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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Béisbol

La vida siempre te da una revancha

Veinte años después del oscuro proceso contra los peloteros Rey Vicente Anglada y Eduardo Herrera.

Centrada en dos deportistas, en el destino que acariciaron y amaron, la que sigue es una historia paradojal —con costados sombríos y otros dignos de admiración—, generada por una enorme injusticia. Estos hombres, que ponemos aquí en lugar de otros igualmente inocentes en el mismo caso, no reaccionaron contra la arbitrariedad de la forma en que lo haría después, por ejemplo, Orlando Hernández. Sin duda sintieron un profundo desprecio contra el régimen que empujó sus vidas hacia el vacío y la desesperanza. Tan rápido como pudo, El Duque actuó: ellos esperaron.

(Al igual que al torpedero Germán Mesa, Orlando Hernández fue separado del béisbol "indefinidamente". A poco más de un año de aplicada la sanción, viajó por mar —clandestinamente— rumbo a Estados Unidos, junto con Alberto Hernández, otro jugador sancionado, sin lazos familiares con El Duque. Luego de dos años, a Germán se le permitió volver a jugar, y se ganó, de nuevo, la franela del equipo Cuba. A los tres se les acusó de entrar en negociaciones con el buscador de talentos Juan Ignacio Hernández Nodal, quien enfrentó una dilatada condena).

Luego de muchos años, los mismos que se equivocaron, los verdugos, los que segaron por la raíz sus fantasías, les concedieron la oportunidad de volver a soñar, aunque entrando por la puerta trasera de aquellos sueños. Lo raro aquí reside en que no fueron las víctimas las que perdonaron, luego de recibir público desagravio.

El régimen no abrió la boca, no se disculpó por su error y no lo hará nunca. Al faltar el mea culpa, se crea la imagen de que es el sistema el que compadece, el que se apiada y absuelve de pecado, como Dios omnipotente.

Nuestros personajes son dos deportistas a quienes la política ha interesado poco. Son de los que no indican al sistema, sino a ciertas individualidades o grupos, a determinados mecanismos. Al contrario de muchos en la Isla, la opción de estos dos hombres no fue irse, convertirse en cimarrones, fugarse de un país donde su vida había perdido el timón y el ala. Ambos se quedaron, a pesar de los pesares. Yo, por ejemplo, jamás hubiera actuado como ellos.

Quien permanece en Cuba y no le atrae la política, con el tiempo aprenderá lo estratégico que resulta callar en el momento preciso, coincidir, aplaudir, bajar la cabeza. Nuestros protagonistas no se permitieron imprudencias más allá de la lógica defensa personal. Pasado lo peor, ahora de ningún modo se las permiten.

En malos pasos

1982 es un año decisivo en la biografía de Rey Vicente Anglada y Eduardo Herrera, mejor conocido por Eddy. Ambos juegan béisbol para los equipos de la capital. El primero ha regado su fama por la Isla desde los 19 años. Para la fecha, cuenta diez en la pelota más importante de Cuba.

Al segundo lo conocí personalmente, hablábamos con libertad, éramos dos entre un grupo de amigos de barrios colindantes, aficionados y jugadores. Coincidimos frecuentemente en el Círculo Social Armando Mestre, antiguo club de los ferreteros.

En los placeres, en los días de la secundaria, cuando Eddy bateaba "por el suelo" resultaba prácticamente una sorpresa sacarlo out. Siempre fue demasiado rápido. Recuerdo que a la gente que él apreciaba no le llamaba hermano, sino hermanón. Nuestra relación con este implicado en el caso que abordaremos ayudará quizá a comprender aquellos eventos.

Los agentes de la Seguridad del régimen, sin embargo, sospechan de Anglada desde antes de 1982. Lo han visto en malos pasos. Resulta que Bárbaro Garbey, pelotero también estrella y su amigo de años, decide aprovechar la estampida en la que, en 1980, más de 25.000 cubanos abandonarían el país por el puerto de Mariel.

