derechos y las libertades personales. Ninguno de los regímenes políticos que Cuba ha conocido en su historia ha sabido establecer los equilibrios que permitan la realización de este sueño. La verdadera construcción de un país, de una comunidad nacional integradora y no excluyente, sigue siendo la gran asignatura pendiente de Cuba. En esa empresa los actores externos tienen un papel más bien limitado. Su tarea, por así decirlo, es facilitar que Cuba sea Cuba, que sean los cubanos los arquitectos de su propio futuro. En ese sentido, el futuro y la dirección de los cambios está y debería estar fundamentalmente en manos de los cubanos que viven y han vivido en la Isla. Son ellos los que han vivido con particular intensidad los últimos 50 años de historia nacional. Son ellos los que saben lo que funciona y lo que no funciona en la Cuba de hoy, qué se debería mantener y qué se debería cambiar. Ellos son los que tendrán que soportar, para bien y para mal, las consecuencias de las decisiones tomadas y de los cambios producidos. De la misma manera, será su participación y adhesión a cualquier proceso de cambio lo que le dará legitimidad y sustento a éste.

La aparente inmovilidad e inmutabilidad tanto del régimen cubano como de la política norteamericana hacia la Isla contrastan con los vientos de cambio que atraviesan el mundo. Entre estos vientos está la llegada de la Administración de Barack Obama al poder y el impulso dado por el nuevo presidente para revisar la política hacia Cuba. Aun cuando la importancia del tema cubano no puede compararse con los grandes desafíos que su gobierno enfrenta en distintas partes del mundo, las decisiones de Obama respecto a Cuba nos darán una buena idea de cuáles son sus prioridades. Por ejemplo, su política hacia Cuba nos dirá si la “promoción de la democracia” sigue siendo un aspecto importante de la política exterior norteamericana. Éste es un debate que se está dando en la capital norteamericana. Para algunos, no es más que una nueva edición de la eterna disputa entre “realistas” e “idealistas” dentro de la elite norteamericana, entre las visiones de un Henry Kissinger y las de un Woodrow Wilson. Efectivamente, algo de eso hay. Pero también está claro que, en estos momentos de crisis y transformación internacional, hay un elemento novedoso: las elites y la sociedad norteamericana están debatiendo cómo adaptarse a un mundo crecientemente multipolar y cómo defender mejor sus ideas y valores en un mundo donde el poder norteamericano ha disminuido y el número de autocracias consolidadas y con significativo peso internacional ha aumentado (15). El modo en que la Administración de Obama responda al tema cubano también nos dará una idea de cómo pretende ejercer EE. UU. su liderazgo en el hemisferio. Asimismo, aunque Cuba no tenga la misma importancia que hace dos o tres décadas, lo que ocurra en la Isla, tanto el tipo de gobierno que surja en el poscastrismo como el papel que juegue EE. UU. en esa evolución, repercutirá a nivel continental. Algo parecido ocurre con el tema de la democracia. Al tratar el tema cubano, muchos países latinoamericanos han olvidado la Declaración de Santiago (1991), con su imperativo de “promover la democracia representativa como condición indispensable para la estabilidad, la paz y el desarrollo de la región”, o la Carta Democrática Interamericana (2001), que en su Artículo 1 insiste en que “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia, y sus gobiernos, la obligación de promoverla y defenderla”. Esto no quiere decir que la democracia se haya convertido en un asunto menor. El tema es cómo promover e impulsar mejor su realización.

Durante su campaña presidencial, Barack Obama prometió levantar las restricciones a los viajes de familiares y las remesas impuestas por la administración de Bush. Poco después de su elección, dijo que levantaría el embargo si el régimen cubano “comenzaba una apertura de Cuba hacia cambios democráticos significativos” (16), y días antes de asumir el poder, dijo que estaba “abierto” a “conversaciones” con Cuba si La Habana también estuviera “dispuesta a desarrollar seriamente las libertades personales” (17). En lo que claramente fue un intento de sentar posición ante el posible inicio de conversaciones con el gobierno cubano, la futura secretaria de Estado, Hillary Clinton, fue más explícita. En unas declaraciones que merecen ser citadas en su totalidad, dijo: “Nuestra política se enfoca principalmente hacia la libertad del pueblo cubano y llevar la democracia a la isla de Cuba (…) Esperamos que el régimen en Cuba, tanto Fidel como Raúl Castro, vean a esta Administración como una oportunidad de variar algunas de sus típicas actitudes. Suelten a esos presos políticos. Estén dispuestos a abrir la economía y a levantar algunas de las restricciones opresivas sobre el pueblo de Cuba. Y pienso que [así] verían que existe una oportunidad que podría ser explotada” (18).

