Ir al menú | Ir al contenido

Actualizado: 17/05/2024 12:58

Artes Escénicas

«Vine al mundo a escribir, no a lamentarme»

Entrevista con el dramaturgo cubano Yoshvani Medina.

En las artes escénicas cubanas, el nombre de Yoshvani Medina provoca un silencio, particularmente justificado. Quizás alguien lo recuerde como el escritor de 23 años que en 1990 ganó el Premio Nacional de Teatro por la obra Neurosis. Otros, como el director de Eróstrato o SOS Sida. Algunos, de actor en Dos viejos pánicos. Y más de uno, como el hombre tras el que su mujer se fue. Lo cual, si bien no tiene relación aparente con las artes escénicas, sí incorpora una carga dramática al punto de vista del cornudo.

Y poco más.

Y es entendible que así sea. Cuando Yoshvani Medina sale de Cuba en 1995, se lleva a Martinica el desafío de trasponer a aquélla, su isla de consuelo, los ámbitos dramatúrgicos y de creación que hasta ese momento había concebido y aceptado como valederos. Pero el exilio, casi siempre, es lo contrario de lo que nosotros suponemos y el primer gran paso hacia la construcción de ese silencio que hoy provoca su nombre dentro del ámbito teatral cubano, se lo impuso el idioma.

Allí estaban los actores que había buscado, las infraestructuras teatrales que necesitaba, los medios materiales necesarios para las grandes puestas en escena que hasta entonces dio por imposibles, pero todo se le ofrecía en francés.

Frente a él, el acto de comunicación se dibujaba como una tapia, detrás de la cual quedaba la suerte o la derrota, no sabía. Antes debía cruzarla, y el tiempo apremiaba.

En el año 2000 escribe por última vez una obra en español. La pieza se llama Suicídame y con ella, como en los grandes finales, gana el Premio de la Bienal Internacional de Puerto Rico. Pero casi enseguida la realidad y la traducción se imponen y, con la obra vertida al francés, asiste ese año al Festival de Avignon y la revista L'avant-scéne théatre, una de las publicaciones teatrales más prestigiosas, como si anunciara el nacimiento de un nuevo escritor francófono, la compara con Águila de dos cabezas de Jean Cocteau.

En 2001, estrena Bésame mucho y la puesta en escena es calificada de "suceso teatral del año". Viaja a Francia y en Residencia de Autor en la Chartreuse de Villenueve-lez-Avignon, verdadero templo de las artes escénicas contemporáneas, escribe Circuit fermé (Circuito cerrado). En 2004, la obra Merdé! (Mierda) recibe el Premio de Dramaturgia del Caribe y del Festival Internacional Textes en Paroles, en Bélgica.

Yoshvani Medina actualmente dirige la compañía Theatre Si, y su propia escuela de actores. Pero es cierto, y debemos admitirlo, en español estas noticias viajan lento y viajan mal, y muchas veces no llegan. Y en su lugar se crece un silencio, que obliga a paladear una y otra vez los mismos recuerdos.

El pasado jueves 6 de abril se estrenó, bajo su dirección, la obra del dramaturgo cubano Ulises Cala, Quelques histoires d'amour très très tristes (Ciertas tristísimas historias de amor). Esa noche, luego de los aplausos, de las celebraciones, y la alegría, Yoshvani Medina invitó a su casa a unos pocos amigos. Colocó en el reproductor un disco de Areta Franklin y descorchó dos botellas de vino blanco, muy frío. Media hora más tarde el timbre del teléfono cruzó sobre las conversaciones. Respondió él mismo. Esta entrevista es cuanto conversamos esa madrugada. Ciertas partes, aclaro al lector, han sido traducidas del cubano.

Heberto Padilla escribió: "¿Cómo puede seguir uno viviendo con dos lenguas, dos casas, dos nostalgias, dos melancolías?".

Hay diferencia entre melancolía y nostalgia. La melancolía es el lado feliz de estar triste, la nostalgia es el odio, acompañado de la idea de una causa exterior. Heberto sabía lo que hablaba. Esos que pasan el tiempo entre su patria y el país donde emigraron, ni se integran al nuevo país ni se acercan más a la patria.

