Los futuros de la hoz y de la palma

Utopías de cuño soviético en la ciencia-ficción cubana.

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Descontando a algunos pocos precursores (1) —como Esteban Borrero en un par de cuentos y Juan Manuel Planas con su muy interesante novela sobre el desvío de la Corriente del Golfo gracias a un dique construido por ingenieros norteamericanos, que resulta el arma definitiva en la lucha independentista contra España—, puede decirse que la ciencia-ficción, (CF) cubana surgió con la Revolución.

En su primera etapa de los años 60, los pioneros del género en la Isla tenían como modelo inevitable a la única clase de CF que conocían: la anglosajona. Obras emblemáticas de este período fueron El libro fantástico de Oaj, de Miguel Collazo, un fix-up al estilo de las poéticas Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, pero convertida en parodia al pasar por el choteo cubano; El primer hombre en Marte y Asesinato por anticipado, de Arnaldo Correa; los cuentos “¿Adónde van los cefalomos?” y “Un inesperado visitante”, de Ángel Arango (2).

En aquellos tiempos fundacionales y entusiastas, los que decidían el rumbo de la cultura cubana parecían pensar, en su gran mayoría, lo mismo que sus homólogos rusos durante los primeros años de la Revolución de Octubre: que la sociedad nueva necesitaba un arte nuevo. Y como todos los días no nace un Maiakovski, y la CF era la literatura que trataba sobre el futuro, ¿qué prosa mejor para describir ese mañana que la que los Hombres Nuevos iban forjando día a día?

Luego, tanto en la URSS como en Cuba, algunos funcionarios empezaron a notar que no todos los intelectuales tenían la fe ciega que el Partido necesitaba. Había escritores, y no sólo de CF, que incluso se atrevían a describir un presente o un futuro con carencias, problemas y contradicciones tan graves que casi parecía preferible cualquier pasado.

En la URSS, asustado ante los primeros zarpazos del estalinismo, Yevgueni Zamiatin escribió, como advertencia, Nosotros, una de las más áridas y terribles distopías antitotalitarias que jamás haya generado la CF. George Orwell, que no era ruso pero sabía de lo que hablaba, diseccionó también, a su modo, el futuro hacia el cual creía que marchaba la Unión Soviética bajo Stalin en su terrorífico e inolvidable 1984.

Muy malo para la moral comunista, que siempre debía estar bien alta. No se necesitaban discusiones, sino unánimes y triunfales himnos de batalla. ¿Dudas? Ni hablar.

Había que tomar cartas en el asunto.

Y se tomaron: lo mismo que toda la sociedad y, especialmente, su cultura, la CF soviética, gracias a las purgas ideológicas “preventivas” de Pepe Acero (3), fue convenientemente castrada y reducida al papel de un eunuco con carnet del PCUS, que pulsaba con obediente entusiasmo la lira fantástica para cantar loas a la infinita felicidad futura que traería a la Tierra la hegemonía del comunismo, la única ideología realmente científica y humana.

Era una extraña CF: si había algún conflicto en ella, era a propósito del pérfido enemigo imperialista que se negaba a comprender que su derrota estaba inexorablemente determinada por la historia, o contra los rezagos de la mentalidad burguesa que acechaban dentro de la perfección del Hombre Nuevo, o con lo irracional de los elementos y los planetas extraños, que siempre acababan siendo domeñados por el inquebrantable espíritu de la alianza entre el obrero y la koljosiana.

Cierto, que, en comparación con los personajes típicos de la CF anglosajona, todos hombretones rubios de ojos azules, grandes músculos y recias mandíbulas, tipos de acción, los protagonistas de estas obras tenían profundidad psicológica: enfrentaban dilemas éticos, ecológicos, sociales; no eran de una pieza, podían evolucionar, reconocer errores, autocriticarse, autocriticarse, autocriticarse… pero siempre salían triunfadores, al final, porque suya era la fuerza del pueblo, que estando unido jamás sería vencido…

Baste recordar títulos como El hiperboloide del ingeniero Garin o Aelita, ambos de Alexéi Tolstoi, que, aunque dibujaron tipos humanos fascinantes (sobre todo los negativos, como el millonario norteamericano Rolling o el mismo Garin), juegan un tanto despreocupadamente con la idea de la revolución bolchevique mundial, en un caso, e incluso ¡interplanetaria!, en el otro. Sin comentarios.

