Miami: la boleta dividida

Qué cambios en la comunidad cubana de Miami han permitido la reelección de los tres congresistas republicanos y, al mismo tiempo, el voto por Barack Obama en las presidenciales.

Alejandro Armengol

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Al final, la elección presidencial norteamericana resultó una victoria largamente esperada. Se cumplieron todas las predicciones. Durante los meses finales de la contienda, los sondeos mostraron a diario una ventaja —que rozaba pero no alcanzaba los dos dígitos, aunque se mantenía constante— en favor del candidato demócrata. La baja popularidad del ex presidente George W. Bush y la crisis económica definieron, en buena medida, los resultados. Factores como el color de la piel, las campañas sucias, los grupos religiosos, el sexo de los aspirantes, que durante cierto tiempo parecieron relevantes, al cabo no lo fueron. Es la victoria del cambio, pero también de los aspectos tradicionales de la política norteamericana que, una vez más, resultaron decisivos: la economía, el papel de la prensa, la personalidad de los contendientes y la forma en que cada candidato y su equipo organizaron la pelea.

El nuevo Congreso ha reforzado la mayoría demócrata y esto no cogió desprevenido a nadie. Se esperaba desde hacía más de un año. La nominación republicana perdió, ratificando la vieja fórmula de que, en tiempos de crisis, el candidato del partido en el poder tiene la derrota asegurada.

En medio de tantos temores, hubo pocas sorpresas. Para algunos —o para muchos, depende desde donde se mire—, una de ellas ocurrió en el condado Miami-Dade: los tres congresistas cubanoamericanos republicanos titulares, que enfrentaban una competencia supuestamente fuerte, fueron reelectos, dos de ellos por amplio margen. Al mismo tiempo, en el mismo condado, el demócrata Barack Obama y los legisladores demócratas salieron victoriosos. Como si los electores se hubieran decidido por los demócratas en la parte superior de la boleta y por los republicanos en la inferior. Esta esquizofrenia aparente permitió a ambos bandos reclamar la victoria, pero también enfrió un poco los ánimos de quienes tenían esperanza de que el 4 de noviembre de 2008 marcaría un antes y un después en Miami. Esa misma noche se supo que la hora del cambio había llegado a Washington, a la Florida, a Miami, pero no a la comunidad cubana. ¿O sí?

Al analizar las últimas elecciones, hay que partir del ambiente emocional que vivió la comunidad exiliada en estos meses, sobre todo, el exilio tradicional o “histórico”, clave para el proceso electoral por tres factores: está compuesto en su mayoría por ciudadanos norteamericanos que no sólo votan, sino que votan en bloque; tiene el mayor poder económico y, por tanto, aporta importantes sumas de dinero a las campañas, y controla o influye decisivamente en los más importantes medios de prensa de la ciudad.

Para este sector del exilio, la lid electoral se inició con una diferencia clave respecto a los ocho años anteriores: la ausencia de un candidato único capaz de aglutinar en su persona las aspiraciones y los puntos de vista de unos votantes que, por principio (aunque no por historia), son republicanos. Por supuesto, se sabía que iban a votar a los republicanos, pero la duda era por quién entre los diversos aspirantes de ese partido. No se iban a decantar por el que más les gustara, sino por el que les disgustara menos. Gustarle, no les gustaba ninguno.

Hay que recordar que el exilio cubano de Miami se convierte en republicano, a rajatabla, con la elección de Ronald Reagan. Políticos que ahora parecen republicanos desde la cuna eran entonces demócratas. Lincoln Díaz-Balart —la voz más altisonante del republicanismo cubano— fue demócrata hasta 1985. En 1984, fue copresidente de la organización Demócratas a favor de Reagan, lo que lo enemistó con otros miembros de su partido, donde nunca llegó a triunfar en las elecciones primarias.

El cambio mayoritario de demócratas a republicanos en muchos electores cubanos obedeció a diversas circunstancias: la creación de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), la actuación de Jeb Bush, gobernador republicano de la Florida, en favor de ciertos miembros de la comunidad convictos de actos terroristas, la habilidad del Partido Republicano para aprovechar la frustración del exilio ante el fracaso de la lucha armada, y la conversión del embargo norteamericano hacia la Isla en la última tabla de salvación para los opositores a Castro.