No sabemos cómo estas palabras —que combinan una reiteración de principios pero que no reclaman un cambio de régimen e incluyen una clara oferta de negociación— han sido interpretadas y recibidas por las autoridades cubanas, pero es de suponer que los dos gobiernos han estado en contacto, directamente o a través de discretos terceros, como los gobiernos de Brasil, España, o el mismo Vaticano. Han aparecido algunas evaluaciones: “Ha levantado esperanzas excesivas… [pero] es un hombre honesto… [no obstante] un hombre sincero no puede cambiar los destinos de un país”, dijo Raúl Castro acerca de Obama y ofreció reunirse con él (19). Fidel Castro también ha ofrecido sus apreciaciones, alternando entre el sarcasmo y la conciliación (20). Cabrían dos observaciones. Primero, que las autoridades cubanas reconocen en Barack Obama un contrincante complicado, quizás el más difícil de los presidentes norteamericanos con los cuales les ha tocado interactuar. En primer lugar, está su credibilidad personal y su historial de vida. Es una cara fresca que hizo del cambio su mantra político. Esto resuena (quizás no en los noticieros oficiales, pero sí por vía de “radio bemba”) ante una sociedad que ha vivido asfixiada por la revolución permanente, pero donde nunca cambia nada y los mismos de siempre están en el poder. También resuena que Obama no es hijo de papá, del privilegio, y que el tener un padre africano no le impidió llegar a la Casa Blanca. Tampoco pasará inadvertido entre muchos cubanos el hecho de que en su país los principales líderes son blancos, cuando la gran mayoría de la población es negra o mulata. Obama también es peligroso porque representa un cambio de actitud por parte de EE. UU. No abandona los principios, pero sí propone diálogo. “Estamos dispuestos a tender la mano si ustedes abren el puño”, dijo cuando tomó posesión (21), lo cual es una postura que le mueve el piso a los que prefieren ver sus posiciones reforzadas por la confrontación.

Estamos todavía al inicio de la presidencia de Barack Obama. Sin duda, el presidente y sus principales asesores entienden que el tema cubano, además de ser complicado y contener aspectos tanto de política exterior como de política interna, es altamente combustible; tanto, que no ha habido presidente estadounidense desde 1959 que no se haya quemado con el problema. A esta andadura histórica hay que sumarle la cautela que parece ser característica del nuevo presidente. Refiriéndose a las reformas económicas, pero en un comentario fácilmente extendible a la situación del régimen, el jefe de la inteligencia norteamericana, almirante Dennis Blair, expresó el punto de partida de la nueva Administración: “Con casi total seguridad, Raúl Castro continuará avanzando cautelosamente (…) con el propósito de mantener el consenso dentro de la elite y de prevenir que las expectativas públicas se eleven más allá de lo que él quiere o puede entregar”.

