María Elena Blanco

María Elena Blanco

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Meditación política en La Victoria China
María Elena Blanco
 
Alto Broadway de bodegas insomnes
y luz sucia, salsa en la sangre: pienso en días
aún cándidos de ideas y consignas,
clandestinos amantes, fellow travelers,
emisarios y espías convocados
a la enésima Tricontinental: días
de incómodo ascetismo
y compromiso turbio
                               ¿muslo o pechuga?
me espeta de pronto el camarero
con inimitable acento
sinohabanero
                      qué dulce elección,
contesto, a nuestro alcance,
                                   oh cuadros
de internacionalistas empeñados
en plasmar en la isla
un cuento chino. La victoria cubana,
voy alzando la voz, ni muslo ni pechuga
ni patria: plato único, último,
terminal
            él me contempla inerte,
me trae
una galleta de la suerte.

 

 
A Valerio, III
María Elena Blanco
 
Valerio: cuando los despojos de guerra
se llaman Hölderlin, Macedonio o
Propercio o Historia de la literatura
francesa desde sus orígenes
y humea la quemante estela
de una dedicatoria,
cuando desde tu mesa la tetera
de Vallauris vierte su esmalte rojo
en mejillas ajenas,
en fin
cuando la fiebre arresta los relojes
y los lomos y las letras ajadas
claman restitución tan cerca
que me rasgan la pierna,
el corazón,
y cuando considero el cuento
de la portera provenzal
en todas sus versiones
incluso las mías,
en tanto que la señora del lugar
los ama como el pan cotidiano,
dudosa dote inversa
del díscolo proveedor,
pienso ¿ay Valerio?
que la ley bélica
es cruel como la sálica,
que en el vino literalmente
se esconde la verdad,
que todos los saberes son agrios
y al final nos empachan,
que toda vuelta atrás es traicionera,
que en tales lides
es mejor
dejar las cosas como están.

 

 
Estrenos de almazara
María Elena Blanco
 
I
Estas nobles maderas que hoy me arropan,
los tejidos, la lámpara
ignoraban mi esencia. El cuadro
de la amiga pintora
fue por entonces árbol, pigmento o fibra
de una fabulación. La chimenea,
túnel de inhabitado frío. Abajo
barro y hierro, catedral hueca, y aquí
sólo el espejo y el colchón, la exigua manta
en la oquedad del sueño
dadivoso y estanco.
No entraron forajidos ni alimañas.
No atacaron las moscas,
todavía. La cal fresca amainó
el hedor de la jamila.
La extraña casa acoge a un ama extraña
que apaga al fin la llama y enciende la noche.
Muerde, muere, duerme.
Despierta con el pregón del pescadero.
 
II
El castillo ahora en ruinas fue morada,
la almazara y la alberca del harén
sus más preciadas joyas.
Todo abandonamos en fuga, las nueve
fogatas prendidas en la noche
nos marcaron la ruta.
Pero el mar quedó atrás. Hoy sólo
sería pérdida y estos valles
fútiles derroteros. Habremos de escalar.
Las cumbres nos protejan, las nieves.
 
III
Todo lo que no fuera todo
o nada para él
era humo, nunca contó
con el tiempo del corazón.
El instinto, certero:
se alzaron de nuevo las tinajas,
se encalaron los muros,
las muelas y la piedra antracita
dan fe de que hubo mulo y sangre
y dolor.
           Quien la ve la desea,
(él sólo la divisa difusa en la distancia).
Yo le di agua y luz
y ahora ella me exige vida.
Los cuidados no la contentan nunca.
Llega a las ocho el albañil.
 
IV
Rojo de adrenalina y aire,
él peinará el tejado antiguo
con su mano enguantada, le arrancará
raíces, tréboles, polvo de luna.
Ya el agua arisca cumplió otra vez
su gravedad, buscó la hendija
por donde contornear
el barro, las ramas trepadoras.
¿Cuándo vendrá sólo la calma,
la inspiración, el ocio?
                                  Demasiado
bien sé que no es eso el amor
sino el acabamiento hasta erigir
este átomo de aceptación.
El agua, a fin de cuentas, caerá
ineluctable. Entre tanto,
prolijos como Sísifo,
hacemos lo posible por tapar la gotera.

 

 
Nightbirds
María Elena Blanco
 
No hay placa que recuerde ese encuentro
ni aquél ni otro local con ese nombre,
el antro en que tres aves nocturnas
decían genialidades que nunca escribirían
y leían a ratos lo que quizá escribiesen.
La última vez que descendieron
desde un sexto piso aledaño
ya curtidos de buen tinto chileno
el vate mayor cantó la crónica
de una comunidad en vías de extinción,
de animales venidos a morir en las playas,
de impertérritos viejos, únicos sabios
del planeta. El vate mediano por entonces
se movía entre la saga de la húngara rubia
y las rapsodias densas de oscuros personajes
que poblaban sus sueños: bailarinas,
actrices, pistoleros. El vate menor
vivía el instante, llevaba escrito
en blanco su propio poema,
era el ubicuo, el comodín,
el que hoy informa de que:
se acabó la bohemia latinoamericana
los pájaros de la noche se han perdido de vista
los Hell’s Angels ya no asustan como antes
el amigo del sexto murió de sida
el nuevo cbgb’s no tiene alma
el barrio está más limpio
en la literatura reina el realismo sucio
la poesía no toma ni trasnocha

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