Miembro de una estirpe de deportistas, Garbey enfrenta el riesgo y se presenta a la autoridad con el propósito de marcharse a Estados Unidos. Se imaginaba jugando en Grandes Ligas, midiéndose con lo más granado del béisbol universal y deseaba, obviamente, garantizar materialmente su futuro y el de su familia.

Luego de recorrer varias estaciones de policía y oficinas en medio de la batahola de aquellos días —recibió improperios porque desde luego lo reconocieron—, consigue la autorización para partir del país. Cumpliría su destino y jugaría entre 1984 y 1988 con los Tigres de Detroit y los Rangers de Texas. En la actualidad, Garbey dirige un equipo de ligas menores en Peoria, Illinois.

Aunque naturalmente no exhibido en la Isla, en el documental titulado El Juego de Cuba (2001), del cineasta español Manuel Martín Cuenca, confesaría Anglada que el día antes de su salida Bárbaro Garbey fue a verlo, a informarle de lo que había hecho, a despedirse. Desde la infancia, desde los Juegos Escolares, eran amigos. "Yo le deseé —dice Anglada— todo lo bueno que se le puede desear a un amigo, qué otra cosa podía hacer en este caso", añadió.

Pero tan sencilla explicación de la fraternidad no sirve de mucho ante la policía política cubana. El segunda base —dueño del pivoteo más espectacular que jamás haya presenciado el diamante cubano— explicaría que, desde aquella despedida, no integró el equipo Cuba en las dos temporadas que le restaban en la pelota nacional.

La cúpula del poder creyó que el objetivo mediato del habanero era seguir los pasos de Garbey y aprovechar cualquier competencia en el exterior del conjunto nacional para trasladarse finalmente a Estados Unidos. Con ello se evitaría los humillantes actos de repudio —y tal vez una golpiza— que pulularon en las semanas de la estampida.

Claro que en un deporte de práctica masiva siempre hay sustituto o susceptible de serlo. Era la época en que ascendía una luminaria: Alfonso Urquiola. Si el régimen no quería a Anglada en el equipo Cuba, el camarero pinareño, más consistente bateador aunque menor en velocidad y la defensa, le brindó una excelente coartada.

1982

Un oscuro proceso se inicia este año en el deporte nacional. Se acusa a un grupo de peloteros de vender juegos, de participar en apuestas. La ley que se aplica es la de peligrosidad, cuyas sanciones oscilan de 1 a 4 años, y se dirige particularmente contra narcómanos, antisociales de diversa laya, gente proclive al delito…

Pero en su artículo 75 aduce —y aquí toca a Rey Vicente y a Bárbaro— que quien tenga relaciones con personas potencialmente peligrosas para el orden social, económico y político del Estado socialista será objeto de "advertencias" por la autoridad, en prevención de que incurra en actividades socialmente peligrosas o delictivas.

Esta fórmula mezcla el recelo, lo equívoco, la presunción y una peligrosidad, en resumen, que fermenta realmente en los temores del poder. Sin embargo, ni aun por esta senda podían ir contra Anglada, pues él, entre otras cosas, no ha sido advertido.

Bajo presiones que no trascendieron, uno de los atletas implicados en la venta dice a la policía nombres de compañeros que nunca estuvieron involucrados en transacción alguna. Si un pequeño número de ellos realmente quebrantó le legalidad, otro grupo no lo hizo. Pero pagaron, como reza el adagio, justos por pecadores.

Sólo el tiempo demostrará al detalle el carácter ponzoñoso de aquella redada donde figuraron en total 17 peloteros, pocos de primera línea y algunos que ya habían impreso sus huellas, de tamaños desiguales.

Sobresaliendo entre todos estaba Anglada, a quien, por si fuera poco, especialistas y entendidos le auguraban un futuro entoldado de glorias. Tenía sólo 29 años y bateaba, de por vida, para un nada despreciable 291. Jamás admitió su culpa, y los apremios policíacos para que la admitiera debieron ser recios y prolongados.

Los hechos

Un apostador, atrapado por la autoridad, señalaría que había entregado dinero a Jorge Beltrán Lafferté, Leonardo Alemán Hernández y a Dagoberto Echemendía Pineda. Al resto nunca se le pudo probar nada.