La CF cubana de los años 60, sin siquiera generar un Nosotros o un 1984, fue ahogada por las directivas de realismo socialista obligatorio durante el “quinquenio gris” (más bien decenio). La antorcha de Literatura Insignia de la Construcción de la Nueva Sociedad le fue entregada a la socialmente comprometida/fácil de supervisar narrativa policíaca y de espionaje. Había que hablar de demasiados problemas urgentes, concretos e inmediatos, como la lucha contra la delincuencia apoyada por el enemigo imperialista, que siempre estaba al acecho. No era momento de estar perdiendo el tiempo con el futuro. ¿Y para qué, si ya se sabía, sin lugar a dudas, que el futuro pertenecía por entero al socialismo?

No fue hasta los 80 que renació la CF cubana, pero sus brotes ya no eran los de antes. Cuchilla y fertilizantes ideológicos, made in Cuba y made in USSR, la habían amoldado a lo que se esperaba de ella. La cuchilla, hecha en Cuba, por supuesto, eran las recias directivas de nuestro entonces hiperparanoico (4) Ministerio de Cultura, alérgico a todo lo que pudiera parecer diversionismo ideológico o complacencia burguesa. Los soviéticos habían enseñado cómo se hacía: si se hablaba del futuro, tenía por fuerza que ser luminoso, reflejo del triunfo del pujante socialismo, o, mejor aun, del comunismo, sobre el canceroso, improductivo y obsoleto capitalismo. Y los protagonistas positivos debían corresponder doscientos por ciento al férreo prototipo leninista-guevariano de Hombre Nuevo, y mejor todavía si era sin dudas ni blandenguerías (5) existencialistas que tanto gustan a los eslavos. En el Caribe, el hombre, cuando es hombre, es hombre, porque si no, no es hombre ni nada.

Críticas al slavian way of life aparte, su CF era el fertilizante ideológico, el divino modelo a imitar. Era el modelo que los lectores cubanos de los 70 y los 80 teníamos a nuestro alcance en las librerías, y a precios que hoy nos hacen suspirar de nostalgia, una amplia oferta de CF rusa. Títulos impresos en español, en la URSS, por las editoriales MIR, Raduga y Progreso. Laboriosas traducciones cometidas en su mayor parte por “niños de la guerra”, que habían terminado de crecer en la URSS, y cuya frescura del español dejaba bastante que desear. Nos ahorraron términos como “gilipollas”, pero nos saturaron con “golfos”, “pollinos”, “guarros”, “acalefos” (6) y otros igualmente horrendos.

Eran obras como La nebulosa de Andrómeda, magnífica novela de Iván Efremov, que hizo soñar con la Era del Gran Circuito a tantos jóvenes lectores cubanos; ¡Qué difícil es ser dios! y Cataclismo en Iris, de los hermanos Strugatski (ambas casi subversivas: llegaban a insinuar que en el futuro habría contradicciones insalvables, aunque fuera entre científicos teóricos y prácticos); La tripulación del “Mekong”, de Voikunski y Lukodianov, con su original idea de la interpenetrabilidad controlada; Jinetes del mundo incógnito, de los Abramov (padre e hijo), y Guianeya, de Gueorgui Martinov, ambas sobre contactos con inteligencias extraterrestres.

Antologías como Viaje por tres mundos y Café Molecular, que incluían cuentos de diversos autores y una novela al final: Viaje por tres mundos, de los Abramov, sobre los universos paralelos, y La columna negra, de Voikunski y Lukodianov, en la escuela de la CF catastrofista inglesa, pero con final feliz gracias al sacrificio de un Hombre Nuevo soviético. Y recopilaciones de cuentos —Un huésped del cosmos, Devuélveme mi amor, La caja negra— que familiarizaron al lector cubano con autores como Víctor Kolupaiev, Vladimir Savchenko, Sever Gansovski, Iliá Varshaski, Anatoli Dneprov, Kir Bulichev, Dimitri Bilenkin, Alexander Beliaev, Alexander Kazantzev y muchos otros.

