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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Víctimas de la hoz y el verde olivo

El Servicio Militar Obligatorio: Rancheadores y cimarrones en pleno siglo XXI.

Si el cimarronaje del siglo XIX cubano devolvió en parte la dignidad y la esperanza a un grupo numerosos de esclavos africanos, en la centuria que le siguió, desde los años sesenta con más exactitud, la desobediencia ante el Servicio Militar Obligatorio (SMO) significó una toma de conciencia ante la tergiversada concepción de la defensa de la patria que han impuesto los ideólogos del socialismo tropical.

Desde el mismo primer llamado al SMO, hubo jóvenes que se escaparon de los campamentos militares, las guarniciones que no guardaban nada, e incluso, de las grandes unidades de combate.

Un país que comenzó a autoubicarse al borde de todas las muertes posibles, y para ello utilizaba a los jóvenes como punta de lanza, halló enseguida una resistencia tenaz ante sus excesivas demandas de patrioterismo innecesario y absurdas definiciones de heroísmo.

La utilización de los jóvenes reclutas en formas de producción cercanas al trabajo esclavo, control extremo de la vida cotidiana de las unidades militares, sumado a la férrea disciplina, copiada al calco de los entonces paradigmáticos asesores soviéticos, dieron como resultado una fuga en masa de los recién ingresados al servicio militar.

Según testimonios, en los primeros años eran los mismos oficiales quienes buscaban a sus "fugados", pero pronto comenzó a hacer falta personal especializado en la tarea, además del inconveniente de enviar oficiales en "comisión de servicio" de un rincón a otro de la Isla. Era una cuestión de logística: subutilizar un personal a favor de un problema que no tenía ya remedio.

Luego, en cada uno de los tres ejércitos (Occidental, Central y Oriental), se formaron destacamentos especializados en Búsqueda y Captura, un remedo del rancheador pro esclavista del siglo XIX. Estos pequeños escuadrones se movían con una impunidad tal por todo el país, que sólo era comparable con la anuencia que han tenido siempre los órganos de la Seguridad del Estado.

¿Mejores condiciones ahora?

Entrados los años ochenta se formaron las Unidades de Prevención, donde sus miembros son conocidos con el mote de "boina roja" o "cabeza de aura", en alusión al color de esa prenda militar. Con la institución de estas unidades surgen además los patrullajes por las ciudades, se haría cotidiano ver parejas de estos uniformados en busca de algún atrevido recluta en una fiesta o evento deportivo. También se ocupan de la disciplina en el uso del uniforme o la correcta utilización de las armas, mochilas y otros enseres propios de la vida en campaña.

Esta es una cuestión propicia a la investigación histórica de que hablaba al principio. ¿En realidad, regresaron a sus respectivas unidades militares todos los que renegaron y se escaparon de ellas? Está por contabilizarse la cantidad de hombres que cambió su identidad y domicilio, y rehicieron su vida en otras regiones e incluso, los que abandonaron el país.

Fueron escandalosos los casos en que, persiguiendo a un recluta fugado, abrieron fuego y le dieron muerte al evadido, o quedó mutilado para siempre. Ahí están los nombres, los familiares y amigos para contarlo. Eran tiempos en que tenían permiso para tirar a matar si "hacían resistencia" o se daban a la fuga. Con el pasar de los años, sólo los oficiales de la Contrainteligencia Militar (CIM) eran autorizados a disparar, de ahí que cuando las unidades de prevención no daban con los desertores en un período de tiempo establecido, éstas pasaban los nombres a las unidades de Búsqueda y Captura.

El desertor, ese cimarrón contemporáneo, huía y huye del rigor castrense, del trabajo forzado en los planes productivos del Ejército, los largos meses sin pase oficial, la nula estimulación espiritual y la enorme falta de condiciones de vida.

En la última década puede haber disminuido la cantidad de desertores del Ejército. Esto se debe, en parte, a la rebaja del período de servicio de tres a dos años, alguna soltura en la disciplina, la entrada cada vez mayor de un número de oficiales con apenas veinte años, lo que supone otra visión del mundo en que vive el país; también se suman otras condiciones de vida en las unidades a donde son enviados. Todo esto se une a que los pases oficiales son un tanto más extensos, se introdujeron las vacaciones y los soldados son ubicados en lugares relativamente cercanos a sus zonas de procedencia.

En los años sesenta y setenta era casi natural que enviaran a los jóvenes a cortar caña, una labor que se aprecia como la más fatigosa de cuantas existen en Cuba. Ahora no sucede exactamente así, aunque hay unidades ubicadas directamente en la producción, como el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), adonde van principalmente aquellos jóvenes que residen en las zonas rurales, y el pago es mucho mayor que décadas atrás.

Pero, ¿por qué siguen desertando los reclutas? ¿Es sólo una cuestión de ímpetu juvenil, inexperiencia o "una muchachada más"? ¿Han mejorado sustancialmente las condiciones de vida en el Ejército?

Con un poco de dinero

Muchos de los que hoy escapan, lo hacen definitivamente. Para ello aprovechan las ventajas de los medios con que cuentan en la vida militar: lo hacen hacia Miami, aprovechando botes y lanchas a su alcance. Por otra parte, desde inicio de los años noventa, han cerrado las Unidades Disciplinarias Militares, donde los recluidos (no sólo soldados, sino sargentos y oficiales que cometían otros "delitos") eran expuestos a castigos que en muchas ocasiones los ponían al borde de la muerte.

Las mismas fueron transformadas en unidades de otro tipo, o desaparecieron, como sucedió con la conocida como "Cuba Sí", hoy convertida en cárcel de máxima seguridad en la oriental provincia de Holguín, o la de San Ramón, en Granma.

El cimarrón contemporáneo tiene ante sí casi dos únicas opciones: o escapar de la Isla o cambiar de identidad, algo que ya no resulta imposible con un poco de dinero a mano. El cimarrón de hoy tiene menos salida ante la férrea vigilancia puesta a disposición de la maquinaria represiva del poder, ya que la primera exigencia en Cuba para solicitar empleo, ingreso a la Universidad u otro tipo de estudios, es el certificado de "Desmovilización del Servicio Militar Obligatorio".

Para ello, los jóvenes, o pasan el SMO al no tener más remedio, o intentan comprar la "Baja de Servicio" (cosa que se logra sin excesiva dificultad) por medio de prescripción facultativa o por disposición del Comité Militar.

El rancheador castrense ha visto reducida su actividad de persecución ante los nuevos tiempos, sus perseguidos han afilado sus maneras de operar en la vida pública, y en el desinterés ciudadano y la corrupción administrativa tiene dos enemigos mortales, como también puede haber mermado el ejército de delatores que lo acompañó años atrás.

Así intentan salir a flote, desertor y persecutor, cimarrón y rancheador cubanos del siglo XXI, protagonistas todavía de un episodio de dolor y vergüenza en la historia nacional.

© cubaencuentro

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