Olga Guillot en carne propia

Olga Guillot entrevista por Armando López

Armando López

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Olga Guillot, la Reina del Bolero, La voz de «Tú me acostumbraste», «La noche de anoche», «Bravo», «Adoro», y casi todo Manzanero; la primera que dio un concierto en español en el Carnegie Hall de Nueva York, sigue siendo objeto de culto tras seis décadas. «Después del cielo, Cuba, después de Cuba, Olga Guillot», escribió Agustín Lara.

Hoy, México le rinde homenaje a su hija adoptiva, pero en Cuba, donde nació, tres generaciones de cubanos no la han escuchado nunca. «Duele mucho», me dijo, insinuó una lágrima y comenzó a hablar como canta, con los ojos, con las manos, intensamente, como hembra en celo, escuela para muchos intérpretes de la canción.

Este monstruo de los escenarios, se inició cantando jazz, pero no fue hasta que se sumergió en las noches habaneras que se reencontró con sus raíces, con el cubanísimo bolero. Entonces logró conformar su estilo, y trascendió el bolero mismo, y se impuso nacional e internacionalmente. «¡Todo lo que soy se lo debo a Cuba!», me dijo. Y comenzamos esta entrevista.

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¿Crees en la suerte?
 
¡Nací en zurrón! Con siete años estaba cantando en la ventana de mi casa en el barrio habanero de Belén, cuando pasó un señor y preguntó: esa niña que canta, ¿quién es? Era, nada menos, que el tenor Mariano Meléndez, que tenía una compañía infantil. ¡Qué suerte! Cuando mi mamá, artista frustrada, vio que, al menos, una hija suya podía subirse al escenario, fue la mujer más feliz del mundo. Con siete años, debuté en el Teatro Carral de Guanabacoa vistiendo una batica rumbera. ¿Y qué crees que canté? «El manisero», igualitico que lo cantaba mi madre, de oírselo en la radio a la famosa Rita Montaner.

 
¿Qué frustró a tu mamá?
 
El machismo de la época. Era una gran soprano. Pero mi abuelo no quería hijas artistas. No quiero prostitutas en casa, decía. Mamá tuvo que conformarse con ser la modistilla del barrio. Con cantar mientras cosía. Al igual que su hermana, tremenda tiple que jamás pisó un escenario. Yo adoraba a esta tía zarzuelera que me enseñó todas las romanzas habidas y por haber. ¡Soy artista genética! ¡Ponlo en tu entrevista! Mi hermana Ana Luisa y yo, de chiquiticas, nos la pasábamos cantando en vez de jugar con muñecas. Qué otra cosa pueden hacer los pobres, sino cantar y cantar.

Crecí caminando La Habana. Pero escribe esto (abre los ojos, advirtiéndome), tengo dos amores: Santiago y La Habana. Porque ¡soy santiaguera! Mi hermana Ana Luisa y yo nacimos en la carretera del Morro, reparto Mariano Torres. Mi abuela por parte de madre era de Islas Canarias. El mestizo era mi abuelo Serafín que se casó con la canaria. Su tez era cobriza, su pelo lacio y sus facciones finas, parecia un egipcio. (Olga insiste en llevar la batuta). ¿Mi padre? No hay mucho que decir. Fui hija de madre soltera que muy jovencita partió para La Habana, con sus dos hijas chiquiticas, a buscársela, porque había que comer.

 
Cuéntame de las Hermanitas Guillot en La corte Suprema del Arte.
 
Mi hermana Ana Luisa y yo regresábamos del colegio por la calle Monte, cuando en cmq Radio estaban inscribiendo para el concurso de canto que conducía José Antonio Alonso. Nos inscríbimos en secreto. No sabíamos que por la radio anunciarían a las pequeñas Guillot. El barrio se enteró. A mamá le dio gracia. Se hizo nuestra cómplice. Nos cosió unas batas rosadas, monísimas, parecíamos un cake de cumpleaños. En La Corte Suprema del Arte ganamos el segundo lugar. Nos dieron un paquetón grandísimo de bombones y 25 dólares, que entonces era dinero. Nacieron las Hermanitas Guillot.

