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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Vuelo, Turismo, Cambios

Desigualdades “democráticas”

El Gobierno cubano ha controlado al máximo la contradicción de estar siendo financiado, en buena medida, por su aparente enemigo natural: el exilio. Ahora trata de ampliar esa brecha

El fin del subsidio soviético y el inicio del llamado “período especial” —que aún no ha concluido— trajo como consecuencia que se dispararan las desigualdades en la Isla. No es que estas no existieran con anterioridad, pero se mantenían en parcelas que delimitaban privilegios: el grupo dirigente en primer lugar; un sector dedicado al trabajo privado de forma parcial o completa —que crecía y disminuía según los años— y en última fila quienes formaban el grueso de la fuerza laboral; empleados estatales, desde profesionales hasta auxiliares de limpieza.

Al comenzar a quebrarse esta parcialización surgieron dos fenómenos hasta entonces desconocidos en Cuba: la posibilidad de vivir —y de vivir bien— gracias a recibir remesas del exterior y la oportunidad de obtener ingresos —en cifras que el Gobierno no era capaz de pagar— debido a la posesión de determinadas habilidades, capacidades, bienes o medios.

El primer grupo de beneficiados fue constituido principalmente por aquellos con familiares residiendo en el extranjero, mientras que el segundo lo formaron desde artistas hasta cocineros y dueños de las ahora famosas “paladares”.

Tras la llegada de Raúl Castro al mando de los asuntos cotidianos, las posibilidades de crecimiento de ambos grupos se ampliaron.

Sin embargo, el papel del Gobierno se ha limitado a permitir y no a desarrollar. De hecho, en este terreno la queja primordial es que no avance más rápido esa permisividad a cuentagotas, que ha hecho que los cubanos puedan tener una computadora, un teléfono celular o móvil y viajar al extranjero. Y a la vez ha dejado en manos privadas el conseguir el dinero necesario, tanto para comprar el equipo como el pasaje.

Es decir, que al tiempo que se han democratizado las diferencias (hoy la desigualdad no se siente en el viaje del dirigente a los países socialistas sino en el dinero que tiene el vecino para comprar un televisor de pantalla gigante), la adquisición de los bienes de consumo ha pasado de métodos políticos y sociales a formas individuales (ya el centro de trabajo y el colectivo laboral no otorgan la autorización para comprar el televisor, sino se adquiere gracias al dinero que se recibe del extranjero o que se gana de forma privada).

El dinero del enemigo

El Gobierno cubano ha controlado al máximo la contradicción de estar siendo financiado, en buena medida, por su aparente enemigo natural: el exilio. Ahora busca dar un paso más, y sumar el capital estadounidense —no en forma de subsidio sino de ganancia— a ese esfuerzo de permanencia.

De esta forma se han introducido elementos en la economía cubana —cuentapropismo, compra y venta de casas y automóviles— donde el dinero proveniente de Miami desempeña un papel fundamental.

Dinero de Miami, hay que enfatizarlo. Otras ciudades, otros ámbitos, vendrían a cumplir el objetivo de trascender esta dependencia. Es lo que se ha iniciado a partir del restablecimiento de los vuelos comerciales entre Cuba y Estados Unidos.

Lo que en un primer momento se limitó a un desempeño humanitario y familiar, donde las remesas y los viajes servían como sostén económico doméstico, se integra en estos momentos a un objetivo más amplio, donde una parte del exilio se pregunta si todo ello no se limita simplemente a una nueva —y al mismo tiempo antigua— forma de financiamiento del régimen. Hecha de esa manera, la pregunta nace viciada por el giro torcido que adquieren las palabras en que se presenta.

Hablar de financiamiento del régimen implica un esfuerzo consciente dirigido a sostenerlo. Como aún gran parte de la economía cubana está en manos del Estado —es decir, del Gobierno— resulta inevitable que cualquier envío de dinero contribuya a la economía nacional y por supuesto a las ganancias del gobierno de los hermanos Castro. Desde los dólares enviados a un pariente hasta el pago del pasaje a un opositor para el próximo congreso y la última conferencia.

El Gobierno cubano está empeñado en desarrollar una industria turística que incluiría entre sus principales clientes a los viajeros estadounidenses, como una forma no solo de expandir sus mercados sino también de subordinar aún más a una comunidad exilada, de la que por décadas se ha aprovechado pero que al mismo tiempo desprecia. Argumenta que el principal obstáculo para lograrlo es el existente embargo estadounidense, pero no es cierto. Si bien aún subsisten las restricciones a ejercer abiertamente el turismo en Cuba, por parte de los ciudadanos norteamericanos, en la práctica dichas restricciones no son más que papel mojado, algunas veces en las propias playas cubanas.

