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Actualizado: 18/06/2024 0:16

Opinión

La celebración de Jellaby

Fiesta en Miami y movilización de turbas en La Habana: La cultura democrática tiene un largo trecho por andar.

Al estudiar la Revolución Rusa, el historiador británico E. H. Carr advertía: "El peligro no es que tendamos un velo sobre las enormes manchas en la historia de la Revolución, sobre su costo en términos de sufrimiento humano, sobre los crímenes cometidos en su nombre. El peligro mayor es la tentación a olvidar todo de una vez y pasar en silencio sobre sus inmensos logros". Esa advertencia es aplicable al legado que Fidel Castro dejará a sus sucesores. Desde una perspectiva democrática, el análisis de la figura de Fidel Castro en nuestra historia debe ser —como propuso el escritor nicaragüense Sergio Ramírez—"sin apasionamientos".

Para no hacer a la revolución lo que ésta hizo a la república, es necesario ponderar tanto lo que Cuba ha alcanzado como lo que falta por lograr. Fidel Castro ha sido gestor central tanto de los logros modernizadores de la revolución en el plano socioeconómico como de las políticas regresivas que su gobierno adquirió al adoptar el sistema comunista.

Para poner un ejemplo, la revolución desarrolló un extraordinario capital humano al dar acceso a la educación hasta al más pobre. Ese es un importante activo para el desarrollo económico y la democracia. A la vez, la censura comunista ha sido obstáculo mayor al crecimiento económico y las libertades cívicas. Según la UNESCO, Cuba tiene los mejores indicadores de educación de América Latina. Según el Banco Mundial, Cuba tiene la más baja tasa de acceso a Internet (13 por cada 1000) en la región.

Construir la tercera república cubana desde la moderación demanda asumir esa complejidad histórica como punto de partida. El mejor mensaje para el actual momento cubano es el lema positivista de la bandera de Brasil, "orden y progreso". En consecuencia, se necesita: 1) Promover gradualmente las libertades civiles de viaje, expresión y asociación negadas por el actual sistema unipartidista; 2) Desarrollar un Estado de bienestar general sostenible a partir de una apertura al mercado que preserve las conquistas revolucionarias de acceso generalizado a la salud y la educación; 3) Preservar el derecho de los cubanos a decidir su destino político sin injerencias de ningún gobierno extranjero.

¿Puede funcionar tal proyecto? Sorprendentemente ha funcionado muy bien en la Europa del Este y Asia, donde modelos evolutivos generaron los mejores sistemas de transición democrática. Hungría, donde las reformas de Kadar comenzaron gradualmente desde 1968, tiene hoy, bajo gobierno del partido socialista, los mejores indicadores sociales y económicos de la región.

Las condiciones previas

En la misma Cuba, los mayores avances de libertad se alcanzaron con estrategias gradualistas. Las comunidades religiosas trabajaron desde dentro del sistema, abriendo fisuras en la ideología oficial y forzando políticas más tolerantes desde el diálogo.

Mucho tiempo atrás, Seymour Martin Lipset demostró que los procesos de modernización política ganan viabilidad si ocurren en secuencia, sin amontonar tareas históricas en un mismo período. La apertura soviética a finales de los ochenta, cuando se trató de hacer todo a la vez, es el ejemplo perfecto de lo que no debe hacerse. Desde esa perspectiva, conviene preguntarse: ¿Cuál es la estrategia óptima de liberalización desde las condiciones específicas de Cuba? ¿Existen prerrequisitos o condiciones necesarias previas para desarrollar un sistema democrático en Cuba? Si existen, ¿cuáles son? ¿Cuáles entre ellos son imprescindibles?

Fareed Zakaria señala que las dos precondiciones más asociadas a la consolidación democrática son la existencia de un crecimiento económico sostenido con orientación al mercado y el desarrollo de un Estado de derecho. Como China muestra, los cambios económicos desarrollan espacios independientes del control estatal que introducen elementos de democracia.