En las circunstancias actuales y tomando en cuenta que los veteranos de la Sierra todavía mandan, está bastante claro que el régimen cubano no tiene el menor interés en avanzar por el sendero de la democracia. Tampoco está interesado en un pleno levantamiento del embargo, ya que esa opción posiblemente tendría elevados costes. No es casual que Fidel Castro siempre se haya opuesto y, al final, siempre haya frustrado los intentos de normalizar las relaciones y de levantar el embargo. Dada su capacidad de control, la flaqueza de una disidencia que no llega a ser oposición, el apoyo activo de una parte de la población, y el miedo de otra parte al cambio, el poder político del régimen está intacto. Pero, a la vez, enfrenta dos crisis de gran envergadura: la económica y la social, relacionada con la emigración. Raúl Castro reconoce la magnitud de la crisis económica, aunque no está dispuesto a ir muy lejos en levantar la mano muerta del Estado y ve menos riesgos en revitalizar la economía atrayendo capital, inversiones y créditos extranjeros. De ahí la enorme importancia que tiene para el gobierno cubano negociar un acuerdo con EE. UU. que levante las restricciones a los llamados créditos blandos y absuelva a Cuba de pagar al contado por todo lo que compra en EE. UU. La otra gran vulnerabilidad del régimen cubano se refiere a la emigración. En 1980, con el éxodo del Mariel, y en 1994, con el maleconazo en La Habana, el régimen sufrió profundas crisis, y de ahí los esfuerzos del gobierno cubano por convencer al Pentágono y otros sectores del gobierno norteamericano de que la inmigración descontrolada es un peligro para ambos países. Este argumento no es enteramente falso, pero una cosa es el impacto que una crisis migratoria tendría para EE. UU., y otra, su posible impacto para Cuba y su régimen. Más allá de la centralidad de los temas económicos y migratorios, el otro interés del régimen cubano en cualquier negociación con EE. UU. es buscar una mayor legitimidad internacional, ser reconocido como par por el gobierno norteamericano o lograr que éste lo elimine de la lista de Estados que apoyan el terrorismo. Y su único logro propagandístico sería que el gobierno norteamericano estuviera dispuesto a intercambiar presos políticos por los espías juzgados y condenados en Miami en junio de 2001. Es muy dudoso que esto ocurra y, en todo caso, hay otros presos condenados en Cuba por espionaje que podrían ser canjeados.

Visto desde el punto de vista norteamericano, la postura negociadora constaría de varios elementos. El primero, estaría relacionado con el espacio de las libertades políticas. Tomando en cuenta las declaraciones del presidente Obama y de la secretaria de Estado Hillary Clinton citadas anteriormente, podemos suponer que el establecimiento de la democracia en la Isla sería un objetivo último. En términos más concretos, el gobierno norteamericano seguramente planteará que el gobierno cubano debe suspender su política de utilizar turbas controladas por el Ministerio del Interior para atropellar disidentes y activistas de derechos humanos, liberar a los disidentes arrestados y encarcelados sin causa alguna en marzo de 2003, así como a las más de 200 personas identificadas por Amnistía Internacional como prisioneros de conciencia, y eliminar las restricciones que impidieron que Oswaldo Payá viajara al exterior para celebrar el XX Aniversario del Premio Sajarov, que las Damas de Blanco viajaran a Estrasburgo, o que Yoani Sánchez fuera a Madrid para recoger el Premio Ortega y Gasset de Periodismo. Respecto a estos temas, la posible visita en 2009 del relator de las Naciones Unidas para la Tortura, Manfred Nowak, también dará un buen indicio de si han mejorado las condiciones de los presos en las cárceles cubanas. Por su parte, el gobierno de Obama estará revisando los patrones de su política de apoyo a la disidencia y a la incipiente sociedad civil cubana. La solidaridad es una obligación, particularmente de los que tenemos el lujo de vivir en sociedades libres, pero también debería analizarse cuidadosamente cuáles son los medios más eficaces para ejercer este derecho y fortalecer a la sociedad civil. En un segundo orden estarían las propuestas para facilitar los intercambios y la comunicación entre las dos sociedades, incluyendo la promoción de intercambios académicos, la ampliación del espacio informativo y del acceso a la Internet. Es muy probable que bajo este último concepto la Administración norteamericana ponga sobre la mesa una oferta de otorgar licencias a empresas de telecomunicaciones norteamericanas para proveer de banda ancha a Cuba, aunque esto, evidentemente, no resolvería el problema de los controles y la censura que el gobierno cubano lleva ya tiempo aplicando sobre la Internet. El tercer rubro sería el económico, y aquí la negociación se centraría en cuáles serían las contrapartidas de levantar las restricciones a los viajes turísticos, el tema de los créditos blandos y la ampliación del comercio con la Isla.

