Profilaxis, Represión, Totalitarismo
Represión profiláctica (I)
Este trabajo aparece en dos partes
1
La profiláctica es un tipo de represión política que solo puede aplicarse por estados que han conseguido controlar casi cada aspecto de la vida de sus ciudadanos. O sea, es un tipo de represión propio de los estados totalitarios.
El adjetivo está tomado de la medicina que se propone prevenir la enfermedad, antes que curarla. De aquella que prefiere someter el organismo a una constante vigilancia y a una rigurosa rutina de vida, para evitar el desarrollo de la enfermedad, o para al menos detectarla en sus inicios, cuando todavía se la puede tratar sin necesidad de llegar al uso de medicamentos, sobre todo de operaciones quirúrgicas.
La medicina profiláctica, por cierto, como sistema estatal institucionalizado de salud, está también asociada a los estados totalitarios, o que andan en camino de convertirse en tales. Inmanuel Kant, a fines del siglo XVIII, llamaba a evitar “la tiranía de los médicos” en nuestras vidas[i]; lo cual hoy es más importante todavía, cuando los médicos se han convertido, en las sociedades con sistemas de salud institucionalizado, en funcionarios del estado. Que los individuos traten de evitar la enfermedad con un sistema de vida voluntariamente adoptado está muy bien, que el estado intente imponernos su control de nuestra vida, para mejorar los indicadores de salud del rebaño que pastorea, ya no.
En la represión política más habitual el estado escarmienta con quien es capturado tras ejecutar una acción, o asumir una actitud pública, las cuales amenacen la estabilidad del sistema socio-político. Su poder disuasorio, o su capacidad para desalentar en los ciudadanos, o súbditos, la comisión de determinados actos, o la asunción de ciertas actitudes públicas, está dado (1) por la capacidad del estado para identificar la infracción al marco legal político permitido, y a los comisores de la misma; (2) por la capacidad del estado para convencer al resto de la ciudadanía de que su identificación del primero con los segundos ha sido correcta, y finalmente (3) por su capacidad para castigar ejemplarmente a quienes han sido identificados como comisores de la infracción. Esta es la represión que llamaremos post-facto, porque parte de una acción cometida o de una actitud adoptada, antes de que se aplique la acción —respuesta— represiva.
La represión post-facto busca prevenir el que se realicen actos, o se asuman actitudes públicas, mediante la demostración práctica por el estado de su capacidad para reprimir cualquiera de esos actos cometidos, o actitudes asumidas. Hay, por tanto, la necesidad de la ocurrencia de acciones, o de la asunción de actitudes, cuyo castigo resulte ejemplarizante. Deben primero darse, o asumirse, las tales acciones o actitudes, para que el estado pueda encerrar a alguien, o incluso dejar algunos cadáveres en las calles, tirados en los basureros o las costas… Solo así el estado autoritario, del cual es propio este tipo de represión, podrá extremarse en el castigo, para hacer entender a la sociedad su determinación de llegar hasta donde sea necesario, y su capacidad para hacerlo.
En la represión profiláctica, en cambio, lo que se persigue es identificar a los individuos portadores de los estados de pensamiento, y aun de los temperamentos, desde los cuales se pueda concebir el ejecutar los tales actos, o asumir las tales actitudes públicas, para someter a dichos individuos a vigilancia, aislarlos socialmente, y limitar al mínimo imprescindible para su subsistencia los recursos de los cuales puedan disponer[ii]; esto último al no permitirles trabajar, o iniciar cualquier actividad económica —lo cual es viable porque el estado totalitario controla la economía del país, el empleo, o las licencias para iniciar un negocio.
La represión profiláctica es, en apariencias, y sobre todo desde la distancia del observador que está fuera de la sociedad totalitaria en cuestión, una represión más suave y benévola que la post-facto. Incluso todo lo contrario de lo que habitualmente se entiende por represión. En la realidad, sin embargo, es más fuerte, más asfixiante, que la de los regímenes autoritarios que más dependan de altos niveles de represión política para asegurar su existencia. Porque mientras mediante la post-facto el estado autoritario limita la libertad positiva, o los derechos a la participación política —pero no siempre los derechos de participación cívica—, en la profiláctica el estado totalitario, con su pretensión a dictar la vida privada, a convertirse en el intermediario obligatorio de los individuos para casi cualquier contacto entre ellos, incluso a veces al interior de la familia, limita también y sobre todo la libertad negativa[iii].