Simultáneamente con un ascenso en el nivel de vida de la población, las reformas de mercado desarrollan un incipiente Estado "por derecho" en las transacciones económicas que se expande a otras áreas de la vida social. Una mayor inserción en el mercado mundial requiere un mayor acceso a las modernas técnicas de comunicación, más contacto con el exterior y un Estado más eficiente.

En ese sentido, la Ley Helms-Burton tiene todo al revés. Las elecciones tienden a ser históricamente la conclusión de los procesos modernizadores exitosos, no su preámbulo. Jack Zinder, de la Universidad de Columbia, ha demostrado que celebrar elecciones prematuras ha abortado numerosos procesos de liberalización, creando caos político, violencia y espacios para la corrupción y la demagogia. Aunque ninguna democratización es completa sin elecciones competitivas, no hay evidencia de que la celebración de elecciones sea precondición al inicio de procesos de liberalización.

La premisa de que resolver problemas de propiedades nacionalizadas es condición necesaria para el desarrollo de una economía de mercado o una democracia, es simplemente ideología sin evidencia que la sustente. China y Vietnam tienen las mayores tasas de crecimiento del mundo sin haber efectuado compensación o restitución alguna.

Por décadas después de sus dos conflictos civiles más importantes, la guerra de independencia y la guerra civil, Estados Unidos creció aceleradamente. Los afectados por las injusticias cometidas en esos conflictos, incluidos los negros esclavos a los que prometieron una mula y varios acres, esperan todavía por la compensación. Aun cuando se dio a las víctimas legítimo reconocimiento moral, en todas las experiencias exitosas, la viabilidad económica no se condicionó a la reparación de pasadas injusticias.

En las condiciones actuales de Cuba, una apertura económica consistente es la mayor garantía de estabilidad. Tal desarrollo tendría también consecuencias significativas para la reconciliación nacional. Si el gobierno cubano abre la economía al sector privado en la pequeña y mediana propiedad, muchos exiliados contribuirían con capital a ese proceso por su interés empresarial, por su patriotismo y por la esperanza de que, en un futuro, una mayor libertad económica generará la necesaria apertura política. Nada contribuiría más a la reconciliación nacional que negocios conjuntos, viajes y convivencia entre todos los cubanos.

Es en Cuba donde se decide hoy la suerte del embargo norteamericano. Si los sectores de negocios norteamericanos percibieran reales oportunidades en la Isla, desarrollarían presiones contra el embargo que el lobby cubano de derecha no tiene fuerza para resistir. Una apertura económica, en la que los cubanos en el exilio pudieran participar, provocaría el abandono de las organizaciones de derecha exiliada por la mayoría de sus bases. Así pasó al llamado lobby de Madam Chiang Kai Shek cuando los chinos del exterior y los norteamericanos percibieron a China como "país en transición", con oportunidades de negocios y no como una amenaza.

¿Algo para celebrar?

Desde mi condición religiosa considero que los problemas de salud de cualquier ser humano no deben ser motivo de celebración. Cuando los israelitas celebraron que los egipcios se hundían en el Mar Rojo, Dios se enojó pues todos somos sus criaturas y se celebra siempre la vida, no la muerte. Hago la aclaración no para someter mi fe a debate (las creencias religiosas no dependen de la razón), sino porque cuestiono las celebraciones en Miami de la enfermedad de Fidel Castro desde la racionalidad política de lo que es bueno para Cuba.

"Lo que celebró la gente en Miami, y muy bien celebrado —según Emilio Ichikawa—, fue la comprobación definitiva de que Fidel Castro podía morir". La celebración fue entonces una especie de terapia colectiva contra la alucinación de que el comandante no era mortal. ¿Dónde está la racionalidad del festejo? ¿Creyeron que los baños de Elguea o San Diego tenían pociones mágicas? Contrástese tal demencia en hora crítica con el liderazgo certero de la Iglesia Católica, concentrada en defender la paz social y abogar por la reconciliación sin injerencias foráneas.