 
¿Cómo llegas a solista?
 
Tenía 16 años, integraba el cuarteto de Isolina Carrillo, cuando fui solista por casualidad. Fuimos a grabar, faltó una voz y Sabat, el dueño de los discos Panart, exigió que alguien cantara, porque ya estaba el estudio preparado con orquesta y todo, y ahí fue que Isolina me dijo que cantara sola. Grabé Stormy Weather en español (Lluvia gris) como parte del disco del cuarteto. ¡Y tremendo palo! Vendió tantas copias, que la Asociación de Críticos me seleccionó la cancionera debutante del año. Pero la prueba de fuego era llenar un escenario. Y yo estaba verde. Los empresarios no confiaban en mí. Seguí con el cuarteto un año más, para orgullo mío, porque de ahí salieron muy buenas voces: Marcelino Guerra, Joseíto Fernández, Marcelino Valdés, el autor de Me voy pal pueblo hoy es mi día.

 
En Cuba, a fines de los 40, el bolero era cosa de hombres y apareces tú, para adueñarte de los escenarios habaneros.
 
¡Otro golpe de suerte! Entre las pocas cancioneras que había (que así le decían a las boleristas), mi ídolo era Rita María Rivero. Yo era una pulguita que venía detrás y quería cantar como ella. Y quién me dice que es por Rita María que me doy a conocer. Una noche, Rita faltó al programa Siga la canción, de Radio Cadena Azul, y como Isolina era la pianista, me puso a sutituirla. Facundo Rivero, que era el que realmente cortaba el bacalao en el cuarteto, me dijo que los dueños del cabaré Eden Concert me habían escuchado y querían hacerme una audición para su show. Facundo me acompaño al piano. Los convencí. La suerte me perseguía. Si Rita María no falta esa noche al programa, no nace Olga Guillot.

 
¿Quién te puso La Temperamental?
 
La noche del debut en el Eden Concert quería morirme. Nunca me había puesto un traje largo, tropecé con la tela, resbalé, me caí en la pista, y cuando alguien, amablemente, me fue a levantar, le hice una seña que me dejara en el piso y seguí cantando. Terminé la canción en el piso, pero con una ovación del público. Fue Sánchez del Monte, el dueño del Eden Concert (que pronto llamarían Club Zombie), el que me bautizó con La Temperamental, y profetizó: «esta chiquita va a llegar a algo grande». Fui la estrella de El Zombi, por varios años. Ahí conocí al que sería mi primer esposo, Joaquín Urbino, director de la estación de radio La 1010. Me lo presentaron la noche que trajo al cabaré a dos famosos artistas argentinos: Enrique Santos Discépolo, autor del tango «Uno» y a Tania, su señora, tremenda tanguista. Entre novios y casados, Urbino y yo estuvimos juntos ocho o diez años.

 
Urbino era un locutor influyente, ¿te ayudó a convertirte en estrella?
 
No me busques la lengua. Luché mucho. Trabajé duro. Estudiaba la dramatización de mis canciones, mis gestos, para conformarme un estilo, para no parecerme a nadie, para imponerme. Y lo logré. Hice temporadas en Tropicana, en Sans Souci y en Montmartre, que eran los cabarés más exclusivos de Cuba. Son contados con los dedos de la mano los artistas cubanos que han sido cortinas de estos cabarés habaneros que se caracterizaban por traer estrellas extranjeras.

 
¿Cuándo te llega la fama internacional?
 
Cuando grabé Miénteme (1954), del mexicano Chamaco Domínguez, con la Orquesta de los Hermanos Castro. Fue Jesús Goris, el dueño de la disquera Puchito, el que me escogió ese tema. Fue un éxito tan grande que, sólo en Cuba, se vendió medio millón de copias. En México, desplazó a Toña La Negra, pasó semanas en los primeros lugares. Y de ahí a toda Latinoamérica. Fue un contagio. En adelante, no paré de grabar. Me eligieron Reina de la radio. Y luego, la mejor voz cancionera de Cuba. Cuando Tropicana trajo a Carmen Miranda (1955), mi nombre en cartelera aparecía al mismo nivel que el de la brasileña, estrella de Hollywood. Al final del show, salíamos a saludar juntas.