La represión profiláctica sólo es comparable a la de las sociedades más tradicionalistas, en que la opinión mayoritaria de sentido común, y el respeto a los modos de los ancestros, se han fosilizado en mandato incuestionable. Gracias a la represión profiláctica se consigue someter a absolutamente todos los miembros de la sociedad totalitaria a unos límites de vida tan estrechos como los que atenazaban al individuo en las primeras sociedades tradicionales. Con la fundamental diferencia, no obstante, de que lo que allí se conseguía de modo espontáneo, aquí se hace de un modo que mata cualquier espontaneidad.
2
En la sociedad totalitaria la auto-censura es muy importante. Con ella se educa a los individuos a no cuestionar la opinión general, que ha sido manipulada por quienes gobiernan a favor de sus fines —los cuales fines cabe sean muy altruistas, lo cual no excluye que estén terriblemente equivocados.
En la sociedad totalitaria, para evitar que los individuos puedan acceder a perspectivas externas a la única autorizada, se los aísla del contacto con opiniones extranjeras, o previas, contrastantes con la opinión general manipulada por el poder. Sin duda toda sociedad humana tiende a imponer en los individuos la idea de que oponerse a la opinión general de la tribu, a cuya pertenencia en definitiva le deben su sobrevivencia, es un crimen, pero en la sociedad totalitaria se va un poco más allá. Dichas sociedades se sostienen, además, sobre la creencia trabajada desde el poder en que el sistema socio-político se mueve hacia un futuro mejor, impulsado por fuerzas —las leyes dialécticas, o la selección natural de la raza o nación más fuerte— que están más allá de la voluntad individual, y que por lo tanto con su actitud crítica lo que un individuo consigue es entorpecer, retrasar, el esplendoroso porvenir compartido. Consecuentemente, en ellas los individuos evitan de manera voluntaria todo pensamiento que pueda ir en contra de la creencia general, ya que hacerlo es un crimen no solo contra el presente de todos, o de sí mismo, sino contra el futuro común.
No obstante, la represión en los sistemas totalitarios no queda en la autocensura aplicada por el individuo a sí mismo, para no traicionar a la opinión general, común, de esa tribu dentro de la cual habita. Si así fuera habría que considerar a los tales sistemas democracias, o sistemas políticos gobernados por las mayorías[iv], en los cuales es solo el peso de la opinión general, mediante la presión social, quien mantiene el control. En los sistemas políticos totalitarios no es la mayoría quien gobierna, sino que ya se ha dado el paso por el cual la mayoría ha cedido el poder a una minoría, que gobierna a su nombre. Por tanto, aquí no es una opinión general espontáneamente establecida quien controla a los individuos, mediante la presión social, sino una opinión general manipulada por la élite dirigente, a su favor. La espontaneidad del control total en toda sociedad gobernada por la mayoría se desvanece en esta otra en que se gobierna a nombre de la mayoría, pero no por la mayoría. Lo cual obliga a la minoría en el poder a crear un sistema de vigilancia y control más allá de los mecanismos espontáneos por los cuales la opinión general logra imponerse en la democracia.
No obstante, la minoría que ha creado ese sistema, interesada en que la sociedad continúe pasando por una democracia, por un gobierno “popular” de la mayoría, tratará de que sus acciones represivas sean interpretadas como autocensura, o como presión social, por los gobernados, pero también por los observadores externos. Es ello vital, porque el régimen totalitario siempre se presenta a sí mismo como gobierno de la mayoría, por la mayoría, y para la mayoría, y su principal énfasis legitimador está en se lo distinga, y distancie, de los regímenes en que gobierna alguna minoría privilegiada. Para entender cómo lo logran, es necesario primero comprender los mecanismos de control y mantenimiento del orden en las democracias.
Partamos de que en las democracias, donde gobierna la mayoría, la tendencia presente en mayor o menor medida en todos los individuos, a no coincidir exactamente con la opinión general, es controlada por la enorme presión de esta última sobre la sociedad. Esto ocurre de la siguiente manera: los humanos, en los cuales la imitación es tan importante, tendemos a repetir el comportamiento a nuestro alrededor, o a sostener las ideas admitidas, y nos es muy difícil romper con ese comportamiento, o esas ideas. Esta dificultad aumenta, a medida que la sociedad articula un sistema de actitudes, e ideas, cada vez más complejo e interrelacionado alrededor del individuo. Puede quizás constatarse la inadecuación con la realidad de una de esas ideas que conforman la opinión general, pero ello, de ser consistente, implicaría desestimar un ingente número de otras ideas relacionadas en un cuerpo coherente, que parecen explicarlo todo tan bien, y que por demás nos dan una importante sensación de seguridad y control. Como realmente escasísimos individuos están dispuestos a asumir ese salto al vacío, y como por demás al hacerlo el rupturista se arriesga a poner en su contra el miedo de la muchedumbre, el miedo a que se les remueva el seguro suelo ideológico sobre el que habitan, en la aplastante mayoría de las situaciones quien note la inadecuación preferirá mirar a otra parte, y pasar de largo ante el error.