Pero tomemos con seriedad a los celebrantes y asumamos que para ellos las complicaciones de salud de Fidel Castro son señales que Cuba esta más cerca de la democracia. No necesariamente. El carisma de Fidel Castro es soporte central para el comunismo cubano en su forma actual, pero el sistema puede recomponerse sobre nuevas bases.

¿Serán esas bases más democráticas o más abiertas al mercado? Es posible e incluso probable, pero no inevitable. No es difícil imaginar situaciones en que la ausencia del carisma de Fidel conlleve a un mayor control político, acompañado o no por una reforma económica. Eso para no hablar de los enemigos de Castro que controlan la política de EE UU. Llamarlos demócratas es un chiste de mal gusto.

Si los festejos eran por la democracia, las celebraciones son por lo menos prematuras. Alfred Stepan ha explicado que los procesos de liberalización post-totalitaria se caracterizan por reducir los niveles de movilización política. ¿Será más difícil para los comunistas movilizar a sus bases con un Fidel menos activo? Sin duda. ¿Será imposible?

No recomendaría a nadie subestimar al comunismo cubano. Con Fidel o sin él, mientras se pretenda dictar desde el norte los destinos de Cuba, imponiendo la revancha contrarrevolucionaria, los comunistas seguirán movilizando el sentimiento nacionalista, el más fuerte de todos, a su favor.

Moderar las pasiones

¿Están los cubanos hoy menos polarizados? Diría que sí, pero eso nada tiene que ver con la enfermedad de Castro. El centro político no es todavía una masa crítica pero ha crecido a través de los contactos, la madurez de las nuevas generaciones y el declive de las ideologías extremistas. Aun así valdría recordar a Oscar Wilde que decía que un pesimista es un optimista informado.

Las reacciones revanchistas a la enfermedad de Fidel Castro en Miami y la movilización de las turbas revolucionarias en la Isla contra disidentes demuestran que la cultura democrática, imprescindible para estabilizar una república viable en reconciliación, tiene un largo trecho por andar.
El hecho es trágico porque los incendiarios de derecha e izquierda son gente normal en su vida cotidiana. El problema es que cuando la pasión los enciende ven a sus oponentes como terribles desalmados, sin reconocer que sus adversarios pueden ser sus propios familiares. Esa reacción pasional es parte del problema. En política, un poco de pasión energiza; en exceso se transforma en fanatismo.

Si se analizan los efectos en Cuba, y fuera de Miami, de las fiestas de la Calle Ocho habría incluso menos que celebrar. Según reportan los corresponsales internacionales de prensa, la mayoría de los cubanos en la Isla asoció los festejos a la existencia de rencores entre los exiliados. En el propio Estados Unidos, el ex presidente James Carter, consideró el alborozo inapropiado, pues "no debe celebrarse que alguien esté enfermo". El congresista Charles Rangel marcó su diferencia cuando dijo que "no es propio del pueblo estadounidense celebrar la enfermedad de otras personas".

En fin, si usted quiere asegurar que en Cuba no ocurran cambios, apoye el embargo y celebre la enfermedad de cualquier dirigente comunista. Si el propósito es hacer terapia en el exilio, no hay que limitarse a dirigentes nacionales, se podía hacer por municipios. La Comisión de la Free Cuba podría crear un fondo para parrandas como las de Remedios, en mi provincia natal. Será tremenda comparsa, pero no tiene nada que ver ni con valores humanos, ni con el mercado, ni con la democracia para Cuba. Esperemos que la catarsis sirva algunos para liberar rencores.

No hace falta saber si Fidel Castro se recuperará para concluir que la mejor contribución de EE UU a la actual situación cubana es la eliminación de las regulaciones que impiden a los exiliados visitar su país, según su conveniencia. Los dólares que pueda recibir La Habana por ese concepto son de mínima importancia, comparados con el impacto político de las visitas de los exiliados a sus familiares, amigos y antiguos compañeros de estudio.

