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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Literatura

Un judío de números y letras

José Kozer: «La poesía se ha vuelto de élite y la gente perezosa, hay una enorme pereza espiritual y cultural».

Considerado una de las figuras fundamentales de la actual poesía en castellano, referencia creciente para la joven literatura cubana, José Kozer ha segregado alrededor de 6.300 poemas, además de ensayos y diarios. "A veces digo, en broma, que soy ocho o diez poetas —asegura este escritor de ascendencia hebrea—. Cuando me hablan de un poeta muy prolífico, que ha escrito 800 ó 1.000 poemas, qué decirte, me desternillo de la risa".

Premio de la Fundación Cintas en 1964, de Gulbenkin en 1967 y de Poesía Julio Tovar en 1974, Kozer ha publicado más de treinta títulos, entre los que figuran Este judío de números y letras, La maquinaria ilimitada, Una huella destartalada (prosa) y No buscan reflejarse.

La editorial Visor publicó recientemente la antología Y del esparto la invariabilidad, que reúne poemas suyos escritos entre 1983 y 2004. Se trata de la primera ocasión en que la prestigiosa casa madrileña publica a un autor cubano en el exilio. "No hago libros de poemas, sólo segrego poemas —puntualiza Kozer—: soy un gusano (desde 1960) de seda acostumbrado a esta labor que me ocupa y vacía".

Una pregunta práctica: ¿En qué forma ha sobrevivido, y crecido, un poeta prolífico como usted en un país como Estados Unidos?

Hay una clave, y en el mundo moderno tendemos a olvidar las lecciones más elementales. Nos hemos desconectado de Confucio, de las bases del sentido común, que es uno de los sentidos menos comunes hoy en día.

En Cuba al centavo, a la moneda de un centavo, se le llama quilo. Y he inventado un verbo que espero algún día exista en el diccionario de cubanismos: quiletear. Yo llegué a Estados Unidos sin un centavo, llegué con cincuenta dólares en el bolsillo y puse la mitad en un banco. Una tradición judía muy vieja dice que si cuidas el centavo, si lo quileteas, encontrarás un espacio de libertad para hacer lo que quieres hacer. Y en este país le corresponde a cada quien hacer lo que quiere hacer, de acuerdo a sus necesidades y a sus deseos. Lo mío fue siempre la escritura y la lectura.

Tengo un gran amigo colombiano que en un momento determinado se me acerca preguntándome cómo yo, que ganaba mucho menos dinero que él, podía tener una buena casa —esto fue hace algunos años en Nueva York—, viajar todos los años a España, atender a mis hijas… "Yo, en cambio —me dice—, vivo mal, no puedo viajar, tengo deudas… ¿cómo te las arreglas?". "Amigo, porque no gasto mi dinero en chicle", le respondí. Y le expliqué: "Tú te levantas por la mañana y compras cuatro revistas que no lees porque no tienes tiempo… desayunas fuera en vez de hacerlo en casa… en lugar de tomar el metro tomas el tren de Long Island, que cuesta cuatro veces más… sales del trabajo y almuerzas en la calle (cuando yo me llevo un bocadillo a la Universidad), etcétera. Malgastas tu dinero en chicle, yo quileteo".

Aprecio el tipo de vida en la que he incurrido, y que me he ganado a pulso con base a este concepto del quileteo. Es decir, cuesta mucho trabajo ganar dinero y, si eso es así, debe uno esforzarse en cuidar ese dinero. Lo cual no implica tacañería, sino respeto por el dinero. Un respeto no como avaricia, sino como posibilidad de vivir libremente.

¿Cómo actúa la modernidad sobre José Kozer?

Soy un hombre muy frugal. No necesito ropa, no necesito pachanga. Mi vida es una vida interior, y lo fue desde mi niñez. Siempre necesité una interioridad, tiempo para mí mismo. Ahora la vida se ha vuelto quizás más complicada que nunca, pero complicada por culpa nuestra, es decir, en el mundo moderno hay muchas cosas que nos permitirían una mayor libertad si supiésemos cómo manejarlo.

Por ejemplo, siempre fui muy reacio a utilizar la computadora, prefería la mano que escribe, ese movimiento de la mano que escribe. Y hoy no sólo acepto la computadora, sino que la defiendo, porque me ha dado una libertad única a la hora de escribir poesía. Antes, cuando tenía que mecanografiar o escribir a mano, no tenía esa libertad. La mano también es una condena. Lo que no es una condena es tener opciones. Y en el mundo moderno proliferan las opciones.