La revista Sputnik (7) también incluía resúmenes de novelas de CF en su “Sección de libros”: Un planeta casi habitable, de Olga Larionova; ¡Abre los ojos, Maalish!, de Vladimir Savchenko; Prueba de raciocinio; Hombres y naves; La casa más grande. También insertaba cuentos de CF, principalmente humorística —Keops y Nefertiti, de Alexandr Zhitinski y ¡Olimpo, atención!, de Valentin Berestov—, que reencontramos en la antología El planeta encantado (Ed. Arte y Literatura) en traducciones muy superiores. Asimismo, la revista Literatura Soviética publicaba, más o menos cada dos años, un número especial dedicado a la CF.

Entre las editoriales cubanas, Arte y Literatura y, sobre todo, la Colección Dragón y las series Radar y Suspenso, publicaron novelas más bien antiguas de autores soviéticos: Plutonia, de V. Obruchev; una mejor tradución de Jinetes del mundo incógnito, de los Abramov; 220 días en una nave sideral, de Gueorgui Martinov. Y varias antologías de cuentos de CF rusos: Excursiones al cosmos; No habrá lluvia hoy; Planetícolas-El gulú celeste; Flores voladoras; Las Nieves del Olimpo; Juego para mortales y El planeta encantado. Esta última terminaba con una novela homónima de Albert Valentinov.

También en las antologías de Agenor Martí para la Colección Suspenso, como Misterio y galaxia, y la tríada El viaje más largo, Enfriamiento rápido y El asalto será a medianoche, fusiladas de una larga serie española de recopilaciones, siempre aparecía, junto con cuentos de autores anglosajones, al menos una historia made in USSR.

Y, at last but not least, Dragón y Arte y Literatura publicaron, respectivamente, El señor del mundo negro, una espléndida antología de cuentos de CF búlgaros, y Alarma en la celda secreta 87, cuentos de CF escritos en la RDA, de menor calidad, más una muy regularcita novela del género, Los homúnculos, made in DDR también. Todas disciplinadamente escritas según el modelo soviético.

No es extraño que en los 80 los escritores de la nueva ola del género en Cuba copiaran, muchas veces a su modo, por suerte, aquella CF ideológicamente impecable, casi la única que se publicaba en la Isla. Un desfile de utopías socialistas, futuros de hoz… y palma. ¿Qué puede hacer una hoz frente a una palma sino desmocharla? Tratando de complacer a los celosos comisarios del Ministerio de Cultura, la palma de la CF cubana de aquellos años creció aparentemente alta y orgullosa, pero, en verdad, desmochada y absurda, como desnudo poste vegetal sin hojas vivas.

Así, ya fuera tras las huellas del romanticismo esotérico de Daína Chaviano, que, con Los mundos que amo, ganó en 1979 el primer Premio David de CF y luego publicó otros libros por el estilo, como Amoroso planeta, Historias de hadas para adultos y Fábulas de una abuela extraterrestre, o, en el otro extremo, al estilo más científico y hard del biólogo Agustín de Rojas, que ganó el David en el 80 con su monumental novela Espiral y, luego, repitió éxito de público con Una leyenda del futuro y El año 200, la inmensa mayoría de los autores cubanos que publicaron libros de CF en estos años se adhirieron a esta tendencia, ideológicamente correcta (8), generando una literatura programáticamente optimista, casi descaradamente panegírica y triunfalista, con sombras muy diluidas de problemas existenciales asomando tímidamente la cabeza.

Algunas obras de CF cubana de aquellos años (9) fueron sorprendentemente buenas: las ya citadas y otras pocas, como la novela Kappa 15, de Gregorio Ortega; los cuentos de Espacio abierto, del dueto Chely Lima-Alberto Serret; la noveleta Beatrice, de Félix Lizárraga, y Con perdón de los terrícolas y ¿Dónde está mi Habana?, de F. Mond, dos espléndidos ejemplos de cómo aderezar con irreverente humor criollo la insípida masa de CF procomunista que exigía el Ministerio de Cultura.