 
¿Cómo conoces al padre de tu hija?
 
Mi voz sonaba en las victrolas de la Isla con temas de René Touzet, cuando Gaspar Pumarejo lo trajo desde Los Angeles, para dirigir a Lucho Gatica. Venía con la fama de que «No te importe saber» la habían popularizado Frank Sinatra y Bing Crosby. Lo conocí en los estudios de Telemundo, donde yo tenía El Gran Show de Olga Guillot. René era poeta y yo una mujer sensible y aguerrida. Le dije: «estoy enamorada de ti», y nació una canción: «La noche de anoche… revelación maravillosa», que yo estrené. Vivimos un romance. Cuando nos separamos, me escribió «Me contaron anoche de tu vida»… Se la estrené también y le perdoné que se hubiera marchado. Me había dejado su mejor canción, mi hija Olga María.

 
En La Habana, los boleros de maridos engañados sonaban en bares y cantinas, entre cervezas y cubiletes, pero los tuyos se escuchaban desde los bodegones del puerto a los salones exclusivos…
 
Nunca grabé canciones con letras vulgares. Los autores a los que les canté eran poetas. Ni las letras que interpreté, ni mis orquestaciones, hicieron nunca concesiones a lo chabacano. No olvides que antes de que yo grabara «Miénteme», me caracterizaba por mi elegancia en las pistas, por mi manera de proyectarme. Mi estilo nada tiene que ver con esos bolerones de arrabal.

 
¿Cuántas canciones has interpretado?
 
Nunca me puse a contarlas. Canté miles, grabé cientos. De Agustín Lara, con sus violines, estrené a dúo con Pedro Vargas, en el Teatro Solís, del d.f., su canción «María Bonita». Canté mucho del Flaco de Oro: «Aventurera», «Noche de Ronda», ¡uhhh, qué sé yo cuántas! Canté de casi todos los autores mexicanos, de María Greever, de Luis Demetrio, de Roberto Cantoral, y de los cubanos Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Mario Fernández Porta, Julio Gutiérrez, Tania Castellanos, Frank Domínguez. De la puertorriqueña Mirtha Silva grabé ese tema maravilloso (canta): «Tú no sabes nada de la vida, tú no sabes nada del amor»; del argentino Homero Expósito, su joya «Vete de mí»; canté de españoles, de peruanos, de venezolanos, en fin, de medio mundo. En España arrasé con «Adoro», de Manzanero. Hasta me tienen en el Museo del Disco de Madrid. He grabado más de 60 álbumes, vendido más de 10 millones de discos, y no fue fácil, porque en aquella época, el artista cantaba a pura garganta y a pura interpretación.

 
¿Cómo hacías para pegar cuanto tema grababas?
 
Tuve muy buenos directores musicales y productores. En mis comienzos, Facundo Rivero escogía mis temas; luego, Jesús Goris, el mago de los discos Puchito, nunca se equivocó. Y en México, fue Memo Acosta el responsable de mis triunfos. Me produjo diecisiete años para los discos Mussart, y uno tras otro fueron hits.

 
Entonces, ¿es falsa la leyenda de que la Guillot sabía escoger sus canciones?
 
Bueno, yo escogí «Tú me acostumbraste». Se la escuché a Bola de Nieve. Me gustó y por él me la aprendí. La grabé y resultó un éxito mundial con el que abría mis conciertos. Hoy voy por la calle y un chiquillo de 20 años me canta: «Tú me acostumbraste a todas esas cosas y tú me enseñaste que son maravillosas…», y yo le digo: ¡Niño, cómo tú te sabes eso», y me dice con picardía: «Por mi mamá y mi papá». ¡Qué lindo! Y todavía tengo que escuchar a Frank Domínguez decir que su canción la hizo popular Elena Burke, que nunca la grabó. Pobre Frank, creo que le queda un hijo en Cuba.

