Buscando a Taita Facundo

Alejandro de la Fuente

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Nicolás Guillén la definió como un abrazo en su «Balada de los dos abuelos». La cubanidad blanquinegra, de estirpe africana y española, era representada a través de la metáfora de los dos abuelos —«Sombras que sólo yo veo»—, negro el uno, el otro blanco, que se juntaban en un abrazo fundacional, creador de lo que somos. Con sus selvas de lanzas y caimanes, Taita Facundo evocaba barcos negreros, látigos y cañas. Con gorguera y armadura, Taita Federico hablaba el lenguaje del oro, los ingenios y los galeones. Juntos, los dos abuelos andaban, compartiendo cantos y cañadas. Juntos alzaban la cabeza, «los dos del mismo tamaño, bajo las estrellas altas». Juntos, del mismo tamaño. Juntos e iguales. Juntos. Iguales.

Cárcel y Zulueta. Caminando por una de las esquinas más concurridas de la Habana, no encuentro a Taita Facundo con sus lanzas de hueso. Lo que veo es una cola inmensa, en la que todos se llaman Federico. En esta esquina, que evoca la memoria del gran prócer nacional Julián Zulueta y de la cárcel colonial que generosamente albergó a José Martí, la gente hace cola para vindicar su raigambre española. Aquí todos llevan expediente de limpieza de sangre, en el que documentan un linaje de cristianos viejos, sin raza ni mácula de judíos, moros, nuevamente convertidos, luteranos, ni otras sectas inmundas. Son los nietos de Federico, que vienen a buscar pasaportes y esperanzas a la embajada española. «Taita Facundo calla».

Los nietos de Federico son el hombre nuevo del Período Especial, entusiastas de la armadura y la gorguera. Es evidente que Guillén se equivocó: los abuelos no son del mismo tamaño. Quizás no lo fueron nunca, pero nadie duda de que en los últimos años Federico ha estado mucho más cerca de las estrellas que Facundo. Los de gorguera y armadura, de sangre limpia, no sólo tienen derecho a estar en Cárcel y Zulueta, sino que acceden a los mejores puestos de trabajo, no son detenidos con frecuencia por la policía, son los galanes y doncellas de la televisión, y van menos a la cárcel (a la de verdad, en la que se entra sin visa o pasaporte y donde, por consiguiente, son bienvenidos los conversos y otras castas de mala raza). En la escuela escuchan hablar de las grandezas de Federico y de las hazañas de Zulueta, un gran empresario, armador y capitán que hizo millones traficando con africanos como Facundo. Federico es el autor de romanzas y sonetos épicos. Facundo, un hechicero animista y grotesco que nunca se cuestionó por qué los plátanos caen hacia abajo y no al revés.

Pero Taita Facundo se ha hartado de callar. Uno de los efectos inesperados del Período Especial, con sus desigualdades sociales crecientes y su racismo resurgente, es que convirtió a la raza en un tema inevitable. Para justificar la exclusión de los negros de los sectores y actividades económicas más atractivas y mejor remuneradas, los de armadura y gorguera articularon narrativas racistas que convertían a Facundo en un tipo, sin valores ni cultura. No importa que Facundo sea ingeniero industrial. Bajo nivel cultural. O que hable el francés con soltura. Mala presencia. O que se mueva de una Apple Macintosh a una IBM con confianza. Jinetero. O que sea creativo, educado y cortés. Ladrón. O que esté dispuesto a cargar, limpiar, complacer o servir a cualquiera por unos pocos dólares. Delincuente. No es que Facundo no pueda acercarse a Zulueta. Puede. Para eso hay prostitutas y limpiabotas.