Hay opciones siempre y cuando no enloquezcas, siempre y cuando sepas quiletear, ahorrar, mantener una trayectoria digna, confuciana en el sentido de rectificar constantemente lo que haces. Es un camino que me ha permitido hacer lo que amo: escribir libremente, experimentalmente, desde un desconocimiento que busca un conocimiento. Esta es mi manera de percibir la modernidad.

Pienso que en Estados Unidos, desde sus orígenes, es excesivo el individualismo. Ese individualismo no compaginado con un sentido serio de sociedad y comunidad, puede llevarnos por muy mal camino. Lo ideal es un individualismo dentro de unos módulos sociales libres, que nos permitan ser lo que necesitamos ser y al mismo tiempo compartir la vida social. Aquí nos hemos desprendido por completo de la posibilidad de la comunicación social. Porque la comunicación virtual no es comunicación, es falsedad. Comunicarse es estar sentados uno delante del otro, conversando tranquilamente, por ejemplo, de poesía.

Dentro de esta locura, si uno quiere sobrevivir tiene que encontrar un espacio humano propio. Quizá, triste es decirlo, solitario, aislado, pero ahora mismo no hay otro camino. Hago constar que en mi caso lo pago muy caro. Lo pago en soledad, en no recibir prebendas que al menos en estos momentos, con el reconocimiento que he alcanzado en poesía en lengua española, podría estar recibiendo. No estoy descontento, no me quejo, pero prefiero no beneficiarme de ciertas cosas a cambio de poder realizar mi trabajo, que es para mí una necesidad vital.

¿Hay futuro para la poesía?

Podría decir que el peor de los futuros posibles, pero tal vez no sería justo. Ya desde el Siglo de Oro español vemos que Góngora, que Quevedo, escribían en un vacío. No había realmente un público para la poesía. Había un divorcio entre el público lector de poesía y el autor. Un divorcio que provoca que un Góngora, en sus últimos años, prácticamente se muera de hambre. Y tenemos el caso de Cervantes, de algún modo similar.

Esto comienza con el Renacimiento, donde la cultura se intensifica, se vuelve una cultura de élites. Hay una ruptura entre el pueblo, que no lee griego y latín, y el humanista que escribe en latín. Esto no ocurre en el teatro, por ejemplo, ni luego en la novela moderna que comienza en Inglaterra con Richardson, a consecuencia de El Quijote.

A partir de ese momento este abismo entre lector y autor se recrudece y empeora. Hay una salvedad, el período romántico, en el que otra vez se lee a los poetas.

En Estados Unidos la situación empeora a partir del siglo XX, con voces fundamentales como las de Pound y Stevens y, más adelante, con William Carlos Williams, y ni que decirse tiene con Charles Olson o Louis Zukofsky. Todas estas voces conforman una obra poética profundamente desligada del pueblo, incomprensible para el lector común. Esta tradición ya comienza con Emily Dickinson —con la gran Emily Dickinson, desde luego—, que escribe poemas ilegibles para la gente.

La poesía se ha vuelto de élite, y no por culpa del poeta precisamente —el poeta tiene que hacer lo que tiene que hacer, y punto—, sino porque a la gente le corresponde tener la paciencia suficiente, y encontrar el conocimiento suficiente, como para leer a estos poetas. Leer a Pound no es imposible. Requiere, eso sí, una devoción, una comprensión, un estudio.

La gente se ha vuelto perezosa, hay una enorme pereza en el mundo en que vivimos. Llamémosle pereza espiritual, pereza cultural. Nos queremos desentender de todo aquello que es intelecto, lucidez, conocimiento, porque ello implica poner en juego una enorme paciencia.

¿Quiénes leen a los poetas hoy en día? Los demás poetas. Esto es una desgracia: los demás poetas no compran libros, con lo cual las editoriales no están dispuestas a publicar poesía porque, sencillamente, no la venden. Este círculo vicioso se ha vuelto irrompible. No hay manera de abrir una brecha.

Sé de decenas y decenas de poetas ahora mismo en América Latina, ya con obras que comienzan a ser maduras, que no tienen donde publicar. Ellos mismos se tienen que financiar sus propias publicaciones, lo cual no sólo es penoso, sino en muchos casos impracticable. Es entristecedor, se puede perder mucho material valioso.

La poesía es beneficiosa para todos, es un centro neurálgico vital del cual una sociedad no puede separarse. Una sociedad que no lee, y que no lee poesía, es una sociedad que va por mal camino. Así que mi deber como poeta más viejo, desde el sitio que ocupo en este momento, es tratar de proteger por todos los medios posibles a la poesía, para que haya un futuro para los poetas jóvenes.