 
José Antonio Méndez, en «La gloria eres tú», escribió «desmiento a Dios», pero tú la grabaste como «bendito Dios»…
 
La estrené en la XCW de México tal y como José Antonio la había escrito, pero los productores me advirtieron: «Acuérdate de que México es muy católico», y me curé en salud, cambié la letra por «bendito Dios». Pero no creas que corregía las letras de todos mis autores; los respetaba. Sólo lo hice con Chamaco Domínguez en «Miénteme». El maestro escribió «tu amor fingido» y yo canté «mentido». Es la única vez que equivoqué la letra de una canción, porque te confieso que me equivoqué, y claro, como salió en la grabación, todo el mundo se la aprendió así.

 
¿Y tu amistad con Juan Bruno Tarraza?
 
Me acompañó al piano cuando yo tenía 7 años y él tenía 14. Y llegamos a viejos juntos. Estuve treinta años con Juan Bruno viajando el mundo, mi director querido, mi amado pianista y mi compositor, porque yo le grabé muchos de sus temas. ¿Recuerdas «Alma libre»? (canta) «Igual que un mago de oriente, con poder y ciencia rara»…

 
¿Cuándo fue la primera vez que oíste hablar de revolución?
 
En Santa Clara, en 1957. Yo inauguraba el cabaré Venecia, con Fernando Albuerne, y nos sonaron una bomba que apagó la ciudad. Tuve que cantar con velas en las mesas. Acababa de regresar de una gira de año y medio por Argentina, Chile, Brasil, Perú, Colombia. Yo no sabía que existía la Sierra Maestra, hasta esa noche.

 

¿Dónde estás cuando Fidel baja de la Sierra?
 
En México, haciendo una película con María Antonieta Pons. Lo único que se me ocurrió decir fue: ¡bajó el loco! Conocía bien a ese pandillero que estuvo diez años para graduarse de abogado, un vanidoso que vivía para los aplausos, más artista que nosotros los artistas. Pero me arriesgué, regresé a La Habana a cuidar a mi hija, a mi madre y a mis cositas, fruto de cantar en los escenarios del mundo.

 
¿Qué propiedades tenías en la Isla?
 
Desde niña oía decir que los artistas morían en la miseria. Y cuando me tocó ser famosa tuve que cantar para glorias de mi país que terminaron pobres y enfermos. Cuidaba mis centavitos. Tenía un edificio de apartamentos en Conill y 45, en el Nuevo Vedado, inversiones en bienes y raíces en La Habana del Este y mi casa en Almendares, en 17 esquina a 50. Cuando escuché por televisión hablar de Reforma Urbana, me pregunté ¿qué será eso? Un día me citaron a unas oficinas en la rebautizada Plaza de la Revolución. Allí, mientras hacía una cola al sol, me enteré de que me iban a confiscar mis propiedades. Al miliciano que me hizo firmar aquella infamia, le dije: ¿por qué me hacen esto, si yo no se lo he robado a nadie? Con burla, me respondió: ustedes, los artistas, vivían con mucho lujo, ahora tienen que cantar sin cobrar, por respeto al pueblo. ¿Y cómo me visto y alimento a mi familia?, protesté. Y seguí protestando desde la escena. Cuando me llevaron tres veces a interrogarme al g2, comprendí que no había otra que escapar de aquel infierno.

 
¿Cómo logras irte de Cuba?
 
No fue fácil. Era demasiado popular y protestona. Salí por la gestión del presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, y su esposa, Josefina Arché. Pero los boletos en avión no se vendían en pesos cubanos. Y recibí la más hermosa prueba de amor de mis admiradores que iban a verme al show Serenata Mulata del Hotel Capri. Extendieron una enorme tela de acera a acera, despidiéndome y recogiendo monedas de 25 centavos de dólar, hasta que completaron el costo de mi pasaje a Venezuela.

 
Cuando abandonas tu país, ¿piensas que vas a volver dentro de poco?
 