George W. Bush fue la culminación del proceso iniciado por Reagan. Nunca antes el exilio había disfrutado de tanto poder, de una participación tan amplia en la dirección del Gobierno —desde el Gabinete hasta cargos menores— y de una mayor representación en el Congreso. Nunca antes, y en ello resultaron decisivas la personalidad y la familia del ahora ex presidente, la política hacia Cuba de Estados Unidos había estado tan cerca de la agenda local de sus partidarios cubanos en Miami.

De manera que, sin posibilidades de tener a un Bush III, los cubanoamericanos dividieron sus preferencias durante el proceso de las elecciones primarias de cada partido. Todas esas diferencias, sin embargo, quedaron atrás cuando John McCain logró la nominación republicana. El senador por Arizona, que desde el inicio contó con el apoyo de los tres representantes cubanoamericanos por el sur de la Florida, fue aclamado como la última tabla de salvación. Y la boleta republicana se hizo verdaderamente popular entre este sector con la elección para la vicepresidencia de Sarah Palin, gobernadora de Alaska, cristiana, madre de familia y tiradora certera. A partir de entonces, Miami se convirtió en una de las ciudades norteamericanas donde se difundieron con mayor énfasis y amplitud los ataques más sucios e infundados contra el candidato demócrata. La elección se convirtió en una guerra entre el “comunista y terrorista” Barack Obama y el luchador “anticomunista y anticastrista” John McCain.

Gracias al triunfo de los legisladores republicanos cubanoamericanos, esta carga emocional no hizo catarsis tras la derrota de McCain. Ha quedado pospuesta. Se demostró que el exilio continuaba apoyando el endurecimiento del embargo, las restricciones a los viajes y las remesas familiares, y el cese de los intercambios académicos, culturales y profesionales entre Cuba y EE. UU. Afianzarse en este argumento ha resultado de gran importancia para este sector del exilio.

Obama es el primer candidato presidencial que llega a la Casa Blanca con una agenda en la que dejó bien claro, en esta misma ciudad, que levantaría las restricciones a los viajes familiares y el envío de dinero a la Isla. Este hecho es clave para analizar su triunfo. A diferencia del ex presidente Bill Clinton, quien se adelantó a Bush padre, su opositor republicano, y dijo que estaba a favor de la Ley Torricelli, Obama no prometió al exilio histórico de Miami ser más “anticastrista”, sino todo lo contrario.

En un sentido opuesto, este hecho sirve para aliviar la frustración demócrata local, dada su esperanza de que un cambio demográfico en el exilio cubano iba a traducirse en una victoria electoral, y que los titulares republicanos, al menos uno, o los dos hermanos Díaz-Balart, serían derrotados en las urnas. La reelección de Ileana Ros-Lehtinen nunca estuvo realmente en duda, por dos razones: una, que su contendiente, la demócrata Annette Tadeo, era una desconocida en la política, sin experiencia alguna, y dos, que la congresista Ros-Lehtinen, gracias a su antigüedad en el Capitolio, ocupa la vicepresidencia del importante Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, y cuenta con el apoyo de la comunidad judía y de su poderoso lobby. Aunque Tadeo, nacida en Colombia de padre norteamericano y madre colombiana, es de origen hebreo, de haber sido electa hubiera llegado a Washington como novata, sin posibilidad de acceder a una posición de influencia.

En noviembre de 2007, las cifras indicaban (1) que durante los últimos dos años habían llegado a EE. UU. unos 77.000 cubanos, y 191.000 desde 2000. Esa cifra superaba a dos éxodos famosos: el de los balseros de 1994 (40.000) y el del Mariel de 1980 (125.000). A grandes rasgos, y de acuerdo a las cifras de 2007 y su extrapolación hasta 2009, la comunidad cubana que vive en territorio norteamericano, principalmente en Miami, está compuesta por dos bloques: “el exilio histórico”, cuya llegada es anterior a 1980, integrado por unas 458.000 personas. Y otros 426.000 cubanos asentados entre 1990 y 2009. Al sumar a estos los llegados por el Mariel, es evidente la inclinación estadística: el exilio se renueva. Con el tiempo, aumentan los recién llegados y disminuyen los históricos.

