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Actualizado: 29/04/2024 20:56

Literatura, Novela, Vargas Llosa

«La fiesta del Chivo»

La fiesta del Chivo es la prueba definitiva del genio de uno de los más importantes escritores contemporáneos

A pesar de que dos o tres párrafos parecen haber escapado a una última y apresurada revisión, y de que al final hay reiteraciones innecesarias, La fiesta del Chivo merece el calificativo de obra maestra.

Detrás de la labor literaria en sí, se adivina un prolijo trabajo de investigación, para recrear en sus más mínimos detalles el escenario donde ocurrieron los hechos, andamiaje estructural de la novela: las tres décadas (1930–1961) del régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961), el Jefe, el Benefactor, para sus adeptos; el Chivo para sus enemigos. Y especialmente sus cinco últimos meses de vida, cuando fue abatido a balazos por un grupo de opositores, el 30 de mayo de 1961.

En las páginas de este libro, las calles de Ciudad Trujillo reverberan al calor tropical; escuchamos las canciones de la época y las voces y el trasiego de sus moradores, mientras que los olores de la cocina dominicana se mezclan con las fragancias y las brisas del Caribe.

Participamos en la rutina doméstica del tirano y sus favoritos. Personajes ficticios, como el ministro y senador Agustín Cabral, su hija Urania y el terrible secreto de su adolescencia se suman a los familiares del dictador: sus hijos, su hija Flor de Oro, su esposo, el promiscuo Porfirio Rubirosa y su vida disoluta.

Presenciamos de cerca el atentado al Asesino en Jefe y, con horror, los actos de venganza que antecedieron al derrocamiento de la dinastía trujillista.

Finalmente, somos testigos de la lenta y difícil instauración de la civilidad; y también, de las heridas que no cicatrizaron; el lacerante secreto guardado por más de treinta años y la desgarradora confesión de Urania. Un maravilloso contrapunto de tiempos y espacios, de remembranzas y hechos concomitantes. Un rompecabezas que va tomando forma poco a poco, en medio de una tensión dramática que no cesa. Magistral interpolación de la voz del protagonista y del narrador que alternan de manera fluida y efectiva. Un texto fascinante, donde lo ficticio, por creíble, parece real y lo histórico, por terrible, parece ficticio.

Tan legítimo resulta el personaje inventado de Urania Cabral, como el de carne y hueso del presidente Joaquín Balaguer (1906-2002); tan lleno de contradicciones este último, que si el astuto político dominicano fuera una creación literaria, sería difícil aceptarlo como posible. No hay pintor que pueda superar la imagen que de este maquiavélico ser humano nos brinda Vargas Llosa en su novela.

La fiesta del Chivo es una novela histórica. En este caso, sobre las tres décadas de una de las más crueles tiranías de Latinoamérica, tan fértil en autócratas y falsos mesías, como lo hicieran antes en sus novelas, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y Augusto Roa Bastos, inspirados en dictadores de sus respectivos países.

© cubaencuentro

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