La poesía es una cadena áurea, un eslabón interminable que no se debe romper. Y uno de los deberes del poeta moderno es el de ser un pedagogo. La poesía moderna tiene que explicarse al gran público. En las cátedras universitarias, en conferencias, talleres, lecturas. Hay que reunirse a descubrir a nuestros maestros. Hay que aprender a releer a un Antonio Machado como hay que aprender a releer a un Góngora. Y esto sólo se puede hacer en equipo, como grupo, como individuos amorosamente relacionados con una sociedad que, estoy convencido, está necesitada de poesía.

El exceso de vida material provoca una profunda soledad y un profundo aburrimiento en el ciudadano de a pie. Y a ese ciudadano lo veo hoy como a una persona más desesperada que nunca.

¿Condiciona al poeta el lugar donde vive?

Sólo superficialmente. El poeta vive con las narices incrustadas en la realidad. En ese sentido la creación puede variar con el sitio, en su relación espacio-tiempo-expresión poética. Pero ésa es la superficie.

Lo fundamental es en qué consiste la creación. Y es un misterio. No sé, a pesar de haber escrito tanto, por qué escribo, ni cómo nace un poema ni por qué ese poema, en mi caso, se hace de cierta manera.

Por ejemplo, hay una característica en mi poesía que se señala: Kozer utiliza mucho el registro del paréntesis. Me empezó a ocurrir hace 25 años no sé por qué, pero el hecho es que no puedo vivir sin ese paréntesis. Supongo que mi mente está hecha de paréntesis dentro de paréntesis, como si se tratara de círculos concéntricos, así que el texto refleja esa mente parentética.

Pero más allá de eso no puedo decir nada: entro en zonas oscuras de las que apenas sé. Como el científico que ya más o menos ve cómo se origina el universo, pero aún le falta visualizar el primer momento, el instante de la gestación. ¿En qué consiste ese chispazo, ese Big Ban creativo? Lo desconozco… Y quizá sea mejor así.

En estos misterios hay bondades ulteriores, beneficios profundos para la vida.

¿Cuba sigue en su poesía?

Cuba es para mí un redescubrimiento tardío, aunque nunca he rechazado mi origen cubano. El contexto cubano, muy particularmente el habanero, desaparece de mi trabajo hasta finales de los setenta. Hasta que por motivos no muy claros empiezo a redescubrir el lenguaje cubano, que es de una riqueza infinita. Los cubanos, los caribeños, hemos cometido el error de creer que nuestro lenguaje es pobre comparado con otros registros hispanoamericanos.

Atención: qué bien hablamos, cuán maravillosamente hablamos nosotros también. Y no porque seamos un pueblo locuaz y gárrulo, sino porque manejamos unos registros idiomáticos espléndidos. Como el mexicano tiene el registro indígena más el registro español, nosotros tenemos el registro africano más el registro español. Esto ha creado un tipo de lenguaje fluido y abierto, a mi modo de ver maravilloso.

Redescubro el lenguaje cubano algo tardíamente y me quedo como un niño cuando descubre un helado, y se lo está zumbando. Su riqueza, mezclada con miles de recuerdos y situaciones, se enquista en mi sistema vital, en mi plexo solar, sale a relucir y alcanza una fuerza que me contiene y yo no puedo contener. A veces tengo que parar ese caballo galopante y pedirle calma. No puedo escribir tan rápido como me exige que escriba.

Pero claro, en mi lenguaje hay registros múltiples que tienen que ver con el hecho de que nazco y crezco en una casa de judíos, donde el español que se hablaba era muy peculiar. Luego, al radicarme en Estados Unidos casi hay un momento en que no puedo hablar español y sólo funciono en inglés… más tarde recupero el español, pero ya no es exactamente mi idioma habanero, de cuando era un muchacho de diecisiete años. Ahora está muy contaminado, en el buen sentido de la palabra, por todas las hablas de los países latinoamericanos que confluyen en Estados Unidos.

En ese sentido, éste es un gran momento para América Latina. Mi idioma ya no es el mío, sino el idioma de todos. El idioma tiende a totalizarse, a hacerse cada vez más abierto y complejo. En un mundo donde lo novedoso está siempre flotando ante nuestros ojos, necesitamos crear nuevos vocablos con que nombrar la novedad.

El inglés siempre ha sido un idioma muy democrático, el español no. De manera que por primera vez en su historia nuestro idioma se está democratizando, y esto es magnífico. Es una de las grandes claves para la nueva poesía en español: ésta ya es permeable, ya se deja penetrar por todas las hablas.

© cubaencuentro

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