Sin embargo, quedó claro que el cambio era demográfico, no político. A diferencia de ocasiones anteriores, se trata de una inmigración silenciosa, que no participa en la política y cuyas opiniones no cuentan en Washington. Quienes favorecen una nueva estrategia en la política norteamericana hacia el régimen de La Habana fundamentaban parte de sus esperanzas en la participación de los nuevos votantes. En buena medida, eso no sucedió.

La votación del pasado año fue la prueba de fuego para dilucidar la aparente paradoja que los favorables a un cambio de política hacia Cuba ven detrás de los números. Ciertamente, las actitudes, conductas y opiniones que imperan en Miami son las del llamado “exilio histórico”. Y, sobre ello exieten dos argumentaciones opuestas. Una, que la paradoja no es tal, y que quienes llegaron después de 1990 comparten los puntos de vista de los exiliados anteriores. La otra explicación es que las diferencias son notables, pero que quienes vinieron posteriormente carecen del poder necesario para que sus puntos de vista sean tomados en cuenta. Estudios y encuestas realizados por la Universidad Internacional de la Florida (FIU) (2) señalan un cambio en las opiniones y actitudes de los exiliados. Por ejemplo, cada vez son más los que apoyan los viajes sin restricciones a la Isla.

Esta presunta transformación en el pensamiento político de Miami no sólo fue debatida una y otra vez durante la contienda electoral, sino que formó parte integral de la agenda y los temas de campaña de los candidatos. Durante ocho años, la política hacia Cuba de la Administración republicana apuntó precisamente en la dirección contraria. Todos los candidatos republicanos, tanto a la Presidencia como a la Cámara de Representantes, apostaron por la continuación de las medidas que limitan los viajes y las remesas. Todos los demócratas apostaron por suprimirlas. Unos y otros se pronunciaron por la continuación del embargo.

Un aspecto, sin embargo, quedaba claro para todos. En comparación con los logros políticos de los primeros exiliados, las generaciones llegadas después de 1990 demuestran un gran retraso. A finales de los 60, los cubanos participaban activamente en la política de la ciudad y del condado. En 1976, entraron de lleno en la contienda de la legislatura estatal, con aspirantes por ambos partidos. Da la impresión de que los nuevos inmigrantes tienen menos interés y capacidad en ese terreno.

En la actualidad, el relevo se produce dentro del marco establecido por los primeros refugiados —una primera, segunda y hasta tercera generación de cubanoamericanos, todos nacidos en este país—, no gracias a la incorporación de recién llegados. Al principio, las candidaturas tuvieron que transformarse debido a la llegada de gran número de inmigrantes. Ahora son los nuevos votantes quienes tienen que adaptarse a los candidatos.

A diferencia de quienes salieron primero de la Isla, el refugiado que se establece en esta ciudad a partir de 1980 encuentra una red de negocios cubanos y de empresas norteamericanas administradas por hispanos que les facilitan su inserción laboral —con mayores o menores ventajas, con un grado más o menos elevado de explotación— y hace posible que, en cierto sentido, sea menos “traumática” su nueva vida. En cuanto a idioma, costumbres y cultura, tiene ciertas ventajas, pero, al mismo tiempo, está obligado a adaptarse a una comunidad antes que a un país.

Esta asimilación establece dos procesos distintos. En ambos abundan las posibilidades de adoptar conductas miméticas, como una forma fácil de acelerar la transición. En ocasiones, el nuevo país se reduce a una ciudad, Miami. Convertir a ésta en una nueva patria es sumarse a una sociedad ya creada, en la que se participa pero donde se comparte muy poco poder político. La integración tiene un precio. A esto se une la “saturación política” de los recién llegados: un cansancio de discursos, retórica y consignas que lleva a un rechazo generalizado hacia cualquier declaración de un político.