¡No! Sabía lo que venía. Vi a los comunistas exiliados que regresaban por montones y a los fidelistas que los recibían en el aeropuerto con aplusos y cánticos. Y me di cuenta de que se iba a perpetuar aquel horror. Salí de Cuba llorando, con mi hija en brazos, sabiendo que no iba a regresar.

 

¿Por qué te asientas en México?
 
El maestro José Sabre Marroquín me cursó una invitación y mi amigo Emilio Azcárraga Vidaurreta me ofreció reponer en televisa El show de Olga Guillot, donde fui la anfitriona. Pasaron por mi programa Enrique Guzmán, Lola Beltrán, Marco Antonio Muñiz, todas las grandes figuras del momento. Amadriné a muchas figuras jóvenes, como José José. ¡Hay química entre México y Cuba! No olvides que en el cine mexicano triunfaron Ninón Sevilla, María Antonieta Pons, Amalia Aguilar, Rosa Carmina; que México lanzó al mundo el mambo de Pérez Prado. Pronto grabaría el larga duración Olga en México.

 
En «Bravo», de Roberto Cantoral, te vuelves agresiva, cantas a punto de matar o morir decapitada, hasta te acusan de kitsch…
 
No, yo no soy ninguna agresiva, ni kitsch; soy intérprete. Si Luis Demetrio escribe «Bravo, permíteme aplaudir, por la forma de herir mi sentimiento», lo canto con fuerza, porque yo soy una actriz que canta. ¿Se te olvidó mi interpretación de «voy a mojarme los labios con agua bendita»? La canto como si estuviera discutiendo. Cómo crees que pueda cantar «Bravo, permíteme aplaudir por la forma de herir mi sentimiento», y poner cara de tonadita de la Nueva Trova. Sería no tener sangre en mis venas.

 

Por la época en que cantas «Me muero, me muero», de Lolita de la Colina, se habla del arte nervioso, te ponían de ejemplo a ti y a Lola Flores…
 
¿Por qué metes a otros artistas en mi entrevista? Por suerte me preguntas por Lola, mi gran amiga. Nos admirábamos. Teníamos un estilo parecido. Ella en gitano y yo en bolero, y la gente nos concebía como lo que fuimos, hermanas. Nunca trabajé con Lola. La única temporada que hice con otra artista fue con Sarita Montiel, en Madrid, se llamó Nostalgia. Seis meses a teatro lleno con la señora Celia Gámez.

 
¿Tuviste amistad con José Alfredo Jiménez?
 
¡Niño, yo soy Olga Guillot! Todas las figuras artísticas nos conocemos. Tú no sabes que los artistas somos como un partido político. Además, yo no soy ranchera. Le canté varias rancheras bolereadas a Lico, pero en mi estilo. Cómo aquella que dice «Amanecí otra vez entre tus brazos y desperté llorando de alegría»... Y déjate de mortificarme, estás como uno que recién vino de Cuba, que me preguntó si yo conocía a Benny Moré. Ese muchacho no tiene por qué saber que hice temporadas enteras con el Benny, que grabamos a dúo, que nos adorábamos. Pero tú si sabes quién es Olga Guillot.

 
¿Te aplaudes cada vez que te miras al espejo?
 
Un día, una señora me dijo: «tú no me gustas», y yo le respondí: «yo no tengo la culpa, yo canto para que todo el mundo sea feliz, y si no te gusto, no compres mis discos, cambia de canal cuando aparezca en televisión, apaga la radio, pero no me lo digas en mi cara, que yo no me meto contigo». ¿Te respondí? Y sin modestia, yo siempre luché para triunfar y que me aplaudieran.

 
¿Qué les dirías a los artistas jóvenes?
 
Que defiendan la calidad de su música, que no se dejen arrastrar por lo comercial, por el dinero fácil. Deben respetar al público que compra sus discos, que les da todo lo que tienen, hacer de su carrera un sacerdocio.

 
Cuando recibiste en Las Vegas el Premio a la Excelencia Musical de la Academia Latina de la Grabación, dijiste que «la música fue el apostolado de tu vida».
 