Otras fueron francamente mediocres, como los relatos de Serpiente Emplumada, de Arnoldo Águila, o la, pese a todo, interesante Confrontación, de Juan Carlos Reloba y Rodolfo Pérez Valero, este último bien conocido por los lectores de obras policíacas y de espionaje. También las hubo malas, como el panfleto Eilder, de Luis Alberto Soto; Un día de otro planeta y Consultorio terrícola, desangeladas recopilaciones de cuentos de Alberto Serret; la trilogía novelesca Transparencia, Coyuntura y Sider (10), del decano Ángel Arango, paradigma de la prosa monótona, y Aventura en el laboratorio, colección de relatos del físico y divulgador Bruno Henríquez, con algunas buenas ideas muy mal escritas. Y otras, incluso, sencillamente infames: La nevada (11), de Gabriel Céspedes, y, sobre todo, Expedición Unión-Tierra, de Richard Clenton Leonard, con Moscú como capital del mundo y un tal Fiódor, que exporta la revolución social a otros mundos, en el mejor estilo de la Aelita, de Alexéi Tolstoi, pero mal escrita.

Aunque no sea estrictamente un autor cubano, sino un chileno radicado en Cuba, Eduardo Barredo, con El valle de los relámpagos y Encuentros paralelos, donde el comunismo es la única opción viable para el futuro de cualquier sociedad, humana o no, merece un sitio en esta lista de fiascos. Por suerte, en su única novela, Los muros del silencio, logra mejores resultados literarios y casi nos convence de que una aldea medieval española perdida en los Andes es un enclave alienígena.

¿Se escribía en Cuba otra CF más atrevida, ideológicamente incorrecta, experimental o contestataria? Muchos la soñaban, pero ¿para qué intentarlo? No sería publicada. A pesar de todo, algunos lo intentábamos. En los dos talleres literarios capitalinos especializados en CF y fantasía, el Oscar Hurtado, del municipio Plaza, asesorado por santa Daína Chaviano, la Primera Dama del fantástico cubano, y en el Julio Verne, de Playa, Arnoldo Águila, Nelson Román, Bruno Henríquez, Raúl Aguiar, Julián Pérez, María Felicia Vera, Eduardo del Llano, Enrique de Cepeda, Orlando Vila (hijo), Ricardo Acevedo, Ricardo Fumero y otros (12), entre los que tuve el honor de contarme, ensayábamos toda clase de argucias argumentales y estilísticas. El juego era no sólo escribir buena CF, con ideas y tramas originales y lenguaje literariamente correcto, sino, sobre todo, compaginar las historias audaces y dinámicas, con los personajes reales, con defectos y no sólo virtudes, aunque asesores y jurados nos recordaran que el futuro debía ser optimista, el capitalismo debía estar en crisis, los héroes, positivos comunistas, no podían tener debilidades ni cometer errores… a no ser que se arrepintieran, autocrítica mediante.

Muchos, simplemente, renunciaron a intentar escribir dentro de aquella camisa de fuerza ideológica. Otros, se plegaron a la corriente. Yo continué escribiendo mis historias de capitalismos inhumanos hipertecnológicos y pujantes, le molestara a quien le molestara, porque creía y aún creo que el papel de la CF no es predecir futuros rosados y sin contradicciones (13), sino advertir contra las más terribles alternativas.

Y ahora llega el momento de pedir disculpas por el crimen de lesa literatura de egocentrismo… aunque sea más o menos justificado. Sí, porque por feo que parezca hablar de uno mismo, en ocasiones no queda más remedio… dado que es el ejemplo que mejor se conoce. Entonces, disculpen, y ¡modestia, apártate!

En 1988, con 19 años, gané mis primeros dos premios literarios con obras de CF. El concurso de cuentos del género de la revista Juventud Técnica lo vencí con una humorada costumbrista sobre unos marginales habaneros que intentan un contacto al estilo del film Encuentro cercano del tercer tipo, de Steven Spielberg… y acaban embarazados de sus “visitantes”, unas hermosas mulatas humanoides con el pelo verde. Aunque cobré los quinientos pesos del premio, una fortuna entonces, el relato nunca fue publicado. ¿Jóvenes cubanos (aunque fueran marginales) anteponiendo imprudentemente su apetito sexual a la natural desconfianza y prevención que todo revolucionario debe tener ante cualquier extranjero? Mal ejemplo. No divulgar demasiado.