Las estadísticas también ofrecen un dato preocupante. Menos de la cuarta parte de quienes llegaron a EE. UU. después de 1985 tenían en 2008 la ciudadanía norteamericana. Durante 2007 y 2008, el proceso de adquisición de la ciudadanía se aceleró. Los trámites, que a partir de los atentados terroristas de 2001 se hicieron más complejos y lentos, debido a una verificación más profunda de los antecedentes personales, sufrieron un impulso. En Miami y la Florida los nuevos inscritos en el Partido Demócrata superaron a los republicanos. Posiblemente ello decidió a Raúl Martínez, ex alcalde de Hialeah y figura política muy popular, a retar en las urnas al congresista Lincoln Díaz-Balart. Y decidió a Joe García, ex director del Partido Demócrata en el condado Miami-Dade y miembro de la Junta Directiva de la FNCA, a retar a Mario Díaz-Balart. Ambos fueron derrotados. Martínez, de forma contundente; Joe García, por un estrecho margen. En ambos casos, contribuyeron diversos factores. Lincoln Díaz-Balart arremetió contra Martínez con una de las campañas más sucias que se han realizado en esta ciudad. García no recibió de su partido y de los legisladores demócratas del área el apoyo que necesitaba. Las grandes figuras del Partido Demócrata vinieron en ayuda de ambos demasiado tarde. Radio Mambí se negó a invitarlos a sus programas. Los debates en televisión fueron limitados y plagados de dificultades. The Miami Herald apoyó con un editorial la candidatura de Martínez, a la vez que se mostraba a favor de Mario Díaz-Balart y de Ros-Lehtinen. Los hermanos Díaz-Balart presentaron programas sociales y de ayuda a otros grupos de inmigrantes (nicaragüenses, colombianos) que iban mucho más allá de su activa labor anticastrista, lo que logró contrarrestar el argumento de los retadores demócratas acerca de que los republicanos sólo se preocupaban del tema cubano.

Al final, fueron reelectos los legisladores republicanos que favorecen la actitud más dura e intransigente hacia La Habana. Fracasó la táctica de un cambio desde abajo: eliminar en la base a quienes abogan por restringir lo más posible los intercambios con Cuba. ¿Es esto un freno a los intentos de modificar la política norteamericana hacia la Isla? No, y en más de un sentido.

Ante todo, hay que volver brevemente al significado político de las restricciones a las remesas y los viajes. Éste es el elemento más visible —pero no el único— cuando se debate la actitud que debe adoptar EE. UU. respecto a Cuba. Dichas medidas fueron establecidas no por la voluntad del ex presidente George W. Bush, sino como una respuesta necesaria para su reelección en 2004. El 12 de agosto de 2002, un grupo de legisladores estatales y políticos de la Florida lo urgieron para que actuara respecto al tema de Cuba, o se arriesgaba a perder su apoyo para las elecciones de 2004. Y el voto cubanoamericano era clave en esas elecciones. La Florida tenía 9,3 millones de votantes registrados, de los cuales 450.000 eran cubanoamericanos. En 2000, Bush recibió el apoyo del 80 por ciento de estos votantes. De acuerdo a los estimados, recibir en 2004 sólo el 60 por ciento de estos votos podría otorgar la victoria en este Estado al senador John Kerry, y posiblemente en las elecciones presidenciales. Condoleezza Rice, entonces asesora de Seguridad Nacional, tuvo que sacar tiempo, en medio de una tensa situación nacional e internacional por la guerra en Irak, para responder, el 17 de septiembre de 2002, a la carta enviada el 12 de agosto anterior por los legisladores estatales y políticos de la Florida. Rice garantizó la “importancia y urgencia” de ayudar al pueblo cubano a conquistar su libertad, y pasó a enumerar los “logros” de la Administración en su política hacia Cuba.