Y sigue siéndolo. He antepuesto muchas cosas por el arte. «Total, si no tengo tus besos, no me muero por eso, ya yo estoy cansada de tanto besar»… Como ves, he vivido en carne propia mis boleros.

 
Has tenido cinco maridos. ¿No te soportaron?
 
No digas maridos, por favor, suena muy feo. Me casé cinco veces, tuve cinco esposos, muy preparados e inteligentes, intelectuales, pero los señores no aguantaron. Ningún hombre acepta que su mujer esté por encima de él. Cuando veían que no podían competir conmigo, porque ganaba tres veces más que ellos y era mil veces más famosa, empezaba el desastre. Por eso, mi carrera ha sido mi esposo y mi amante.

 
Ahora que estás retirada del escenario, ¿no te aburres?
 
¡Un momento! Estoy semirretirada. Escríbelo así, mi’jo. Las noches de glamour de los teatros y cabarés de mi juventud las tuve que terminar. Hay cierta edad en que ya una tiene que parar, decir ¡hasta aquí! Ya no puedo hacer largas temporadas en teatros ni viajar el mundo como antes. Sólo doy algunos conciertos para que no me olviden.

 
¿Dónde resides actualmente?
 
Seis meses en México y seis en Miami. Soy agradecida, México me ha dado mucho. Pero el que no quiere a su tierra, no quiere a nadie, y como no tengo mi isla, tengo que venir a cada rato a Miami a comer arroz congrí y empaparme del sabor de los cubanos.

 
En Cuba, antes de la Revolución, se podía caminar la Isla oyendo tus boleros, pero hoy, generaciones de cubanos no te han escuchado…
 
No me conocen porque el sistema comunista me borró. No sólo a mí, sino a muchos de los artistas que tomamos el camino del exilio, como también apagó a otros que se quedaron en la Isla. Y es muy triste, tú escuchas en la radio de Buenos Aires a Carlos Gardel y a Libertad Lamarque, ves sus discos en las vidrieras, hasta los más jovencitos cantan sus tangos. Pero en Cuba silenciaron mis boleros, quemaron mis programas de radio y televisión, mis recortes de prensa. Como si Olga Guillot no hubiera existido nunca.

 
Desde el inicio, el gobierno revolucionario acusó al bolero de pesimista…
 
Si lo sabré yo. Retiraron mis discos de las vitrolas por apestados. Pero ahora los están pasando en los hoteles a donde van los turistas. Los mexicanos que vienen de Cuba me dicen que mis discos los venden en las tiendas de los hoteles. ¡Es una burla!

 
En tu casa, ¿qué música escuchas?
 
Lírica, como mi madre. Soy una cantante operática frustrada. No pude cantar ópera, ni operetas, ni zarzuelas, porque en el grupo donde empecé a dar clases de canto, con la soprano Hortensia Coalla, yo era la más mala. Pero hoy, entre Carmen y Traviata, ¡no te rías!, me encanta escuchar a Olguita Guillot.

 
Creaste un estilo, te imitan…
 
No he enseñado a nadie, mi estilo caminó solo y los artistas jóvenes aprendieron algo. Todos aprendemos de todos. Yo siempre quise ser Rita Montaner, la más grande que ha dado Cuba. Cada uno busca sus ídolos.

 
¿Qué es lo mejor que te ha sucedido?
 
Estar viva todavía.

 
¿Crees que tus boleros te sobrevivirán?
 
Como dice Manzanero: «aprendí que puedo irme mañana mismo de este mundo»… Tendría que acabarse el amor para que mis boleros desaparezcan. Un nuevo arreglo, una nueva orquestación y estarán listos para provocar las caricias. ¿Y cómo vamos a terminar esta entrevista? (Olga vuelve a tomar la batuta). Ya sé, déjame a mí… espero que me recuerden como la mujer que le cantó al amor. Pero espera, no me mates todavía. Mira estas piernas de más de ochenta años. ¡Estoy entera!… ¡Hay Olga Guillot para rato!

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