Según Anglada en el documental de Martín Cuenca, la policía forzó a los tres para que involucraran a los 14 restantes. Y así sucedió. Echemendía confesó a sus compañeros no sólo que la policía lo obligó, sino que era de él la culpa de que el grupo estuviera enfrentando semejante situación. Agregó Anglada que Echemendía sentía vergüenza por lo que había hecho.

¿Por qué fue necesario presionar a los que señaló el apostador como sus cómplices?

Contra Anglada ni contra el resto había acusadores ni pruebas, y por algún lado había que relacionarlos, rozarlos con la transgresión. Finalmente se les aplicó la Ley de Peligrosidad, una de las prescripciones legales más decidoras de la índole del socialismo cubano y acaso el desatino más redondo en la historia de nuestra judicatura.

"Nos aplicaron peligrosidad" —repite Anglada en el documental—, mientras se balancea incesante en el sillón de su casa. Un rictus de amargura aparece en su rostro y cae en profundo silencio… Parece que recordar es como una navaja que reabre una herida siempre sangrante. El ex segunda base permanecerá "recluido" —es el adjetivo que utiliza— dos años y 8 meses.

Aunque pareciera abusiva una sanción de tal envergadura por lo que no pasó de meras suspicacias del aparato político y policial, algo peor que la cárcel sería la sentencia que la acompañó: no se les permitiría jugar pelota oficialmente nunca más en sus vidas. Por si no bastara, sus récords serían borrados de todas las estadísticas.

A ellos, en suma, no únicamente se les vetaba, sino que, como por arte de magia, dejaban de existir para el béisbol cubano. No serían más que fantasmas que una vez deambularon por las pupilas, la garganta y las desazones de la afición. La suspensión de por vida fue el broche de oro, una cadena perpetua contra sus sueños.

"Si alguien pensó…"

En el final de sus declaraciones llama la atención lo que parece ser la causa de toda la procelosa indagatoria. Para Anglada no fue la sospecha de jugar dinero, en última instancia, lo que provocó la cárcel y la suspensión. El meollo del dilema se agita en "si alguien pensó en algún momento que yo podía o que yo tenía en mi mente irme del país. Se equivocaron… Y es una lástima que hayan pensado por mí, porque por mi mente no ha pasado jamás irme de este país…".

Se produce un muy ilustrativo traspaso del pronombre indefinido singular (que todos los cubanos sabemos a quien alude) a la tercera persona del plural, "se equivocaron". ¿Fue el "alguien" que "pensó" el responsable de que su vida trocara radicalmente sus pasos y su horizonte? El documental que reseñamos no por gusto ganó el premio a la mejor película de su género en el Festival de Málaga de 2001.

Las declaraciones de Anglada no son condescendientes, como hemos visto. Pudo sin embargo dirigirse, tanto en el documental como en otras tribunas, al fondo de la legalidad burlada, a su derecho a declarar y en especial a la prensa extranjera, a la ausencia de un proceso judicial abierto, algo que proscribe la Ley de Peligrosidad, que sólo permite "comparecencia" con las partes.

Asimismo pudo intentar un cuestionamiento público sobre las razones por las cuales genera injusticias de esta categoría un sistema como el isleño. Pero ni Anglada ni Eddy Herrera —repito— son políticos. Ellos son gente de pueblo enamorada del béisbol.

Las gruesas cortinas que desde el poder envolvieron el escenario y los actores, más que asordinar el caso cooperaron en distribuir penumbras, dudas, culpas sobre unos y otros, indistintamente. Era una forma —y esto es vieja estrategia del régimen— de dar pábulo a la bola, a toda suerte de especulación donde al final nadie sabría a ciencia cierta quién era quién.

Por tales veredas, la injusticia pasa piola, como dicen los chilenos. Con todo, mucho se especuló entre la fanaticada antes de que los acontecimientos y sus ecos comenzaran a dormirse en la memoria popular.