El 18 de abril de 2003, luego de las condenas a los disidentes en la Primavera Negra y del fusilamiento de los tres cubanos que intentaron escapar en una lancha, el Gobierno norteamericano dijo que esto no afectaría los viajes de familiares. Fue en 2004, año electoral, cuando se aprobaron las restricciones a los viajes y al envío de dinero. Según la versión de algunos miembros del Gobierno de Bush, durante meses éste trató de no afectar a las familias de los exiliados, pero terminó cediendo cuando vio peligrar el voto. La balanza se inclinó en contra de los que podrían ser afectados sin daños electorales: los exiliados que visitan Cuba con frecuencia y que no eran ciudadanos norteamericanos. A la larga, las medidas demostraron ser contraproducentes. Ni cumplieron su objetivo de debilitar al Gobierno de La Habana ni fueron aceptadas nunca por completo por la comunidad exiliada, salvo el sector sin familiares en la Isla.

Cuatro años después, el aspirante republicano a la Presidencia se limitó a plantear el mantenimiento de las restricciones, sin dar nuevos pasos. Con la ilusión de salvar, al menos, lo logrado, tampoco la base republicana en el sur de la Florida exigió un mayor endurecimiento de la política hacia Cuba. Aquí se aprecia, de forma indiscutible, el cambio de actitud en el exilio. Transformación que se puso de nuevo en evidencia, tras la elección de Obama, en el estudio 2008 Cuba/US Transition Poll (en http://www.fiu.edu/~ipor/cuba-t/), realizado por el Instituto de Investigación de la Opinión Pública de la FIU, con la cooperación de la Brookings Institution y del Cuba Study Group. Según este estudio, el 55 por ciento de los cubanoamericanos en el condado Miami-Dade es partidario de poner fin al embargo contra Cuba —el 65 por ciento entre los cubanoamericanos de 18 a 44 años de edad— y una gran mayoría también favorece el levantamiento de las restricciones de los viajes familiares a la Isla. Es el primer sondeo que registra un apoyo mayoritario en favor de abandonar el embargo. En 2007, otro sondeo similar arrojó que sólo un 42 por ciento de los encuestados estaba en contra del embargo.

A diferencia de Bush, Obama llega a la Casa Blanca sin compromisos electorales con el voto cubano. Hasta cierto punto, tiene las manos libres. De acuerdo con las encuestas a la salida de las urnas, Bush ganó la Florida en 2004 con un doce por ciento más de votos hispanos que su rival; mientras, en 2008, McCain perdió el Estado con un quince por ciento menos de votos hispanos. Entre 2004 y 2008, el voto presidencial hispano cambió en veintisiete puntos porcentuales. La cifra evidencia también una disminución del poder electoral del exilio histórico, que votó mayoritariamente al Partido Republicano.

Un indicador anecdótico, pero realista, ilustra que este sector de la comunidad se encuentra a la defensiva. De acuerdo a los participantes y presentadores de los programas radiales más representativos del exilio histórico, la nominación de la senadora Hillary Clinton para el cargo de secretaria de Estado fue vista con alivio.

Si bien es cierto que Cuba no es una prioridad para el nuevo Gobierno demócrata, que enfrenta una difícil crisis económica en lo nacional y un complejo panorama internacional, el tema cubano brinda a Obama ―un político sagaz obligado a demostrar con urgencia que representa un cambio en Washington— la posibilidad inmediata de aplicar un enfoque diferente en la política exterior. Más allá de la eliminación de las restricciones a los viajes y las remesas familiares, hay diversas opciones en sus manos que no afectan la vigencia de la Ley Helms-Burton o un restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas: facilitar los viajes de artistas y profesionales o el incremento de los contactos y la colaboración en la lucha contra el narcotráfico.

Dentro del nuevo Gabinete, hay figuras que han mantenido una actitud diferente a la de los funcionarios republicanos en Washington. El abogado Gregory Craig, actual abogado de la Casa Blanca, representó al Gobierno cubano en el caso de Elián González. Eric Holder, aprobado para el cargo de secretario de Justicia, fue subsecretario de Justicia cuando Janet Reno, al frente de dicha dependencia durante la presidencia de Bill Clinton, ordenó la aplicación de la ley en el mismo Caso Elián. Dos ex agentes del FBI ya han pedido al Senado no confirmar a Eric Holder como secretario de Justicia, debido a sus peticiones de clemencia en favor de dieciséis independentistas puertorriqueños encarcelados en Estados Unidos por cargos de terrorismo. Sin embargo, Louis J. Freeh, quien dirigió el FBI durante el Gobierno de Clinton, y Frances F. Townsend, asesora de Seguridad Interna y Antiterrorismo de George W. Bush, han elogiado las cualidades de Holder.