¿Lidiar con un ingenuo?

¿Traerá Raúl reformas? Quizás. Las descripciones de Brian Latell sobre un Raúl más familiar que Fidel, mejor administrador y amigo, más propenso a reformas y hasta católico clandestino que se arrodilla ante el Papa, son alentadoras y útiles; pero poco convincentes. Raúl es el líder de una élite basada en los cuadros del Partido y las Fuerzas Armadas y hará lo conveniente para reproducir ese poder. Si Estados Unidos quiere promover reformas, más que análisis psicológicos necesita identificar los intereses de esos grupos y crear condiciones que los motiven a cambiar sus comportamientos.

A los mentecatos que suponen lidiar con un ingenuo habría que explicarles que Raúl fue el que discutió con Krushchev la instalación de los misiles de Octubre y a quien Brezhnev le informó que la URSS no iría a una guerra por Cuba. El hecho de que Raúl no aparezca frecuentemente en público, no significa que no controle la situación.

Ernesto Betancourt, tan prodigo en echar la imaginación a volar, sigue llamando a las Fuerzas Armadas a sublevarse. Por favor, díganle que un tiempo después de su partida se creó en Cuba la contrainteligencia militar. ¿Qué se puede esperar de alguien que dice que Posada es agente castrista? ¡Qué Dios me cuide de estos analistas que de los comunistas me cuido yo! En la Isla no se va a producir ninguna rebelión porque los cubanos saben que un cambio violento es poner los muertos, para que los exiliados de derecha impongan un orden que nos es desfavorable a todos los demás.

Es por eso que la afirmación del senador Mel Martínez de que el embargo es debate de ayer y no de hoy, es vagar sonámbulo sin despertar a la realidad de la Cuba de hoy. La Ley Helms-Burton es batistiana. Insiste en retrotraer Cuba al primero de enero de 1959 como si la revolución hubiese sido mera usurpación. Eso es inaceptable no sólo para los castristas, sino para millones de cubanos.

Parece mucho tiempo, pero ni un mes ha pasado desde que Condoleeza Rice presentara el segundo informe de la Comisión para una Cuba Libre. Nuestros "demócratas" pusieron en una lista negra hasta al Consejo de Iglesias de Cuba, que agrupa a la mitad de las congregaciones protestantes. Lo único positivo en todo el informe es el proyecto de dar becas a jóvenes cubanos para estudiar en Estados Unidos. ¿Cuánto veneno le pondrán a la zanahoria? Como dijo Elizardo Sánchez, "uno se pregunta para qué se necesita un coordinador del futuro de Cuba en otra capital".

El ejemplo de la señora Jellaby

El informe de la "Free Cuba" es exactamente el ejemplo de lo que se critica en todas las escuelas de relaciones internacionales, la tentación a asumir el mejor escenario. Se dedica a resolver los problemas del agua en La Habana "cuando ni Fidel ni Raúl Castro estén en el gobierno". Es fascinante la arrogancia de algunos para concebir la libertad como algo fácil de alcanzar. Alguien debería recordarles la época en que recomendaban llevarse de Cuba sólo un maletincito. Dos mudas de ropa eran suficientes, pues pronto regresarían a La Habana.

Con el beneficio de la duda, la obsesión con la Cuba post-Castro del exilio de derecha recuerda a un personaje trágico de Charles Dickens: la señora Jellaby, de Bleak House. La señora Jellaby andaba obsesionada salvando a los niños de África, mientras descuidaba las cuestiones inmediatas de sus propios hijos.

Los hechos demuestran que la política de la derecha exiliada, desde Playa Girón, es hasta ahora un fiasco permanente. No han resuelto nada en cinco décadas, pero quieren resolver los problemas de los siglos venideros. En el mejor caso, andan como la señora Jellaby con el más bello corazón y los peores resultados. Para colmo, celebrando.

© cubaencuentro

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