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Represión profiláctica (II)

Segunda y última parte de este trabajo

Es importante señalar que el sistema represivo profiláctico logrará aislar al individuo peligroso en la mayoría de los casos al simplemente señalarle a la sociedad la actitud contestataria, que ella por sí misma no consigue identificar como tal. O sea, que aquí habrá también rechazo de la sociedad, a determinada actitud, pero ese rechazo no es en esencia espontáneo, sino que solo se da cuando la minoría gobernante a través de su sistema de vigilancia y control le señala a la mayoría su objeto. Una mayoría que, por supuesto, tiene que haber aceptado antes que la minoría es quien sabe qué es lo correcto, o lo mejor, para una sociedad con un destino claro, como es siempre la sociedad totalitaria.

Por tanto, los mecanismos de control son los mismos en la democracia que en la sociedad totalitaria perfecta, y no son otros que la autocensura y la presión social; con como única diferencia el carácter no espontáneo de esta última. En los individuos existe una fuerte tendencia a respetar las ideas y comportamientos generales y estandarizados, a autocensurarse, tanto en una sociedad gobernada por una minoría a nombre de la mayoría, como en una verdaderamente gobernada por la mayoría. La diferencia aparece cuando el individuo contestatario da muestras de estar dispuesto a superar la barrera de la autocensura; la cual, por cierto, tiende a ser un obstáculo imponente, y casi infranqueable, en una sociedad totalitaria en que los individuos hayan sido aislados de manera efectiva del contacto con universos ideológicos externos, o previos[i]. Es solo cuando el individuo consigue elevarse sobre la autocensura que el mecanismo de contención del disenso pasa a manos de ese sistema de vigilancia y control que la minoría en el poder se ha visto precisada a crear. Mas incluso a este nuevo nivel el sistema de vigilancia y control totalitario lo que persigue es generar el rechazo de la comunidad ante el individuo contestario, hacer que sea la propia sociedad, y no los agentes propiamente dichos, quienes lo aíslen efectivamente del resto de la comunidad.

Definitivamente en la sociedad totalitaria no se puede confiar en que, superada la autocensura, la presión social se haga cargo de manera espontánea, como en la democracia: debe crearse esa presión, o más bien debe señalársele a la sociedad la oportunidad de crearla. La razón esencial de por qué la minoría no puede darse el lujo de esperar la respuesta espontánea de la mayoría, está en que como no defiende en sí los intereses de la mayoría, sino los suyos, a nombre de la mayoría, no puede arriesgarse a que se dé el caso de que el citado individuo contestatario cree una interpretación de la realidad coherente, un nuevo discurso, no ya una simple puesta en cuestionamiento de detalles. Un nuevo discurso, una nueva ideología, más atractiva y reconfortante para la mayoría, que empiece por hacerla consciente de que la minoría no necesariamente gobierna para ella, y termine por ponerla en su contra.

En todo caso los comportamientos para atender a los cuales se crean en la sociedad totalitaria los sistemas represivos profilácticos, suelen ser de una sutileza tal que la opinión general no llega a percibirlos como una amenaza sino cuando esos comportamientos ya han puesto en riesgo la posición de la minoría. Por tanto, incluso en el caso ideal de que los integrantes de la minoría alcanzaran a desprenderse de sí mismos, no solo de sus intereses individuales, sino de su particular perspectiva, y gobernara para la mayoría, desde el punto de vista de la mayoría —algo muy poco probable, o mejor, imposible—, en esa sociedad serían necesarios los citados sistemas represivos profilácticos, con su mayor capacidad de alerta temprana.

Esta urgencia por atajar el comportamiento contestatario en una sociedad en que la minoría pretende que solo cumple con el mandato de la mayoría, para que esta última no llegue a hacerse consciente de su situación real de subordinación, y se deje arrastrar por el discurso de otras minorías, es la que explica que en el sistema totalitario la represión profiláctica ocupe el lugar de la represión post-facto, de aquellos sistemas políticos en que una minoría gobierna abiertamente a su nombre, en base a alguna superioridad, real o supuesta. El sistema totalitario no puede darse el lujo de esperar a la ocurrencia y desarrollo de los hechos o actitudes que podrían marcar la pérdida de la hegemonía ideológica de la clase dirigente, ya que esos hechos y actitudes podrían poner en peligro la imagen de la sociedad totalitaria como de una democracia, en que son los intereses de la mayoría los que, supuestamente, están ante todo. De ocurrir aquellos hechos o actitudes, puede perderse esa legitimidad superior del sistema totalitario, y sobre todo, su mayor estabilidad, frente a cualquiera régimen autoritario. Por lo tanto, el sistema de vigilancia y control debe anticiparse a esos hechos, o en todo caso atenderlos en formación, antes de que logren desarrollarse, actuando siempre de manera que parezca que ha sido o la autocensura, o la presión social, quienes en realidad se ha ocupado —de ahí la insistencia de los regímenes totalitarios en las autoinculpaciones, o en los actos de repudio, popular.