Finalmente, más temprano que tarde, incluso en los individuos más sensibles y atrevidos, esta dinámica atrofiará la capacidad de notar las inadecuaciones entre las ideas del común, o las actitudes establecidas, y la realidad. La opinión general habrá llegado, de manera espontánea, y democrática, a su máximo grado de osificación como dogma incuestionable.
Así, el intento rupturista en la democracia, si logra superar a la autocensura en la mente del individuo, no tarda en ser “reprimido” por la opinión general, por el sentido común y los miedos de la mayoría a que se les escamotee el seguro suelo ideológico sobre el cual medra la sociedad democrática. Se llega incluso al linchamiento, cuando la opinión general se siente amenazada en su existencia por la actitud contestataria. Aunque normalmente lo que sucede es que el portador de la actitud contestataria es aislado por la sociedad, y convertido en un paria. Alguien que señala en una dirección problemática, y por lo tanto a quien lo mejor es no prestarle atención, o en todo caso a quien lo más conveniente es convertirlo en objeto de burla —por aquello de que el modo más eficiente de desprendernos del miedo consiste en reírnos de su causa, o de su causante.
El sistema represivo de la sociedad totalitaria, donde una minoría gobierna a nombre de la mayoría, imita el mecanismo descrito, al enfrentar a ese amplio campo de actitudes y temperamentos que no se avienen a respetar al comportamiento estandarizado, a la opinión mayoritaria —en este caso la opinión de la mayoría manipulada por la minoría—, como algo más allá de todo cuestionamiento. La represión totalitaria imita los mecanismos de presión social, mediante los cuales la democracia enfrenta al comportamiento y la opinión contestatarios.
A diferencia de la represión post-facto, que busca aterrar al individuo mediante la demostración por el régimen autoritario de su capacidad para responder a cualquier actitud o acción que considere peligrosos para su estabilidad, la represión totalitaria apelará en primera instancia a la autocensura del individuo, a hacerle ver que su actitud, o accionar, van contra lo correcto, y sobre todo, contra lo que todos a su alrededor consideran lo correcto. A continuación, si la autocensura no funciona, la sociedad totalitaria perfecta, más que encarcelar o matar, preferirá aislar socialmente y convertir en un paria al individuo contestatario —aunque en el día a día de los regímenes totalitario reales, cuando se sienten débiles, no tienen escrúpulos en echar mano de la eliminación física[v].
[i] Inmanuel Kant. ¿Qué es la Ilustración? Traducción Eugenio Ímaz.
[ii] Lo que se persigue no es matar de hambre al individuo problemático: solo (1) privarlo de los recursos necesarios para la acción política, o en todo caso para mantener una actitud política atractiva a quienes lo rodean, y (2) escarmentar al resto de la sociedad sobre lo que le sucede a quien se atreve a desafiar el orden establecido. De lo segundo se entiende por qué en la represión profiláctica es más deseable mantener vivo, y en medio de la sociedad, al problemático, que encerrado o muerto: aquí se disuade no tanto con lo que te podría suceder de actuar, o asumir esta actitud, sino con la evidencia cotidiana de la inutilidad de toda acción o actitud que intente poner en movimiento a la sociedad.
[iii] Para una comprender de que hablamos al hablar de libertad negativa, y libertad positiva, recomendamos Two Concepts of Liberty, en Isaiah Berlin, Four Essays on Liberty, Oxford University Press, 1969.
[iv] Aquí nos atenemos a la definición de Aristóteles en su Política de la Democracia: sistema político en que es la mayoría quien gobierna. Para nosotros dictaduras de la opinión general. Sistemas políticos tan desaconsejables éticamente, como contrarios a la eficacia adaptativa de la sociedad en cuestión a su medio, y los cambios de este. En definitiva las sociedades totalitarias no son otra cosa que sistemas socio-políticos en que las élites han aprendido a poner a su servicio el poder de control de la opinión general.
[v] Pero tratando de hacer pasar la ejecución por un linchamiento, solo que llevado adelante de manera aséptica, sin la crueldad propia de la ejecución popular.
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