Tal vez como parte de la bruma que la investigación regó sobre lo ocurrido, se filtró el rumor sobre la filmación policial de imágenes donde Anglada "deja escapar" un roletazo, y la prueba estaba en que intentó atraparlo, en que le puso al rolling la parte exterior del guante.

La filmación y la necesidad de mostrar siquiera una prueba, refleja desconocimiento de la forma en que defendía Anglada su posición. Coger un roletazo de bounce, con la parte exterior del guante, agiliza enormemente cualquier jugada, sobre todo de doble play. Por supuesto que conlleva riesgos de error.

Yo observé muy de cerca la especialísima manera en que incluso calentaba Anglada el brazo, antes de un partido. El no capturaba la bola en el seno del guante, sino que la hacía dar un muy pequeño bote desde la muñeca izquierda, protegida por el cuero, a su mano de tirar. En la manera de hacerse de la pelota radicaba, en gran medida, su rapidez de luz y de relámpago.

La amistad

A pesar de las trampas, los recelos y la incredulidad generalizada, otro jugador, Víctor Mesa, va albergando fe en la absoluta inocencia del otrora camarero. Para que surgiera este defensor hubo de pasar tiempo, el que Mesa necesitó para conquistar sus galardones deportivos. ¿Pero en realidad, quién era éste atleta que se atrevió a fungir de abogado, con tacto e inteligencia, en un caso cerrado, aunque no hubiera auténtico fallo judicial que descalificar?

Víctor Mesa personifica a uno de los más queridos peloteros de la historia nacional y, por otro lado, jamás se ha apartado un milímetro de la política oficial. Pero algo le sucedería que sintonizó, que lo identificó en contra de la injusticia perpetrada. Cuando comentaristas alegan que la revolución es un ariete que ha disparado lo mismo contra sus enemigos que a sus propios hijos —esos que entonan cantos epinicios venga o no a cuento—, no expresan una estridencia ni opinión sin base.

A veces, como Cronos, es cierto que la revolución se come a sus propios hijos, pero generalmente no llega a tanto, simplemente les arranca un pedazo, los mutila, los muerde, los castra.

Mesa tuvo que retirarse en 1996, en plenitud de facultades, y esto tenía mucho en común con la prohibición dictada contra Anglada y otros inocentes. ¿Cuánto le dolió su forzosa jubilación? El del adiós adelantado —para dar paso a las nuevas generaciones, se dijo entonces— "fue un día muy triste", afirmó en una entrevista.

El narrador y ensayista Arturo Arango dijo en julio de 2002 en La Jiribilla: "El retiro anticipado de Víctor Mesa privó a la pelota cubana de varios récords que, a no dudarlo, hubieran sostenido aún mejor ese mito que todavía sigue siendo el jardinero central villaclareño".

Como consuelo se le envió a Japón, acápite de un asimétrico convenio. Jugaría en un breve campeonato interempresas y trabajaría, al mismo tiempo, como entrenador en la nación asiática. No había exigencia verdadera para un pelotero de su calidad. En tales condiciones fueron Orestes Kindelán, Antonio Pacheco y Luis Ulacia, entre otros.

El único que jugó como profesional en Japón fue Omar Linares, cuyos resultados estuvieron lejos de ser sobresalientes. Linares nunca pensó que el pitcheo nipón se le convertiría en indescifrable, y así lo expresó a los medios de difusión nacionales.

La supuesta mediación

Extraoficialmente se comenta que en diversos lugares abogó Mesa por Anglada y otros encartados en la venta de juegos. Sería difícil titubear en que se lo planteó a Fidel Castro, al que aborda sin excesos de protocolo y quien le pidió que publicara su biografía, en la calle desde 2004. Es pública en Cuba la entrañable relación que une a Mesa y Anglada. Este último ha señalado repetidamente a la prensa que Víctor no es su amigo, sino su hermano.

Fue asimismo uno de los pocos —ha señalado Anglada— que no lo abandonó cuando él tuvo "su problema", como sintetiza ante los medios. El jardinero lo visitaba y trataba sin distancias ni limitaciones, como si nada hubiera ocurrido. Cuando se refieren uno al otro se nota una delicadeza inusual entre hombres curtidos en las rudezas del deporte de alto rendimiento.