Dos son los obstáculos fundamentales que impiden en estos momentos un mayor desarrollo de la industria turística cubana.

Uno es fundamentalmente de carencia de estructuras adecuadas, y ello el Gobierno busca resolverlo colocando gran parte de esa industria en manos extranjeras.

El otro resulta más difícil de resolver, y es un entorno de ineficiencia, subdesarrollo y apatía que conspira contra el desarrollo de una industria turística de primera calidad.

Si por décadas las condiciones creadas por el diferendo Cuba-Estados Unidos convirtieron el viajar a Cuba no solo en una aventura sino en la posibilidad de llegar al “sitio prohibido”, en la actualidad esa condición de desafío lo es cada vez menos, y entonces resultan más difíciles de tolerar las deficiencias reales.

Todo ello hace que, pese a sus intenciones, el Gobierno de La Habana no podrá desprenderse —ni a corto ni a largo plazo— de las ventajas que representan una población de origen que vive en el exterior pero visita con frecuencia la Isla.

Todo ello permite afirmar que el debate sobre los viajes de visita de cubanos residentes en el exterior —y en especial en Miami— no se agotará pronto.

Aunque hay un matiz que vale la pena enfatizar: convertirse en cliente obligatorio de determinada empresa —no importa que este caso esa empresa sea el Estado— no significa financiar un gobierno hostil.

Reducir a colaboracionista del régimen de Castro a cualquier hijo, hija, padre o madre de familia, tío o vecino que visite la Isla, no es más que un simple acto de intimidación verbal. En este sentido, se trata de enmarcar en una disyuntiva política lo que cada vez se convierte en un asunto familiar para quienes decidieron o se vieron obligados a irse de Cuba.

Paradigma moral

El imperativo moral cuenta como paradigma o ideal ciudadano, pero en la práctica determina poco en las decisiones cotidianas de quienes viven bajo una dictadura o gobierno totalitario. Así ha sido siempre y Cuba no es la excepción. Apelar al sacrificio y al sentimiento moral, resulta hipócrita mientras se vive fuera de la Isla.

Al final, lo que por regla general se sustenta tras la retórica de restringir viajes, turismo y comercio es una actitud revanchista. Inútil por completo como estrategia a la hora de buscar el fin del castrismo; inservible como táctica si se quiere crear una situación que provoque un estallido social.

Deben señalarse dos puntos, que demuestran la estrechez de mente de quienes alientan un aumento del embargo y aislamiento económico del régimen cubano como una vía para llevar la democracia al país.

Uno es que está más que demostrado que cualquier cierre económico total sobre Cuba no solo es imposible, sino que el país ha atravesado por diversas crisis en este sentido, tras las cuales el Gobierno ha demostrado su fortaleza.

El segundo punto es que ha sido precisamente el Gobierno de la Isla quien ha utilizado la escasez como una forma de represión.

Fórmulas arcaicas

Por qué entonces este empecinamiento en fórmulas arcaicas, que ejemplifica por ejemplo el senador Marco Rubio, con sus intentos de limitar la Ley de Ajuste Cubano, como un medio para reducir a su vez las visitas a Cuba. Por empecinamiento y soberbia. Empecinamiento que viene determinado por la falta de voluntad e imaginación para buscar fórmulas mejores en el camino hacia la democratización de Cuba. Soberbia como única vía de escape antes de reconocer el fracaso.

El problema es que la fundamentación, repetida por años, de que el dinero del exilio sirve para financiar el régimen de Castro enfrenta un serio cuestionamiento a partir del surgimiento y desarrollo de un sector económico que opera dentro del sector privado. Si bien ese sector no resulta preponderante, ni mucho menos, cuando se analiza el monto total de las ganancias que producen la industria turística —donde el Gobierno y las empresas extranjeras se reparten la mejor tajada—, no por ello dejan de resultar significativa cuando se consideran las necesidades y limitaciones de la población de la Isla, que estos ingresos ayudan a aliviar. Lo demás se reduce a ser partidario de forzar a un estrangulamiento económico a los cubanos residentes en la Isla, con el objetivo de provocar un estallido social. Estrategia que, desde el punto de vista político —para no entrar en las consideraciones morales— resultó un fracaso durante décadas.

No importa lo limitado que este sector resulta aún, no se trata tampoco de formular pronósticos sobre su futuro. La pregunta es entonces si se está a favor o no de reformas en Cuba. Claro que siempre surgirá alguien que argumente que lo que necesita la Isla es un verdadero y profundo cambio democrático. Respuesta muy meritoria. Lástima que tras ella no exista algo más que la retórica para apoyarla.

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