Ese mismo año, el Premio David de CF, desaparecido desde el 90, pero hasta entonces el más alto y codiciado galardón nacional del género, lo obtuvo también mi colección de cuentos Timshel (14). Nunca dejaré de agradecer a aquel jurado —F. Mond, Alberto Serret y Agustín de Rojas— por atreverse a premiar un libro “ideológicamente heterodoxo”. De sus once cuentos, sólo dos se desarrollaban en la Isla; en uno aparecía una Federación contrapuesta a una Alianza (15), ambas poco o nada definidas en términos ideológicos; en las demás historias se describía a un capitalismo éticamente putrefacto, pero científica, económica y militarmente pujante, renuente a desaparecer, escenario para reflexionar sobre problemas más trascendentales que las ideologías: quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos. El libro apareció en 1989 y alcanzó un inesperado favor entre el público (16), agradablemente sorprendido por la audacia de aquellas narraciones. Timshel fue el primer libro en que un autor cubano se atrevía a hablar del decadente capitalismo futuro, no de su perfectísima contrapartida comunista. No decía que en el futuro no hubiera socialismo. Simplemente, no lo describía.

A partir de 1990, con la caída del Muro de Berlín, la industria editorial cubana entró en crisis. ¿Habría continuado abriéndose paso esta tendencia relativamente desideologizada en la CF cubana? Supongo que sí… el último Premio David de CF lo obtuvo en 1990 La poza del ángel, de Gina Picart, conjunto de relatos más bien místico-fantásticos y costumbristas en los que el glorioso futuro comunista estaba tan ausente como en Timshel.

Por otro lado, ya surgían los autores de una nueva hornada, como Vladimir Hernández Pacín y Michel Encinosa, en cuyos libros de cuentos más o menos ciberpunks, Nova de cuarzo y Niños de neón, publicados en 2001 por Extramuros e Impacto, no aparece el socialismo por ninguna parte. En Nova de cuarzo, Vladimir habla en un par de relatos de una tal CH, megalópolis caribeña archicapitalista cuyas iniciales dejan poco espacio a la ambigüedad. Y Michel sitúa sus historias en Ofidia, una capital hipertecnológica que parece ubicada en la Costa Oeste norteamericana.

Cierto que en Los pecios y los náufragos, mi novela de CF para adolescentes —Premio Luis Rogelio Nogueras, 1998; Extramuros, 2000— la sociedad de viajeros del tiempo del siglo XXIV que describo le pareció comunista a muchos… detalle curioso, ya que se trata de un mundo basado en una gran mentira.

De cualquier modo, ya entonces no levantaba tantas ronchas decir que el sol moscovita tenía manchas, que Stalin había pactado con Hitler, y antes de que el Führer lo atacara, había invadido Finlandia y media Polonia. Luego, Hungría en el 56, Checoslovaquia en el 68 y Afganistán en el 80. Que en el paraíso de los trabajadores había alcoholismo, hambre, prostitución, drogas, corrupción, burocracia, y que los Rosenberg fueron culpables de espionaje atómico a sueldo del KGB.

Cuando publiqué en España (Equipo Sirius, 2001) mi cuentinovela Se alquila un planeta, lo hice sólo porque pensaba que sus relatos y viñetas, metáforas de la nueva política cubana de entregar la Isla a los turistas occidentales a cambio de la imprescindible moneda fuerte, nunca podrían ser publicados en mi país. Pero en 2006 se incluyó en la antología Secretos del futuro uno de los cuentos más fuertes, El equipo campeón. Y no pasó nada. Ni en mi space-operaAl final de la senda (Letras Cubanas, 2003), ni en mi novela corta Polvo rojo (Mención UPC de Novela Corta, 2003, publicada por Ediciones Zeta) se menciona a Cuba y al socialismo. Tampoco en ninguno de los cuatro cuentos de Precio Justo (Premio Calendario), publicados en 2006. Y nadie los censuró ni vetó.

Los tiempos cambian, por suerte. Supongo que hasta los gobiernos más paranoicos terminan reconociendo que un poco de CF crítica no es un golpe de Estado y hasta puede ser útil como válvula de escape.

¿Y el futuro de las utopías de cuño soviético en la CF cubana, cuál será? Sería mejor preguntar ¿cuál futuro?

Algunos de los autores más jóvenes están ahora escribiendo historias en la cuerda de la CH, de Vladimir Hernández… y van más lejos. En Habana Underwater, aún inédita, Erick Mota describe una Habana inundada, Venecia improvisada y tercermundista en un mundo balcanizado entre mafias rusas, corporaciones occidentales e inteligencias artificiales que se identifican con los orishas.