Emigrar es una actitud. Tener la fuerza de sufrir en paz, sin agregar al dolor de estar lejos el dolor de la insatisfacción individual. La única manera de vivir así es llenarse de coraje y decirse que uno es un artista y vino al mundo para escribir y no para lamentarse. Asumir su responsabilidad, a pesar de las dos lenguas, las dos casas, las dos nostalgias.

Tras la publicación de Holy Smoke , de Guillermo Cabrera Infante, los críticos dijeron que era la respuesta cubana a Conrad y Nabokov. ¿Se imagina que alguna vez se diga que usted es la respuesta cubana a Samuel Beckett?

Si hoy escribo en francés es porque vivo en francés, porque he hecho el trabajo de reflexión de la obra en francés. Creo que Beckett o Cabrera Infante vivieron un proceso de reconocimiento y complicidad con la nueva lengua y la sociedad a la que se vieron confrontados; un proceso muy difícil en el que debes aceptar con humildad el regreso a la escuela y el miedo a lo desconocido. Uno empieza a morir el día que piensa que no tiene nada que aprender. Abrirse a una sociedad y a una lengua es darse, y darse es la mejor manera de recibir. Creo que más que una respuesta, quisiera ser una pregunta cubana a Samuel Beckett.

¿No tiene miedo de convertirse en un escritor traducido para los que serían sus lectores naturales, los que lo hacen en español?

Un traductor es un intermediario peligroso e indispensable, aunque si se trata de poesía vale más prescindir de él. Mi aprendizaje del francés fue una experiencia amarga, tuve que aprenderlo en unos días, al mismo tiempo que dirigía a unos actores francófonos. Pero las escuelas tienen que ser como los remedios: amargas, o no sirven. Gracias a aquella experiencia mi lenguaje es fluido; la crítica ataca más mis puntos de vista que la desenvoltura del discurso. Las dos últimas obras las he escrito en francés, pero como seré quien las traduzca, conservaré el monopolio de los sentidos, de la forma, el público me leerá sin intermediarios.

¿Qué le suscita la provincia? ¿Es Martinica la prolongación de la provincia? ¿Será necesario salir de ella en algún momento?

Me pongo contento cada vez que pienso en Pinar del Río, ese pequeño e inconmensurable pedazo de tierra, adonde todo me conduce, adonde regresaría con gusto, a pesar de las vicisitudes y los malos recuerdos. Sí, la Martinica es como una prolongación de la provincia, aquí llegué huérfano de todo y ella me abrió los brazos y los muslos y me hizo su hijo y a la vez su amante.

La Martinica es un lunar entre el Caribe y el Atlántico, lunar en francés se dice "grain de beauté", grano de belleza, y así veo a esta isla, llena de una belleza muy difícil de comprender para alguien que no viva aquí. En Martinica he podido reunir las condiciones de trabajo que no hubiera soñado en Pinar del Río: mi propia compañía Théâtre Si, una escuela de teatro que dirijo desde 2002, y un equipo técnico liderado por un régisseur francés, que empezó en los años ochenta haciendo roads con Pink Floyd y Led Zeppelin.

Por supuesto, hay que salir de la provincia: nosotros actuamos Suicídame en el Festival de Avignon, leímos Merde! en el Théâtre du Rond-Point des Champs-Élysées y en la Comunidad Wallonie, en Bruselas. Hemos trabajado en la mítica Cartoucherie de Vincennes, conocida mundialmente por ser el cuartel general de Arianne Mnouchkine y su Théâtre du Soleil; en Barcelona, con una leyenda: Els Comediants; en Francia, con el Groupe F, que acaba de regalarnos la magnífica ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Torino. Por el momento retornamos a la provincia, hasta un día…

Se habla de que la literatura caribeña y latinoamericana sólo es válida cuando trasciende las fronteras de sí misma y las obras y los autores recorren los circuitos europeos y americanos, ¿qué opina?

