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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Literatura

Con perdón de los lezamianos

¿Es 'Paradiso' una novela cursi y mal escrita? ¿Han sobredimensionado los críticos la obra de Lezama Lima?

El dato, proporcionado por Jorge Luis Arcos en un artículo publicado en este mismo diario, de que Paradiso aparece en una lista de la revista Times en el quinto lugar entre los libros más influyentes y reconocidos del pasado siglo, me ha hecho reflexionar un poco sobre mi persistente desafección a casi toda la obra de Lezama. Conciente estoy, desde luego, de que ha de tratarse de una simple incapacidad mía de apreciación: ya dijo Cortázar, a raíz de la aparición de la celebrada novela, que "pocos son capaces de bajar a aguas profundas (...), muy pocos merecen a José Lezama Lima".

Es cada vez más evidente, sin embargo, que quienes nunca hemos entendido la jerarquía que se le atribuye somos exigua minoría dentro del gremio. Frente a la persistencia y el fervor de generaciones de admiradores, no llegamos a conformar tradición. El irónico "no entiendo" de Jorge Mañach ha quedado como una expresión de su verdadera incapacidad de comprender la poesía.

Mucho más conocedor del tema, Heberto Padilla se retractó sin embargo de sus críticas a Lezama en Lunes de Revolución. Desde la academia, los reparos de Julio Rodríguez Luis y de algún que otro profesor alemán han quedado opacados del todo frente a la renovada pujanza de los lezamistas. Los apuntes en recientes ensayos de Enrique Patterson o de Vicente Echerri apenas se escuchan en medio del coro lezamiano.

¿Cómo opinar que La expresión americana es un conjunto de ensayos torpes e insustanciales si Irlemar Chiampi afirma que es una obra central en la ensayística hispanoamericana? ¿Cómo sostener que Paradiso no es gran cosa si Emir Rodríguez Monegal y Virgilio Piñera la consideran una obra maestra? ¿Cómo argumentar que esta novela es menos que De dónde son los cantantes si el propio Sarduy la celebra como un non plus ultra? ¿Cómo sostener que Lezama escribe mal y que Paradiso tiene, más allá de la erudición de sus diálogos socráticos, un insondable fondo de cursilería, sin revestir automáticamente, a los ojos de los lezamianos, el ingrato traje de celui qui ne comprend pas?

Y, sin embargo, es preciso confesar que seguimos —sigo, debo hablar en primera persona— sin reconocer la grandeza de Lezama. Sin criticar Paradiso desde la tribuna verde olivo de Leopoldo Ávila o desde la defensa de cualquier tipo específico de literatura (realista, vanguardista, comercial, etc.), me resulta sorprendente que esa novela sea considerada la más grande escrita en América Latina en el pasado siglo, por encima de otras como La ciudad y los perros, Cien años de soledad o El siglo de las luces.

Talento y erudición

El primer argumento con que podría explicar mi perplejidad es una opinión que pocos comparten: creo que Lezama carece de un don que sí tienen en grandes cantidades Carpentier y García Márquez, Vargas Llosa y Arenas: felicidad verbal. Su arbitraria puntuación, sus innecesarias repeticiones de palabras, sus errores sintácticos, su prosa macarrónica, en fin; si bien todo ello alcanza a constituir un estilo inconfundible no creo que pueda "recuperarse" como "mala" escritura subversiva de las normas ad usum; se trata, para mí, de un hecho irreductible: el talento de Lezama es mucho menor que su gran vocación y su insólita erudición.

Aparte, está el controvertido asunto de la originalidad. Según el crítico español Rafael Conte, Paradiso deja "la extraña sensación de estar inmersos en algo nuevo". Pero Julio Ortega reconoce agudamente la tradición decimonónica a la que Paradiso pertenece: la novela romántica, concebida como continuación del poema; es bastante evidente su aire con los dos principales continuadores de esta línea en nuestro siglo: Thomas Mann y Herman Hesse.

Así es que Paradiso puede parecer tan original como extemporáneo. Que está escrito fuera de la tradición narrativa ya ha sido señalado por los críticos: caemos inevitablemente en el tema de la ingenuidad, que, desde Cortázar, ha sido uno de los tópicos centrales de la legión de comentaristas y exegetas de Lezama.

Pienso que es justo esta ingenuidad lo que hace de Lezama un gran escritor. Conte dice que Lezama es "de la raza de los ingenuos cósmicos", y apunta que su obra es inexplicable si no se tiene en cuenta su confesión cristiana; yo añadiría que esa confesión es indisociable de aquella ingenuidad.

Si es cierto, como señala Julio Ortega, que el gran tema de Lezama es la "historia universal de la poesía como Naturaleza", me pregunto si ello no implica una sacralización de la poesía que, por decirlo rápido, evita el kitsch del esteticismo decimonónico sin llegar a trascenderlo del todo, proyectándolo sobre un fondo anterior a las escisiones del romanticismo y la ilustración: el de los misterios católicos, sobre todo el de la resurrección.

Un manjar para la crítica literaria

Saúl Yurkievich habla así de la "originalidad anacrónica" de Lezama: "Históricamente, Lezama Lima resulta un simbolista rezagado. Integrante de una promoción postvanguardista, conoce las manifestaciones estéticas de su época, pero no afinca mentalmente en lo contemporáneo (...) Su poética es regresiva, es ajena a la noción de crisis, de colapso, de corte epistémico. Su escritura inocente, su versión beatífica, permanecen inmunes a la óptica desintegradora de la vanguardia y a toda carencia óntica. No hay en Lezama Lima ni atisbos de conciencia escindida o conciencia fáustica. No hay en Lezama Lima ni atisbos de historicismo".

Es justo el habitar esa suerte de "milenio de la poesía", como ha dicho Rubén Ríos Ávila, lo que en mi opinión conduce a Lezama a un kitsch que encarna en esa novela donde todos los personajes hablan igual y los valores se ubican en una escala medieval. No se trata del esquema moderno de la aventura, propio de la novela moderna y renacentista, donde el héroe abandona el espacio del hogar para hacerse a sí mismo afuera; en Paradiso, el Bildung no pasa por esa fractura: el hogar es el axis que va integrando el mundo, algo que no se comprende fuera del profundo aunque heterodoxo catolicismo de Lezama.

Es justo el reconocimiento del medievalismo de Lezama lo que hizo a Emir Rodríguez Monegal afirmar que Paradiso necesitaba una lectura anagógica que hiciera honor a la profundidad del autor. Ciertamente, con su novela Lezama ha ofrecido, en forma de reto, un manjar para la crítica literaria con vocación interpretativa. Todo se ha ensayado en Paradiso: la deconstrucción, el psicoanálisis, las teorías de Bajtín. Y ello nos ha dejado una gran cantidad de comentarios, desde los muy sugerentes de Arnaldo Cruz Malavé, Gustavo Pellón y Enrico Mario Santí hasta otros mucho menos lúcidos, como no pocos de los publicados en Cuba.

"Escribir sobre Paradiso es una empresa condenada de antemano a la insuficiencia porque esta enorme novela es prácticamente irreductible a la imagen de un proceso o una estructura que la crítica presume revelar en los textos", afirma Ortega al comienzo de uno de sus escritos sobre Paradiso. Esta novela sería, al tiempo que una invitación a la interpretación, una obra inabarcable. En esa paradoja radicaría, al menos en parte, su appeal.

Yo, sin embargo, sigo insensible a él. Pero, no sé si lógica o paradójicamente, esto me ha hecho aficionarme a ese otro proceso, casi tan inabarcable como la propia novela, que conforman las aproximaciones y los comentarios.

© cubaencuentro

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