3

La represión profiláctica sólo es posible porque el estado suplanta el lugar de la opinión general, y desde allí gana una perspectiva panóptica de la sociedad, fuera del alcance de cualquier formación estatal previa.

En la represión profiláctica la minoría que gobierna a nombre de la mayoría mantiene bajo vigilancia constante a toda la sociedad, para identificar a los individuos que, por cualquier razón, no muestran la necesaria disposición a ocupar el estudiado lugar que les ha sido asignado por esa minoría, a seguir las estrictas reglas del juego totalitario. La represión profiláctica llega tan lejos como hasta a perfilar psicológicamente a los individuos, para identificar a los que en determinadas circunstancias, o dada la potencial evolución de su personalidad, a medida que se envejece, sean capaces de superar el nivel de contención dado por la autocensura. A estos se los somete a una vigilancia todavía más minuciosa, y cuando se estima el individuo está a punto de convertirse en un problema concreto, se comienza por advertírsele que está por tomar un camino muy peligroso para su futuro.

El sistema represivo profiláctico se estructura de manera que esté en capacidad de darle una respuesta graduada, y en incremento, a la actividad y actitud inconforme, contestataria, opositora… Una respuesta graduada que no comienza necesariamente ante una acción en sí, y a veces ni incluso ante la asunción de una determinada actitud. Solo basta, por ejemplo, tener determinado temperamento poco social. A medida que el individuo demuestra un grado mayor de inconformidad, o lo que es lo mismo, de poner en entredicho con más fuerza el estudiado equilibrio que controla su vida en la sociedad totalitaria, más y más la vigilancia se enfocará sobre él, y mayor será el grado de represión al cual se lo someta. Primero se le hará ver al individuo, en toda su magnitud, el sistema represivo que normalmente trata de mantenerse invisible para el ciudadano común, o el observador externo a la sociedad en cuestión: se lo hará mirar, a ojo descubierto, al monstruo en toda su magnitud y esplendor. Esa primera advertencia tiene como objetivo hacerle entender al individuo que se lo vigila, que nada de lo que hace pasa desapercibido para el aparato de vigilancia. En definitiva su insignificancia ante los poderes que ha comenzado a desafiar. Hacerle comprender, con ese vistazo a la infinitud de la vigilancia frente a las limitadas posibilidades que tiene de eludirla, como su felicidad, e incluso su vida, dependen de la voluntad ya no ni tan siquiera de la minoría en el poder, sino de la de cualquier funcionario menor en los vastos engranajes de la vigilancia y el control del régimen totalitario.

Lo que sigua a continuación estará en dependencia del grado de desarrollo alcanzado por el sistema totalitario. En relación a su efectividad, o no, en controlar más y más aspectos de la vida de los ciudadanos, al individuo se lo someterá o a un estudiado programa para limitar al mínimo sus posibilidades para asegurar su sobrevivencia, mientras se trabaja alrededor suyo, para cortar sus relaciones personales y conseguir hundirlo en la soledad del paria —que puede terminar con su internamiento en un psiquiátrico, como solía ocurrir en la Unión Soviética posterior a Stalin—; o simplemente se lo mandará a prisión, a un Gulag, a un paredón de fusilamiento. Entre estos dos extremos habrá, por supuesto, una variedad de combinaciones, dadas por el citado grado de desarrollo del sistema totalitario, pero también por las circunstancias, desde atmosféricas, o internacionales, hasta del estado de ánimo de quienes deciden caso a caso dentro del engranaje represivo.