Una buena novela o pieza de teatro apolillándose en una librería de provincia tiene mucho de patético. La literatura, el teatro, se abren al contacto con el público y el éxito sólo puede hacerles bien. Eso no quiere decir que la dignidad de nuestra literatura vaya a estar signada por su inclusión en los grandes circuitos, donde, como en cualquier casa editorial, encontramos muchas obras que debieron quedarse en la santa paz de una gaveta, pero es muy válido aspirar a entrar en ellos, imponernos sin ceder en lo que consideramos nuestras verdades fundamentales. Los buenos teatros están al acecho de las buenas obras, vengan de dónde vengan. Prefiero a los artistas que son víctimas de su éxito, a los mártires de su fracaso.

¿Dónde comienza el mundo de Yoshvani Medina, y dónde acaba?

Todo comenzó en abril de 1967. El punto de partida es mi madre, donde regreso cada vez que puedo, y a partir de ahí mi mundo se proyecta hacia todos los tiempos y a través de todos los vectores. He encontrado ecos de mí en la mitología griega, en los concursos dramáticos de la Acrópolis, al lado de Esquilo, Sófocles y mi preferido Eurípides.

Aprendí la risa con Aristófanes, temí que el mundo se acabara en el año mil. Me prohibieron hacer teatro y terminé en saltimbanqui. Luego el dueño de un circo me mató por haberme acostado con su mujer. Resucité en un Siglo de Oro, donde el oro venía de unas tierras que más tarde iba a amar hasta dolerme, y compuse versos dramáticos donde la vida era sueño. Sufrí en Inglaterra hasta morir de amor, vengué a mi padre de mi madre, dudé de una mujer que nunca me engañó.

Fui poeta en Francia, donde el rey me dio el teatro de la corte para montar comedias, y ridiculizar sus preciosas costumbres. Y canté en Italia y me desangré en Suecia, y odié en Estados Unidos, y tuve una niña negra y un hermano homosexual y un diablo pobre como padre. Me enamoré de la luna, de las islas, de las músicas, del tiempo en que no estuve. No sé dónde acabará mi mundo, ni me importa.

Comenzó escribiendo cuentos y enamorando muchachas, ahora escribe teatro y enamora muchachas, ¿dónde está la diferencia?

El cuento me enseñó la concisión y la eficacia. Hubo una época en que sólo escribía y leía cuentos, sin saber exactamente por qué. Muy pronto descubrí que lo que me excitaba en los cuentos era su dimensión teatral. Pasé de "un buen cuento es como un piñazo en la nariz" a "un buen cuento es el que sirve de base a una buena obra de teatro".

El género dramático me convenía más: al rigor del cuento agregué la magia de la escena, los personajes cobraron vida, la hoja en blanco —que lo aguanta todo— se convirtió en un espacio vacío que no aceptaba nada, mi espíritu colectivo se libró de la soledad de mi cuarto, el ruido de la máquina de escribir fue remplazado por las broncas de los actores y, un buen día, por los ensayos generales. Nada, que hacer teatro necesita tanto rigor como hacer cuentos, sólo que a la hora de los aplausos las muchachas están más cerca.

¿Qué significa una mujer desnuda? ¿Y una vestida?

Para Benedetti, una mujer desnuda es un enigma y siempre es una fiesta descifrarlo; para mí, la fiesta es la mujer descifrada, vestirla es el enigma.

¿Cuáles son sus grandes obsesiones?

La familia. Poder recomponerla lo antes posible. Que los más viejos eduquen a los más jóvenes. Que, llegado el momento, los más jóvenes se ocupen de los más viejos. Sentarme al extremo de una mesa y sentir tres generaciones que cohabitan. Definitivamente, mi obsesión es volver a tener una familia.

¿Qué le haría dejar de escribir?

Nada. La literatura siempre me ha sacado de los peores momentos y me ha hecho los buenos mucho mejores. Cargo con ella como una bendición y no como una cruz. Yo podría vivir sin la literatura, pero el dolor de perderla es un precio que no estoy dispuesto a pagar.

¿Cómo se establece el vínculo literatura y puesta en escena?