Es este el contexto en el que Facundo ha comenzado a gritar, a través de sus nietos, que son legión y son bocones. Desde mediados de los 90, un grupo creciente de intelectuales, artistas, literatos, ensayistas, cineastas, académicos y activistas ha venido denunciando la existencia de imaginarios y prácticas racistas en Cuba y la necesidad de enfrentarlos. Estos actores constituyen lo que en otro lugar he llamado un nuevo movimiento cultural afrocubano. No, no tienen programa. Comparten preocupaciones y sueños. Además del elemento de denuncia y de crear foros de discusión a través de sus propuestas, los participantes en este movimiento han hecho un esfuerzo sistemático por destacar la centralidad de Africa, sus pueblos y culturas, en cualquier imaginario nacional cubano, a la vez que intentan inscribir hechos y figuras olvidadas en los anales públicos de la historia nacional. Por eso hay raperos hablando del Partido Independiente de Color; artistas plásticos evocando los horrores de la trata negrera o el asesinato de Evaristo Estenoz; cimarrones que se apoderan de cuentos y novelas; activistas que recuerdan héroes olvidados y humildes; académicos que reconstruyen patrones de desigualdad y diferencia; cineastas que desentierran temas y creencias ocultos.

El presente dossier es sólo una muestra —sin pretensiones de representatividad— de ese activismo cultural y social. Los autores aquí representados participan en este esfuerzo desde posiciones diversas. Algunos, como Soandry del Río, del legendario grupo de rap Hermanos de Causa, lo hacen desde el movimiento hip hop que tanto ha hecho por articular las frustraciones y aspiraciones de los jóvenes negros cubanos. Otros, como Víctor Fowler Calzada, Tomás Fernández Robaina y Pedro Cubas Hernández, desde el ensayismo crítico. Odette Casamayor y Alan West-Durán, académicos, discuten las aportaciones de músicos, pintores y líderes religiosos. Desde el activismo cívico y cultural, María I. Faguagua Iglesias, socióloga y periodista, reflexiona sobre algunas de las actividades que, modestamente, se realizan en la Isla cada año para reescribir, sobre el terreno, la historia del país. Finalmente, el dossier también incluye varios documentos seleccionados por mí. Estos documentos fueron redactados por Norberto Mesa Carbonell, ingeniero y fundador de la Cofradía de la Negritud, un proyecto ciudadano que, mediante peticiones a las autoridades y actividades comunitarias, ha intentado combatir el racismo y abrir espacios culturales e institucionales para la población negra del país. Desde luego, yo no comparto necesariamente, ni tengo por qué compartir, las opiniones de cada uno de los autores. Censurar no es mi tarea. Sencillamente, creo espacios para que un atisbo de estos debates fundamentales llegue a los lectores de Encuentro. En esa tarea tuve el apoyo, siempre generoso y eficaz, de mi amiga y colega Katrin Hansing, especialista en el estudio del movimiento Rastafari en Cuba.

El movimiento cultural afrocubano al que hago referencia no es un movimiento de actores exclusivamente negros: muchos de los que reclaman a Facundo por abuelo no son socialmente identificados ni se autoidentifican como negros. Son cubanos que, como Guillén, se empeñan en juntar a sus dos abuelos en una síntesis cultural, militante y diversa. Como Armando, El Loquillo, el tocador blanco de tumbadora y guaguancó que menciona Alan West-Durán en su trabajo. El abrazo de Guillén era un abrazo armonizador, pero Guillén sabía, mejor que muchos, que para ese abrazo había que trabajar activa y denodadamente. «Yo los junto», decía de los dos abuelos, consciente de lo mucho que los separaba, mientras recalcaba, una y otra vez, su igual tamaño. Yo también los junto. De hecho, eso es, en alguna medida, lo que intentamos hacer todos lo que participamos en esta conversación. Pero queremos destacar no sólo que somos África, sino que eso ha de tener consecuencias económicas y sociales concretas. «Los dos del mismo tamaño, ansia negra y ansia blanca». Ya no basta con repetir la cantinela barata de que el que no tiene de congo tiene de carabalí. Es hora de tropezarse con Facundo en los hoteles. En las firmas. En los teatros. En el ballet. En las instancias de gobierno. En las telenovelas. En las aulas. En los caminos de la historia nacional. Si los nietos de Facundo siguen paseando por Cárcel, mientras los de Federico caminan por Zulueta, me temo que ni Guillén va a lograr juntarlos.

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