Valdría quizá referir pormenores de la vida de Mesa. El villaclareño no tuvo padre que lo reconociera y por tanto lleva los dos apellidos de la madre. Además, estuvo en un centro de reeducación de menores. Su madre, por si fuera poco, padeció esquizofrenia. Sobreponiéndose a todo ello, se convertiría en un ícono del béisbol cubano.

Curiosamente, la afición le llamaba y le llama —ahora en su labor de manager— El Loco. Se robó home exitosamente en 7 ocasiones. Esta es una de las jugadas más infrecuentes, complejas y sin duda la más peligrosa de este deporte. Por perseguir batazos sin pensar en las consecuencias, sus colisiones contra las cercas del jardín central, que en Cuba no eran precisamente acolchadas, forjaron zonas de su leyenda.

Exponemos las características de la carrera de Mesa porque la justicia en Cuba —y peor todavía, la remoción de un abuso— no puede pretenderla cualquiera. Y no la obtiene, de seguro, el hijo común de vecino.

La biografía colectivamente admirada del villaclareño, su fe en la inocencia del amigo, los rasgos nada apocados de su conducta y la impar amalgama, en fin, de su personalidad, indican que hay también signos aleatorios en el caso Anglada, eso que invoca como suerte o milagro la vehemencia popular.

Otra circunstancia que se inmiscuye a finales de los noventa para que fructifiquen las gestiones de Mesa, reside en que para esa época ya no son escasos los aficionados que cuestionan la culpabilidad de varios de los que fueron encausados por vender juegos. Tal punto lo desplegó Juliana Venero en la entrevista que realizó a Anglada para la revista universitaria Alma Mater. La afirmación de no tener el camarero nada de que arrepentirse, son "palabras muy cercanas a opiniones de aficionados relacionadas con tu sanción", acota la periodista.

Signo del ritmo sanguíneo de Mesa, éste cuenta con el récord de ser el único manager en la historia del béisbol isleño al que han echado de un juego antes de que se inicie. No hace mucho, mientras se informaban las reglas del terreno —rito iniciático de todo partido de béisbol—, Mesa le recrimina a un árbitro, con no muy moderadas palabras y ademanes, la decisión en su contra en un encuentro previo, y ahí mismo el encargado del orden lo mandó a las duchas.

1999

Han pasado más de 17 años desde el escándalo y la represión. Ya no son jóvenes los acusados de acciones ilegales en el pasatiempo nacional. Aquellos que nunca violaron la ley son un inventario de sueños rotos. Las gestiones de Mesa, sin embargo, comienzan a dar resultados.

A lentitud calculada, el régimen va concediendo un resquicio a Rey Vicente Anglada y Eddy Herrera. En las postrimerías de 1999, Hugo Chávez, el alter ego de Castro, llega una vez más a Cuba, aunque esta vez para "jugar béisbol y hacer negocios", dijo el mandatario a la agencia Reuters.

Se programa un partido de veteranos donde Chávez lanzará por Venezuela y el "comandante" dirigirá a los veteranos isleños. Peloteros del equipo nacional en activo fueron entonces disfrazados por Castro —bigotes y barbas canosas—, que pretende cubrir con un lance de humor su protagonismo periférico. Por cierto, le avisaron que tuviera cuidado con José Ariel Contreras, que quizá no estaba para disfraces y chistes y tiene un genio —puntualizaron al "comandante"— que se lo lleva el diablo.

Por primera vez en 17 años la afición nacional vuelve a ver en la grama del Latinoamericano al mítico rey de la segunda almohadilla. Carga ahora 46 años sobre sus espaldas. El deporte activo no puede ser otra cosa que apéndice en su memoria, tiempo irremediablemente pasado.

