Cuba, Literatura, Libros

Las bibliotecas heredadas

Desde los millonarios que dejaron obras y casas de mucho valor, hasta los más humildes, todos los cubanos han perdido algo, mucho, muchísimo

Las familias que se iban a principios de los 60 les dejaban, sotto voce lo que podían a su familia para que se lo cuidaran porque “en unos meses regresamos”.

Hubo quienes, muchas veces como en mi caso, por edad, no pudimos tomar esa decisión y nos “quedamos embarcados”.

Recuerdo la fecha exacta porque fue un libro que me regalaron mis padres en mi séptimo cumpleaños; el primer ejemplar de lo que llegaría a ser una disfrutable biblioteca; también disfrutaba las de mi padre y mi abuelo. Los años pasaron; me casé; éramos dos contribuyendo. Lo que me permitía tener a mi alcance libros que deseaba releer o consultar, en una época pre-Internet.

Todas mis amistades tenían una biblioteca similar y practicábamos el servicio de préstamo e intercambio. Una vez le perdí un libro a Iván Pérez y hube de reparárselo con otro bien valioso. Mis amigos extranjeros me mantenían al tanto de lo último.

Todo en Cuba se pierde, se queda atrás, desaparece. Los cubanos somos como unos curujeyes sin raíces que vamos a dar doquier que el Hado en su furor nos impela.

Heredé la magnífica biblioteca de Felipe Cunill cuando este vino para acá; me regodeaba en lo que entonces era mío. Pero me tocó partir, y le dejé la biblioteca mía y la de Felipe a Iván Pérez; dejé atrás a Antonio Benítez, mi egoteca, la Enciclopedia Británica, la Espasa Calpe, los libros de arte, la poesía toda; dejé atrás mi vida. No sé qué habrá hecho Iván cuando le toco dejar el terruño, porque ya estábamos hablando de una considerable cantidad de libros.

Como yo vine desnuda; a los cuarenta y seis años dejaba atrás todo lo que amaba, no me traje ningún recuerdo; solo la manoseada edición de El Principito y el Book of Common Prayer de mi confirmación. Dejé atrás Villa Lita, hermosa cuartería, la Casa de la Bruja, mi primer parque, renuncié a Blanca.

No todos coleccionamos libros; quizás “altares” de santería o sellos postales. Pero todos fuimos forzados a dejar atrás nuestro mundo, formado por minúsculas y mayúsculas experiencias.

Desde los millonarios que dejaron obras y casas de mucho valor, hasta los más humildes, todos perdimos algo, mucho, muchísimo. Por dictum de un sicópata fuimos desperdigados por todos los rincones del mundo. Quien vive en EEUU no tuvo muchas dificultades en adaptarse; conocíamos la cultura; el que menos de las películas de jolibú. No sé cómo hizo mi amiga al llegar a Tel Aviv sin hablar hebreo, o los de los países nórdicos, o los de Nueva Zelandia.

Ese viaje sin regreso me recuerda los luctuosos versos de Neruda:

Todo te lo tragaste, como la lejanía.

Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue

naufragio!

© cubaencuentro

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