Son raros los que pueden asumir dos trabajos tan diferentes como la escritura y la puesta en escena. Ello conlleva un desdoblamiento, una transformación de escritor en director, de verso en imagen, muy difícil de realizar al mismo tiempo. Las leyes del teatro no son las mismas de la literatura.

Una novela tiene todas las libertades de espacio y tiempo, puede durar mil páginas, un siglo. Un dramaturgo tiene dos horas para contar su historia, lo que es, en realidad, muy poco, pero todavía es capaz de imaginar sortilegios. El director, en cambio, tiene más reducido su espacio de creación, a medio camino entre la página y la escena, su rol no es ni el de un intérprete, ni el de un compositor, tampoco el de un conductor de orquesta.

Cuando dirijo soy una suerte de inductor, un elemento altamente volátil que explota en las tripas de los actores. Siempre dejo pasar al menos un año entre lo que he escrito y lo que voy a dirigir. Cuando escribo examino, cuando dirijo observo, estoy más cerca de la vigilia. Cuando escribo soy el abogado de una causa mía, y trato de buscar mi eco en el que escucha. Cuando dirijo soy el juez de la misma causa, y trato de llevar la verdad de los sentidos al teatro, que tiene sus leyes, su jurado y sus sentencias. Cuando escribo redacto una declaración de guerra, cuando dirijo conduzco mi ejército.

¿La puesta en escena es la solución editorial que ha encontrado a su literatura?

Es cierto, la puesta en escena ha sido, hasta ahora, la solución editorial para mis textos. Sólo que no hay un libro en las antillas francesas que se venda más que las puestas de mis obras, y eso me hace pensar en publicar, en edición bilingüe de preferencia, para que mis lectores naturales y también los otros tengan la posibilidad de decidir.

¿Déme una solución contra las desventuras, la nostalgia y las distancias?

Cuando te sientas nostálgico telefonea a la última mujer que te amó, ella tendrá siempre algo interesante que decirte.

¿Cuándo estará una obra suya en un circuito hispano?

Quisiera insertar la primera lo antes posible. Creo que ahora estoy listo. Lo que he vivido con el público francófono es fantástico, y sé que encontrar el público hispano será todavía más intenso. He trabajado muy duro en estos años para imponer mi teatro y aunque sé que el éxito de hoy no garantiza el de mañana, la experiencia se ha multiplicado y el deseo está intacto.

¿El francés funciona como la casa del caracol y le protege?

El francés me maltrata, me obliga a releerlo y reescribirlo sin piedad. El francés me recuerda a cada frase que soy cubano y que, no obstante mi disciplina, mi intransigencia por escribir sobre la sociedad en que vivo, en la lengua en que la vivo, siempre seré cubano y tendré que hacerme la pregunta de si no es mejor abrirse al mundo tal como uno es, y transcribirlo tal y como uno lo siente. ¿Puede uno escribir en español lo que ha vivido en francés? ¿Es que finalmente la lengua no es un vector y lo importante es el contenido?

© cubaencuentro

En esta sección

Sobre la narrativa de la escritora guadalupeña Maryse Condé

Carlos Olivares Baró , Ciudad de México | 28/01/2022

Comentarios


Entrevista a Rafael Rojas

Carlos Olivares Baró , Ciudad de México | 26/11/2021

Comentarios


Entrevista al músico Armando Rodríguez Ruidíaz

Cristóbal Díaz-Ayala , San Juan | 22/10/2021

Comentarios


«No aprendieron nada de Fidel»

Redacción CE , Miami | 13/07/2021

Comentarios



En respuesta al senador Patrick Leahy

Vicente Morín Aguado , La Habana | 14/06/2021

Comentarios


Una novela juvenil confiscada por la Seguridad del Estado

Carlos Olivares Baró , Ciudad de México | 16/04/2021

Comentarios




Gana escritor cubano radicado en México premio de novela en Colombia

Carlos Olivares Baró , Ciudad de México | 01/02/2021

Comentarios


Orquesta Hermanos Castro: un libro contra el olvido

Vicente Morín Aguado , La Habana | 13/10/2020

Comentarios


Subir