Poesía

Carlos Pintado

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Con su disfraz de visitante triste

Carlos Pintado

Quién toca el aldabón de los portones

Y muy quieto se queda así esperando

A nadie, ni a su sombra, ni al fantasma

De los pequeños seres silenciosos

Que ocultos en las sábanas lamentan

El fin inevitable de la noche,

Quién desanda, invisible, cabizbajo,

Esos vastos espacios de la sombra

En que le espero como a nadie nunca.

Quién observa tranquilo los vitrales

Y al mirar pareciera que no hay nadie

O quizás una sombra recogiéndose

Como un oscuro perro lloriqueando

La pérdida del amo que alimenta

Esos instantes en que el hambre viene

Con su disfraz de triste visitante,

De alguien que llega a un pueblo para siempre.

Escrito en 1988

Carlos Pintado

Denme la sombra, oscura mansedumbre.

Denme la pluma, el ave; denme el sueño.

Denme el castillo, el foso y el empeño

De nombrar los misterios de la lumbre.

Denme la vida, y denme ya la suerte

De ver el paraíso y el infierno

Y el veneno y la copa y aquel cuerno

Que en la sombra alumbró toda mi muerte.

Denme la eternidad que poco dura.

Denme el breve recuerdo que procura

Mis templos, mis ciudades, mis Parnasos.

Denme todo el valor, todo el soñado

Valor que sólo en sueños he buscado.

Y denme amor, la luz y los ocasos.

James Ensor

Carlos Pintado

Pues sí, es muy extraño que no exista,

James Ensor, en Ostende, algún lugar

que recuerde que aquí pintó sus cuadros,

que aquí sufrió, usted, su pesadilla.

Pero también extraño es ese sueño

de las aves dormidas en los cuartos,

y el baile de la muerte a medianoche,

y el abrazo filial de algún amigo.

En Ostende, imagino, ya no hay casas.

Faltaba la memoria de algún parque

en donde también yo vestí mi cuerpo

con sus oscuras ropas, consumido

por el horror, la angustia y el deseo.

Faltaban a mis noches los jardines,

los rostros perseguidos por la tarde,

las columnas sagradas como templos.

Faltaba la piadosa maravilla

y la especulación de algunos hombres,

ante la rosa roja de los bosques.

En Ostende, imagino, nadie duerme.

El eco de mis pasos no retumba

sino en un sueño alto e imposible:

hoy presiento que un hombre me conjura,

y que algo de su miedo ya me alcanza,

y que su rostro puede ser mi rostro,

y que sus manos pueden ser mis manos

y puede que seamos sólo el mismo,

deambulando en Ostende por las plazas.

Las noches en Mortefontaine

Carlos Pintado

Noches de amantes breves como cirios ardiendo,

y cetros y fortunas y reyes y palacios.

Noches de espejos hondos, aguas de un río mágico.

Noches de altas torres perdiéndose en la noche,

y sonoras tinieblas retumbando en lo oscuro.

Noches de laberintos como hojas cayendo

sobre el pozo abismal donde mi sed enjoya

en música sus cantos, sus noches tan eternas.

Noches de verjas altas y jardines y estatuas.

Noches en donde todo parece que se escapa

a domeñar la forma terrible de mi sombra.

Noches en que me pierdo sin saberlo en la noche,

bajo gotas finísimas como cristal soñado,

por senderos de nieblas, por bosques de unicornios.

Noches en que las cosas que amamos se despiden

agitando en el aire una espantosa mano.

Noches para soñarnos la mano que retira

la nieve de la espada, la espada de la piedra,

y el mágico rocío sobre el agua del lago,

agua lustral fluyendo, agua de plata y luna.

Noches de hondos espejos en sombras desvelados,

y rostros que se asoman hacia un fondo de sombras.

Noches que son el sueño del cuerno y del marfil.

Noches de puertas altas, de interiores sagrados,

y paisajes mostrando el nácar de algún rostro.

Noches para olvidar quién por mi sombra avanza,

bajo qué estrellas quedo sosteniendo mi cuerpo

insomne y solitario, como una luz temblando.

Noches de islas lejanas, de bajeles sombríos

y puertos ideales para agitar pañuelos.

Noches para sentarnos a hablar junto a la noche.

Noches de torvos pájaros y tigres en penumbras,

y dedos sobre el vidrio, y cítaras tocando.

Noches en que no somos sino la noche misma,

reconociendo el paso ruinoso de sus muertos.

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Número de páginas: 4 páginas

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