En su novela corta Veredas y en su colección de cuentos Dioses de Neón, ambos de reciente aparición en Extramuros y Letras Cubanas, respectivamente, Michel Encinosa vuelve a Ofidia. ¿El socialismo? Bien, gracias… vaya al Museo de los Sistemas Sociales, sala tal, sección más cual, entre fascismo y sociedad posindustrial. Ni hablar de que el futuro le pertenece por entero, o siquiera parcialmente, cuando ya en Cuba ni siquiera está muy claro de quién es el presente.

Ya no se hacen muchas menciones a la orientación ideológica comunista en los futuros. Ni en el breve pero sólido volumen Nada que declarar (2007), de Anabel Enríquez Piñeiro (Premio Calendario, 2005); ni en la discutida Bosque, de Roberto Estrada Bourgeois (Premio La Edad de Oro, 2005). Excepción que confirma la regla es El Pez Volador (Ed. Gente Nueva), tercera recopilación de cuentos de CF de Eduardo Barredo. Tampoco se habla de socialismo en mi novela de CF erótica Pluma de león (Neverland, en España, y próximamente en Letras Cubanas).

Los rojos nubarrones ideológicos que conminaban a un futuro obligatoriamente optimista con comunismo triunfante y cero contradicciones parecen haber desaparecido para siempre del horizonte de la CF cubana, junto con la URSS, el CAME y el socialismo real. ¿Para bien? Supongo que sí.

Si la CF cubana de nuestros días, aunque todavía numéricamente escasa y poco conocida más allá de las fronteras de la Isla, es superior en algo a la de los 80 y los 60, se debe a la conjunción de lo mejor de la escuela anglosajona —garra narrativa y dinamismo argumental—, con la profundidad ética y las preocupaciones sociales de la CF de cuño soviético… más una pizquita de choteo criollo.

(1) Ver Román, Nelson; Historia de la ciencia ficción cubana; Ediciones Extramuros, 2007.

(2) Ver en la Internet mi artículo Marcianos en el platanar de Bartolo. (http://www.cubaliteraria.com/delacuba/ficha.php?Id=1704).

(3) Permítanme llamar así a Iosif o José Stalin, el malo de la familia. Perverso, pero cercano.

(4) Aunque muchos no lo crean, las cosas han mejorado… algo. De verdad.

(5) Por supuesto, la homosexualidad y cualquier fe religiosa pertenecían ambas al más inaceptable tipo de blandenguería. Ni hablar de sexo en la ciencia-ficción soviética. Algo chocante, sobre todo considerando que, en esos años, casi la mitad de la juventud cubana se masturbaba leyendo La última mujer y el próximo combate y Amor a sombra y sol, las novelas de realismo socialista erótico de Manuel Cofiño.

(6) Orden de celentéreos que incluye las medusas.

(7) El Reader´s Digest de la prensa y literatura soviéticas. Muy popular en Cuba hasta su prohibición en 1989, junto a Novedades de Moscú, por difundir la perestroika y la glásnost.

(8) En aquellos tiempos, en Cuba ni se soñaba con el politically correct. Y menos mal: hubiera sonado a degenerado invento burgués, lo mismo que pensaban muchos que era la democracia.

(9) Ver mi trabajo “Marcianos en el platanar de Bartolo”.

(10) Aunque publicado en 1994, este tercer volumen de la historia ampliada de los cefalomos y compañía no hubiera desentonado diez años antes. Ni veinte.

(11) Novela que ganó el Premio David reproduciendo estadísticas meteorológicas para demostrar que en Cuba podía nevar.

(12) Disculpen si olvidé a alguno. Es mala memoria, no mala intención.

(13) Para eso está la propaganda política, otra forma de CF. Hay quien se la cree, igual que otros los X files.

(14) Compartido con El mago del futuro, de María Felicia Vera.

15) Homenaje al binomio Federación-Imperio, creado por Orlando de Rojas en su novelística ya citada.

(16) Hay que aclarar que, en Cuba, con industria editorial del Estado, “éxito de público” no significa best-seller. De Timshel se imprimieron mil ejemplares; ni hablar de reedición, y la crítica literaria lo ignoró.

Página de inicio: 97

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