Mientras menos control, mayor será la pulsión a optar por encerrar al individuo, y a la inversa, cuando el sistema totalitario está mejor establecido y tiene un control más profundo de la mentalidad social, de la opinión general, la opción del encierro será postergada, o no será usada contra los delincuentes políticos. Así, en la sociedad soviética de finales de los años veinte, o de los treinta, cuando los individuos todavía no habían interiorizado la mayoría de las imposiciones a su conducta e ideas por la sociedad totalitaria en formación, y permanecía un alto grado de libertad en la vida privada, o incluso en las relaciones interpersonales no familiares, la primera reacción del sistema represivo era la de mandar a un campo de concentración, o la de fusilar[ii]; mientras que en la Unión Soviética de los sesenta, setenta y ochenta, en el esplendor del totalitarismo, ya no se hacía uso ni de los fusilamientos, ni de los campos de concentración, y aun el encierro en las prisiones estatales era bastante raro.

El caso de la Alemania nazi, como un totalitarismo más maduro desde su misma erección, y de hecho más cercano a una verdadera Democracia[iii] —sobre todo porque pudo explotar desde la derecha el tradicionalismo y la fobia al extraño al grupo, motivos siempre tan populares, a diferencia de la Unión Soviética, que por su pretendido izquierdismo tenía menos abiertas las puertas para hacerlo—, vemos que la tendencia a encerrar, o eliminar físicamente, es menos marcada que en su vecino del Este. En la Alemania Nazi le era mucho más difícil al individuo traicionar al grupo, por lo que el número de quienes llegaban a la siguiente etapa eran muchos menos, y por tanto tan manejables que no significaban una real amenaza para el Reich. La diferente seguridad con que se sentían las respectivas minorías, por tanto, tenía que ver no con la psicología de los personajes al frente de ella, ya que es difícil imaginar más problemas psiquiátricos en Stalin que en Hitler, sino con el grado de desarrollo alcanzado por los respectivos totalitarismos, en base a los elementos imaginarios que tomaron para formar sus ideologías, sus opiniones generales manipuladas por la élite dirigente.

En lo que respecta a un sistema totalitario en decadencia, como el castrista, ocurre exactamente al revés. Si bien en el lustro que comienza en 2010 el régimen totalitario castrista pudo darse el lujo de mantener en prisión a solo algunas de decenas de presos políticos, quizás un centenar y algo, y sus detenciones de disidentes no pasaban de algunas horas, la situación ha dado un giro de ciento ochenta grados para este 2023. Al presente mantiene a más de un millar de presos políticos, y se ha visto obligado a explicitar en las calles la represión abierta contra manifestaciones incuestionablemente populares. En sí, en el caso cubano asistimos a la rápida sustitución del régimen totalitario de 2011, todavía vital gracias al control casi completo sobre la información, por uno post-totalitario, más bien autoritario a posteriori de julio de 2021; y en consecuencia asistimos también en paralelo al reemplazo de la represión profiláctica, por una forma mixta, con mucho de la post-facto.


[i] No nos engañemos: sin un mundo externo, o anterior, con el cual conseguir un contraste para la opinión general impuesta por la minoría gobernante, los sistemas totalitarios serían enormemente estables. Al cabo de un número de años de su establecimiento, en una realidad en que solo existieran las sociedades soviética o castrista, sin un afuera social, los disidentes y las disidencias serían un fenómeno tan inusual como en las primeras sociedades agrícolas. Los sistemas totalitarios como el nacionalsocialista tienen en cambio la ventaja de que por sí mismos, al establecerse sobre el miedo al afuera, al más allá, al otro, de los ciudadanos, logran de manera espontánea un muy alto grado de aislamiento de las influencias externas.

[ii] En este sentido puede afirmarse que dentro de la misma lógica del sistema totalitario, la represión estaliniana posterior a la Guerra, al continuar echando mano de recursos ya no tan necesarios, era gratuita.

[iii] Recordemos que en Alemania es una mayoría electoral la que le entrega el poder de manera transparente a la minoría nazi; a diferencia de la Unión Soviética, en que la construcción del totalitarismo tuvo en la práctica que levantarse desde cero, ya que allí la entrega del poder de la mayoría a la minoría es menos clara. En Rusia ha sido un pequeño partido de aventureros e intelectuales que se ha hecho del poder en un contexto en que en esencia ninguna otra minoría lo quería, y en que no había una real mayoría que se apropiara de él —el campesinado es una mayoría siempre demasiado disgregada para alcanzar por sí misma el poder. Esa minoría más bien ha tenido que inventarse su propia mayoría, la cual en teoría habría de entregarles el poder.

© cubaencuentro

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