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Involución, Fraude, Desarrollo

El Síndrome del Impostor

Ha crecido en Cuba un individuo-fraude para quien todo se lo debe a la Involución

No, este trabajo no trata de discurrir sobre los impostores cubanos, tan frecuentes en nuestra historia pasada y reciente, y que en esta última han alcanzado, al decir de Lezama, su definición mejor en base a lealtades y pequeñeces humanas. Tampoco sobre la impostura de mentir a diario conociendo la verdad de las cosas, de profetizar un buen futuro sin cambiar el mal presente, de arrogarse el derecho de hablar por todos cuando no han sido elegidos por nadie.

El Síndrome del Impostor no aparece en ninguna clasificación clínica. Pero en los corrillos de la salud mental hace muchos años se habla una y otra vez de aquellas personas que se sienten “fraudes”, y por mucho que hagan, no logran superar la sensación de que no merecen lo que tienen. El concepto fue utilizado por primera vez por dos psicólogas, Suzana Imes y Rose Clance en los años setenta[i] para designar a individuos que, a pesar de ser exitosos, internamente creían que no lo eran, o simplemente que sus victorias se debían a otros.

Estudios empíricos han señalado que el Síndrome del Impostor puede tener su origen en la temprana infancia, allí donde la familia puede ser muy controladora y sobreprotectora, impidiendo que los chicos desarrollen habilidades y aptitudes por ellos mismos. Tales estilos de crianza generan individuos inmaduros, que viven en la fantasía más que en la realidad, con escalas de valores muy centradas en el disfrute inmediato y una sensación de inseguridad-irresponsabilidad que los hace sentirse incomodos con ellos mismos.

¿Hemos padecido los cubanos de un Síndrome del Impostor, una suerte de baja autoestima social? ¿Más de medio siglo de autoritarismo —equivalente a sobreprotección— nos ha hecho sentirnos “fraudes” cuando triunfamos? ¿Se lo debemos todo a la Involución, al Difunto, al Designado? ¿Luchamos contra el fantasma del no-me-lo-merezco al tener casa propia, auto, un trabajo bien remunerado, tomar un avión y viajar sin que se forme una “crisis en los cielos”?

Permítanme una anécdota personal, como imagino hay muchas. Fue mi primera entrevista de trabajo. En el salón había por lo menos 30 personas y solo ofertaban dos plazas. Los reclutadores eran dos, una mujer y un hombre, ambos cubanos, pero el hombre llevaba mucho tiempo acá. A la clásica pregunta de por qué tendrían que elegirme a mí y no a cualquiera de los otros 29, quien escribe respondió con la clásica “usted tiene razón, los compañeros que hay allá afuera pueden ser tan valiosos y experimentados como yo”.

La mujer, que había leído mi currículo, y me conocía desde Cuba, me llevó afuera; explicó que en esta sociedad, como dijera Marx, somos una “mercancía”. Tienes que “venderte”, dijo, decir lo que sabes hacer, tu experiencia, que es tuya y de nadie más. Agregó que iba a parecerme egoísta, pero en una nación competitiva y exitosa, se escoge al mejor, a quien sabe resolver problemas, no a quien tiene méritos políticos o “integralidad”. Por supuesto, entré al salón y disparé al hombre decenas de años de experiencia y hasta algún chiste para aflojar la tensión. Regresé a casa, y en menos de una hora llamaron para decirme que el trabajo era mío.

Creo que el Síndrome del Impostor social comenzó en Cuba cuando el Difunto empequeñeció al pueblo de la Isla con el discurso de que éramos una nación subdesarrollada, neocolonial, iletrada e inculta. Estar de traje y corbata era un insulto, era el disfraz del siquitrillado —como bien aparece en ese clásico que es Memorias del Subdesarrollo. Se impuso la palabra compañero sobre la de señor, y el nosotros contra el yo, porque todos éramos iguales, aunque según Rebelión en la Granja, había unos más iguales que otros. Para dirigir una empresa, un proyecto, ocupar un cargo de importancia debes, primero que todo, ser leal a quien está en el Poder, no importa si lo escogen, lo designan, o no tiene domicilio fijo.

De esa manera ha crecido en Cuba un individuo-fraude para quien todo se lo debe a la Involución. Antes del proceso involucionario, y según el dictum comunista, solo los ricos podían estudiar en la Universidad —no explican por qué había médicos, abogados, ingenieros negros, pobres—; no habían médicos ni hospitales suficientes —las estadísticas de salud de Cuba eran comparables con las mejores de Latinoamérica—; la cultura y el deporte eran cosas de elites —¿no existieron campeones mundiales y artistas de renombre nacidos en campos y ciudadelas?—. La Involución, ciertamente, amplificó la potencialidad de un país que, por diversas razones, parecía destinado a estar a la cabeza del continente en muchas de las áreas señaladas.

Como un lastre mental ha quedado en muchos la idea —y sigue martillándose sobre ella— de que solo con la Involución hubiera sido posible algunos “logros” que se desinflan; hoy muchos de tales “avances” no hay quien los infle pues no hay suficiente aire dolarizado. El Síndrome del Impostor explicaría, además, por qué ciertos compatriotas en el exilio viajan a la Isla sin tener familiares cercanos. Es como si debieran algo a alguien; cargan “gusanos” a reventar para quienes aún los consideran gusanos. La frase de ese ese viajero acomplejado y nostálgico de patadas en la espalda inferior es “gracias a Fidel y a la Revolución es que vivimos en Miami”.

También habría que ver el efecto circular del Síndrome y el papel del “sanador”. El Difunto lo tuvo bien claro: vengan a mí, entreguen cuerpo y sobre todo alma, y serán profesionales, cultos, daré alfabetización, empleo, no habrá que pagar renta, salud, educación. Y ese es el individuo que llega a una sociedad donde todo cuesta, y que durante un buen tiempo no es dueño de sus complejos. No hay Partido, ni sindicato, ni CDR que diga lo que tiene que hacer. El alma regresa al cuerpo que la contiene… y de donde nunca debió salir.

El “impostor” duda de sí mismo, de su capacidad para reinventarse, de venderse; compra un automóvil y cree que no “le toca”, reserva en un hotel “a pesar de ser cubano” y saca un pasaje de avión con temor a chocar con otro avión en el cielo. En tanto, trabaja como un condenado no solo por ganar más dinero, sino porque siempre parece poco, no cumplirá las expectativas de la familia, de sus amigos; nunca podrá aprender el idioma, y al inicio, y no en pocos casos, que lo mejor hubiera sido quedarse en Cuba.

Por suerte, el Síndrome dura poco en esta tierra. Se cura rápido y de manera natural —porque lo natural es esto, no lo otro—. Muy pronto el “hombre-fraude” comienza a reconocerse en sus habilidades, y cuestiona certezas aprendidas. Las experiencias de otros, aunque pocas veces se siguen, sirven para aceptar que es un proceso de reaprendizaje, un “rehab” lento y doloroso. Imprescindible. No se debe nada a nadie. O se lo debe todo a uno mismo; a lo que cada cual sea capaz de hacer, sin sofoco, paso a paso.

La “gratuidad” es una invención del socialismo. Su objetivo es muy claro: el control. Por cierto, he leído un meme que en pocas palabras encierra una verdad como un templo: “El socialismo es como una trampa para ratones… funciona porque el ratón no entiende por qué el queso es gratis”.


[i] The Imposter Phenomenon in High Achieving Women: Dynamics and Therapeutic Intervention Pauline Rose Clance & Suzanne Imes Psychotherapy Theory, Research and Practice Volume 15, #3, Fall 1978.

© cubaencuentro

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