En otros asuntos, como el destino de Radio y TV Martí y el apoyo a la disidencia, hay más especulaciones que elementos para emitir un juicio sobre la actuación del presidente Obama.

La relación Cuba-Estados Unidos no es una línea recta sino una madeja. Se sabe que el Gobierno cubano ha expresado su disposición de hablar con EE. UU., pero de forma directa y sin condiciones previas. De igual manera, Obama ha expresado su disposición de dialogar sin precondiciones. El nuevo Gobierno norteamericano actúa con una independencia total del exilio, lo cual representa un giro de ciento ochenta grados respecto al Gobierno anterior. La comunidad exiliada tradicional pierde poder con el Ejecutivo pero mantiene su presencia en el Congreso. Y hay otros dos factores: el poder de cabildeo cubano en Washington y los siempre difíciles vínculos entre el Gobierno de Cuba y la comunidad exiliada.

El poder de cabildeo cubano en Washington se mantiene. El US-Cuba Democracy Political Action Committee (PAC) entregó $322.500 en donaciones políticas el pasado año, tanto a legisladores republicanos como a demócratas. Este grupo, creado a finales de 2003, es hoy quizá el más poderoso en su labor. Aunque relativamente menos visible que la FNCA, durante la Administración Bush el PAC tuvo un papel importante en la formulación de las medidas contra el Gobierno cubano y en anular cuanta resolución para aliviar el embargo fue propuesta en ambas cámaras. Sus miembros representan la línea más radical del exilio histórico. Por supuesto, su poder en la Casa Blanca se ha reducido sustancialmente, pero no así su influencia en el Congreso, sobre todo entre representantes novatos. Aunque la mayoría demócrata en el Poder Legislativo es muy amplia y el presidente Obama tiene una amplia capacidad de acción sin tener que recurrir al Congreso.

Por último, están los siempre difíciles vínculos entre el Gobierno de Cuba y la comunidad exiliada o residente en el exterior, especialmente, en lo que respecta a quienes vivimos en Miami. La Habana prepara para mediados de 2009 una nueva reunión de “La Nación y la Inmigración”, con una agenda amplia, según comentarios que llegan desde la Isla. Cualquier posible vínculo entre EE. UU. y Cuba tiene que incluir este punto con una visión más amplia que una estrecha agenda política por parte alguna. El fracaso de la táctica de “cambio desde abajo” abre las puertas a otra en sentido contrario. Después de tantos años de una política hacia Cuba hasta cierto punto secuestrada por Miami, es posible que haya llegado el momento de practicar la vía contraria, con independencia pero también de forma consistente. Agotada desde hace mucho tiempo la vía de la confrontación, una mejora en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos podría beneficiar no sólo a los cubanos residentes en la Isla, sino también a los que vivimos en Miami y en el resto del mundo. Pero, antes, es necesaria una verdadera voluntad de diálogo, y eso está por ver, tanto por parte de Washington como de La Habana. Hasta ahora sólo hay expectativas, frustraciones y deseos.

(1) University of Miami; “Coming to America: The New Cuban Migration Crisis”; en Focus on Cuba, Issue 89, November 2, 2007 (http://ctp.iccas.miami.edu/FOCUS_Web/Issue89.htm).

(2) Ver Grenier, Guillermo y Gladwin, Hugh (Principal Investigators, FIU Cuba Poll); 2007 FIU Cuba Poll. Comparison among FIU Cuban Polls 1991-2007; Institute for Public Opinion Research, Florida International University, Miami, 2007 ( http://www.fiu.edu/~ipor/cuba8/).

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