En resumidas cuentas, si ha sido bastante fácil levantar las restricciones a las remesas y los viajes, bastante más complicado será el levantamiento del embargo. No sólo porque la Ley Helms-Burton que lo sustenta deberá ser derogada por el Congreso norteamericano, sino porque suavizar y, eventualmente, levantarlo, dependerá de que La Habana responda con gestos positivos. Puede que Raúl Castro esté a altura de la situación y que los dos gobiernos sean capaces de aprovechar la oportunidad para cambiar el tenor de las relaciones entre ambos países. Pero, teniendo en cuenta los desafíos que enfrenta el gobierno cubano y lo cómodo que le resulta el embargo, La Habana puede resultar un socio bastante más recalcitrante de lo que se supone.

(1) Un Fidel Castro recalcitrante vigiló de cerca un proceso que generó una curiosa alianza entre inversores extranjeros y una elite empresarial protocapitalista sacada de la estructura militar cubana.

(2) Ver mi artículo “Can Cuba Change? Tensions in the Regime”, en Journal of Democracy; enero, 2009.

(3) Un debate sobre la evolución de la política de la Unión Europea aparece en Hare, Paul; “The Odd Couple: The EU and Cuba 1996-2008”; en http://www.brookings.edu/papers/2008/09_cuba_hare.aspx?p=1

(4) http://www.dni.gov/nic/PDF_2025/2025_Global_Trends_Final_Report.pdf

(5) Reuters; 18 de noviembre, 2008.

(6) Hu Jintao ha visitado La Habana en tres ocasiones. La primera, en 1997, como miembro del Comité Permanente del Buró Político del Partido Comunista Chino.

(7) Granma; La Habana, 1º de enero, 2009, p. 15. El portal del Ministerio de Asuntos Exteriores Chino señala: “China y Cuba se ayudan y apoyan mutuamente. China siempre ha apoyado al pueblo cubano en su defensa de la soberanía nacional y se opone al bloqueo impuesto por EE. UU. Cuba le ha prestado a China (…) apoyo activo en temas como los derechos humanos, Taiwan y Tíbet”.

(8) The Miami Herald; Miami, 7 de febrero, 2008.

(9) Pinon, Jorge; Cuba FACTS; n.º 34, agosto, 2007.

(10) Reuters; 21 de julio, 2008.

(11) Fidel Castro en 2007.

(12) Un debate muy útil aparece en El País; Madrid, 7 de agosto, 2008.

(13) Los presidentes de Colombia, El Salvador y Perú no asistieron. En su lugar, enviaron a representantes de menor nivel.

(14) Monreal, Pedro; “El problema económico de Cuba”; en Espacio Laical; La Habana, n.º 2, 2008, pp. 33-35. en http://www.espaciolaical.net/contents/14/3335.pdf

(15) Ver Hiatt, Fred; “The Power of the Ballot”; Washington Post; 19 de enero, 2009. Y Baker, Peter; “Quieter Approach to Spreading Democracy Abroad”; The New York Times; 22 de febrero, 2009, para el análisis del debate. Entre los participantes en el debate están Thomas Carothers (“Does Democracy Promotion Have a Future?”; en Journal of Democracy), Daniel Deubney y G John Ikenberry (“The Myth of the Autocratic Revival. Why Liberal Democracy Will Prevail”; en Foreign Affairs), y Charles Kupchan y Adam Mount (“The Autonomy Rule”; en Democracy. A Journal of Ideas).

(16) US News & World Report; Nueva York, 5 de diciembre, 2008.

(17) Ver su entrevista del 18 de enero, 2009, con Univisión.

(18) Para el texto ver HYPERLINK "http://obamacuba.blogspot.com" http://obamacuba.blogspot.com (15 de febrero, 2009).

(19) Ver entrevista en Granma; La Habana, 5 de enero, 2009.

(20) Ver Granma; La Habana, 23 y 30 de enero, 2009. En la primera reflexión, Fidel Castro habla de “el rostro inteligente y noble del primer presidente negro de Estados Unidos”. En la segunda, califica como “un acto de soberbia y un abuso de su inmenso poder” a los comentarios de Obama sobre los elementos que tendrá en consideración antes de devolver la base de Guantánamo.

(21) http://www.yahoo.com/s/ap/20090120/ap_on_go_pr_wh/inauguration_obama_text

Página de inicio: 21

Número de páginas: 14 páginas

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