Con posterioridad, viajaría a Venezuela a devolver el partido. Lo que resta es una historia más o menos conocida. Desde 2002 trabaja como manager del equipo Industriales, con el que había jugado y coronado en tres lides. Desde entonces ha ganado dos campeonatos. Se baraja hasta como probable director de la selección nacional. Viaja con determinada frecuencia al extranjero.

Pintoresca, a propósito, se ha tornado la rivalidad que protagonizan como directores Anglada y Mesa. Dos veces venció el primero al amigo —en las finales de campeonato de 2003 y 2004—, pero Mesa, a quien un periodista califica de exuberante, ya pronosticó que a la tercera va la vencida. Probablemente es el más creador y atrevido entre los que actúan hoy en nuestras series nacionales.

Cuando Anglada declaró al documental El Juego de Cuba lo anotado párrafos atrás, sin duda que parece consumirlo el recuerdo de su juventud perdida. Pero aun en 2005, ya consagrado como uno de los mejores directores del béisbol cubano, con la "confianza" del régimen recuperada, Anglada dijo a la revista Alma Mater, más allá de la retórica al uso: "Te digo algo, no puedo aceptar lo que yo no hice, no lo aceptaré nunca. No puedo aceptar haber vendido ningún juego de pelota cuando en aquellos tiempos se perdía un partido y ni siquiera la merienda tomábamos porque se imponía, sobre todo, la vergüenza".

Y cuando la periodista le pregunta qué sintió al saber que no podría jugar nunca más, Anglada respondió: "Me arrancaron parte de mi cuerpo. Si uno hace algo que no está bien, tiene que pagar por eso, pero no era el caso mío. Me dolió mucho. Tuve que dejar lo que había sido mi vida con 29 años; era cuando mejor hacía las cosas en el béisbol. Sólo se sabe sintiéndolo en carne propia y es mejor que nadie pase por una situación ni parecida".

Que yo conozca, en ninguna otra ocasión la prensa cubana ha reflejado estas ideas. Cuando se habla de Rey Vicente Anglada, tema obligado por sus éxitos como pelotero y como manager, lo regular es que se eluda el problema, se mienta o se propalen vulgares distorsiones como la que aparece en la página digital de la emisora capitalina COCO. Este sitio sostiene que no pudo "seguir jugando a causa de problemas de disciplina que lo alejaron definitivamente del deporte activo".

Juntos

Como apunté en líneas anteriores, conocí a Eddy Herrera. Cuando supe de la sanción, lo primero que se me ocurrió fue ir directo al grano y preguntarle, como amigo, para que me dijera sinceramente (yo no ejercía aún el periodismo): "No hermanón, yo nunca vendí un juego de pelota. Te lo juro. Nunca jugué dinero". En varias ocasiones lo abordé y en diferentes escenarios: la respuesta era invariable.

En oportunidad especial, y luego de muchas cervezas en un hombre afectado moralmente y desconcertado frente al rumbo que tomaba una vida tildada públicamente de tránsfuga, de corromper su amor por el béisbol, le volví a preguntar con una insistencia casi irrespetuosa. Me miró desde lejos, como desde un mundo extraño que no alcanzaba a entender y respondió, después de un profundo suspiro, de esos que suenan a derrota: "No hermanón, yo no vendí nunca un juego. Ni me propusieron ni acepté dinero. No lo hice".

Por suerte, Eddy nunca estuvo preso. La última vez que nos encontramos, fuera de edad ya para cualquier empeño serio, me contó que estiraba los músculos con el softbol.

En la misma entrevista con la publicación universitaria, Anglada afirma la frase que da título a este artículo: "La vida siempre te da una revancha". Pero una revancha se dirige inevitablemente contra alguien. Habría que preguntarse contra quién está dirigida esta insólita revancha. Tal vez significa que los casi veinte años de ostracismo no lo destruyeron, no lo hicieron polvo y escarnio. El pueblo de Cuba, en todo caso, merecería una revancha similar.

La idea de este trabajo surgió cuando leí en el periódico Granma la integración del equipo Industriales para la serie nacional 2005-2006. El manager sería Rey Vicente Anglada, y Eddy Herrera uno de sus auxiliares.

© cubaencuentro

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